Gustavo Zerbino, uno de los 16 supervivientes del accidente aéreo en la cordillera de los Andes en 1972, nos comparte su opinión sobre la nueva película La Sociedad de la Nieve, basada en el libro de Pablo Vierci, que relata su experiencia y la de sus compañeros.
Pos Marcos Ferrer y Matías Flaque fotos Marcos Ferrer y Films Bayona
Qué gusto cruzarme contigo en el Valle de las Lágrimas, fue uno de los momentos de mi vida que más me movilizaron…
Yo digo que las personas se juntan en la vida por la manera de volar, los pájaros, Dios los cría y ellos se amontonan. Ese encuentro fue muy interesante, un ascenso donde estaba subiendo con la familia Nicola, que después de cincuenta años se habían juntado para homenajear a sus padres. Fue muy lindo encontrarme con vos y con un montón de gente de todo el mundo, en ese lugar que es tan importante para mí y para tanta gente que llega allí a reflexionar y a conectarse con la vivencia de la montaña, y celebrar el hecho de estar vivos.
Poder escuchar tu propia voz en el lugar del accidente, medio siglo después, fue una experiencia increíble… ¿Qué sentiste al revivir ese momento?
Me tuve que adelantar como media hora antes de llegar a la cruz, porque íbamos a llegar con 120 personas de Uruguay, de los Old Christians, 50 años después, a agradecer a la vida y ellos a hacer ese contacto emocional de duelo y gratitud donde los padres de los Nicola descansaban. Sus hijos son parte de nuestra familia, ellos tenían 4, 6, 8 y 12 años cuando sus padres murieron en el acto en el accidente. Unos 25 años atrás, quisimos llegar a caballo desde los Maitenes hasta el avión, pero fue imposible, con alpinistas que habían escalado el Everest, como Jordi, que no entendía cómo seres humanos sin preparación y sin equipo hayan podido atravesar y subir esa montaña que cruzaron Nando Parrado y Roberto Canessa en el 72. Al no poder llegar, volvimos a los Maitenes y fuimos en helicóptero al otro día, con Canessa y los 4 hijos de los Nicola, pero estaba todo tapado por nieve y no pudimos ver la tumba y la cruz. Esta vez llegamos a la tumba y le pedí a todos que nos dejen libre la montaña para que ellos puedan tener ese contacto con su familia. Fue maravilloso poder acompañarlos y fue muy lindo que ustedes puedan estar allí, fue gente de todo el mundo, la magia del reencuentro contigo y de ellos con su familia.
¿Creías en Dios antes del accidente?
Yo soy católico apostólico y romano, porque nací en una familia católica y me bautizaron y me hicieron hacer la primera comunión y la confirmación sin preguntarme… y soy como la película de The Wall, me hicieron en serie. Ahora soy una persona creyente que siempre hablé con Dios, cuando tenía 19 años dejé a una novia porque me iba a hacer cura. En la cordillera conocí un Dios distinto, bondadoso, que está siempre con la mano tendida, y el que no está disponible soy yo, somos nosotros, porque nos la creemos y la soberbia y la arrogancia nos hacen olvidar, pero cuando hay problemas nos acordamos de Dios con hipocresía y le pedimos que nos ayude. En la cordillera a Dios lo insulté varias veces, porque no entendía que se distrajera y chocáramos con la montaña, después murieron padres que dejaron cuatro hijos, otros se desangraron en la noche, nos abandonaron y el día 10 el mundo nos dio por muertos. Allí asumimos la responsabilidad de luchar por nosotros mismos, escalamos la montaña sin consultar a nadie con mocasines de cuero, suela de cuero, medias de nylon, pantalón de tela, sin bastones, sin cuerdas, sin lentes, sin bolsa de dormir para ver si era verdad que habíamos pasado Curicó como decía el piloto. Después de un día y medio a la intemperie, nos golpeamos toda la noche para no morir congelados, con Numa y Daniel, llegamos a la cumbre y en vez de ver verdes praderas, solo había montañas y nieve por todos lados. Y yo que lo había insultado a Dios cuando dejaron de buscarnos y había subido a la montaña por rebeldía de que no quería ser un cadáver, me di cuenta de que el que estaba haciendo eso, el que subía, daba los pasos y se trepaba, era Dios, el Dios que yo había ofendido, pero el Dios que tenía en el corazón no me abandonaba. El 99% lo haces tú y ese uno por ciento era Dios y no me abandonaba. Lo único que somos es espectadores y protagonistas de esta gran obra que se llama vida, nacer es un milagro y la muerte es un misterio y en el medio está lo que venimos a hacer en la vida, que es aprender y darnos cuenta de distinguir lo esencial de lo secundario.
Las personas se juntan en la vida por la forma de volar
En pleno verano, con equipamiento adecuado y comida suficiente, apenas se puede resistir unos días el rigor del frío y la altura. No me imagino cómo un ser humano puede sobrevivir 72 días en invierno en esas condiciones…
Es algo que no tiene explicación, ni siquiera los que lo vivimos podemos entenderlo. En la película La Sociedad de la Nieve se muestra muy bien el desafío que supuso enfrentar el clima y las circunstancias que nos tocó vivir.
Ya que mencionaste la película, ¿cómo fue el proceso de La Sociedad de la Nieve y cómo fue el contacto con el actor Tomás Wolf, que interpretó tu papel?
Bayona es un genio, dedicó casi 10 años a estudiar nuestro caso, a leer el libro La Sociedad de la Nieve y a conectarse con nosotros constantemente para lograr elaborar una película totalmente distinta, que se conecta con las emociones de los protagonistas. La verdad es que fue muy emocionante ver por primera vez esta película, la vimos 350 personas, familiares directos de los que murieron y los que volvimos de las montañas, en la sala 10 del Movicenter. Cuando terminó la película y aparecieron los créditos, todos se pusieron de pie durante 10 minutos, aplaudiendo y llorando por el maravilloso homenaje que hace Bayona, que es algo que es muy difícil de describir. Este film marca un antes y un después con todo lo que pasó en la cordillera, te hace volver a la montaña con una intensidad increíble.
¿Qué papel tienen los sobrevivientes en las emociones y sentimientos que transmiten las dos películas sobre su historia?
Nosotros fuimos abandonados y dados por muertos, y después de 73 días de soledad y conexión con la montaña, surgió en nosotros una fuerza irrefutable de luchar por la vida con amor, seguridad y entrega total. Los límites del ser se pulverizaron, y eso es algo que ni entendemos ni comprendemos después de 50 años, pero aceptamos que hay algo más allá de lo que la razón entiende. Nosotros no somos protagonistas, sino el ser humano frente a la soledad, el despojo y la incertidumbre, que puede descubrir su potencial ilimitado en momentos críticos.
La película y el libro “Viven” fueron hechos por sajones, y reflejan su visión de nuestra vivencia, sin tener en cuenta la familia, el amor, la amistad y la solidaridad. En el mundo sajón se fabrican héroes tipo Rambo, y esta nueva película, en cambio, muestra el equipo humano, la familia y el amor, que son valores difíciles de explicar a la cultura sajona, que los vive de otra manera. En la cultura latina la familia es primordial, el logro es estar juntos al lado de la gente que uno quiere, tenemos infinitos amigos, que aparecen en los momentos difíciles como una muchedumbre de gente que fue lo que uno fue sembrando a lo largo de la vida. Y esta película “La Sociedad de la Nieve” te sorprende porque es exquisita en lo que ofrece, está hecha por un latino, Bayona, que se emocionó con el libro del mismo nombre y quiso hacer esa película. Pablo Vierci, que fue nuestro compañero de rugby, fue el que escribió el libro “La Sociedad de la Nieve”, basado en el material que le dimos nosotros, los sobrevivientes, después de llevarlo al lugar del accidente, para que sintiera la verdadera dimensión de lo que vivimos. Hoy “La Sociedad de la Nieve” es el libro más vendido en Amazon, rompió todos los récords. Y en este libro se basa la película “La Sociedad de la Nieve”. Es el relato desde las entrañas, que te hace sentir en un segundo todo lo que viviste, y que la mente había archivado y disociado para no sufrir. La película te hace vivir esta historia de una manera intensa y auténtica, con un testimonio increíble de los sobrevivientes. Los actores argentinos hablan con acento uruguayo, toman mate sin mover la bombilla, viajan en un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya, escuchan música de Los Shakers y el candombe, sienten el ritmo de los tamboriles de las llamadas. La piel se te pone de gallina. El relato es tan maravilloso que el mundo va a quedar impactado.
¿Dónde se rodó la película?
La película se rodó en varios lugares de España y Uruguay, recreando los escenarios de la tragedia y la supervivencia. Bayona filmó en Andalucía y Sierra Nevada, donde simuló las montañas nevadas. También filmó en los estudios de Barcelona y Madrid, donde recreó el interior del avión y otros detalles. En Montevideo, filmó escenas de la vida cotidiana de los protagonistas, y en la Escuela Militar de Aeronáutica hizo un hospital. En San Fernando y en Aiguá, filmó paisajes que parecían los Andes. Y en el valle de las lágrimas, filmó durante 10 días, capturando amaneceres, atardeceres, nevadas, tormentas, vientos, y todo el valle cubierto de nieve y hielo, como un glaciar imponente donde no se veía ni un poco de tierra. Hoy, el calentamiento global ha derretido esa nieve y ese hielo de 3000 millones de años y no queda casi nada. En la película, cuando Parrado y Canessa escalan la montaña, lo hacen en otro lugar, pero cuando miran hacia atrás o hacia adelante, ven la montaña real, es muy exacto. Lo mismo que las recreaciones de las fotos que sacamos, ves la foto y en un momento el actor que me representa, se levanta y camina. Es difícil de explicar lo que se siente al estar en ese lugar, pero la gente cuando ve la película tiene la sensación y la vivencia de la dimensión, la profundidad y la escala de lo que vivimos. Esta película es maravillosa y tiene un mensaje increíble, pero es solo una muestra de la realidad que vivimos, un botón que te eleva y te conecta con lo que fue. Lo más importante es que está narrada por Numa Turcatti, que murió, fue el último en morir y es un homenaje a los que murieron, pero viven para siempre. Las personas que murieron en el accidente de los Andes tienen nombre, apellido, cara, y tienen mensajes para transmitir. Esta película es una película global que celebra la vida.
¿Es imposible llegar al Valle de las Lágrimas y no llorar, cuando uno viaja al lugar del accidente? ¿Es muy conmovedor?
En este último viaje que hice, lloramos todos. Creo que me crucé con unas 600 personas, entre la subida y la bajada. Todos me abrazaban y lloraban de emoción, y yo también. Porque ese abrazo es muy fuerte… No es solo un abrazo de personas, es un abrazo de la cultura, de la religión, de la familia, de la vida, de la muerte que es un misterio. Es una celebración que es muy difícil de explicar, que tiene unos signos y símbolos que te permiten comprender, entender y compartir la vida de una manera distinta.
¿Cómo fue el encuentro con Tomás Wolf, el actor que te representó en la película?
Fue muy divertido, vino a Uruguay, nos reunimos, tiene rulos como yo tenía, aprendió a silbar como silbo yo, nos comimos un asado. Se sacó una foto con mi primera esposa, también se fotografió con mis hijos e hijas. Además, nos sacamos una foto juntos y después se metió entre mis hijos como si fuera yo. Muy gracioso, un gran tipo. Lo único que le dije fue: -Mira, Tomy, te deseo éxito, cuando filmes haz lo que te salga del corazón, porque realmente ni yo me acuerdo lo que dije en la cordillera, siéntete libre. Hizo un trabajo maravilloso, él y todos los actores, la música, la fotografía, son un regalo para esta cultura rioplatense que venimos del mismo crisol y que muestra muchos valores que tenemos para compartir.
En la cordillera siendo los hombres más despojados podíamos ser plenamente felices, nos reíamos que parecía que se nos iba a salir el diafragma, nos reíamos porque La risa y el humor es lo más serio de todos los sentidos, cuando uno se aprende a reír de sí mismo y de tus compañeros con tus amigos todos juntos, es una catarsis que trasforma el dolor por magia en felicidad
A fines de 2012 José Alvarenga había partido de México con otro tripulante pero naufragó en el océano Pacifico y permaneció mas de un año en una barcaza tiburonera. Apareció sólo, a la deriva en las Islas Marshall, a 10.000 kilómetros de distancia.
En enero de 2014 El Salvador recibió como un héroe al pescador que sobrevivió a un naufragio de 13 meses en el Pacífico, José Salvador Alvarenga, de 38 años, fue el protagonista de esta historia de supervivencia, como salida de los mejores relatos de ficción y aventuras. El 11 de febrero de 2014 regresó a su tierra natal, El Salvador, que lo recibió como el náufrago pródigo y ejemplo de superación. En la casa humilde de sus padres, en la lejana y casi invisible comunidad costera del occidente salvadoreño, Garita Palmera, un gran letrero pintado por niños y niñas de su familia, decia: “Bienvenido a casa”.
Alvarenga es uno de los millones de salvadoreños que han migrado a otras tierras en busca de una mejor vida. Él no se fue a Estados Unidos a trabajar en cualquier cosa, como lo hace la mayoría que huye a causa de la pobreza o de la violencia. Él partió hace 15 años para el sur de México para seguir dedicándose a su arte: la pesca de tiburones.
El 18 de diciembre de 2012 salió a pescar con un joven ayudante llamado Ezequiel Córdova Ríos, de quien no se ha confirmado su edad (entre 15 y 22 años). Al parecer partieron de las costas de Tonalá (o Costa Azul, según otras versiones), en Chiapas, al sur de México, y a las pocas horas no se volvió a saber de ellos. Fueron dados por desaparecidos. Los servicios de guardacostas y los pescadores de la zona y familiares de Córdova Ríos los buscaron durante 15 días. “Esperamos saber cómo falleció nuestro hijo. Lo que nosotros queremos es que se interrogue a esta persona y se compruebe su relato”, dijo el padre del Ezequiel, Nicolás Córdova Cruz, a la prensa mexicana.
La historia de Alvarenga es bastante increíble. Estando en alta mar el motor de su embarcación, que medía unos siete metros de eslora, se averió y los pescadores quedaron a la deriva y sin posibilidades de comunicarse con tierra para pedir socorro. Tras 13 meses desaparecidos, aparece vivo a más de 10.000 kilómetros de distancia en las Islas Marshall, en la región de Micronesia, en el Pacífico. El hecho más dramático del que poco se sabe es el destino sufrido por el joven Córdova Ríos. Alvarenga contó que había fallecido a las pocas semanas del naufragio por negarse a comer y que tuvo que lanzar el cadáver al mar.
Alvarenga narró que él sobrevivió alimentándose de carne cruda de peces y tortugas; que bebía sangre de tortuga, agua de lluvia y hasta sus propios orines.
La llegada de Alvarenga al atolón de Ebon, el 30 de enero de 2014, provocó gran sorpresa. El pescador apenas podía expresarse. Barbado, peludo y casi sin poder moverse por su cuenta, fue tratado en un hospital de Majuro, capital de las Islas Marshall, de donde emprendió vuelo a casa. Tuvo que hacer escalas en Hawaii y en Los Ángeles (Estados Unidos).
El relato de cómo había logrado sobrevivir contrastaba con la imagen del sujeto a su llegada al atolón: un hombre aparentemente sano, sin signos de desnutrición y poco demacrado. El corresponsal del diario británico The Telegraph, Jonathan Pearlman, que habló con Alvarenga en Majuro, relató que, “a pesar de su dura experiencia apareció bien alimentado y de buen humor, excepto cuando intentó describir la pérdida del compañero con el que viajaba que murió tras cuatro meses a la deriva por negarse a comer”. Pearlman concluyó que “había varios detalles incompletos” y que Alvarenga a veces “se contradecía”.
“Las tortugas tienen un gran valor nutricional”, comentó a la BBC el nutricionista Giuseppe Russolillo. Lo que quiere decir que en la carne de estos quelonios, el náufrago habría conseguido una fuente de grasas y proteínas; y en su sangre, una concentración de azúcares, nutrientes y sales importantes para sobrevivir. “Aunque faltan muchos alimentos [vegetales, frutas y fibras] la vida es compatible y solo se va desnutriendo”, señaló Russolillo.
“Desconozco su capacidad de pesca, pero si comió mucha proteína, no tenía por qué adelgazar y pudo aguantar perfectamente… Y si fue capaz de cubrirse de la exposición solar y mantenerse mojado para evitar perder agua por la exudación de la piel, entonces pudo pasar todo ese tiempo a la deriva”, añadió el experto.
Hasta ahora, el caso más largo que se recuerda en la zona es el de los tres pescadores mexicanos que llegaron en 2006, tras pasar nueve meses a la deriva en el Océano Pacífico. Los hombres salieron a pescar tiburones, pero pronto el motor de su lancha se averió y la corriente los arrastró mar adentro. Recorrieron 8.500 kilómetros de distancia hasta ser rescatados por un barco atunero taiwanés. Pero de confirmarse la versión de Alvarenga, se trataría de una historia muy parecida aunque su odisea sea más larga y en solitario.
Ni las autoridades mexicanas ni las salvadoreñas desmienten ni confirman la veracidad del relato de los 13 meses de naufragio, pero aseguran que los datos dados por Alvarenga han sido cotejados con la fecha de su desaparición.
Alvarenga, es un héroe hoy día. Decenas de periodistas, nacionales y extranjeros, esperaron al náufrago en tres lugares estratégicos: el aeropuerto internacional de El Salvador, en el hospital San Rafael y en Garita Palmera, población costera, donde reside la familia.
Al llegar al salvador le dieron un micrófono, los periodistas hicieron silencio, pero Alvarenga no pudo pronunciar una sola palabra. Con una mano se cubrió el rostro y con la otra levantada hizo un gesto de saludo. Periodistas y público le aplaudieron y le ovacionaron. Fue trasladado al hospital San Rafael y el primer parte médico confirmó que, en general, su salud física y mental es buena, aunque tiene síntomas de anemia.
El 20 febrero de 2011, Peter Skyllberg, sueco de 44 años de edad, fue hallado luego de sobrevivir dos meses dentro de un auto cubierto de nieve y con temperaturas de 30 grados bajo cero.
Peter Skyllberg fue encontrado por casualidad en una carretera no transitada cerca de la localidad de Umea, Suecia, dentro de su auto, envuelto en su bolsa de dormir. Demacrado, casi sin poder moverse, en hipotermia ligera y casi sin poder hablar, el hombre fue llevado a un hospital para que lo atendieran. “Es seguro que no hubiera soportado dos días más”, dijo uno de los rescatadores. Cuando recuperó un poco la voz dijo que se había quedado atrapado por la nieve en esa carretera poco frecuentada y que no pudo salir.
Se había perdido el 19 de diciembre de 2011. Sesenta días sobreviviendo sólo de la poca comida que tenía en su auto, de sorbos de agua derretida y de inmovilidad. Los médicos estaban asombrados por ello y supieron que estaban ante algo excepcional. La ciencia ha demostrado que, en promedio, un hombre puede sobrevivir sin aire unos tres minutos, sin agua una semana y sin comida un mes. Que un hombre haya sobrevivido sin comida el doble de tiempo era excepcional.
Los médicos elaboraron dos hipótesis. La primera, que el hombre había entrado en un estado parecido al de los osos en hibernación. Sin tener mucha actividad y en ese estado, el hombre bien pudo haber bajado su metabolismo sin daños. Sin embargo, otro médico dijo que el hombre no puede entrar en un estado tal y proponía que si había sobrevivido era porque había quedado atrapado en su vehículo, cubierto de nieve, y que eso había formado un “efecto iglú”, que sellaba la burbuja de aire de las temperaturas externas, tal como lo hicieron durante siglos los esquimales.
Según informa el doctor Ulf Segerberg, director del Hospital universitario de Noorland donde se encontraba internado el hombre, nunca vio un caso parecido.
“Este hombre, obviamente, tenía buena ropa, una bolsa de dormir y ha estado en un coche mucha nieve”, Aunque sobrevivió, Skyllberg estaba demacrado y muy débil. Fue encontrado por oficiales de tránsito que creyeron haber hallado un coche chocado y abandonado. No podían creer lo que vieron después de cavar un metro en la nieve: su conductor estaba en el asiento trasero aletargado en una bolsa de dormir.
Uno de los socorristas comento: “Es increíble que él esté vivo teniendo en cuenta que no tenía comida y que ha después de Navidad el clima ha estado muy frío”.
Según el médico Stefan Branth, la única explicación que encuentra es que Skyllberg sobrevivió porque su cuerpo se puso a hibernar. “Como un oso que hiberna. Los seres humanos pueden hacer eso. Probablemente su temperatura corporal se haya ajustado sobre los 31 grados”, en vez de los 36 habituales.
Segerberg recordó que, en algunas partes del mundo donde las temperaturas bajo cero y fuertes nevadas son la norma, “se han dado casos de personas atrapadas en las montañas que si logran excavar en la nieve son capaces de sobrevivir. Pero sin duda haber algo especial en este caso”.
Aún se desconocen los motivos que llevaron al hombre a encerrarse en el vehículo durante 60 días.
Como sea que haya sido, el nombre de Peter Skyllberg comenzó a ser conocido en todo el mundo y también su historia: había terminado recientemente con la novia, mal carácter, prácticamente sin amigos y con una deuda equivalente a 150 mil libras esterlinas, vivía en su auto desde mayo y nadie lo extrañó durante esos dos meses.
La revista Desnivel menciona en su nota que “Hasta ahora, los récords de supervivencia en personas completamente sepultadas son de 15 días bajo un edificio en Austria en 1951 o 28 días bajo los escombros en Haití en 2010.” Así que los 60 días serían todo un récord que podría hacer replantear a los científicos los límites de supervivencia. Lo mismo pasó con los supervivientes de los Andes o con el hombre que aguantó días en el desierto sin beber prácticamente nada hasta que su pérdida de agua corporal llegó al 25% (los científicos dan el 10% como umbral a partir del cual es muy posible la muerte).
Las últimas notas aparecidas en The Telegraph, mencionan comentarios que podrían hacer dudar de la veracidad de esta historia. Posiblemente más adelante los peritos investigen minuciosamente este caso, pero hasta el momento el caso es tomado como verídico.
En algunos foros se han formulado preguntas básicas más allá de lo que ofrece la información obtenida de los medios: si no pudo salir y estaba sellado, ¿cómo pudo respirar? ¿Cómo hacía sus necesidades? ¿En qué se entretenía? ¿Cómo soportó mentalmente estar atrapado 60 días en un espacio diminuto?
Todas las preguntas son válidas y seguramente habrá expertos encargados de resolverlas y proponer una historia acorde a lo que hasta ahora se sabe. Sobrevivir en un espacio reducido, ver disminuir la fuerza día a día y tener el ánimo de no abandonarse, implica una fuerza mental muy grande.
Nota: el único testimonio que hay del tiempo que pasó en el coche es el del mismo Peter. Por eso hay gente que alberga dudas sobre la duración de su estancia en el coche. Otros creen que fue posible gracias a sus conocimientos sobre supervivencia y a una dura resistencia mental. Para más información, existe un documental de Discovery Channel titulado: «Alive! 60 days under snow».
Se trata de los perros Taro y Jiro, posiblemente los canes con más estatuas levantadas en su honor en el mundo.
En febrero de 1957 partía hacia la Antártida una expedición japonesa, que pasaría un año entero allí, en la base de investigación “Showa” (69° 00‘S 39° 35′E). Junto con el equipo de 11 expedicionarios viajaron 15 perros de la raza Husky Sakhalin (Karafuto-ken), que tirarían de los trineos en las distintas salidas de exploración desde la base. Todo fue bien y pasado el año, en febrero de 1958, el segundo equipo se dirigía hacia la base para reemplazar al primero, pero un fuerte temporal hizo que el barco en el que viajaban quedara atrapado en el hielo a bastante distancia de la base japonesa.
El barco y sus tripulantes fueron rescatados por un buque rompehielos estadounidense y la segunda temporada en la base tuvo que ser suspendida. In extremis, los once ocupantes de la primera expedición fueron evacuados en helicóptero, pero los quince perros corrieron peor suerte y tuvieron que ser abandonados en la fría Antártida. El equipo, a su llegada a Japón, tuvo que soportar no pocas críticas por ello, pero alegaron que la vuelta a por los perros hubiera supuesto un grave y costoso peligro que no se pudo afrontar.
Pasó otro año y la tercera expedición volvió a la base para reemprender las actividades pausadas forzosamente el año anterior. Cuál fue su sorpresa cuando descubrieron que no todos los perros habían muerto. De los quince perros, siete habían muerto atados a las cadenas que los sujetaban, pero otros ocho habían logrado soltarse. de estos ocho, seis nunca fueron encontrados, pero otros dos los mas jóvenes, Taro y Jiro, permanecían en el lugar. Habían sobrevivido durante once meses en plena Antártida respetando los cuerpos de sus compañeros muertos, ya que no había signos de necrofagia ni habían comido la comida sobrante de los humanos. Los perros habían aprendido a cazar pingüinos e incluso alguna foca y sobrevivieron a las duras condiciones climáticas.
Los dos perros se convirtieron en héroes nacionales y automáticamente la raza a la que pertenecían la Karafuto-ken, se convirtió en la más popular del país y fue la más demandada hasta la década de los 90.
Taro volvió a su ciudad de origen Sapporo, y vivió en la Universidad de Hokkaido hasta su muerte en 1970. Jiro se quedo en la Antártida y murió por causas naturales en 1960.
En alguna versión de la historia se puede encontrar también que, durante la estancia de la primera expedición, un grupo de científicos se perdió en mitad de la nada en una de sus salidas y que Taro y Jiro fueron soltados, corrieron hasta la base y volvieron hasta el mismo punto con ayuda, lo que salvó la vida de los expedicionarios extraviados.
En 1983, su historia fue llevada al cine por el director Koreyoshi Kurahara y “Nankyoku Monogatari” (Cuento de la Antártida)” se convirtió en un gran éxito de taquilla. En 2006, Walt Disney Pictures realizó la película, “Eight Below”.
Taro y Jiro son actualmente expuestos en la Universidad de Hokkaido y en el Museo del Parque de Ueno, Tokio.
Se pueden encontrar monumentos en recuerdo de Taro y Jiro en distintas ciudades de Japón. El más famoso se encuentra a los pies de la Torre de Tokyo, que muestra a la manada completa y que fue erigido en 1959 por la Sociedad Japonesa para la Prevención de la Crueldad contra los animales.
La increíble historia de una ballena destinada a morir, fue encontrada y salvada por kayakistas en una playa desértica de Bahía Magdalena en México
Guías de kayak marítimos de Coeur d’Alene, vivieron una experiencia personal llevándola a una experiencia espiritual. La historia de un bebe ballena destinado a morir en una playa de México. «Nunca olvidaré la mirada de ese ojo», dijo Michelle Darnell, Ella trabajaba en enero con los guías kayak, Chris García y Sam Morrison en Fila Mar Kayak Adventures donde realizaban un viaje de tres días para absorber la historia natural de los famosos apareamientos de ballenas y partos en las aguas grises de Bahía Magdalena.
Los clientes viajan para tomar sol y remar en las aguas azules del océano, mientras observa las ballenas con sus crías recién nacidas.
Sin recargo adicional, recibieron un grave drama de estos magníficos seres marinos.
El grupo regresaba al campamento base luego una caminata a través de las dunas de Santo Domingo, una isla baja de arena en el lado del Pacífico de Baja California, México, los tres kayakistas alertaron sobre una ballena varada. «El ballenato estaba por lo menos a 600 metros del mar en la arena, y al ser un animal de una tonelada, la cosa parecía bastante oscura».
La joven ballena había varado durante una de las mareas más altas de la temporada. No había ninguna posibilidad de que el agua llegue hasta allí para entrar de forma natural al océano. Las aves carroñeras estaban en círculos donde una vida parecía estar haciendo otro bucle.
Las guías se pusieron en contacto por teléfono con un grupo de protección ambiental mexicana siguieron los consejos sobre lo que podían hacer, pero ningún organismo acudió al rescate. «No había recursos para llegar al agua», dijo Darnell, «y estábamos preparados para rescatarla.»
Consiguieron de la playa cestos de basura de plástico, envases de leche y botellas de soda para llenar en el mar que estaba lejos y así poder mojar la ballena.
Un pescador local proporcionó una manta para humedecerla y protegerla del sol abrasador. «Es algo indescriptible de contar, ver y tocar a una criatura tan grande que lucha por su vida era desesperante», dijo Darnell.
Darnell llevó a los clientes de vuelta al campamento y los otros kayakistas se fueron. Pero ella con García y Morrison armaron una carpa y se quedaron junto a la ballena.
La llamaron “Debra”, por una canción de Beck. «Echamos agua sobre ella y manutuvimos a los pájaros carroñeros lejos», dijo García. «A medida que el sol se estaba poniendo, Sam y yo éramos los únicos que quedamos con Debra».
La siguiente pleamar era a las 23:00, pero las olas estaban rompiendo muy lejos de la playa. «Nuestra desesperación fue mayor», dijo García. «Mientras oscurecía miraba el mar alejándose y al bajar la vista resignado miré profundamente el ojo de Debra. Inmediatamente vi algo familiar, casi humano y creo que eso fue lo que nos dio esperanzas.”, durante toda la noche hicieron lo posible para mantener a Debra viva, dándole agua. A las 7 de la mañana, la joven ballena estaba en muy mal estado. Su ojo estaba seco y sangrado. «Allí comenzamos un maratón de idas y vuelta al océano para mantenerla húmeda con nuestros baldes», dijo García. «Entonces comenzamos a cavar una laguna a su alrededor, con la esperanza de que la próxima marea a las 11 horas sea un poco más alta. Al final esta tonta excavación resultó inútil», dijo, explicando que las primeras oleadas de inmediato llenaron la zanja con arena.
“En nuestras mentes era un hecho de que Debra se iba a morir.» Darnell trajo el desayuno a García y Morrison desde el campamento a las 8:30 am Los habitantes de la Montaña también volvieron a unirse al esfuerzo por mantener a Debra mojada «Estaba un poco sorprendido, pero ala 9 am ella todavía estaba respirando y gimiendo», dijo Darnell. «Corríamos todo el tiempo con agua tratando de ayudarla»
De repente recibimos una llamada telefónica de Vladimir de La Toba, un guía de kayak local mexicano que había oído sobre el problema. Vlady, como lo llaman, también participaba en un programa de conservación de tortugas marinas. Nos dio ánimo diciendo que estaba en camino con otros tres voluntarios y un vehículo 4 x 4.
Improvisaron con una manta y una cuerda, un arnés, y utilizaron una camioneta para tratar de arrastra el ballenato los mas cerca del agua posible.
Eran nueve personas uniendo fuerzas para rodar la ballena hacia la marea entrante que por cierto era muy débil. «Yo estaba en el centro, justo al lado de las aletas pectorales, uno de los cuales aparentemente se había lastimado cuando Debra varó inicialmente», dijo García.«Yo estaba a cargo de mantener esa aleta en su lugar a través de cada rotación”. «Estábamos transpirando muchísimo, casi sin fuerzas», dijo.
La ballena ofreció el primer indicio en 24 horas que podría sobrevivir cuando la primera ola se estrelló contra su piel. El agua fría del Pacífico que finalmente se derramó sobre ellos era refrescante y alentadora.
A pocos más rolidos ya estaba flotando.
Blady la agarró por la boca y volvió la cabeza primero hacia el océano. García sostuvo su aleta lesionada y empujó. «De repente la cola comenzó a aletear como si nunca se hubiese varado», dijo García. «Se metió en el océano!»
Eran todos abrazos en la playa, Blady y García entraron en el agua acompañándola unos metros al lado y se arriesgaban a ser golpeado por tan tremenda mole y finalmente se adentró en el mar. «Mientras caminábamos de vuelta al campamento, con Sam nos detuvimos para contemplar el océano», dijo García. «Vimos a Debra con una ballena adulta, las dos se perdían en el horizonte».
Julianne Kopcke, una adolescente alemana que trataba de seguir los pasos de sus padres como zoóloga, sufrió a finales de 1971 una de las experiencias de supervivencia más insólitas del siglo XX. Sobrevivió a la explosión en pleno vuelo del avión en el que viajaba y a una caída libre de de 3000 metros. Pero la historia no acababa sino de empezar. La jungla amazónica la deparó 10 días de aventura y lucha por encontrar, en soledad, el camino de vuelta a casa.
El 24 de diciembre de 1971 Julianne Kopcke y su madre se dirigieron al aeropuerto de Lima, otra navidad tan blanca en las historias infantiles como cálida y desapacible en el altiplano peruano,24 grados entremezclados con nubes achaparradas y corrientes de viento andinas. Abordaron el vuelo 508 de LANSA con 93 pasajeros con destino a la ciudad de Pucallpa, en plena Amazonia Peruana, donde su padre, un reconocido Biólogo alemán las esperaba para celebrar la Navidad.
“Estaba muy contenta de terminar el curso y visitar a papi en su nuevo trabajo. Me prometió íbamos a clasificar juntos las fichas de insectos y coleópteros andinos: cucarachas de 20 centímetros, hormigas urbícolas y nuevas especies de mariposas. Orgullosa estaba de mi reciente graduación y de poder pasar junto a mi familia los tres meses de estación biológica que correspondían a mis padres como responsables del nuevo programa de investigación de historia natural de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde ambos trabajaban. Otra vez unas vacaciones en plena selva amazónica con los mejores profesores de ciencias naturales del mundo. ¡Qué más podía pedir!”
El vuelo 508 partía con retraso. La compañía Líneas Aéreas Nacionales S.A. no se caracterizaba por el cumplimiento estricto de los horarios establecidos. Hacía poco había perdido dos de sus tres aviones y los requerimientos de seguridad y compromisos administrativos lastraban los tiempos comprometidos. Hans, el padre de Julianne, hubiera preferido que volaran con Faucett Perú, de mayor prestigio y resolución, pero una semana antes de la reserva carecía ya de billetes.
“El vuelo entre Lima y Pucallpa debía durar cincuenta minutos y a los treinta minutos de vuelo se comenzó a nublar el cielo. Recuerdo un paisaje espectacular y muy cercano, claros y nubes dejaban paso a los colores perennes de la jungla. Esponjas verdes, quietas, tan mullidas como densas no dejando entrever un ápice de tierra. Todo era armoniosamente bello y acompañaba mis sentimientos de júbilo pre-vacacional. Mi madre complacía mi sonrisa con una mano sobre la mía. Con ella a mi izquierda y el paraíso a la derecha me sentía poderosa, dichosa. Una reina.
Poco a poco los claros eran los menos y las nubes se agrisaban, el movimiento de la aeronave acompasaba los pasadizos cada vez más esponjosos. La luz dejó de entrar con intensidad por mi óculo, difuminando las sombras y el semblante de nuestra vecina, acongojada y presa de manos y pánico desde que partimos de Lima.
El traqueteó derivó en pequeñas sacudidas y éstas en latigazos asumibles. El repentino silencio humano en el tubo metálico dio paso a los sonidos grotescos de la máquina. Algunos maleteros vomitaron objetos personales dejando caer las viandas de nochebuena sobre nuestras cabezas. Mientras, pitidos y crujidos indescifrables precedieron a una voz que para entonces sonó divina:
“Señores pasajeros les informamos que la zona de turbulencias que estamos atravesando se debe a una importante tormenta sobre la selva Amazónica. Abróchense los cinturones…
Fue una tempestad enorme, el cielo se puso completamente negro. Hubiera sido posible regresar a Lima o desviar, pero como era Navidad todos querían llegar junto a sus familias. Seguramente el piloto pensó igual, quiso pasar la tempestad y se metió de frente a la tormenta. El alivió debutó con un suspiro generalizado, no así los movimientos cada vez más bruscos de la máquina. Yo fijaba la vista en el motor derecho como recurso virtual a mi falta de apoyo físico. La fría humedad de la mano de mi madre delataba su consabido sufrimiento.
En ese punto, el viaje se tornó en la aventura de mi vida cuando una inmensa y cegadora luz atravesó el ala derecha que yo contemplaba. El avión se escoró rápidamente y comenzó a caer picado gobernado ahora únicamente por la ubicua gravedad. “
La causa del accidente responde a un patrón típico de la aviación comercial bajo tormenta. El piloto habría estado volando a altura media para evitar el cielo denso y así poder vislumbrar la pista de aterrizaje, cuando una ráfaga de aire descendente habría empujado y desequilibrado la aeronave produciéndose la fractura posterior debido, probablemente a algún rayo y a la baja calidad de unos materiales sin el mantenimiento preciso que se merecía la última nave de la LANSA: un Lockheed Electra L-188 turbo propulsado.
“Todo trascurría lento para el recuerdo, pero raudo en su desarrollo. El avión se partió en dos, justo delante mía a unas filas de la cola, por momentos la ingravidez acompañó la sensación de vértigo de un abismo visible a nuestro alrededor. Mi madre desabrochó forzada su mano de la mía para no volver a tocarla viva nunca más. El aterrador sonido de las turbinas que ahora se alejaban era de despedida y el fuerte olor a combustible desparramado me mantuvo lúcida hasta poco antes del impacto. Me esperaban 3000 metros de caída libre antes de llegar a ‘mi’ alfombra verde.”
Julianne estaba encadenada al asiento cuando éste se desprendió del fuselaje, lo que le salvó la vida. Según la investigación posterior el centro de gravedad del conjunto pasajero-asiento determinó la posición protectora durante la caída sobre una ladera muy tupida y densa unos 2 kilómetros por debajo del avión. La inclinación de la montaña acompaño la trayectoria (efecto trampolín de esquí) y el asiento sirvió de coraza para mitigar los latigazos de las copas de los árboles.
“Me desperté sentada en el mismo asiento, como iniciando otro viaje pero, esta vez, al infierno. Había tres cuerpos desmembrados a mí alrededor, creía que se trataba de una pesadilla y me volví a dormir por unos instantes. Cuando creí volver en sí me atraganté de realidad. Cuerpos inertes colgaban de los árboles, hierros, asientos, ropas y maletas desparramadas por la selva, humo, mucho humo y crepitar de combustiones desperdigadas hasta donde la espesura de la jungla dejaba distinguir. Estaba sola, muy sola y desconcertada. Tenía 17 años.
Me tomé un tiempo para incorporarme física y mentalmente a mi nueva angustia. Aturdida y muy mareada concluí que no tenía grandes heridas, apenas unos cortes en la pierna y en el ojo y un dolor fuerte en clavícula y rodilla, nada que no me permitiera deshacerme de las ataduras del asiento para ponerme en pié. Tan sólo unos cuantos pasos sin gobierno y rumbo me separaban de la peor imagen de toda mi vida. El cuerpo inerte de mí querida madre… Agarré su mano y cerré los ojos esperando que el tiempo diera, por primera vez, un pequeño paso atrás. ¿Soñaba?… ¿Vivía?….No sabía.”
Julianne estuvo inconsciente unas tres horas y cuando despertó se encontraba en tierra, sentada sobre su butaca, y rodeada de la más densa selva. El hecho de haber caído con su butaca, y que ésta cayó sobre la espesa vegetación le salvó la vida. Estaba perdida en algún lugar de la selva entre Lima y Pucallpa. Tenía la clavícula fracturada y un ligamento de su rodilla derecha seccionado. Unas 77 personas de los 91 pasajeros habían fallecido en el accidente y lo otros 13, fueron incapaces de sobrevivir a la selva. Los restos del percance estaban desperdigados en un área de unos 15 kilómetros.
“Nada puede superar el terrible dolor que sentía por entonces. Era el momento de sobrevivir o entregarse a los caprichos del destino, a los encantos del azar. ¿Por qué me tocó a mí vivir esa experiencia? ¿Por qué sobrevivir así es más doloroso que morir allá arriba? Las preguntas duraron lo que tardé en escuchar la voz de mi padre, lo que tardé en recordar su abrazo, su olor, su inmenso cariño, su increíble hazaña de llegar, a pie, de Recife (Brasil) a Lima (Perú) durante todo un año. No estaba ya sola.
Aprendí de mi padre el amor por la naturaleza, la vida y costumbres de muchos de los seres que ahora me rodeaban. Un año y medio viviendo en la estación biológica hacían de aquél lugar un sitio no tan extraño para mí. Sabía imitar el sonido de la tarántula. Había estado oteando nuevos pájaros apenas hace unos meses, coleccionando insectos anónimos hasta el bautizo paterno.. Estaba en casa y mi padre me esperaba para la cena….”
Después de comer algún fruto y los restos de alguna vianda que encontró, abandonó el lugar de la tragedia tras observar la llegada de los primeros carnívoros depredadores. Siguiendo las directrices de su padre buscó la fuente de agua más cercana para seguir su curso y buscar ayuda. Lo que Julianne no sabía es que se encontraba a más de 600 Km. de cualquier núcleo habitado.
La jungla con la que se encontró tenía las mismas características que la de la estación biológica de sus padres, donde ella había vivido por un año y medio. Eso fue fundamental para su supervivencia, ya que conocía la vegetación y a los animales.
“Yo sabía cómo me tenía que comportar en ese bosque Busqué primero muchas horas a otras personas; gritaba, llamaba y no había nadie. Antes de la primera noche encontré un pequeño manantial que me sació de agua y esperanza parar seguir un curso. Aproveché un pequeño barranco para pasar mi primera noche y guarecerme de la incipiente lluvia.
Me acordaba de que mi papá me había dicho que si te pierdes en el monte y no puedes salir porque los árboles son uno igual que otro, entonces tienes que encontrar agua que corre y seguir la corriente, porque los riachuelos desembocan en arroyos más grandes y después de cierto tiempo en ríos y ahí se puede encontrar ayuda. En eso pensé y decidí salir a buscar ayuda.
El 26 de diciembre se me acabaron los caramelos y golosinas que encontré arriba. No volví a comer nada en la selva. El temor por comer los frutos silvestres venenosos me llevó a ignorar la llamada gástrica. Seguí caminando con el mismo sentido que el agua, buscando mayores flujos.
Dos días más tarde la luz seguía atrapada en aquél ‘techo verde’. Nada parecía cambiar en el paisaje salvo mi ánimo y el tipo de canto de algún que otro pájaro. Reconocí entonces el sonido de uno cuyo hábitat sabía se movía cerca del bosque bajo, al lado de ríos algo más caudalosos. El Uirapurú es un bello pájaro que canta sólo al amanecer y al anochecer, cuando está construyendo su nido haciendo callar al resto de aves de su entorno. El gran río estaba cerca.
El 1 de enero, el río era ya nadable. Los reptiles y animales se apartaban a mi estela lo que me sugería posible presencia humana. Me pasé el día nadando y flotando a merced de la corriente, procurando no sumergir las heridas abiertas para no convocar el festín de las pirañas. Mis piernas no daban ya para andar ni aguantar mi peso. Débil y exhausta varé en una de las orillas arenosas dejándome llevar por la inconsciencia. Al despertar divisé una vieja barca escorada en la ribera.¿Estaba despierta?… incapaz ya de distinguir el síncope del sueño.
Alcanzarla fue todo un desafío, el cuerpo apenas respondía a estímulos. Reptando conseguí llegar a la embarcación y divisé lo que parecía ser un pequeño refugio. Dentro, de la selva, había un motor viejo y un bidón con algo de gasolina. Sólo tuve fuerzas para derramar el combustible en la herida de mi cuello, infestada de larvas de ‘mosca tornillo’. Con la idea de fumigar la plantación de ‘mis’ gusanos caí de nuevo, derrotada por el escozor, la fiebre y el cansancio.
Los vacíos se mezclaban entonces con recuerdos y sueños y la realidad se fundía con los deseos. Las voces de mis padres amortiguaban la lasitud y el sufrimiento mientras la consciencia luchaba por discernir entre todos esos estímulos…
El 2 de enero 1972 Unas voces de ángeles confundieron de nuevo. Eran tres cazadores y madereros que casualmente venían a cobijarse a su refugio. Al verme tirada ahí, medio desnuda, famélica, piel a jirones y regada por la lluvia me confundieron con ‘La diosa del Agua’ un ser mitológico que poblaba las leyendas y fábulas de la zona. Como tal me trataron, proporcionándome los primeros auxilios, comida, abrigo… Tras 10 horas de navegación en su canoa, alcanzamos el puesto de salud, donde me inyectaron los primeros antibióticos y me extrajeron los más de 70 gusanos escondidos bajo mi piel. De ahí partimos a la estación misionera donde pasé tres largas semanas recuperando cuerpo y ganas. ¡Gracias!»
En el pueblo de Tournavista Julianne dio detalles precisos del lugar del accidente para movilizar a las patrullas y así localizar los restos. Sólo constataron el infierno y la ausencia de más supervivientes. Si bien se supo que en los primeros días ella pudo escuchar el sonido de helicópteros que buscaban sobrevivientes, una semana después de la caída del avion habían suspendido la búsqueda. Juliane fue trasladada en trasladada en avión hasta Pucallpa, donde fue internada en el hospital. Allí, se reunió con su padre, en un emotivo reencuentro.
En 1998 Julianne a volvió al lugar mismo de la colisión aérea para filmar el documental «Wings of hope» (“Alas de esperanza”) dirigida por Werner Herzog y revivió cada momento que le tocó vivir. Tambien se realizó una película “Milagro en el Infierno Verde” de Giuseppe Scotese. Actualmente Julianne es una reputada bióloga y reside en Alemania.
Más de 40 cadáveres siembran los últimos 800 metros de la cara norte del Everest. Azotados por una ventisca perpetua que los mantiene siempre visibles al sempiterno escalador. Beck Weathers, un adiestrado alpinista norteamericano, compartió postura y convivió con todos ellos mientras esperaba en coma su muerte durante la primavera de 1996. Con sólo la cara y una mano al descubierto permaneció hundido e inconsciente bajo la nieve más de 36 horas antes de que su cerebro inexplicablemente decidiera salvarlo.
Beck Weathers perteneció a la infausta expedición protagonista del “Desastre del 96“. El año más mortífero de la historia en el Everest, con 15 fallecidos; 9 de ellos tras una repentina y extraña ventisca a escasos metros de la cumbre.
Al principio creí que se trataba de un sueño, cuando volví en mí, pensé que estaba en la cama. No sentía frío ni nada. Me puse de lado, abrí los ojos y vi la mano derecha delante de mi cara. Entonces reparé en lo congelada que estaba y eso me ayudó a reaccionar. Al final, desperté lo suficiente como para darme cuenta de que estaba hecho una mierda y de nadie vendría a salvarme, de modo que tenía que espabilarme por mí mismo
Beck Weathers, de 49 años, tenía 10 años de experiencia en alta montaña cuando se embarcó en el difícil ascenso del Everest. No sin antes pasar varios meses de durísimo entrenamiento coronando seis de las siete cumbres más altas del planeta. Estaba preparado. Un año antes, incluso, se había operado los ojos para corregir su miopía y encarar con mejor visión el desafío, en lo que sería la decisión desencadenante de su desgracia.
Era el 10 de Mayo. Cuando todos los escaladores llegaron al borde sudoeste, pasado el campamento IV y a escasos 450 metros de la cumbre; una descomunal tormenta no prevista les sorprende en la última cuerda montañosa. Y decimos cuerda montañosa porque en esa arista, un puente de 300 metros que conduce a la cima, nadie va atado; no hay cuerdas entre los alpinistas porque hacia cualquier lado la pendiente es tan vertical que si te atas a alguien, le arrastras contigo en caso de caída. A la izquierda 2.500 metros antes de aterrizar en Nepal; a la derecha 3.600 metros antes de dar con tus huesos en el Tibet.
En esa tesitura, a una temperatura de -50 grados centígrados, con vientos de 90 kilómetros por hora y en el apogeo del derroche láctico; los alpinistas empezaron a colapsar con el último martillazo de la naturaleza; entregándose al destino e hincando las rodillas a escasos metros de su objetivo. En ese momento había 20 escaladores y un parte de tiempo equivocado en los últimos 600 metros de ascensión. El drama acababa de comenzar.
Rob Hall daba el parte por radio al campamento III de la cabecera de la expedición a escasos metros de la cima. Su compañero Doug Hansen estaba exhausto y no podía ni continuar ni bajar. Se quedaría con él a esperar los refuerzos. También informó que Beck Weathers, nuestro protagonista, había colapsado durante la tormenta y yacía muerto en la nieve una decena de metros más abajo. Desde el campamento conminaron a Rob a que abandonase a Doug para poder salvar su vida. Rob contestó: “Imposible. Ambos estamos escuchando…”
Rob firmo con serena lealtad su sentencia de muerte no sin antes pedir al campo III que le pusieran en contacto -vía satélite- con su mujer, embarazada de siete meses, en Nueva Zelanda; de la que se despidió en la más absoluta soledad después de decidir el nombre de su futuro hijo.
Desde el campo III salió un equipo de rescate hacia la arista. Todd Burleson y Peter Athans, ayudantes del médico de la expedición, arriesgaron sus vidas en la imposible tormenta para salvar otras, quizás las menos. Al llegar al caos requirieron a los más fuertes a bajar hasta el Campo III, a 7.310 metros y estabilizaron a los colapsados en espera de imposibles. No encontraron a Beck Weathers.
Los compañeros le buscaron durante todo el día para certificar la muerte antes anunciada, pero la ventisca hacía imposible ver más allá de un par de metros. Además, el propio Beck, como contaría más tarde, se había desviado unos metros de la cuerda a causa de la ceguera que le estaba provocando la congelación de sus globos oculares. Las cicatrices de su antigua operación habían reventado por el frío y su visión antes de desvanecerse era prácticamente nula. Beck decidió antes de ‘doblar la rodilla’ resguardarse del fuerte viento en un recoveco de nieve para esperar la bajada de sus compañeros. Se imaginaba el fin.
El día 11 de mayo. 24 horas después de su desmayo. El equipo encontró el cuerpo de Beck Weathers, al lado del cadáver de la japonesa Yasuko Namba y cubierto completamente de hielo excepto media cara y la mano derecha que se erguía como un palo, congelada con los dedos abiertos y por encima de la nieve, como saludando. Comprobaron con dificultad que aún respiraba débilmente desde el coma y decidieron, ante la imposibilidad de efectuar un traslado imposible, certificar su segunda ‘muerte’. Al fin y al cabo, nadie había despertado nunca en la montaña de un coma hipotérmico.
Lo que ocurrió a partir de ese momento es un completo misterio para la ciencia. El Doctor Ken Kamler construyó y explicó su particular teoría para luego pasearla en infinidad de conferencias TED . Beck permaneció 30 horas en un estado catatónico. El oía a sus compañeros pasar y decir “está muerto” pero no podía ni moverse ni parpadear cuando marchaban. El cerebro del alpinista había revertido una hipotermia irreversible. ¿Cómo lo hizo? Según las especulaciones del doctor Ken el lóbulo temporal, en lo más profundo del cerebro y encargado de guardar los recuerdos; fue el último en abordar la hipotermia. Becks consiguió despertar porque los fuertes recuerdos de su familia mantuvieron la glucosa y la energía en la parte del cerebro donde también radica la voluntad: Las circunvoluciones del cuerpo calloso.
36 horas después del inicio de la gran ventisca Beck apareció tambaleándose como una momia en la tienda médica del campo III: Hola Ken… ¿Dónde me puedo sentar? ¿Aceptas mi seguro de salud?
El primer chequeo fue desolador. Tras su aparente lucidez se escondía un cuerpo congelado y rígido. La mano derecha era una piedra y en la cara asomaba ya la necrosis negra del tejido muerto. Los primeros tratamientos iban encaminados a paliar el dolor que despierta el calor del cobijo. Beck fue reservado en una de las carpas mientras atendían al resto de pacientes no desahuciados.
Durante esa noche, la ventisca destrozó la tienda donde estaba en solitario el alpinista y parte del nylon cayó sobre su cabeza, asfixiándole mientras le dejaba a la intemperie. Inmóvil pasó la noche entre gritos estériles y estertores de frío infinito. Cuando el equipo despertó y vieron el panorama pensaron en el desenlace fatal pero Becks… había vuelto a conseguirlo por tercera vez.
Con una camilla de sogas sus compañeros consiguieron evacuarlo al campo base, a 6.500 metros. Un helicóptero lo trasladaría, desde allí a un hospital en lo que se considera el rescate a mayor altura que ha hecho nunca una aeronave de esas características. Beck Weathers pasó hasta 10 veces por el quirófano durante su larguísima convalecencia. Le amputaron el brazo derecho a la altura del codo y los dedos de la mano izquierda y de los pies. También le reconstruyeron la nariz con trozos de piel de las piernas. Nunca más volvió a la montaña.
Cabe señalar que esta tragedia del Everest fue ampliamente cubierta por la prensa de la época. En aquellos años, por primera vez se ponían en tela de juicio las expediciones comerciales hacia el monte más alto del mundo.
La travesía de Weather llevó a que en el año 2000 él mismo escribiera su biografía, la cual sirvió como base para la realización de la película Everest (2015), que narra lo vivido por el grupo de escaladores en 1996.
Cuando Colón pisó América por primera vez, “Luna” (una secuoya de 60 metros de altura) tenía ya 500 años. El 10 de diciembre de 1997 cuando su tronco sobrepasaba los 1000 anillos, el destino y una motosierra se cruzaron en su cepa. Julia Butterfly Hill, una activista de 23 años, decidió interrumpir lo inevitable y encaramándose al árbol impidió la inminente tala. Pasó 738 días entre sus ramas y sin poner un solo pie en tierra obligó a la compañía maderera, tras durísimas negociaciones, a indultar el árbol y a todos sus hermanos cercanos del bosque de la ciudad de Stanford en California.
A finales de 1997 la Pacific Lumber Company irrumpió en la arboleda de 60 mil hectáreas para iniciar la deforestación de uno de los ecosistemas más importantes de la zona. Pero en su camino se topó con una tozuda mariposa.
Julia Butterfly Hill nació el 18 de febrero de 1974 en Arkansas. De familia muy humilde estudió en su casa hasta los 12 años. Su padre era un predicador itinerante y su casa una caravana que compartía con sus tres hermanos. La vida nómada y ambulante y la influencia paterna la educaron en la escasez y el pragmatismo.
Cuenta en su biografía que cuando era ya una adolescente, en una de las asiduas caminatas por la naturaleza con su familia, una mariposa aterrizó en su hombro y permaneció con ella durante todo el trayecto…metáfora de la aventura de su vida sirvió también para acompañar su nombre para el resto de sus días….
Pero fue con 22 años y una experiencia traumática a modo de grave accidente de tráfico lo que convirtió a Julia en la activista verde que conmocionó a un país entero. El percance dejó graves secuelas cerebrales que requirieron un lento proceso y terapia intensiva. La proporción y el valor del tiempo cambiaron para siempre en Julia que dedicaba sus largas horas de rehabilitación a la contemplación subversiva de los fastuosos bosques Californianos. La crisálida dejó paso entonces a la mariposa.
“Me adentré en el bosque y por primera vez experimenté lo que significa de verdad estar vivo. Entendí que yo formaba parte de aquello. Poco después supe que la Pacific Lumber Maxxam Corporation estaba talando esos bosques y mi confusión fue total. Contacté con la asociación Earth First, que hacía sentadas en los árboles para impedir su tala. Así conocí a “Luna”…”
La vida en el árbol fue muy dura y cambió por completo a Julia. La idea era estar dos semanas hasta el relevo de un compañero. Pero éste nunca se produjo. Un pequeño equipo le suministraba con cuerdas y poleas los víveres necesarios para la travesía, incluyendo unos pequeños paneles solares para cargar el móvil con el que organizaba las entrevistas, captar adeptos para la causa o incluso hablar en directo con el senado norteamericano. Su pequeño hogar, a 50 metros de altura, consistía en una plataforma de 3 metros cuadrados cubierta por una lona impermeable, un calentador a gas, un cubo con una bolsa hermética para hacer sus necesidades y una esponja con la que recogía el agua de lluvia o nieve para lavarse.
“De inmediato, la Pacific Lumber comenzó a talar árboles a mi alrededor. Aparecieron helicópteros que me echaban chorros de agua. Quemaron los bosques cercanos durante seis días y el humo destrozaba mis ojos y mi garganta, y me llené de ampollas. Luego montaron guardias día y noche para que no me pudieran suministrar comida. Terminé deprimida y amargada, chillando, dando golpes, al borde de la locura. Para consolarme pensaba en las familias de Stanford que a causa de la tala de los bosque se inundaban y se quedaban sin casa”
Pero lo peor estaba por llegar. En el invierno de 1998 una impresionante tormenta de más de dos semanas estuvo a punto de separar a Julia de Luna. Vientos racheados acabaron con la lona y empujaron a Julia hacia el vacío. Abrazada a la secuoya y próxima a la rendición, escuchó “la voz de la Luna” recordándole que “sólo las ramas que son rígidas se rompen”. Abandonó entonces el apoyo estable para agarrar la inmadurez y flexibilidad de las verdes ramas más jóvenes que fueron las que, a la postre, resistieron el envite y con ello salvaron la vida de Julia.
Salvar esa tormenta supuso un cambio de actitud. Julia se deshizo del arnés y de los zapatos y se fundió con su entorno alcanzando su apogeo espiritual. No iba a volver a vivir con miedo. Una importante dolencia de origen vírico en los riñones la encaró de manera simbiótica, medicándose con extractos de plantas cercanas suministradas por su equipo. Conocía cada insecto, cada rincón de Luna y esto le permitió encarar con certeza y ventaja psicológica la negociación con los deforestadotes que dejaron por entonces de llamarla “eco-terrorista”.
El tiempo fortaleció la imagen activista de Julia y poco a poco fue ganándose el respeto y los apoyos de muchas organizaciones ecologistas y de los medios. El desfile de famosos que subieron al árbol a visitarla (Bonnie Raitt, Joan Báez o Woody Harrelson) fue tan grande como el impacto mediático del desafío.
El 18 de diciembre de 1999 Julia descendió de Luna con las manos verdes del musgo y los pies encallecidos, en medio de una gran ceremonia y entregando esta carta. Culminó con éxito las negociaciones con la maderera quién se comprometió no sólo a respetar a Luna y todos los árboles cercanos en un radio de 60 metros, sino a incluir una política medioambiental en todos sus futuros trabajos.
Hoy en día Julia sigue al frente de un importante grupo ecologista y activista. Ayudó a crear la ONG “Circle of Life”, participando regularmente en muchos de los “Tree-Sit” fecundados con su hazaña y desperdigados por todos los rincones del planeta verde. Contó su experiencia en la copa de Luna en el Libro “El legado de Luna” impreso en papel reciclado y bajo el sello de tolerancia ecológica “SmartWood Certified“.
“Permaneciendo en la unidad, la solidaridad y el amor, sanaremos las heridas en la tierra y en cada uno de nosotros. Podemos marcar la diferencia positiva a través de nuestras acciones” frase de Julia en “El legado de Luna”
En noviembre de 2001 un desaprensivo buscador de reliquias (un infructuoso Mark Chapman de Luna) intentó cercenar a Luna y asestó un tajo con motosierra de 35 centímetros de profundidad en su cepa. Desde entonces unas gigantescas grapas consolidan el árbol.
La exitosa empresa de Julia ha ayudado a prestigiar a toda una generación olvidada para el activismo verde tan de moda en los 60’s. La fortaleza física y mental que puede proporcionar el reto de conseguir los propios ideales debe ser ejemplarizante y suficiente para desenmascarar otras actitudes de pancarta y cacerola tan incoherentes como egoístamente confortables.
“Nadie tiene derecho a robar al futuro para conseguir beneficios rápidos en el presente. Hay que saber cuándo tenemos suficiente” frase que inicia su libro “El legado de Luna”.
Repercusiones
Las referencias a Julia y su árbol Luna en la cultura norteamericana son constantes. Los Simpson rememoran el evento en uno de los capítulos de la serie “Lisa La ecologista” T12 C4. Los Red Hot Chili Peppers hacen referencia a la historia en su “Can’t Stop Live”. Y, a principios del 2009, la directora Indo-canadiense Deepa Mehta estrenó la película “luna” inspirada en los acontecimientos y protagonizada por Rachel Weisz.
Richard “Dick” Proenneke (1916-2003) se jubiló a su manera. Con 52 años dejó atrás su pasado para embarcarse en la aventura de su vida y buscar, en esencia, su libertad. Se retiró, en soledad, a un lugar recóndito de Alaska, donde construyó a mano una cabaña y pasó los siguientes 30 años en armonía con su entorno. Asceta de su pasado, la historia le ha convertido en uno de los más famosos eremitas del mundo.
Todo el mundo sueña con la jubilación perfecta. Un retiro con los suyos, bolsillos llenos y agendas vacías, cargado de ocio y vacío de responsabilidades. Richard “Dick” vivió solo pero no en vano. No era egoísta; parte de la herencia de su legado consiste en multitud de notas, escritos, fotos y filmaciones que hizo del paraíso de su experiencia. Nos deja una dote ejemplar, paradigma del modelo perfecto de supervivencia y patrón de la jubilación de nuestros sueños.
Dick Proenneke nació en Primrose, Iowa. Tenía una vasta familia compuesta por tres hermanas y dos hermanos. Su padre sirvió como militar en la primera guerra mundial y eso llevó pronto a Dick a alistarse en el ejército el día después del bombardeo de Pearl Harbor. Allí aprendió el oficio de carpintero y en esos años también contrajo unas fuertes fiebres reumáticas que le condujeron a cambiar pronto de estilo de vida. Dejando atrás el mundo militar abandonó la armada y sucumbió a los placeres de la ganadería en el estado de Oregón. En su infancia Dick aprendió mecánica y pretecnología de su pasión por motores y motocicletas. Herramientas del conocimiento imprescindibles para su futura aventura.
En 1950 se trasladó a la isla de Shuyak, ya en Alaska, y trabajó en un rancho privado por un corto espacio de tiempo. Más tarde obtuvo un trabajo en la base naval de Kodiak, como operador de equipo pesado y reparador de maquinaria diésel. Su amor por la naturaleza, presente durante toda su vida, se tradujo en unos primeros escarceos a modo de estudios y controles científicos para la sociedad estatal de vida salvaje y la famosa ‘King Salmon’.
Jubilarse de uno mismo
En la primavera de 1967 Dick dejó atrás algo más que 35 años de trabajo. Harto de vagar sin rumbo, planes y objetivos por una vida laborar plagada de esfuerzos que no daban recompensas, sucumbió a la llamada de la naturaleza.
No fue un plan demasiado meditado. Dick recabó en las inmediaciones de Twin Lake en 1967, víctima del último contrato como operador mecánico. Tras un accidente con maquinaria pesada, el amigo y capitán retirado Carrithers Spike le invitó a descansar y a conocer el inhóspito pero conmovedor paraje que sería, más tarde, su nuevo hogar por más de 30 años.
Ese mismo verano volvió solo a la zona para buscar el sitio ideal donde construir su leyenda y a cortar la madera suficiente para su nuevo hogar. La dejó lista y amontonada para volver en la primavera de 1968, tras pasar su último invierno en Iowa con su familia y preparando los suministros para su jubilación.
Me quedé quieto, mirando al corazón de esas montañas y me sentí como un hombre inspirado por un sermón divino que llega de primera mano, que viene del cielo y de los muchos estados de ánimo de esas montañas, tan poderosas
Un nuevo hogar, una nueva vida
Dick regresó a Twin Lakes el 21 de Mayo de 1968. Regaló su camioneta y pertenencias a su amigo el Capitán Spike y empezó a construir la cabaña solamente con herramientas de mano, sin utilizar clavos, ni percutores ni moto sierras y con los materiales que paría la propia naturaleza. Tardó casi cuatro meses. El tiempo se empezaba a parar.
La cabaña era y es (aún se conserva intacta tras 55 años) un pequeño rectángulo de 12 metros cuadrados (3 x 4), de madera de conífera joven machihembrada, sobre una cama de grava; ventanas holandesas (bisagras de madera), chimenea de piedra y una cubierta a dos aguas forrada con un manto de musgo autóctono a modo de impermeable. Ejercicio impecable y envidiable de cualquier eco-construcción actual. A unos metros de la cabaña construyó una pequeña ‘fresquera’ o almacén elevado, para proteger su despensa y provisiones del alcance de osos y otros animales.
Todos los muebles, mesas, sillas, camastro e incluso cubiertos e utensilios de cocina los talló Dick con la paciencia que da el no tener que responder para nadie. El tiempo se estaba, por fin, deteniendo.
Con los ahorros de toda una vida laboral había comprado una avioneta J-3 piper Cub con la que explorar nuevos territorios en Alaska. El destino quiso que tras un accidente al regresar por provisiones a Iowa quedara inservible junto con las ganas de Dick de volver a volar, por lo que las labores de intendencia de emergencia se las reservó a su amigo, el Piloto Alsworth Babe.
Habitualmente, demasiados hombres trabajan sobre cada una de las partes de un todo. Hacer un trabajo completo, como éste, me satisface y llena enormemente
Y el tiempo se detuvo
La vida se paró en Twin Lakes. Dick pasó 20 años documentando y observando el medio (flora y fauna) aportando documentos meteorológicos y científicos valiosísimos para la conservación del medio mientras cultivaba grosellas, amaestraba ardillas, comadrejas y aves; espantaba osos pardos y cazaba venados o hacía de guía ocasional de alguna expedición forestal. Siempre bajo el reflejo de los Lagos.
Interesantísimo es el documento gráfico que elaboró Dick. Armado con una cámara Bolex de 16 mm, grabó cientos de metros de película para disfrute personal y legado documental a modo de bitácora costumbrista. En ella nos muestra detalladamente el proceso de construcción artesanal de la cabaña. Él mismo se grababa con un trípode de aluminio haciendo estáticas las tomas en las que aparecía. Años mas tarde, el productor Bob Swerer editó y monto “Alone in the Wilderness” y otras dos películas con las más de 16 horas de negativo coleccionado. Podéis encontrarlas en la web oficial www.dickproenneke.com
El amor de Dick por la naturaleza, la pasión por la observación, la comprensión del mundo natural que lo rodea, y su dedicación al mantenimiento de sus escasos recursos deben ser una fuente de inspiración. Ese sueño recurrente que nos atormentaba, por utópico, alguien lo hizo en algún momento realidad. Lección de vida y de supervivencia tanto física como emocional.
Dick Proenneke abandonó a regañadientes su cabaña en el invierno de 1999, a la edad de 82 años, cuando ya tenía problemas de movilidad. Su hermano Rymond, lo secuestró literalmente, para salvarlo de una poco probable supervivencia en garantías a -46 grados de temperatura. Murió el 28 de Abril del 2003, después de donar su cabaña a los EEUU, que convirtió el lugar en un Parque Nacional.
Este lago puede cambiar la personalidad en una abrir y cerrar de ojos. Al igual que una mujer, todas las sonrisas del mundo en un minuto y pasar a un berrinche al siguiente
La niña que durmió 43 días entre 2000 muertos. Generalmente cuando un ser humano entra en supervivencia es debido a algún accidente o a alguna actividad que realiza en la naturaleza, el caso de Valentina es un caso de supervivencia a la mismísima raza humana. Nota en la Revista Andar Extremo nº 25 2012
Se cumplen ahora 29 años del genocidio de Ruanda. Una marca indeleble de infamia en el corazón del medro humano. Valentina Iribagiza tiene ahora 42 años y es ejemplo vivo de la memoria de aquella barbarie. Valentina, con 12 años, fue una de las escasas supervivientes tutsis de la matanza de Nyarubuye. Sobrevivió a los machetazos hutus y permaneció escondida entre más de 2.000 cadáveres en la Iglesia del pueblo durante 43 días; mimetizando un hilo de vida entre el hedor a muerte y el odio racial e irracional que emborrachó a toda una nación.
Valentina vivía con sus padres y seis hermanos en Nyarubuye, una tranquila aldea al sureste de Ruanda. Hasta principios de los 90 la convivencia entre las etnias hutus u tutsis se basaba en el respeto simbiótico heredado de siglos de enfrentamientos y polémicas sin sentido. Los hutus no olvidan las afrentas de los antepasados tutsis quienes protagonizaron en el siglo XVI diversas campañas militares para acabar con los príncipes hutus y colgar sus genitales en los tambores de guerra que luego tronaban por todo el país.
“En 1993, todo cambió. Estabas en clase, por ejemplo, y la gente te preguntará si eras tutsi. Siendo sólo un niño, no lo entiendes, y terminas por decir que sí. A partir de entonces, eras intimidado, especialmente por los niños hutus mayores, que te quitaban tus cosas y te amenazan”. Valentina Iribagiza
El asesinato del presidente Habyarimana y el avance del Frente Patriótico Ruandés desencadenó el derrame de odio e inquina por toda Ruanda. Empezaron las matanzas y la quema de casas por parte de las milicias hutus, obligando a un desplazamiento masivo de personas hacia campos de refugiados situados en la frontera con los países vecinos. Valentina y su familia se resguardan en la iglesia de Nyarubuye al cobijo de una inmunidad ficticia junto con 2.000 tustis y hutus moderados.
“El viernes 15 de abril llegaron los asesinos, encabezados por Sylvestre Gacumbitsi , el alcalde de mi ciudad. Reconocí a muchos de mis vecinos hutus entre los más de 30 hombres que rodeaban la iglesia. Llevaban cuchillos y machetes. Primero nos pidieron entregar dinero, diciendo que aquellos que pagaran se librarían de la muerte. Pero después de recoger el dinero les dieron muerte a todos . Comenzaron entonces a arrojar granadas. Vi a un hombre reventado volado por los aires, en trozos. Decían que éramos serpientes y que para matar a las serpientes tenían que romper la cabeza.” Valentina Iribagiza
Esa tarde, 15 de Abril de 1994, comenzó la carnicería en la Iglesia. Por la noche desaparecieron los asesinos pero volvieron al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente… con más refugiados y los machetes entre los dientes. Más de 10.000 personas murieron en Nyarubuye; unos 2.000 cuerpos descansaban en la Iglesia.
Valentina, siguiendo el instinto maternal, se había escondido entre aquellos cadáveres, junto a su madre y fingió estar muerta. Antes de eso había recibido muchos golpes, un profundo hachazo en la cabeza y le habían seccionado cuatro dedos de la mano derecha. La sangre y la calma eran el mejor de sus disfraces y, a la postre, lo que le salvó la vida.
Cuatro días estuvo apenas sin moverse, aguantando la respiración al menor movimiento y siempre arropada por los cuerpos de su propia familia y bebiendo el sucio agua de lluvia de abril que se colaba por las heridas de la propia iglesia. Presa del pánico, sus escasos movimientos eran calculados al compás del silencio del enemigo. ”Era muy tarde, alrededor de las 2:00 am, cuando los hutus regresaron. Si encontraban a alguien con vida, le aplastaban la cabeza con piedras. Vi como golpeaban (una contra otra) las cabezas a dos hermanos conocidos hasta su muerte. Uno de ellos pisó mi cabeza. Agitó su pie para ver si yo estaba viva. Dijo, “Esto está muerto”, y se fue. Viví entre los muertos por un largo tiempo. Por la noche, los perros venían a comerse los cuerpos. Una vez noté que el perro se estaba comiendo a alguien a mi lado. Le tiré algo y huyó mientras los soldados vigilaban el perímetro para que nadie escapara. Me escondí en una dependencia más pequeña y con menor número de cadáveres. Ahí es donde dormité y aguanté durante 43 días.” Valentina Iribagiza
Valentina pasó su cuarentena más difícil entre cadáveres, amparada por la muerte que tanto temía. Su cobijo y su defensa eran los cuerpos putrefactos de toda la comunidad junto a la que había crecido y a la que seguía viendo día a día, pero ahora con los párpados ya caídos para siempre
El poco alimento que recibía se lo entregó algún que otro niño sano, pero también escondido, en las inmediaciones de la iglesia y que aprovechaban su clandestinidad para llevar a su compañera frutos silvestres y semillas maduras del campo.
Su cuerpo, maltratado a golpes y heridas (apenas se podía arrastrar), se iba descomponiendo en vida, infestándose de larvas, piojos y toda la herrumbre que precede a la muerte. Con mucha dignidad y consciencia, esperaba el acecho del más temido de los tránsitos; al fin y al cabo nada podría ser peor que aquel infierno. Se consolaba.
A la mañana del cuatrigésimo tercer día un soldado de la ‘Interahamwe‘ que entró a reconocer la iglesia se topó, en un descuido, con una Valentina viva pero seminconsciente y demacrada. La levantó con una sola mano y dijo : “Ha llegado tu hora. Te voy a ahorcar y dejar en el mismo sitio”. El único resquicio de suerte en la vida de Valentina ocurrió cuando más lo necesitaba. Un grupo de militantes del FPR, acompañados de un soldado francés, interrumpió la maniobra del salvaje y rescató a la niña de su última batalla, a desventaja, con la muerte. Se la llevaron a Kibungo, donde pasó más de seis meses en el hospital recuperándose de las terribles heridas.
Amelia Earhart fue la primer mujer en volar el Atlántico en solitario, además de haber cruzado también el Pacífico, fue la primera en intentar la vuelta al mundo. Nota sacada en el Periódico de Aventura Andares nª 1 en Oct/Nov 2001 antecesor de la Revista Andar Extremo
La famosa aviadora norteamericana Amelia Mary Earhart nacida un 24 de Julio de 1897, se inclinó desde pequeña hacia el ámbito humanitario, siendo enfermera voluntaria de la Cruz Roja para los heridos de la primera guerra mundial.
Su carrera como aviadora comienza a los 23 años cuando voló por primera vez como tripulante en un biplano, en Long Beach, California, fue allí donde supo que tenía que aprender a volar. Así comenzó a tomar clases de aviación con una pionera llamada Anita “Neta” Snook.
En 1922 participó en intentos para superar marcas, e impuso el record de altitud para una mujer, de 4250 m., el cual fue superado una semana más tarde por Ruth Nichols. Al no tener ambición por sumar records en público, años después se une a la Asociación Nacional de Aeronáutica de Boston y comienza a promover la aviación entre las mujeres.
En abril de 1926 su vida iba a cambiar para siempre al recibir una llamada por motivos comerciales de un importante productor newyorkino, George Putman, quien le ofreció participar de su nuevo proyecto: el primer cruce del Atlántico en el que se incluía a una mujer. Una semana mas tarde la propuesta fue aceptada aún sabiendo que en el intento por realizarlo ya habían muerto once hombres y dos mujeres, y que sólo viajaría en condición de pasajero.
Un domingo de Junio de 1928, después de esperar varios días para que el clima mejorara parten desde Boston en el hidroavión Fokker, un trimotor llamado “Friendship (amistad)”. Este sería piloteado por Wilmer Stultz y Louis “Slim” Gordon quien cumpliría la función de mecánico, como comandante de vuelo estaría Amelia Earhart.
El destino de la primera etapa era Halifax, Nueva Escocia, pero las malas condiciones meteorológicas demoraron nuevamente el vuelo hasta el 17 Junio.
El Fokker con sus alas doradas de 22 m. de envergadura navegó durante horas en un ambiente gris húmedo bajando por momentos a menos de 150 m. de altura, hasta el punto que las salpicaduras del oleaje mojaban los flotadores.
Al divisar unos barcos pesqueros y más tarde la línea de la costa, se enteraron con asombro que habían pasado por encima a Irlanda, y que debido a la niebla no la habían visto. Descendieron suavemente hacia una bahía abrigada, aterrizando después de 20 horas 40 minutos en Burry Port, Gales del Sur. Amelia se convertía así en la primera mujer en haber cruzado el Océano Atlántico.
En el transcurso de 1931 Amelia rompe los records de altitud y velocidad llegando a ser uno de los pilotos más famosos del mundo.
Por un lado Amelia se había sentido afligida por el hecho que Stultz y Gordon fueran ignorados por los reporteros, ya que estos le habían otorgado todos los méritos del cruce trasatlántico a la “muchacha”. Y por el otro se había sentido frustrada por haber sido solo una acompañante en este vuelo; así decide durante el año 1932 entrenar duramente para lograr el mayor record hasta entonces “El primer cruce en solitario de una mujer del Océano Atlántico”.
Hasta principios de 1932 ninguna persona lo había logrado con éxito desde el cruce de Lindbergh, y el 20 de mayo del mismo año exactamente cinco años después del logro de Lindbergh, el Lockheed Vega modificado parte desde New Jersey a Terranova.
Amelia apreciaba viajar con poco equipaje. Llevaría algunas pocas provisiones, un termo con sopa, y una lata de jugo de tomate serían su sustento, a pesar de tener que soportar las bajas temperaturas del océano. Como no bebía café ni té se mantendría despierta con sales de olor durante el viaje.
Debido al clima hostil del Atlántico se formó hielo en las alas y provocó que el avión caiga en picada, antes de estrellarse recobró el control, pero minutos más tarde se produce un incendio en uno de los motores, el colector de escape falla, y el barómetro le avisa que se está produciendo una fuga. A pesar de las complicaciones después de 15 hs. de vuelo llega a tierra en Irlanda del Norte más precisamente en London Derry.
Amelia había roto varios records en este vuelo, era la primera mujer en volar el Atlántico sola y la única persona que lo había cruzado volando dos veces, logró la distancia más larga realizada por una mujer y la marca por haberlo cruzado en el menor tiempo.
Convertida en una celebridad comienza a luchar por los derechos de la mujer, reclama la licencia de aviación para las mujeres, tratando que se traslade este derecho a la igualdad a otros ámbitos.
En otoño de 1934, Amelia dio a conocer cual sería su próxima aventura “el primer vuelo transpacífico”, partiría de Hawai a California y posteriormente a Washington D.C. Despegó del campo Wheeler el 11 de enero de 1935, y aterrizó en Oaklan, California, luego de 18 hs. de vuelo. Anteriormente diez pilotos habían perdido la vida intentando lograr esta hazaña.
A los 40 años de edad, antes de retirarse se propone vivir un último momento de gloria, empieza a formular planes para un vuelo alrededor del mundo. El avión Lockheed Electra 10E fue el escogido para este vuelo. Para Amelia era la primera oportunidad en pilotear una nave tan grande, un avión de transporte de 1100 caballos de fuerza el cual poseía en la cabina un tanque de combustible que le permitiría realizar 5500 Km sin aterrizar.
No iría sola, la acompañarían dos expertos en aviación, uno era piloto de la Pan American Pacific Clipper, quien fue seleccionado como navegante por estar familiarizado con el área del Pacífico. Este piloto usaba el sol como referencia para navegar y controlar el rumbo. La primera pierna del viaje seria de Oaklan a Hawai y de allí al resto del mundo por encima del ecuador. Geoge invierte una fortuna en el proyecto de Amelia, en este viaje debe sobrevolar selva, desierto, montañas, etc.
El tramo más difícil de 2900 Km sería de Hawai a la isla Howland, un pequeño punto en el Pacífico. Cuando Amelia despegaba del aeródromo de Luke cerca de Pearl Harbor, sobre corrigió el rumbo al desplomársele el ala derecha y el avión osciló violentamente fuera de control. El tren se colapsó y la aeronave se deslizó sobre su vientre por toda la pista. Afortunadamente no hubo fuego, pero la nave había sufrido grandes daños. Arreglarla demandó 25.000 U$S y es así cuando Amelia hipoteca su futuro dispuesta a conseguirlo.
En mayo hacen un vuelo de prueba parando en la isla de Howland y de ahí a Miami comprobando que la aeronave funciona a la perfección.Como la travesía tendría que realizarse mas tarde en el año, debido a las condiciones meteorológicas en el Caribe y África, sería más seguro alterar el plan de vuelo y tomar curso hacia el este, en vez de hacia el oeste.
El 1 de junio de 1937, partían de Miami con destino a California por la vía más larga. La primera escala fue San Juan de Puerto Rico y de ahí por todo el borde nordeste de Sudamérica, posteriormente hasta África y el mar Rojo. La mayor parte del viaje, sobrevoló sobre el continente, pero aún faltaba la parte más peligrosa que era sobrevolar el Océano Pacífico, y al llegar a EEUU en Pórtland alcanzaría la victoria. Pasó días de fatiga, náuseas y mal tiempo, desde Asia se comunica con George convertido en el esposo de una gran heroína. Partió a Nueva Guinea habiendo recorrido las ¾ partes de la distancia total, 32.000 Km sin que el Electra muestre problemas, sólo le quedaban 4000 Km hasta encontrar la pequeña Isla del Pacífico. El 2 de Julio de 1937 un estadounidense es el último en filmar el Electra. No existe evidencia real de la trayectoria precisa de la aeronave después de Nukumanu. Nadie vio u oyó el avión sobrevolar. Se cree que el Electra fue cargado con 5.000 litros de combustible.
Un barco de nombre “Itasca” los guiaría por radio, a las 15 hs. de vuelo, 3 hs. antes del alcance máximo del avión, los navegantes reciben una comunicación, y acuerdan hablarse cada 30 minutos, lo pudieron hacer varias veces, pero más tarde perdieron el contacto. Pasadas ya 19 hs. de vuelo, sin poder encontrar la isla, comienzan las primeras señales de pánico. Antes de perder contacto el barco larga humo negro visible a 32 Km de diámetro pero aun así no logran divisarlo. A las 8:44 a.m. viajando de norte a sur logran transmitir el último mensaje: “KHAQQ llamando al Itasca deberíamos estar sobre ustedes pero no podemos verlos… el combustible se agota…”
El Electra cae, Amelia desaparece en el mar.
George Putnam busca desesperadamente a su esposa, mientras la marina de los Estados Unidos realiza la maniobra de rescate más grande de toda su historia movilizando 9 buques y 66 aeronaves a un costo estimado de 4 millones de dólares. Amelia mandaba cartas periódicamente a George a lo largo de su travesía. Estas fueron publicadas en el libro “Last Fliht (El Ultimo Vuelo)”. Al final del libro hay una nota de ella para George: “Quiero que sepas que estoy muy consciente de los riesgos… Lo hago porque lo quiero hacer. Las mujeres deben tratar de hacer las cosas tal como los hombres lo habrán hecho. Y cuando fallen, su fracaso no debe ser sino un reto para otras.”
A los 17 días la búsqueda fue abandonada por los barcos en el área de Howland, George continuó pidiendo ayuda para la búsqueda, pero para Octubre el también abandonó toda esperanza de encontrarlos con vida. A los 63 años, en 1950 George muere, momento en que era reconocido como el trágico viudo de una leyenda de aviación. Amelia Earhart queda inmortalizada al desparecer sin dejar rastros convirtiéndose en uno de los misterios más grandes del siglo XX.
¿Dónde estaría Amelia? Se ha determinado que el avión cayó entre 35 a 100 millas de las costas de las Islas Howland. A bordo de la Aeronave llevaban una balsa salvavidas pero nunca se encontró ningún rastro de ellos. Algunos expertos creen que los tanques de combustible vacíos podían haber mantenido el avión a flote durante cierto tiempo. A lo largo de varios años diversas hipótesis no confirmadas se han reportado:
– Amelia estaba en una misión de espionaje autorizada por el presidente Roosevelt y fue capturada. – Ella estrelló a propósito el avión en el Pacífico. – Fue capturada por los japoneses y forzada a transmitir para las tropas americanas como “La Rosa de Tokio” durante la segunda guerra mundial. – Vivió por años en una isla en el Pacífico del sur con un pescador nativo. – En 1961 se pensó que se habían encontrado los huesos de Amelia y Noonan sobre Saipan, pero resultaron ser de nativos saipaneses. -En el año 2012 se hizo un estudio en el océano diciendo que se veía cerca de las islas Howland, un tren de aterrizaje y un neumático, pero nada fue ratificado -En el año 2018 aseguraron estudios científicos que unos huesos hallados en la Isla de Nikumaroro en 1940 pertenecen en un 99% a Amelia
Valor Valor es el precio que la vida exige por otorgarnos paz, Alma que no lo conoce, no conoce liberación de las pequeñeces;
No conoce la lívida soledad del miedo, Ni alturas de montaña donde la intensa alegría puede escuchar El sonido de las alas.
¿Cómo podría la vida concedernos la dicha de existir, compensar la opaca y gris fealdad y el prolífico odio? Al menos que nos atrevamos.
¿El dominio del alma? Cada vez que tomamos una decisión pagamos con valor para contemplar el incansable día Y encontrarlo hermoso. Amelia Earhart
Hemos visto casos muy diferentes de supervivencia, este hecho se caracteriza porque las familias que sobrevivieron se aventuraron ante el clima, la altura y el régimen de Alemania Oriental.
Evasión en globo sobre el Telón de Acero.
En Septiembre de 1979, se llevó a cabo la Guerra Fría, más de 500 personas murieron intentando cruzar el Muro de Berlín, el último horror que el nazismo dejó a su pueblo. Peter Strelzyk, judío asediado en la Alemania Oriental, decidió que era el momento de huir con toda su familia. Con sábanas, cortinas, harapos y 2 años de trabajos previos construyó un gigantesco aerostato con el que protagonizó una de las más audaces fugas sobre el Telón de Acero. Su vuelo nocturno se convirtió en un símbolo para millones de alemanes de ambos lados de la infame barrera.
Preparativos
Peter Strelzyk, judío de nacimiento y electricista de profesión vivía con su familia en PöBneck, pequeña localidad de la antigua RDA (República Democrática Alemana), cuando asfixiado por las carencias y las presiones comunistas decide hacer realidad el sueño de la mayoría de los oprimidos por el ‘Muro de la Vergüenza’. La tenacidad de Peter marcaría la diferencia del resto de opositores a evadidos.
Decenas de miles de oprimidos intentaron cruzar el Muro con diferente éxito. Las técnicas de escapada variaban normalmente entre la ingenuidad del simple salto y la complicación de los mini-túneles subterráneos. Otros utilizaban la picardía y el ingenio para burlar los controles fronterizos.
Célebre e interesante caso el de Horst Breistoffer un profesional del escapismo que ofrecía sus servicios a cambio de ingente papel moneda. Como sabía que la STASI sólo inspeccionaba los grandes vehículos en los pasos fronterizos en busca de polizones en bodegas y maleteros; modificó un Isetta 1964 italiano (minúsculo automóvil) para dar cabida y embarcar clandestinamente a un polizón por viaje, reconvertido ahora en contorsionista ocasional. Debido al tamaño exigido sus clientes eran, principalmente, los hijos de fortunas judías o acaudalados refugiados.
En marzo de 1978 Peter Strelzyk se encuentra trabajando en la obra de un conjunto de apartamentos en su localidad cuando decide compartir sus inquietas intenciones con Guenter Wetzel, un compañero albañil quién se declara dispuesto a participar desinteresadamente en los preparativos. Llegaron a la conclusión de que las minas y los excesivos controles hacían imposible una fuga tradicional por tierra para una familia completa (con dos niños). El cielo y el aire era la única salida. Ya estaba decidido el pasaje y el medio. Era el momento de levantar el proyecto.
El temor al descubrimiento y la seguridad de su familia durante el viaje marcaron los preparativos. Informaron a sus respectivas mujeres y se pusieron manos a la obra. Los cálculos del tamaño de la aeronave fueron sencillos. Para elevar a 4 personas eran necesarios 2.800 metros cúbicos de aire caliente y, con ello, unos 850m2 de tela que lo atrapase. Lo difícil fue recolectar el material necesario en una economía de escasez. Compilaron todo tipo de telas, cortinas, sábanas, retazos y con parte de los ahorros de toda una vida compraron los 490 metros cuadrados de tela que les faltaban, con la excusa de fabricar unos toldos para el club social al que pertenecían. Para el combustible del aparato utilizaron garrafas de propano convenientemente modificadas. Peter transformó un antiguo barómetro en altímetro para calcular las alturas de vuelo.
Tres cuartas partes de los alemanes del este querían escapar. Lo malo es que la parte restante cooperaba con la policía secreta para informar de los prófugos.
Noches de miedo e insomnio marcaron la construcción de la aeronave. La mujer de Peter -Doris- y sus hijos -Frank y Fitscher- se turnaban en el sótano de su vivienda para coser y levantar la estructura y góndola de la nave; una base ligera de madera con un simple peto de cuerda y varilla. En mayo de 1978 ya tenían preparado el globo. Sólo había que esperar pacientemente que apareciese viento suficiente.
La fuga.
Llegó el día. El 3 de julio de 1978, el parte de la emisora ‘Bayern 3’ anunció viento del norte. Los pasajeros se desplazaron de madrugada a la localidad de Lobenstein a 7 kilómetros de la frontera. El globo se elevó hasta los 1.900 metros durante casi 25 minutos pero el cambio de presiones y la humedad de una nube baja aumentaron el peso del telaje provocando el descenso apresurado hasta que la nave se enganchó en un abeto. El vuelo se había malogrado, afortunadamente, sin incidentes.
Descompuestos por el fracaso meditaron aumentar el tamaño del globo para no volver a fallar. La familia Wetzel (Petra e hijos) colaboró esta vez en la construcción de la segunda versión a cambio de sitio en el pasaje (8 personas ahora). Pasaron a los 4.000 metros cúbicos de aire de cálculo y una envergadura final de casi 25 metros; el doble de la primera versión. Para ello tuvieron que recolectar más tela y nailon. Empeñaron todo valor y compraron tejido en pequeñas cantidades pero en muchos comercios distintos para no levantar sospechas. Peter reconstruyó un viejo motor con el fin de acelerar la costura a máquina.
Más de 6.000 metros de hilo de Nailon se convirtieron en 2.500 metros de costura en tan solo 8 días (cálculos realizados a posteriori). Mientras, la policía les pisaba los talones. Habían encontrado el viejo globo enganchado en el abeto y estaba investigando su procedencia. El tiempo escaseaba.
Tras varias jornadas de 24 horas seguidas cosiendo, terminan el globo de 8 plazas. El 17 de septiembre los vientos del norte aparecen mezclados con tormenta eléctrica. A pesar del peligro no podían esperar más. Cargaron su viejo Wartburg con los 175 Kg. de aerostato y se pusieron rumbo a las colinas de Lobenstein. Peter encendió los quemadores de propano apresuradamente. Una llama de casi 12 metros chamuscó su barba incipiente mientras calentaba el aire del globo. El ventilador reciclado de un pequeño ciclomotor distribuía el aire por el interior de las lonas. Todo listo.
Afortunadamente los cálculos, esta vez, fueron suficientes. El globo se elevó con los 4 adultos y 4 niños hasta los 2.500 metros mientras duró el propano. Cuando este se terminó, poco a poco, fue descendiendo hasta alcanzar una pequeña colina en la ciudad de Naila, al otro lado de la frontera.
Sin la certeza del éxito desembarcaron para buscar señales positivas. Permanecieron cobijados varias horas en un granero cercano. Hasta que pronto divisaron una patrulla de policía. Cuando distinguieron la marca del coche (Audi) tuvieron la certeza de que se trataba de un destacamento de la Alemania occidental. Estaban a salvo y en el lado correcto.
La Cruz Roja de Baviera y la alcaldía de Naila los acogió hasta que ambas familias encontraron trabajo y hogar.
La trascendencia de la famosa evasión supuso un duro golpe a la imagen infranqueable de la frontera política. Inspirador, modelo y símbolo de libertad para millones de incrédulos, el vuelo de los Strelzyk significó el comienzo de lo que sería la fundición del Telón de Acero.
Fuentes y enlaces:
Algunos recordaran una entretenida película de Disney titulada “Fuga de noche” (Nigth Crossing), protagonizada por John Hurt y basada en los hechos (90% realista según Peter Strelzyk). También circula la historia por las mejores recopilaciones de fugas históricas.
Jordán Nicurity salió a realizar un trekking corto por unos bosques y playas, pero la fatalidad hizo que caiga en precipicio. Estuvo 4 días intentando subir un acantilado en la Isla Hornby al oeste de Canadá.
Jordán es canadiense y tenía 26 años, era un apasionado de la vida al aire libre, luego de terminar sus estudios trabajo en granjas orgánicas al norte de Canadá, antes de enamorarse de la pequeña Isla Hornby, en la costa del pacifico norte. Una verdadera comunidad, la gente se conoce entre si, la isla tiene solo un pequeño poblado con pocos habitantes.
La atracción de la isla son sus acantilados que dan a mar abierto con una naturaleza salvaje con mucho viento. Las formaciones de arenisca son únicas. Jordan tenía una empresa de jardinería y aprovechaba el tiempo libre para hacer caminatas.
Uno de esos días fue a un lugar remoto al oeste de la isla, tomaría unas fotos y regresaría a almorzar. Estaba soleado pero el clima venia raro así que decidió llevar un abrigo extra, preparo un poco de té y metió todo en la mochila.
En lugar de seguir el sendero prefirió hacer campo traviesa, abriendo su propio camino, atravesó troncos, hizo un par de subidas, todo lo que le gustaba hacer habitualmente. Media hora después Jordán llegaba ala costa, nueve metros abajo estaba la inaccesible playa Mushroom. El camino hasta la playa era peligroso, era difícil bajar, al ser empinado la gente no se acercaba, así que estaba muy asilado. Jordán continuó hasta que se encontró con una soga, alguien la había atado una a la base de un árbol cerca del acantilado para ayudarse a bajar para ayudarse a bajar, así que la tomo y bajo en un lugar muy escarpado. Jordan sabia que la única vía de escape de allí era volver a subir, la temporada de vacaciones había terminado hacia una semanas, así que tenía todo el lugar para el solo, lo único que había era un refugio en la playa muy lindo, leyó una National Geographic por una hora y siguió sacando fotos.
La isla era famosa por sus piedras de arenisca, que estaban al norte, parte de su trekking fue para sacar fotos a esas piedras.
Luego de sacarle de todos los ángulos, comenzó a buscar un mirador, el acantilado daba toda la vuelta y vio una saliente que le parecía un buen punto para sacar fotos donde se veía la isla Vancouver por el horizonte. Decidió dejar la cámara con la mochila e ir hacia arriba, a la saliente, si le parecía buena la toma bajaría a buscar el equipo.
Subió por un lugar muy peligroso, cuanto mas ascendía más vertical se ponía el acantilado, para llegar a la saliente tenia que pasar por un lugar casi imposible. Pensó en abandonar, ya que estaba a mucha altura, pero decidió dar un paso más, quería llegar a esa saliente. En el momento que estiro el brazo para meterlo en una ranura, era la única vía para pasar, llego a tomar la roca pero la toco esta se partió, tenia los pies sobre la saliente pero no hacia equilibrio. Vio caer la roca y conto para el mismo 5 largos segundos, seguido caería su cuerpo.
Supo que no mantendría el equilibrio y seguido a eso tuvo la sensación cuando uno está en una montaña rusa, la adrenalina se disparo en ese momento, sabia que seria algo grave. Cuando comenzó a caer desde los nueve metros el tiempo comenzó a ir mas lento, parecía que se detenía, eso fue lo mas surreal de la caída, pero la gravedad volvió a acelerar todo de inmediato. De repente estaba en el suelo, al abrir los ojos lo primero que observo fue el cielo azul y la saliente de donde había caído, podía sentir que había sufrido un gran impacto, le dolía mucho la cabeza pero se sorprendió al darse cuenta que estaba vivo. Lo primero que hizo fue revisarse la cabeza, no se toco nada roto, así que se alegro unos segundos, luego pensó que se podría haber roto la columna, durante 5 minutos tomo coraje para intentar mover los dedos, por fin vio a través de sus pierna las puntas de sus botas moverse, doble alegría. Luego de eso le quedaba analizar el resto del cuerpo a ver en que estado se encontraba. Al intentarse darse vuelta ya que estaba boca arriba sintió que dos hueso se rozaban entre si y un intenso dolor surgió desde las entrañas. Sintió un crujido, estaba transpirado por el dolor y por el impacto. Giro y se todo la cadera, no era una simple quebradura, donde antes había huesos lisos solo había trozos sueltos que se tocaban entre si y estaban presionando la piel.
La caída había destrozado por completo la pelvis de Jordán, era una terrible lesión que le había separado por completo la pierna derecha del resto del cuerpo. Pararse no era posible, intento darse vuelta para arrastrarse y el dolor casi lo desmaya, no pudo hacerlo, encima había dejado su teléfono arriba de la camioneta, vivía solo así que nadie lo buscaría.
Sabia que no podría contar con ayuda externa, así que al pasar unas horas de la caída, se puso como meta llegar a un lugar cercano donde había madera para encender un fuego y pasara la noche, en esa época del año las noches son bastantes frías. Pero el primer paso a la hora de haberse caído era arrastrase 90 metros hacia la mochila, pero primero tuvo que darse vuelta, tarea que fue una pesadilla al tener la pelvis rota.
Apenas lo intenta el dolor lo desgarraba literalmente, porque cada intento los huesos rotos le rompian mas los musculos y nervios, los 90 metros parecían 90 kilómetros.
Luego de dos horas en el mismo lugar recordó que las películas la gente que sufre mucho dolor muerde cosas para poder superarlo, así fue que se saco el cinturón y comenzó a morderlo. Eso le hizo pensar en otra cosa y así avanzar un par de metros, pero el terreno al estar en un acantilado rocoso le ofrecía muchos obstáculos, desde rocas del tamaño de un sofá, pasando por rocas del tamaño de un auto hasta rocas del tamaño de un monoambiente.
Estaba a solo 45 cm del piso así que Jordan no podía observar lo que había detrás de cada roca, todo se trasformó en un paisaje que conspiraba en contra de su vida, era muy frustrante avanzar algunos centímetros y tener que desandarlos porque no se podía pasar.
Luego de dos horas había avanzado treinta metros, no estaba ni a la mitad de camino de la mochila. Muy cansado descubrió algo terrible, la marea comenzó a subir y estaba a muy pocos metros de distancia. Sabia que estaba por debajo de la marca de la marea alta si no se alejaba de allí en el agua no duraría ni 5 minutos.
Oía chocar las olas contra la roca que estaba a menos de un metro de él, pensaba que no lo iba a lograr, seguro que por el miedo a ahogarse se mentalizo y cuatro horas después del accidente y ya casi caida la noche llegaba a su mochila que estaba en un punto más alto.
En condiciones normales lo que le había llevado cuatro horas hubiese tardado menos de un minuto, la recompensa fue un sorbo de te caliente un saco de lana que le ayudaría pasar la noche.
La temperatura comenzó a bajar a medida que se adentraba la noche, intentaba dormir pero cada vez que se dormía soñaba que se caía del acantilado, fue una noche larga.
A las 7 y 20 de la mañana del segundo día habían pasado 18 horas de la caída, Jordán sabia que nadie lo podía encontrar porque en esa época del año no iba gente. Pero el animo al amanecer le cambio porque sabia que podía empezar a moverse, tendría que ir al sector de la playa que tenía piedras chiquitas lugar donde estaba el refugio hecho con maderas, tendría la posibilidad de prender un fuego para intentar hacer señales con el humo. Pero estaba a 465 metros, muchísima distancia por sus condiciones, supuso que colocándose el cinturón en el pie derecho y tirando para fraccionarlo le costaría menos desplazarse.
Este sistema le mantenía la pelvis más quieta y le permitió desplazarse al doble de velocidad, esta nueva técnica le dio esperanza, la única contra era que las piedras al ser de arenisca era como desplazarse sobre lijas. Esto provocó que la piel de las manos se le lastimara, dejándole los dedos expuestos en carne viva. También las piernas sufrían el mismo efecto, los pantalones se le rompían y llegaba a rozarle la piel. Cada metro que ganaba, se lastimaba más,
A 26 horas de la caída y con el sol del mediodía, Jordán al no poder cubrirse comenzó a deshidratarse, ya no tenia mas te y rodeado de agua salada no tenia opción. Bebió un poco de agua de los charcos que se formaban arriba de las piedras. Y comenzó a deslizarse por ese lugar, por un lado era mas sencillo pero el dolor de las heridas al estar en contacto con el agua salada era insoportable.
Las heridas internas de Jordán comenzaban a hacerse sentir, le hacían doler la cabeza y le producían que la visión sea bororsa, pero en un momento pudo divisar un movimiento entre las olas, por la forma era un kayak. Grito lo más fuerte que pudo y agitaba uno de sus brazos con toda la energía posible, luego de un rato se dio cuenta de lo peor, no era una embarcación sino una roca que sobresalía del mar.
Jordan estaba a mitad de camino de la playa, cuando el clima cambio de repente, comenzó a llover, estaba empapado, tenía que llegar al refugio por lo menos para cubrirse.
Hora a hora, paso a paso luego de 30 horas de haberse caído en su segundo día, Jordán llego al refugio. Estaba anocheciendo y todo estaba muy húmedo, pero al menos tenia protección para pasar la noche, si bien no era impermeable ni lo protegía demasiado del viento era como un hotel. No había forma de secarse, se quedo con la ropa mojada y se acurruco en forma fetal para no peder el calor. Podría sufrir de hipotermia sumado a una descompostura por beber agua salada. Pensaba mucho en su familia, se imaginaba a su hermano y sus padres enterándose la noticia de su muerte.
Amaneció el tercer día, hacia 40 horas que había caído, sabia que si quería sobrevivir tenia que subir el acantilado. Le había sido difícil bajar en condiciones normales, subir en estas condiciones seria imposible. Tenia que obtener ayuda o moriría. Jordan tenía que subir 9 metros, desde el borde del acantilado tenia que confiar en la fuerza de sus brazos para subir por la cuerda. Minuciosamente comenzó a subir elegía las rocas para tomarse, una mala decisión derivaría en otra caída y su cuerpo no lo resistiría. Pero poco a poco fue subiendo y cuando estaba a unos 3 metros de llegar la soga se desprendió del árbol, por suerte se había tomado de una roca y eso evito otra caída. Los brazos no le daban mas, no podía hacer movimientos torpes porque seria el final, centímetro a centímetro con nada de fuerza en sus brazos fue tomándose de los pastos, llego a la cima, tenía heridas por todo el cuerpo.
El agotamiento era tan grande que estuvo tirado pro 20 minutos sin moverse, habían pasado 48 horas de la caída. Le había llevado dos días para recorrer 550 metros, estab aun pequeño paso de sobrevivir, tenía que recorrer 1500 metros de un camino de tierra. En tramos de 10 pasos se iba poniendo metas, descanaba 6 segundos y seguía otros 10 pasos o mejor dicho 10 arrastres de brazos. Apunto de desvanecerse y muy deshidratado Jordán recorrió por 6 horas el camino hacia la salvación. Mientras anochecía se arrastró hasta una mesa de picnic, que estaba en un bosque. Su salud empeoraba a medida que pasaban las horas y perdía las fuerzas.
Amaneció en su cuarto día, hacia 65 horas que habia caido del barranco, su plan era poder acercase al máximo a un lugar donde alguien lo pudiera ver, le llevo 2 horas y media moverse 18 metros, se movía un metro y medio se desmayaba 10 o 15 minutos. La realidad física le había ganado y la cabeza no le ayudaba para nada. En un paso que estuvo despierto hoyo un ruido, al despabilarse se dio cuenta que eran voces, grito o más bien vocifero lo mas fuerte que pudo para llamar la atención de las personas que pasaban por allí. Pero los susurros de ayuda fueron desvaneciéndose como la voces se fueron alejando, quería retomar conciencia pero los sueños y la realidad se le mezclaban. Volvió a escuchar voces, pero esta vez entre los susurros pudo ver a lo lejos camperas de colores pasando entre los árboles. Pero se alejaban, los últimos dos del grupo estaban ya casi por desaparecer y en un instante una mujer con un piloto naranja que iba atrás de todo se freno y como en cámara lenta giro la cabeza hacia Jordán. Empezó a girar la cabeza hacia alrededor y se volvió en dirección a él y lo miró. Jordan sintió el alivio que jamás había sentido, corrieron hacia el e inmediatamente lo asistieron.
Curaron el páncreas desgarrado, las hemorragias y las heridas, en una serie de operación re armaron la pelvis destrozada con tornillos de titanio y también necesito que le hicieran injertos de piel en las piernas y manos, se recuperó por completo y vive cada día como si fuera el último.
Vivimos sabiendo con certeza que moriremos, pero no sabemos ni cuando ni como, lo único que podemos elegir es que hacer con el tiempo que tenemos y eso no hay que desperdiciarlo ni siquiera un poco.
Un accidente aéreo, tres sobrevivientes, tribus carnívoras y una exuberante e impenetrable selva en mundo perdido. Aviadores de la II Guerra Mundial heridos y perdidos, un rescate imposible, la excitante historia quedó en el olvido durante más de seis décadas pero el libro "Perdidos en Shangri-La" la recuperó.
Si no fuera porque el escritor y profesor de periodismo Mitchell Zuckoff encontró tanta evidencia de que ocurrió como él lo cuenta, el relato parecería tan inventado como las leyendas que existían sobre el lugar donde pasó.
Pero así todo hubiera sido ficción, valdría la pena, ya que tiene todos los elementos y el encanto de las mejores películas de acción. Incluso una heroína que físicamente tenía poco que envidiarle a Grace Kelly.
Y fue precisamente gracias a ella que la prensa de la época reportó el incidente. «Cuando los reporteros vieron su foto, empezaron a cubrir la historia pues era como si una joven estrella de Hollywood se hubiera caído en la mitad de la selva: era como salido de una película de Tarzán».
Y, gracias a que su belleza cautivó a los periodistas, Zuckoff se topó con la historia, cuando estaba investigando otro tema.
El principio
Era mayo de 1945 y mientras que en Europa ya celebraban la victoria, en el Pacífico, la Segunda Guerra Mundial aún no terminaba.
Sin embargo, ya no había combates en lo que entonces era Nueva Guinea Neerlandesa (hoy, las provincias indonesias Papúa y Papúa Occidental, en la isla que queda al norte de Australia). Así que un grupo de militares estadounidenses se preparaba para disfrutar de un paseo recreativo en avión.
«Yo no sabía que esas cosas pasaban, pero un piloto que estuvo en Irak recientemente me contó que todavía se hacen ese tipo de vuelos. Los llaman “vuelos de incentivo”: si quieren premiar a alguien, como un cocinero que se la pasa metido en una cocina, de tanto en tanto los llevan a pasear», señala Zuckoff.
En este caso, en esa época, el paseo era a lugar tan exótico como desconocido.
«Un año antes de este vuelo, dos aviadores estadounidenses sobrevolaron el lugar y donde el mapa decía que había montañas vieron un valle increíble, habitado por decenas de miles de personas para las cuales la Edad de Piedra nunca había terminado».
Una vez que lo encontraron, todo el mundo quería ir. «Pero nadie podía llegar: no se podía aterrizar, ni era fácil ir a pie, pues estaba rodeado de montañas. Así que todo el mundo quería tomar uno de estos vuelos, para poder mirarlo desde las ventanas».
Unos de los primeros en ir fueron dos corresponsales de guerra y, al verlo desde la altura, «pensaron en Horizontes Perdidos de James Hilton, la idea de lugares magníficos, alejados de la civilización», por lo que lo apodaron «Shangri-La» y así se le conoció.
Mitos distópicos
Poco se sabía del lugar, particularmente, de sus habitantes. Un biólogo, Richard Archbold, había estado ahí, «pero él no estaba interesado en la gente, sino en la flora y fauna». Como suele ocurrir, la falta de conocimiento engendró mitos.
«Se decía que medían más de dos metros, que practicaban sacrificios humanos…», cuenta Zuckoff. Ninguno de estos rumores resultó cierto.
En cualquier caso, quienes se disponían a viajar no tenían ninguna intención de comprobar la veracidad de las leyendas: el plan no era más que sobrevolar el área, como cualquier turista.
El 13 de mayo, 24 militares se embarcaron en el avión “The Gremlin Special”, un nombre que, dado el desenlace, resultó desafortunadamente acertado.
El Gremlin especial se estrelló contra una montaña y sólo tres pasajeros sobrevivieron.
«La primera es Margaret Hasting, esta bella cabo del ejército; el segundo es el sargento Kenneth Decker, quien sufrió una herida terrible en la cabeza y quedó amnésico (no recordaba nada del accidente aéreo). El tercero, teniente John McCollom no tenía muchas heridas físicas, pero sufrió lo que sólo se puede describir como una herida existencial. Su hermano gemelo estaba en el avión pero murió. Así que cuando salió a la selva, se encontró solo por primera vez en la vida».
Con mucha dificultad, todos los líquidos que encontraron y algunas bolsitas de dulces, emprendieron su camino hacia el valle.
«McCollom se dio cuenta de que si se quedaban ahí, se morían. No había ningún chance de que los encontraran, pues estaban en medio de una tupida selva. Así que se fueron en busca de un claro en el valle, y McCollom llevó consigo un pedazo de lona amarilla: algo que pensó se podría ver desde el aire», relata Zuckoff.
Y esa fue su salvación: el pincelazo de amarillo en ese mar de verde fue lo que quienes los buscaban los vieron.
Diablos o ángeles
Como era de esperarse, se dio el temido encuentro: los tres sobrevivientes heridos se vieron de frente con unos nativos que nunca habían visto personas blancas, que no medían más de dos metros ni hacían sacrificios humanos, pero que sí practicaban el canibalismo y no les gustaban los intrusos.
«Eran guerreros caníbales y según el ritual, si mataban a un enemigo, era común comerse su carne. Varios querían matarlos pero Wimayuk Wandik, el líder de la tribu, les recordó de una leyenda que profetizaba que un día, espíritus o fantasmas de piel clara bajarían del cielo. Así que, en vez de comérselos, decidieron que tenían que ayudarlos y protegerlos», cuenta Zuckoff.
Entre tanto, el ejército estadounidense no sabía bien qué hacer: habían visto a los sobrevivientes pero no había forma de rescatarlos. No se podía aterrizar.
Lo único que podían hacer era enviar a más soldados -con medicinas y provisiones- para ayudarlos pero, ¿a quién se le podía pedir que fuera a un lugar desconocido habitado por tribus salvajes, sin esperanza de volver?
Otro personaje
«Resultó que había una muy inusual unidad del ejército, liderada por C. Earl Walter Jr., un fornido estadounidense que creció en Filipinas. Capitaneaba una unidad de paracaidistas filipinos que habían sido entrenados para llevar a cabo misiones detrás del frente enemigo».
Como no habían sido llamados a la acción, estaban a la espera cuando les llegó una llamada preguntándoles si querían ser los voluntarios de esta misión.
«Earl todavía está vivo y me contó que el lema de la compañía era “Cueste lo que cueste”. Y que cuando le dijo a sus soldados ‘hay miles de enemigos por cada uno de nosotros, no hay forma de escapar, tendremos que marchar por kilómetros sin casi ninguna provisión y nadie nos puede ayudar… ¿alguien quiere venir?’. Y todos se levantaron y dijeron ‘cueste lo que cueste'».
Poco después, Walter y 10 de sus mejores hombres se lanzaron en paracaídas sobre Shangri-La.
Cuando tocaron tierra, se vieron rodeados por tantos nativos que, aunque iban armados, supieron que no tenían chance.
«Se vieron en esta confrontación en la que Earl no sabía qué hacer pero resultó ser uno de los malentendidos más cómicos de la guerra, en el que Earl y sus hombres terminaron desnudos. Pero le guardo el placer de descubrir cómo se llegó a eso a los lectores del libro».
El rescate
No había nada qué hacer… excepto quizás, intentar un rescate descabellado.
El plan era que quienes estaban en tierra erigieran una especie de arco de fútbol americano: dos postes verticales unidos a medio camino con uno horizontal. En la parte superior, iba una cinta elástica de la cual estaría amarrado un planeador.
Así, aviones equipados con cuerdas y ganchos volarían muy cerca a la superficie, engancharían la cinta elástica para que ésta levantara al planeador, ojalá en la dirección y a la altura indicada.
«Esto se había hecho antes. Se llamaba”snatching”, pero nunca se había intentado a esta altitud, ni rodeados de montañas, en la mitad de la selva… nunca en nada parecido a estas circunstancias, nunca en condiciones tan adversas. De hecho, este tipo particular de planeador tenía un apodo durante la II Guerra Mundial: lo llamaban ‘el ataúd volador'», señala el autor de «Perdidos en Shangri-La».
Con ojos de niño
La delicia de esta historia es que Zuckoff no sólo logro conseguir todo lo que se escribió entonces sino también fotos y fascinantes recuerdos de los involucrados. Y no sólo estadounidenses. Habló también con los nativos: adultos que eran niños cuando humanos blancos cayeron del cielo.
«Si los marcianos aterrizaran en mi jardín, yo lo recordaría por el resto de mi vida, y así fue para ellos: esto era tan lejano a su experiencia. Habían vivido en un mundo prehistórico desde siempre y de repente había aviones volando y estrellándose y gente. Recordaban todo y me lo contaron (…) Y eso amplió totalmente el panorama: poder tener no sólo la historia como la vieron los aliados que estaban allá, pero la idea de poder contar con la perspectiva de lo que los nativos pensaban que estaba pasando… en ese momento fui el escritor más feliz del mundo! »
Quizás, lo más inverosímil de todo es que éste evento se haya perdido de la memoria colectiva de una guerra que ha dado tantas historias.
El Shangri-La de James Hilton Situado en los difíciles años antes de la Segunda Guerra Mundial, el libro habla de una comunidad en una lamasería (un monasterio de lamas tibetanos), en el valle perdido tibetano, aislado del mundo y de tiempo. Toda la sabiduría de la raza humana se encuentra en este lugar, en los tesoros culturales que guarda, y en las mentes de las personas que se han reunido ahí de cara a una catástrofe inminente. Shangri-La se ha convertido en sinónimo de cualquier paraíso terrenal.
Gremlins Los gremlins son unas criaturas mitológicas traviesas a las que les gusta dañar o desarmar máquinas, particularmente aviones. A pesar de que sus orígenes son más antiguos, durante la II Guerra Mundial estaban muy en boga, luego de que los aviadores de la Fuerza Aérea Real (RAF) del Reino Unido activos en Oriente los responsabilizaran de los múltiples accidentes que sufrían, acusándolos de sabotear sus aeroplanos.
Hace cincuenta años, el soldado japonés Shoichi Yokoi fue encontrado en las selvas de Guam, después de sobrevivir durante tres décadas tras el término de la Segunda Guerra Mundial. Japón lo recibió con los brazos abiertos, pero él nunca volvió a sentirse cómodo en la sociedad moderna.
El 24 de enero de 1972 era encontrado Shoichi Yokoi, el soldado japonés que sobrevivió durante 28 años en la isla de Guam, ignorando el final de la guerra. Yokoi era sastre de profesión cuando fue llamado para integrar el ejército imperial con veintiocho años, durante la Segunda Guerra Mundial. Primero fue destinado a China, y en 1941 a la isla de Guam, en el archipiélago de las Marianas, Pacífico Sur situada enfrente de las costas filipinas. Aunque este era territorio americano desde finales del siglo XIX, fue invadido por Japón en 1941, debido a su carácter estratégico. Cuando las tropas estadounidenses reconquistaron la isla en el mismo año 44, la mayoría de los 19.000 soldados japoneses murieron en combate y alrededor de 500 se entregaron cuando Japón se rindió y unos cien soldados se escondieron en la selva.
Uno de esos hombres era Shoichi, quien se ocultó junto con ocho camaradas, pero las enfermedades y el hambre fueron acabando poco a poco con este grupo de personas. Shoichi se internó en la selva con otros dos compañeros que los acompañaron en su destierro y que nunca llegaron a saber que la guerra acabó un año después que ellos se escondieran en la espesura. Su último compañero lo acompañó veinte años, pero Yokoi se quedó solo en una pequeña cueva los últimos ocho años.
Al principio capturaban y mataban ganado para alimentarse. Pero temor a que los detectaran las patrullas estadounidenses, se fueron retirando hacia la profundidades de la selva. «Desde el comienzo, tomaron medidas extremas para que no los detectaran, hasta borraban sus huellas mientras se desplazaban por la maleza,» Con el paso de los años los alimentos comenzaron a escasear, y finalmente los tres supervivientes decidieron separarse. Cada uno se quedaría en una zona determinada de la selva, y se buscaría sus propios recursos. A pesar de la separación, Shoichi continuó visitando esporádicamente a sus compañeros, hasta que encontró sus cadáveres en 1964.
Se alimentaban de semillas, frutas, jabalí, carne de rata, caracoles, camarones, cangrejos, anguilas y lo que fueran encontrando o cazando con sus trampas. No siempre había presas en los cepos, así que podían pasar varios días sin poder comer nada. Debido a esta dieta enfermaron del estómago varias veces y se sospecha que sus dos compañeros murieron por infecciones intestinales.
Shoichi junto con sus compañeros construyeron un refugio subterráneo en la tierra consolidado con paredes de cañas de bambú, «Era un hombre de muchos recursos,» recuerda su sobrino Hatashin. Era una cueva excavada por el propio Shoichi en una zona de bosques muy inaccesible. Tardó un mes en excavarla, y durante todos los años que vivió allí estuvo permanentemente ampliándola. Se accedía a la misma por una pequeña trampilla de dos metros cuadrados, disimulada con cañas de bambú, que daba a su vez a una escalera que descendía unos 8 metros. En éste curioso «hogar», Shoichi tenía incluso un agujero que conectaba directamente con un río cercano donde poder hacer sus necesidades, y una pequeña cocina con una olla, estantes y un fogón. Toda la instancia era iluminada por medio de unas lámparas de coco en las que quemaba aceites.
Durante el año 1952, encontraron unos panfletos escritos en japonés y que presumiblemente habían sido lanzados desde un avión, en los que se informaba del fin de la guerra. Shoichi y sus compañeros los ignoraron, creyendo que se trataba de propaganda aliada. Cumpliendo su promesa de no entregarse al enemigo, permaneció en la selva.
El hecho de mantenerse ocupado le ayudaba también a no pensar demasiado en su situación desmedrada o en su familia en Japón. Las memorias de Yokoi en lo que se refiere a su tiempo escondido revelan su desesperación y su empeño por no perder la esperanza, especialmente en los últimos ocho años, cuando se había quedado totalmente solo. En algún momento, al pensar en su anciana madre en Japón, escribe: «No tenía sentido causarme tanto dolor pensando en esas cosas.»
Y, a propósito de otra ocasión, cuando se encontraba desesperadamente enfermo en la jungla, decía: «No! No puedo morir aquí! No puedo dejarle mi cadáver al enemigo. Debo morir en el agujero que me he cavado. «Hasta ahora he logrado sobrevivir, pero todo se vuelve nada ahora.»
En el 24 de enero de 1972 dos cazadores lo vieron mientras pescaba, y cuando trataron de hablarle, el ex soldado que ya tenía en ese entonces 57 años salió corriendo y se refugió en su cueva.
Intimidado por la vista de otros seres humanos después de tantos años de soledad, Yokoi trató de echarle mano a uno de los rifles de los cazadores. Sin embargo, debilitado por largos años con una pobre alimentación, Yokoi fue fácilmente reducido por los hombres. «Temía que lo hicieran prisionero, lo que era la gran vergüenza para un soldado japonés y su familia en Japón,» Mientras se lo llevaban a través de la alta vegetación de la selva, Yokoi iba gritando que lo mataran ahí mismo. Finalmente fue rescatado, Dos semanas después regresó al Japón, donde se lo recibió como un héroe y allí declaró que sentía vergüenza por no haber cumplido su misión. A pesar de los cambios tecnológicos, se adaptó muy rápido a su nueva vida, escribió dos libros y trabajó en televisión en un programa de tácticas de supervivencia. La prensa lo asediaba, lo entrevistaron en radio y televisión y era invitado regularmente a hablar en universidades y escuelas de todo el país.
Al inspeccionar su refugio, se encontraron tres uniformes hechos con la fibra de la corteza de los árboles. aprovechó todos esos años para confeccionarse los uniformes con gran detalle, incluyendo bolsillos y botones. Una esquirla de piedra le sirvió de aguja para poder realizar el trabajo. Confecciono unas 3 camisas y 3 pantalones. En el hospital empezó a recibir una gran cantidad de cartas de muchos admiradores en las que le mandaban dinero. Se convirtió en un símbolo de la perseverancia japonesa. La foto en la que le cortan el pelo después de veintiocho años dio la vuelta por todo Japón, siendo portada de muchos periódicos y revistas.
El enorme progreso económico de su país, tras la guerra, no le causaba ninguna impresión y, una vez, al ver un billete, dijo que el dinero no tiene ningún valor.
Shoichi entró en un proceso progresivo de nostalgia a medida que envejecía y, antes de su muerte, en 1997, después de haber manifestado su desencanto por la vida moderna regresó a Guam en varias oportunidades con su esposa. Fue enterrado con la lápida que su madre encargó en 1955.
Algunas de sus principales posesiones de aquellos años en la selva, incluyendo sus trampas para anguilas, todavía se hallan en exposición en un pequeño museo de la isla.
Utilizando las propias memorias de Yokoi, publicadas en japonés dos años después de que lo descubrieran, así como el testimonio de quienes lo encontraron ese día, Hatashin pasó años reconstruyendo la dramática historia de su tío.
Su libro, La vida y la guerra de Yokoi en Guam, 1944-1972, fue publicado en inglés en 2009.
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En 2010 en Copiapo, Chile, 33 mineros quedaron atrapados en una mina luego de producirse un derrumbe. Unos 69 días más tarde eran rescatados en uno de los más impresionantes operativos de rescate de la historia. Aquí el rescate de los mineros en números. Nota Revista Andar Extremo nº 11
5 fue el día de agosto de 2010 donde se desata la tragedia de un derrumbe en la Mina San José
33 Son los mineros atrapados
3 fueron las horas que con anticipación los mineros le informaron a los responsables de la mina que por los ruidos de la montaña, esta iva a colapsar
22 fue el día de agosto que llega la sonda hasta donde habían queda atrapado los mineros
622 eran los metros de profundiad a en donde estaban refugiados los mineros
35 eran los grados de temperatura que prevalecían en el refugio en donde se encontraban los mineros
17 fueron los días de que permanecieran desaparecidos.
33 fue la semana del año en donde se dio la noticia que estaban vivos
33 Fueron los caracteres de la carta que enviaron los mineros «Estamos Bien en el refugio los 33»
3 fue el día de septiembre que comenzó a excavar la perforadora Schramm
3 eran las capsulas diseñadas para el rescate, la Fénix 2 fue al final la elegida
33 los días que tardó la perforadora Schramm T-130 en abrir el túnel vertical
18.000 dólares por día era el costo aproximado de la operación diaria de la excavadora que utilizaron para llegar al refugio
66 cm era el diámetro del conducto por donde se desplazaba la capsula Fénix 2
55 cm es el diámetro de la capsula fénix 2
4 eran los tubos de oxigeno que llevaba la capsula Fénix 2
450 kg es el peso total de la capsula Fénix 2
54 toneladas es lo que aguanta el cable que transporto a los mineros
800 Kg. era el peso del cable que sostenía ala capsula Fénix 2
78 son los recorridos totales que hizo la capsula Fénix 2
5 fueron los kilómetros aproximados que se desplazo la capsula en su totalidad en realidad 4km 851 metros
52 metros eran los que estaban encamisados en metal del los 622, el resto era roca viva
13 de octubre del mes 10 del año 10 fueron rescatados los mineros coincidentemente la suma da treinta y tres
69 fueron los días que estuvieron atrapados los mineros
350 fueron los medios de comunicación medios de comunicación que cubrieron el rescate
1 000 000 000 de personas vieron por teve el rescate del primer minero Florencio Ávalos
22:54:11 fueron las horas, minutos y segundos en sacar a los 33 mineros de la mina
15 minutos aproximadamente era el tiempo en que la capsula tardaba en recorrer los 622 metros
63 los años del minero mas viejo Mario Gómez que demoro su jubilación para manejar un camión nuevo que la empresa había adquirido
19 la edad del minero mas joven solo 5 meses de trabajo en al mina Jimmy Sánchez fue el 5to rescatado
20.000.000 de dólares fue el costo aproximado de la operación de rescate
3.000 personas fueron las congregadas en el campamento esperanza mientre se realizaba el rescate
10.000 dólares es el valor de cada uno de los 33 cheques que el multimillonario chileno Leonardo Farkas se encargó de enviarles a los mineros
165.290 dólares por cada cien mil ejemplares vendidos, es lo que el tocara a los protagonistas por la venta de un futuro libro del rescate
700.000 dólares es lo que le ofreció una productora japonesa a los mineros por tener los derechos de televisacion
48 horas era el tiempo en que los mineros consumían dos cucharadas de atún, medio vaso de leche y media galleta en los 17 días que estuvieron aislados
2.200 calorías recibían diariamente desde la zonda cada minero, como arroz con carne, aunque bajo un estricto régimen de para que no engorden.
50 metros cuadrados era la cavidad del refugio en donde estaban los mineros, era una zona de seguridad con mallas metálicas ajustadas en las paredes.
8 eran los kilómetros de curva que, en forma de espiral, llevaban hasta el fondo de la mina,
1,8 son los kilómetros que los mineros podían moverse hasta donde estaba e derrumbe
6 fueron los rescatistas que descendieron al refugio para brindarles apoyo
4 eran los litros de agua que tenían que consumidor por día cada minero.
La Marathon des Sables es considerado por muchos como la carrera más dura a pie en el planeta. Es un maratón de 156 kilómetros de seis días que tiene lugar en el desierto del Sahara en el sur de Marruecos, donde sólo los corredores más valientes tienen agallas para competir. Mauro Prosperi estuvo perdido con temperaturas que llegaban a los 50 grados, sin agua y sin comida en el año 1994. Nota de la revista Andar Extremo nº 27
Cada mes de marzo, los corredores de todo el mundo descienden en el sur de Marruecos para intentar un curso que cubre cerca de 250 kilómetros a través de algunos de los más difíciles terrenos más inhóspitos del planeta, en el desierto del Sahara. Corren el equivalente a un maratón por día, la carrera tiene una duración de seis a siete días y la reglamentación establece que todos los competidores deben completar la carrera en ‘autosuficiencia’, lo que significa que todos los alimentos, hidratación y equipos, incluyendo una carpa, para toda la duración del la prueba deben llevarse en una mochila. Si bien llevan todo, existen puestos de abastecimiento y puestos de control donde los corredores pasan para reponer víveres.
Temperaturas superiores a 50 grados, terreno complicados, y terribles tormentas de arena, donde las noches cambia totalmente el clima y se baja la temperatura conviertiendose en madrugadas heladas, estas son las condiciones que se enfrentan los atletas. Es tan extrema que el reglamento incluye una cláusula de repatriación de cuerpos.
Ninguna dificultad inmutó a Mauro Prosperi en la primavera de 1994 a correrla, cuando se encontró en la línea de salida junto a otros 133 competidores que se preparaban para el mayor reto de sus vidas. Mauro Prsperi era un policía siciliano y pentatleta dotado, que fue miembro de reserva del equipo olímpico italiano en los Juegos de 1984 en Los Angeles, a la edad de 39-años, también era ya corredor de ultras.
A pesar de no tener experiencia en el desierto, Mauro comenzó la carrera con comodidad. De hecho, salió al cuarto día, en el trayecto el más largo de la carrera, unos 50 kilómetros, en el séptimo lugar. Poco después de mediodía, Prosperi alcanzó el puesto de control de los 30 km, con un pie ampollado, agarró una botella de agua y siguió.
Unos minutos más tarde, se levantó un viento con mucha intensidad y Mauro se encontró en medio de una tormenta de arena. Una tormenta en el desierto es la peor pesadilla para una persona en el Sahara. La tierra y el cielo se funden en uno, la arena se bate en el aire, como un tornado que cubre todo a su paso, es imposible ver. Las partículas de desierto son como agujas afiladas que perforan la piel, la arena se abre paso en los ojos, la boca y los oídos. El reglamento de la carrera dice que si hay una tormenta de arena, los corredores tienen instrucciones para detenerse y esperar la ayuda.
Prosperi, sin embargo, se ató una bufanda alrededor de su cara y continuó tambaleándose, tratando de correr sin éxito para mantenersu posición. Pero la tormenta era tan fuerte que se vio obligado a refugiarse en un arbusto.
«Tenía que moverme un poco para evitar que me entierre la arena», explicó. Cuando el viento amainó seis horas más tarde, los senderos marcados ya no eran visibles. Mauro disparó una bengala de emergencia en el aire, señal de SOS, pero se había alejado demasiado de la ruta.
No entró en pánico, continuó, pero nunca llego con los demás corredores al cuarto puesto de control, no había ni rastro del séptimo corredor.
Prosperi se perdió en el corazón de 4.639.900 kilómetros cuadrados de desierto con sólo un sorbo de agua que le quedaba en la botella. Una búsqueda a gran escala había comenzado, pero el corredor italiano no estaba en ninguna parte. En su segundo día solo en la soledad del desierto, Mauro vio a un helicóptero de la militar, pero el piloto no pudo verlo. Solo y desorientado, se tambaleó, solo chupaba toallitas húmedas y orinaba en la botella de agua para beber.
Si todo lo demás fallaba. «Solo podía pensar que me iba a morir,» recordó más tarde. «Yo había oído una vez que la muerte de sed es la peor muerte». Prosperi sabía lo suficiente sobre supervivencia en el desierto solo salía a caminar por la mañana y por la noche, y buscaba refugio en la sombra durante el calor del mediodía. Por la mañana del tercer día, desesperadamente débil por la falta de alimentos y agua, y marcado por los buitres que le volan en círculos, se topó con un pequeño santuario musulmán abandonado. Se fijo dentro y habia dos pequeños murciélagos, los atrapó les retorció el cuello y bebió su sangre. A estas alturas, con toda su energía gastada por tratar de mantenerse con vida, Mauro estaba convencido que el fin estaba cerca.
«Razoné que si moría en ese santuario, finalmente me encontrarían, quería que mi familia sea capaz de recuperar mi cuerpo para que pudieran saber de mi muerte”. Así que le escribió una carta a su mujer, tomó una navaja de su mochila y se cortó las muñecas. Luego se acostó a morir. Pero su condición de deshidratación causó la sangre se espese y coagule la herida.
Prosperi se despertó a la mañana siguiente y haber estado tan cerca de la muerte le renovó su voluntad de vivir. «Me dio más confianza», dijo. «Empecé a ver el desierto como un lugar donde la gente podía vivir. Me puse a pensar en mí mismo como un hombre del desierto. Yo quería ver a mi familia así que me concentré en eso.» y así partió nuevamente hacia una cordillera a unos 30 kilómetros de distancia.
Durante cinco días, el corredor siguió adelante, sin beber casi nada, solo la orina y el rocío de las hojas de la mañana, también comió unos lagartos y serpientes, y luego por las noches se enterraba en la arena para poder superar el frio helado. Finalmente, después de la asombrosa cifra de nueve días solo en el desierto, se le dio una línea de vida. Se encontró con un grupo de nómades tuareg. Sin darse cuenta, había caminado a Argelia, más de 130 kilómetros al oeste de donde se había perdido. Ensangrentado, enfermizo y flaco, Prosperi también había sufrido de insuficiencia hepática, con 13 kg menos pero estaba vivo.
Los nómades lo entregaron a los soldados que lo llevaron durante dos días a través de una zona militar a un hospital en la ciudad de Tinduf, para su seguridad. A su regreso a Roma, el padre de tres hijos fue aclamado un héroe por la prensa italiana, que lo nombró ‘Robinson Crusoe del Sahara. » «No sé cómo he podido encontrar la fuerza para resistir tales condiciones críticas», dijo Mauro. «Yo estaba deshidratado y no tenía más líquidos dentro de mi cuerpo, no tenía más energía para mantener las piernas y nada que me ayude a permanecer consciente .Estaba seguro de que estaba cada vez más cerca y más cerca de la muerte, pero más difícil es la situación más fuerte me sentía por dentro.» Aunque el hígado se le daño permanentemente y le tomó un año para recuperarse, Prosperi volvió a carreras de larga distancia y volvió a correr la maratón des Sables tres años más tarde.
A la fecha ha corrido a través del Sahara seis veces más, terminando 13 º en 2002 con un tiempo de 25 hs, 30 m, 37s. Hoy en día, el 64-años de edad, fanático de la actitud física no muestra signos de desaceleración, es nadador de aguas abiertas y organizó una carrera de 5,5 kilometros alrededor Acicastello en Catania. La Marathon des Sables, sin embargo, parece tener un asimiento espiritual sobre Prosperi. Tiene la intención de competir en el Sahara nuevamente. «Me encanta el desierto – es más fuerte que yo», dice. «Lo respeto. Creo que esa es la única razón por la que me salvó de una muerte segura. «Fue una experiencia terrible, y sin embargo, fue un increíble. Vuelvo a la Marathon des Sables, porque a pesar de mi desgracia, el Sahara me ha encantado.»
Aron Lee Ralston es un montañista americano que en Mayo de 2003 se hizo famoso cuando se vio obligado a amputarse su brazo derecho que había quedado atrapado por una roca de 360 kilos, para liberarse y salvar su vida. Nota sacada en la revista Andar Extremo nº 3 en 2009.
Fuente riesgo bajo control
«Entre la Espada y la Pared”. Seguro que alguna vez has utilizado esa frase para definir una decisión difícil, entre dos opciones nada agradables, y con un compromiso entre lo que “debes hacer” y/o “lo que puedes” y/o “lo que quieres hacer”. Los americanos utilizan la expresión “between a rock y a hard place” (entre una roca y un sitio duro), para expresar ese mismo dilema. Pero más allá de una metáfora literaria, para Aron Ralston fue una situación Real como la vida misma.
Algunos detalles, para que podamos extraer alguna lecciones de esta dolorosa experiencia: Aron, en aquella época con 27 años y mucha experiencia en Montaña y acampada decidió pasar una semana de vacaciones haciendo lo que mas le gustaba; Montaña y escalada; Le fallaron los amigos con los que pensaba ir, pero confiado en su experiencia de montañismo en solitario, cambio el destino programado por otro que conocía –el Cañon Blue John, en UTA-, y sin pensarlo dos veces arrancó su camioneta y se puso en marcha. Con la pick-up discretamente aparcada tras unos matorrales, inició una de las salidas de dia, -pensaba regresar a dormir a la camioneta con una pequeña mochila de dia, con lo básico inició su excursión dentro del cañón.
Al cabo de un par de horas, en un movimiento rutinario para salvar un paso estrecho –de apenas un metro- en el que había una gran roca, saltó sobre ella, y al deslizarse por el otro lado la roca -de unos 360 kilos- también se deslizó, atrapándole el antebrazo derecho, justo por debajo del codo. Según ha descrito el propio Aron no fue especialmente doloroso ese momento. Una sensación de presión fuerte y firme.
Para el caso parecia una maniobra sencilla, sin ningún riesgo, repetida miles de veces, y que se complica!”; Intentó liberarse,,, pero pronto se dio cuenta de que no iba a ser posible. Estaba seriamente atrapado.
Como montañero experimentado rápidamente evaluó sus opciones, los factores de riesgo en juego y las consecuencias de sus acciones anteriores, Conclusión: Sus opciones al final solo pasaban por esperar un rescate, y aguantar hasta entonces, -eso es sobrevivir en definitiva- haciendo su espera lo más fácil y cómoda posible. Un par de barritas de cereales, y una reserva de menos de un litro de agua –había ido bebiendo durante la salida para prevenir la deshidratación-; Así que habría que racionar un poco la comida y la bebida; No problem. De complexión delgada y fibrosa estaba acostumbrado a no pasar sed o hambre. Además tenia unos metros de cuerda de escalada –para salvar algún paso complicado-, una linterna, una cámara de video, y una pequeña herramienta “multiuso” –de esas que tienen navaja, alicates, lima , no especialmente sofisticadas; De hecho venía de regalo promoción al comprar una linterna. En camiseta y bermudas, se dio cuenta que además del riesgo de deshidratación…. Tendría que lidiar con la hipotermia – empezaba a caer la tarde, y en las zonas áridas de Utah, las noches pueden ser todavía muy frescas a primeros de Mayo; Además, el interior del cañón apenas recibe una hora de sol al día, a medio día cuando está en su cenit , por lo que no había mucho calor irradiando de la roca.
Pero no tenía otra opción. Esperar un rescate… No llevaba un móvil –lo había dejado en la camioneta, sabía que no había cobertura en esa area, dentro del cañón… además parte de la sensación de libertad que busca cuando se “pierde” en las montañas radica en saber que no van a importunar con llamaditas….
La primera noche se hizo muy larga. No pudo dormir. La mano no le dolía. ¿porque los nervios estaban literalmente aplastados?; Tuvo durante horas una sensación de cosquilleo, de hormigueo –como cuando duermes encima del brazo y se te duerme-.Pero ya no.
Con la mano izquierda, consiguió montar una especie de trapecio de nudos con el que asegurar sus cosas –si se le caian no podria cogerlas-. Y pensó mucho. ¿Quién podía rescatarle?…
Nadie sabía que estaba alli. No había contado a nadie sus planes. Nadie le esperaba de vuelta en casa, y en el trabajo –en una tienda de artículos de montaña y acampada- no le esperaban hasta después de largo puente, 5 días después. O sea que nadie le iba a echar de menos. Alguien vería la furgoneta aparcada… -aunque la había disimulado bien para evitar curiosos- peeero, tampoco había dejado ninguna indicación de hacia donde había ido o a que hora esperaba volver. Por ultimo…. Sabía , y por eso había escogido esa ruta, las posibilidades de encontrase con otro excursionista eran bastante remotas. El primer dia se había cruzado con dos montañeros que le habían invitado a unirse a su grupo… pero el había preferido ir por libre. Un cúmulo de infortunios. 100% ley de Murphy.
Se concentró en pensar de forma positiva. Y asi amaneció tras la primera noche. Se propuso llamar la atención de quien pudiera pasar por encima / por fuera del cañon, por lo que a intervalos regulares chillaba a pleno pulmón. Cualquier cosa antes que no hacer nada. El frio no habia sido demasiado cruel esa noche. O por lo menos no ,lo había sentido asi. Tenia otras cosas en las que pensar. Como por ejemplo… que hacer con la deshidratación que ya planteaba un problema inminente. Empezó a reciclar su orina. O sea mezclándola con el agua potable –ya prácticamente agotada tras 24 horas de racionamiento estricto- para diluir el sabor y las sales y volver a beberla. No era agradable… pero nada en su situación lo era.
Pasaron, 2, 3, 4 días con sus noches. De pesadilla, falta de sueño, frío, deshidratación, pensamientos erráticos… y esa lucidez que da estar al borde de la locura. Mientras tuvo bateria, Aron tuvo la sangre fria de grabar en video sus reflexiones, su situación, sus pensamientos… pensando en dejarlos como ultimo legado a quien –algún dia- encontrara sus restos momificados en el fondo de ese cañón. Porque estaba claro que no –a medida que pasaba el puente y el fin de semana que nadie iba a pasar por alli entre semana, y tenía la certeza de que no viviría mucho más; Ya era milagroso que hubiera sobrevivido 5 días pegado a ese muñón de brazo que ya empezaba a apestar, gangrenado, podrido y apestoso….. Esa era la clave!!! ¿¿¿¿Para qué quería un brazo que ya estaba perdido más allá de cualquier posibilidad de restauración quirúrgica???!!
Aron decidió que no quería seguir pegado a aquel despojo ya muerto… y que no quería acabar así. El Instinto de supervivencia tomó el control. Tras apretar un torniquete con la mano izquierda y la cuerda de escalada, con la navaja de la herramienta “multiuso”(derecha) empezó a cortar, piel, músculo, tendones, nervios (con los alicates) –como el mismo ha descrito después, descubriendo una nueva dimensión al dolor-… hasta llegar a los huesos –Cúbito y radio- que tuvo que romper haciendo palanca con su propio peso.
LIBRE!!! Con la hemorragia controlada, y tras 5 dias sin prácticamente haber comido, dormido ni bebido inició el retorno; 3 horas por el cañón, un rappel de 20 metros, y 8 millas -12 kms.- de carrera/caminata bajo el sol de mediodia… hasta que encontró una familia de holandeses de excursión que le dieron toda la comida que llevaban: 2 galletas Oreo, agua… y una llamada al helicóptero de rescate..
Aron Ralston ha vuelto a la montaña. Sigue escalando. Y Ahora con su brazo ortopédico especialmente adaptado a manejar cuerdas y a trabajar como pico. Sigue escalando en solitario: Acaba de ser el primer montañero en completar los 59 picos de más de 4.260 metros en Utah en solitario y en invierno. Saco un libro que escribió poco después. Del accidente (titled Between a Rock and a Hard Place, publicado por Atria Books en Septiembre 2004.También da charlas y conferencias sobre cómo superar la adversidad y manejarse en momentos de crisis.
En 2010 sale la película denominada “127 horas” dirigida por Danny Boyle
Fuente riesgo bajo control
Evidentemente los límites a los que puede llegar un ser humano con el simple objetivo de sentir en sus arterias una carga importante de adrenalina, son infinitos. En este punta la aventura se entrelaza y se confunde con la locura, y nadie parece conocer bien el límite... si lo hay. Nota sacada en el Periódico de Aventura Andares nº 9 en el año 2003 antesesor de la Revista Andar Extremo
Los 54 km de correntosas aguas del río Niágara ubicado entre Canadá y Estados Unidos y sus tan conocidos saltos el «Horsesshoe» y el «American Falls» son fieles testigos de estas alocadas aventuras.
A lo largo de la historia de las Cataratas del Niágara, un salto de agua que posee una altura aproximada de 50 metros, muchos intrépidos aventureros han fabricado diversos artefactos para lanzarse por el río Niágara y saltar por las cataratas. El objetivo planeado de estos artefactos era simplemente proteger a estos temerarios de las fuerzas del agua y al golpe de la caída, pero para muchos de ellos no les alcanzó y terminaron siendo irreconocibles víctimas
Los Temerarios que se arrojaron en barriles desde el salto principal, «Horsesshoe» son probablemente tan numerosos como las cataratas mismas. De las 18 personas que hicieron esta desafiante travesía. Sólo 13 sobrevivieron y 5 murieron en el intento, siendo uno de los supervivientes un chico de 6 años de edad
Annie Edson Taylor fue el fue la primer persona en conquistar las cataratas arrojándose dentro de un barril el 24 de octubre de 1901 el artefacto de madera herméticamente cerrado, poseía el aire presurizado y comprimido a 30 libras con un inflador de bicicleta. Aunque Annie resultó con muchas contusiones y heridas, tenía grandes expectativas de fama y fortuna por lo que acababa de lograr. Pero paradójicamente murió en la absoluta pobreza en 1921.
Diez años después el primer del primer salto el 25 de Julio de 1911 Bobby Leach desafió las cataratas en otro barril pero a pesar de ser de acero resultó herido en ambas rodillas y en su mandíbula. Año más tarde durante un tour en Nueva Zelanda se patinó con una cáscara de naranja y murió tras haberse complicado una gran una gran infecciosa en una de sus piernas en 1926.
El 11 de julio de 1920 el inglés Charles G Stephens preparó su barril de madera rusa que poseía en su interior un yunque que equilibraría el aparato. Este aventurero que se ató al yunque por seguridad no corrió con la misma suerte, ya que después del salto, uno de sus brazos fue lo único que quedó dentro del barril.
Después de 8 años sin sobresaltos, un franco canadiense llamado Jean Lussíer sobrevivió a lanzarse con un aparato fabricado con cámaras de auto formando una gran bola de caucho.
Un Místico griego llamado George A. Stathakis murió por asfixia después de que su barril quedara atrapado debajo de una turbulencia de las cataratas por más de 14 horas el 5 de julio de 1930. Lo paradójico de esto es que es que él no saltó solo sino con su tortuga que milagrosamente sobrevivió a la sofocación transformándose en una novedad.
William «Red» Hill aterró a sus espectadores el 5 de agosto de 1951 cuando su barril El recubierto con cámaras de tractor llamado «La Cosa» se fractura en las rápidas aguas de las cataratas segundos después de haber realizado el salto, encontrando el cuerpo sin vida al día siguiente.
Pero no todos los que se vieron empapados en las correntosas aguas del río Niágara fueron para realizar una hazaña como el caso del niño Roger Woodward, que en 1960 resbaló accidentalmente vistiendo solamente un salvavidas. El sobreviviente de tan solo 6 años de edad, penetró el salto más importante y salió milagrosamente con vida pasándose a conocer como «el milagro del Niágara»..
El primer afroamericano en conquistar las cataratas fue William Fitzgerald de Nueva York quien se lanzó en 1961 por las cataratas en una esfera de acero, llamada «Plunge- O-Sphere».
Ante esto, los canadienses no pudieron ser menos y recién al 3 de julio de 1984 el primer canadiense logra conquistar las cataratas Karel Soucek sobrevivió Al salto dentro de un barril de acero pero un año más tarde muere al recrearlo desde una plataforma cuando su barril golpeó un tanque agua en el Houston Astrodome.
Por otro lado a Steven Trotter, pasa a formar parte de la historia en 1985 al realizar un salto de su barril cubierto de cámara de tractor en busca de la fama en su carrera como acróbata pero ese 18 agosto , Steven fue multado por un total de 5,503 dólares por haberse tirado sin la obtención de permisos.
Tres meses después de su primer intento fallido, el 5 de octubre de 1985 Dave Munday desafía exitosamente las cataratas en un barril fabricado con un tanque de plástico de 400 galones revestido de 25 cm de poliuretano expandido. Este mecánico canadiense, llamado «Super Dave» realizó un segundo salto exitoso en una cabina de buceo el 26 de septiembre de 1993.
Corría 1989, el 28 de septiembre y dos personajes residentes de Ontario logran el primer salto en dúo, Peter De Bernardi y Jeffery James Petkovic. Su barril fue un tanque de acero reforzado de 4 m de largo luego del salto Petkovic salió del barril completamente desnudo, pero con sus botas texanas y su sombrero.
Un experto kayakista de Tennessee salta desde directo a su muerte el 5 de julio de 1990 cuando se lanza de las cataratas en su kayak de 4 metros llamado «Rapidman» el cuerpo de Jesse Sharp nunca fue encontrado.
El 18 de junio de 1995 Steven Trotter se convierte en la segunda persona en sobrevivir dos veces al salto del barril desde las cataratas esta vez acompañando por Lori Martin de Florida. El Dúo también formó parte de la historia como el primer equipo mixto y Martín se convirtió en la segunda mujer en realizar el salto. Su barril consistió en dos termos tanques soldados recubiertos en poliuretano expandido.
Una de las últimas historias registradas fue el octubre de ese mismo año cuando Robert Overacker «Fireraker» emprende un desafío que lo lleva directo a su muerte a las cataratas en jet skí. Un turista alcanzó a tomar una fotografía del californiano junto cuando se encontraba en el borde del Salto, momentos antes de su muerte. Su cuerpo fue encontrado minutos más tarde río abajo.
Después del accidente de Robert no hay datos o documentos fehacientes de los cuales aparezcan registrados más casos de «Temerarios de la Cataras del Niágara» solamente hay un registro en el año 2003 que un hombre cayó vestdo con ropa de calle en «Horsesshoe» llamado Kirl Jones y resulto con heridas pero no de gravedad.
La expedición homenaje 35º aniversario del Milagro de los Andes consistirá en 3 etapas. Una “expedición de verano”, ya realizada, que llegó hasta el punto de impacto del avión con una caminata por el tobogán donde se deslizó éste hasta alcanzar su posición final. La segunda será una “expedición invernal” los expedicionarios tratarán de estar en el lugar del accidente el mismo día en que ocurrió, el 12 de octubre. Y como si fuera poco, la tercera, atravesará el mismo camino que los sobrevivientes debieron recorrer para llegar a Chile y así poder salvar sus vidas. Nota realizada en Mayo de 2007 en lel periódico de Aventura Andares 30 , antecesor de la revista Andar Extremo.
por Ramón Ramírez texto y fotos
En octubre de 1972 un avión Fairchild F-227 de la fuerza aérea uruguaya cayó en la Cordillera de los Andes. De sus 45 pasajeros, sólo 16 lograron sobrevivir. Tras haber soportado las inclemencias del invierno cordillerano varios días, un grupo formado por 3 personas: Antonio Vizintin, Fernando Parrado y Roberto Cannesa, salieron en una última expedición de rescate.
Luego de tres días de caminar por la nieve y el frío, decidieron que uno de ellos debía regresar porque las raciones de comida no eran suficientes para todos. Es así como Antonio Vizintin regresó al avión perdido entre la nieve, mientras Parrado y Cannesa se enfrentaron al desafío de atravesar el inmenso blanco cordillerano en busca de alguien que les brindara ayuda, no sólo a ellos, sino también a sus 14 amigos que habían quedado dentro del avión y quienes le habían encomendado dicha misión.
Pasaron 10 días continuos desde que habían comenzado a caminar recién entonces hallaron los primeros rastros de vida; luego, una imagen humana se confundió en la lejanía. Gritos. Sólo eso podían transmitir, sin respuesta alguna. Al despertar del otro día, una persona a caballo les arrojó una piedra del otro lado de un río, donde ellos contaron su historia. Inmediatamente fueron asistidos para luego volver en busca del resto de los sobrevivientes que habían quedado en la cordillera.
Es así como quedó marcada esta historia, como la historia de supervivencia en montaña más grande del mundo.
El inicio de la idea
En una conversación de las tantas que realizamos continuamente con un amigo chileno llamado Mauricio, comenzamos a soñar con brindarle un homenaje a los uruguayos del accidente conocido como “El milagro de los Andes”, hecho que dio lugar a la película “Viven” (Alive).
Este año se cumple el aniversario 35 de dicho accidente, y por eso decidimos hacer algo; algo que nos llenara de emoción y que pudiéramos compartir de un modo distinto no sólo nosotros como participantes directos sino también con aquellas personas que consideramos nuestros amigos.
Tuvimos tiempo para organizar la expedición. La idea consistía en llegar hasta el punto de impacto del avión, caminar por el tobogán donde se deslizó éste hasta llegar a su posición final en el Glaciar de las Lágrimas y obviamente, presentar un servicio en la cruz del monumento que se encuentra allí. Todo en una “expedición de verano”.
Apareció también una segunda idea. Un poco más atrevida pero a su vez más representativa a la hora de hacer un homenaje. Se trataba de una expedición invernal. Al principio, nos parecía imposible. Sin embargo, tras repensar la situación a la que nos someteríamos, la incorporamos como una segunda etapa. Era estar en el lugar del accidente el mismo día en que ocurrió, el 12 de octubre. Y como si fuera poco, tendríamos la oportunidad de contar con el apoyo de uno de los guías que realizó el cruce de la cordillera de los Andes, atravesando el mismo camino que los sobrevivientes debieron recorrer para llegar a Chile y así poder salvar sus vidas.
Primera-etapa: “Expedición de verano”
Febrero de 2007. Martes 27. Chequeo final de equipo en la hostería El Sosneado. Saldríamos a la mañana del día miércoles 28, cuando inesperadamente una noticia sorprendió nuestra espera final. El transporte que nos llevaría hacia el puesto desde donde dábamos inicio a la cabalgata, no llegaría.
Antes de salir a buscar un transporte, no dirigimos hasta la estación de radio local del lugar y enviamos un mensaje a los vaqueanos. Como ellos no tienen medio de comunicarse por estar muy alejados del pueblo, la única manera que tienen de enterarse de lo que pasa allí es mediante la radio. Recorrimos mucho hasta encontrar al Sr Juan López, quien luego de fijar el precio por ese ‘favor’ decidió llevarnos. Estábamos un poco inquietos por el horario de partida. 18 hs no es buena hora para salir hacia la cordillera, ya que el frío comienza a hacerse presente, y el camino se vuelve peligroso.
Una voz puso aún más en peligro nuestra partida y nos hizo dudar. La encargada de la hostería, Graciela, nos anunciaba temporal en cordillera para jueves y viernes. Nos miramos, emitimos un gesto acompañado de un leve movimiento de hombros hacia arriba y con ello, cada uno aceptaba el reto. Tomamos rumbo al hotel abandonado “Termas del Sosneado” a 65 km al cual llegamos en 2 horas. Allí se encontraba “Cachulo”, vaqueano del lugar y encargado de llevarnos hasta donde pondríamos nuestro “Campamento Base” a 3500 ms/nm. Pasamos la noche allí.
05:30 am. Nos despertamos y comenzamos a levantar campamento y a ordenar una vez más las mochilas. 06:00. Revisamos todo y de repente, un grito lejano rompió la actividad del momento. “Cachulo” nos tenía listo el desayuno. Té con leche, pan casero, dulce de leche, margarina. Cosas ricas que ya no existirían para nosotros por algunos días. 07:00 am. Los caballos nos esperaban inquietos. Con la mirada, “Cachulo” indicó cuál sería el caballo de cada uno. Así dimos inicio al paseo.
Partimos con destino a la cruz del avión. 20 minutos más tarde, estábamos inmersos en el primer desafío, cruzar el caudaloso Río Atuel. Superado el mismo, comenzamos a meternos en valle del Arroyo de las Lágrimas, camino directo hacia nuestro objetivo. Pasadas dos horas, se pudo divisar a lo lejos el Glaciar de las Lágrimas, que con el terreno ondulante se volvió a perder, para dar vista al cañadón del Arroyo el Rozado. Más adelante, a 15 minutos, nos esperaba el cruce del mismo. Hicimos una paradita en el campamento intermedio ‘Barroso’ y seguimos camino.
Paisajes hermosos, caballos y chivos; todo muy natural. Un poco cansados por las casi 5 horas acumuladas sobre el caballo, y el último obstáculo. Una cuesta zigzaguearte que nos puso directamente a 3500 ms/nm sobre el monumento del “avión de los uruguayos”. 8 horas de cabalgata y el viento frío cordillerano se hizo presente. En frente, el imponente Glaciar y los inmensos muros de la cordillera de los Andes que separan Argentina y Chile.
Llegamos, armamos el campamento base, cena y a dormir. A la mitad de la noche, nos sentimos un poco helados. El reloj marcaba las dos de la mañana y por simple curiosidad miramos el termómetro. No podíamos creerlo. Nuestra primera noche y la adorable montaña recibía a la expedición con excelentes -22º dentro de la carpa. Afuera, mejor no averiguarlo.
La noche se comportaba agresiva con tales temperaturas. Nosotros no queríamos enfrentarla, así que cuidadosamente nos quedamos inmóviles dentro del saco de dormir. Como era de esperar con esa temperatura, estábamos un poco incómodos pero la noche pasó rápido y con ella se fueron las interminables estrellas que se encuentran en el infinito cielo cordillerano. El sol no se hizo esperar y desde el Este, sus enormes rayos comenzaron a calentar el ambiente. Una vez desayunado, preparamos las mochilas para el nuevo día.
El objetivo era llegar a uno de los filos cordilleranos ubicado a 4 horas del Monte Séler, lugar donde hizo impacto el avión, armar un campamento alto y descansar. Desde el campamento base, buscamos la ruta y una vez establecida la misma, el plan era cargar las mochilas y así dar comienzo al trekking, subir por el glaciar hasta llegar a la primera morrena -ubicada a más o menos 4 horas de trekking-. Pasada esa morrena, otra vez la nieve hasta el punto más alto, sobre los últimos penitentes.
Cargamos las mochilas con un poco de dificultad por el peso, casi 40 Kg. Y listo. Estábamos caminando y con ello dejando detrás nuestro campamento base. Si bien era temprano, el sol poco a poco, comenzó a ser intenso. Despacio, sin ninguna prisa avanzamos. Ninguno quería que la altura nos afectara, pero a su vez, el peso de las mochilas incomodaba a nuestras espaldas. Respiro de por medio, fuimos rotando con Mauro nuestra posición, como primero y segundo en la cordada.
Tres horas de trekking y aunque estábamos cerca de la morrena, sentimos la necesidad de descansar. Pero no, seguimos un poco más. Luego de cuatro horas y media de trekking, llegamos Un breve descanso, hidratarse, comida de marcha y a seguir camino. Desde allí, a pesar que el terreno se veía tranquilo, decidimos atravesar el glaciar, encordados porque era época de deshielo y las grietas si bien en su mayoría están a la vista, era mejor no correr riesgos. Pasaban las horas y la pendiente se ponía un poco más exigente, lo que demandaba un esfuerzo superior de parte de nosotros. Sin embargo, motivados por el sentido de nuestra expedición, seguíamos adelante. Pero por dónde… la ruta propuesta desde el campamento base estaba totalmente cambiada. Los pequeños penitentes en realidad, eran un laberinto de paredes de hielo de 1 metro, cada vez más altas y gruesas tornaban frecuentes; el espacio entre uno y otro era menor, lo que hacía difícil el paso y tardábamos el doble de tiempo en superarlos. Con ello la pendiente se volvía de más inclinada y exigente transformando el inicial trekking en una lucha por superar obstáculos.
16:30. Las mochilas se transformaban en un elemento insostenible para cualquier espalda poniendo nuestra resistencia al límite del primer día. Debido a que los penitentes ya eran insuperables, pusimos la mente en blanco y tratamos de replantear la ruta. Fijamos rumbo a una morrena cercana a nuestra posición, tomando como mejor opción caminar por ella. Buena decisión, pero estábamos muy cansados para enfrentar ese esfuerzo enorme. Avanzamos cien metros en 45 minutos y nuestras caras lo decían todo. Basta por ese día.
17:45. El trabajo era otro. Comenzar a sacar rocas y hacer un espacio entre ellas para poder armar campamento. El viento nuevamente nos daba su helada bienvenida a los 3.950 ms/nm. Por lo que trabajamos rápido antes de que se enfriaran nuestros cuerpos. Para nuestra sorpresa, la morrena sólo nos daba lugar para apoyar un poco más de la mitad de la carpa en ella. Armamos el campamento alto en una pendiente de 45º donde dentro de la carpa había lugar para una persona y media, o dos casi encimadas. Tomamos agua y nos reímos un poco de la situación. Como no teníamos ganas de hacer otra cosa que meternos dentro del saco de dormir, hicimos nada más que eso. Esa noche no comeríamos ni tomaríamos nada caliente. Esperábamos una terrible noche sumando nuestro cansancio con la temperatura registrada en nuestra primera, pero creo que el cansancio pudo más porque cerramos los ojos y si bien pudimos sentir un poco de aire fresco al movernos dentro del saco, no fue más que eso.
Tercer día de expedición. Nuevamente el sol apareció, pero decidimos hacer un poco de fiaca dentro del saco. Nos estiramos como si fuéramos a crecer más con ello, dando vueltas muy lentas y controladas para no rodar cuesta abajo. Mauro, durante el desayuno, me contó que sentía una molestia en la cabeza, una cefalea producida por el esfuerzo realizado el día anterior y que por ello, creía que lo más conveniente era abandonar la ruta a seguir, bajar al campamento base y dedicarnos tiempo completo a sacar fotos del Glaciar de las Lágrimas y del monumento.
En un principio, sin decir mucho, acepté tomando en cuenta el concepto de trabajo en equipo, pero luego intercedió mi inquietud por seguir subiendo y dado a que yo no sentía ninguna molestia, le planteé la idea de que yo subiría hasta arriba ese día, hasta el filo cordillerano que limita Argentina de Chile, y retornaría al campamento base, donde nos encontraríamos en la tarde.
Una pausa, el silencio, otra idea. Dejaríamos armado el campamento alto para que yo tomara mi tiempo allí arriba y volviera a dormir en él tranquilo, sin jugar una carrera con las horas luz del día. Despedida y rumbos distintos en una misma expedición. Entretanto, Mauricio preparaba su inmensa mochila para el retorno al campamento base, mi camino estaba de entradita nomás. Muy exigente. Debía caminar por una morrena muy pronunciada, que si bien la enfrentaba sólo con una mochila de ataque, no dejada de agotarme en cada pasito. Así fue como pude, con mucho esfuerzo y luego de caminar por 5 horas, sobrepasarla junto con el último tramo de penitentes.
Caminar duro, por varias horas para llegar ahí y ver todo tan claro. Allí parece que se termina la Tierra al ver el inmenso cielo sobre la cumbre tan deseada, para luego llegar a ese punto que se cree es el final y darse cuenta que todo continúa en un extenso glaciar. Blanco y de grietas temerosas que hacen pensar varias veces en querer cruzarlo. Pero definitivamente no era mi plan por lo que sólo me atreví a tomar algunas fotos y seguir camino.
Estaba a la vista, aproximadamente a unos 3000m de distancia el punto de impacto del avión. Frente a mí, el glaciar se ponía feroz con sus penitentes enormes que no me dejarían pasar. Era un poco tarde así que me encomendé la tarea regresar al campamento alto. El viento se hacía sentir y dado el horario, el frío no tardaría en llegar. Ese fue el fin de la expedición de ese día. Lo que me había tardado en subir 6 horas, sólo lo bajé en dos. Una vez que llegué al campamento, me dediqué a derretir nieve para poder preparar unas bebidas energéticas, cocinar mi cena y tener agua para el desayuno de la mañana siguiente. Esa noche, si bien estaba muy agotado por el esfuerzo realizado, en algún momento tuve la sensación de que estaba haciendo frío. No le di mucha importancia. Sólo miré la cremallera de la carpa y noté algo raro. Estaba cristalizada y dura. En ese momento, me tapé hasta la cabeza con mi saco de dormir y continué con el hermoso sueño de la noche.
Al otro día, a desayunar temprano, y a pensar nuevamente las actividades del día. Todo listo y al ataque del punto de impacto; esta vez tomé una ruta alternativa, que si bien era un poco más compleja en cuanto a dificultad, me acortaba el camino y a su vez el tiempo de llegada al punto más alto.
Después de caminar 4 horas continuas por casi todo terreno de morrenas y pedregullo, me acerqué a los 4500 ms/nm cerca del punto de impacto del avión a 4700 ms/nm, y del tobogán en sí. Muy cerca. A 200 metros de él. Una gran sorpresa, los penitentes eran altos, un verdadero laberinto de gigantes que me impedían seguir adelante, un poco más, un poco más y desistí. Nuevamente el tiempo. Pero esta vez no sólo debía regresar al campamento alto, sino desarmarlo, preparar la mochila grande y bajar al campamento base a 3500 ms/nm. Como no llevaba equipaje esta vez, tardé mucho menos en bajar hasta el campamento alto; sólo 1 hora lo que me había llevado 4 subir y en 30 minutos, tenía la mochila armada y ya estaba saliendo hacia el campamento base.
Fue muy duro regresar. Nieve floja, los penitentes desaparecen y cualquier tropiezo o resbalón, te lleva a una caída segura y casi sin destino o mejor dicho, un destino asegurado entre alguna que otra grieta del glaciar. Dos horas más de trekking, bajando casi como esquiando y cada vez el campamento más cerca. A lo lejos se divisó una figura diminuta en el monumento pegado a la fosa común. Mi gran amigo Mauricio, se encargaba de las fotos del lugar y de repente, un grito. Me había visto y esperaba que llegase al campamento ubicado a más o menos 1500m del monumento, y a 3700 ms/nm. La emoción del regreso me llevó directamente al pie de la cruz que se encuentra en dicho monumento y casi sin aliento, sollozando por distintas causas que no podría explicar, por sensaciones que sólo se dan en el lugar, pude saludar a Mauricio. Un abrazo y no sé por qué pero me alejé un segundo. Necesitaba un tiempo para restaurarme físicamente pero además para comprender, para agradecer el privilegio de estar allí y poder brindar este homenaje tan particular. En sólo minutos, nos tomamos unas fotos, conversamos, intercambiamos opiniones y marcamos puntos.
Bajamos hasta el Glaciar a ver qué nos mostraba de diferente este año, y de repente, un pedazo grande de avión se vio a unos metros. Despacio entre las morrenas y las grietas, fuimos hasta él y nos dimos cuenta que no era un resto que hubiéramos visto antes y que seguramente había sido arrastrado por el movimiento glaciario. Como enero había sido muy caluroso, el terreno tenía menor cantidad de nieve que en años anteriores. Aunque lamentablemente para nosotros, ya a fines de febrero y los primeros días de marzo, el clima cambia y las temperaturas comienzan a ser un poco más frías. Por ello el glaciar también deja rastros de su constante movimiento a la vista, y lo había hecho no sólo con este pedazo grande que encontramos, sino también con varios y pequeños trozos de hierro, latas y hasta el cuero de los asientos.
Regresamos en busca de las mochilas que habíamos dejado arriba, cerca de la cruz, para volver al campamento base a apenas unos 700m. Un trekking corto pero duro para mí ya que estaba con la mochila de 90 lts llena, realmente agotado y con mucha hambre. Pasaron 20 minutos. Mauro se retrasó un poco en una pequeña corriente de agua, formada por el deshielo, para poder cargar nuestras botellas y de esta manera cenar una rica comida. Desarme de mochilas, abrigos y a la carpa.
De esta manera estábamos nuevamente juntos en la expedición, de la cual teníamos mucho para contar. Pero lo que más me sorprendió fue cuando Mauricio me hablaba sobre la noche anterior. Entre tantos comentarios, me preguntó si había sentido frío. A lo que contesté sonriendo: “Claro que sentí frío pero estaba muy cansado así que dormí casi toda la noche acurrucado dentro de la bolsa.”. Sonrió extraño y preguntó nuevamente: “¿Sabés cuántos grados hizo anoche?.. – 40º dentro de la carpa amigo”. Sin dudas, no me mentía así que mirándonos seriamente, me demostró su preocupación por mi seguridad, al estar casi 1000 ms/nm más arriba que él, donde indudablemente había hecho algunos grados menos. Teniendo en cuenta que nuestra carpa tiene una aislamiento térmica del medio externo de aproximadamente entre 7º y 10º, calculamos que esa noche -la más fría- la temperatura había bajado a -45º. Muy frío.
Una vez más, a cenar y dormir. Pasamos una noche estupenda donde reinó notoriamente el buen descanso. Al despertar del nuevo día, nos preparamos lentamente para el regreso a la ciudad, armamos las mochilas. Parecía que no nos entraría todo en ella pero con un poco de paciencia el equipaje obtuvo su mejor lugar dentro de la misma. Últimas fotos del glaciar cuando de repente, a lo lejos, se observó el primer caballo, luego otro, la mula, el vaqueano y claramente la hora de regreso.
Cargamos las mochilas en la mula carguera, aseguramos todo y de un salto, estábamos montados en nuestros caballos emprendiendo camino al puesto “la chilena“. Callados, disfrutando del silencio reinante nos alejamos del lugar. Entretanto, ya con el glaciar en nuestras espaldas, giramos para verlo por última vez en este viaje, pensando en lo que sería regresar allí en octubre para continuar con la segunda parte de este homenaje. Saúl, el encargado de llevarnos hasta la camioneta, nos preguntaba de todo. Si habíamos encontrado algo, dónde, si habíamos pasado hambre, frío y tantas cosas más. En un momento, me alejé un poco hacia delante llevando conmigo el carguero, y no dejé de pensar.
Es increíble como el ser humano puede realizar acciones que lo llevan a superarse. Cómo, ante emociones intensas y situaciones límites donde la vida y la muerte sólo están separadas por una acción, una decisión, puede recuperar la fortaleza de estar más vivo que nunca, y a su vez exponerse aún más ante la tarea de salvar su vida, y la de sus pares. Hoy recuerdo esta historia, creyendo que es una historia de supervivencia única en el mundo, por sus cualidades en cuanto a organización, fuerza de voluntad y fe.
Así es como luego de 6 horas de cabalgata, llegamos al Puesto “La chilena”. Descargamos todo y tras un breve descanso y otra vez a seguir camino hacia “El Sonseado”. Arribamos a la hostería un poco más tarde de lo esperado, eran casi las 21hs. Bajamos de la camioneta y con un gran abrazo dimos por concluida la expedición de verano. Allí prometimos volver en el mes de octubre, el día 13, para poder realizar la segunda etapa de este gran homenaje, transformando de esta manera la primera y única expedición invernal.
Una loca idea hecha realidad Hoy puedo decir que la primera etapa de este gran homenaje ya está cumplida. Pero antes de comenzar a relatarles esa gran experiencia, les voy a contar algunos detalles de por qué y cómo fue que se nos ocurrió este ambicioso proyecto.
En febrero de 2003, un trekking muy duro -atravesando caudalosos ríos a pie y zigzagueantes senderos de diferente dificultad- me hizo conocer la historia más de cerca,. Esa vez intenté por primera vez, llegar a la cruz que se encuentra a 3500 ms/nm. El grupo estaba formado por tres personas: Daniel Dieguez (marplatense), su esposa Mónica (marplatense) y yo. Nos tocaron unos días muy lindos pero lamentablemente, las condiciones del terreno y la dureza del trekking hicieron que Mónica tuviera ampollas en los pies. Esto más un replanteo de la distancia que nos faltaba ocasionó el regreso de la expedición.
Un año después, organicé un regreso distinto, acompañado de mi mejor amigo y compañero de aventuras Christian Ichazo –el Negro-. También fue duro. Pedaleamos desde la ciudad de San Rafael por la Ruta 140 hasta la localidad del Sosneado (144 km). Pasamos la noche y al despertar, cargamos las mochilas en la camioneta de un Guía del lugar llamado Mario Pérez, par luego dar comienzo a otra pedaleada por un camino de ripio sinuoso, con subidas y bajadas, hasta el puesto de un vaqueano del lugar (75 km) donde nos esperaban las mochilas para comenzar a caminar. Allí pasamos nuevamente la noche y después caminamos durante días para llegar a la tan esperada Cruz.
Nuestro regreso, fue exitoso. Al llegar al Sosneado, conocimos a Mauro “el chileno”. Christian debía regresar a Bs. As. y yo decidí quedarme unos días más. Fue entonces cuando llegó una propuesta más que importante e interesante. Tenía la posibilidad de volver al lugar en una cabalgata y conocer a algunos de los sobrevivientes. Y más aún. Ser una de las personas que les daba seguridad en cuanto a su estadía en la montaña, trabajando para Edgardo Barrios, quien desde hace 20 años, organiza cabalgatas al lugar. Y esta vez realizaba esta tarea para un grupo de producción de la BBC, que filmaría para un documental. Increíble ¿no? No lo podía creer.
Así fue que pude compartir algunos días en la montaña con Roberto Canessa, Moncho Savella, Fito Strauch y Gustavo Cervino. Compartí esos días inolvidables con Mario Pérez y Mauricio Guerra. Y daba comienzo a esta realidad que hoy sigue siendo un sueño. Desde entonces, hemos realizado varias salidas con Mauricio y hoy trabajamos juntos en expediciones al lugar.
8 al 12 de diciembre del 2021 Viví una Experiencia Única!!!
Presentación
Explora Expediciones y Andar Extremo te llevan a vivir una experiencia única en un trekking con un recorrido histórico inigualable. Una historia donde la tragedia se volvió valor y el amor a la vida se transformó en una oportunidad para volver a casa, para los abrazos con la familia y los afectos.
El Milagro de los Andes, más conocido como “Viven” es una historia real de supervivencia y superación que hoy en día es motivación de muchos. Nosotros te llevamos a revivir la misma, a formar parte de la historia, a sentir la cordillera desde adentro.
En Explora Expediciones y Andar Extremo nos preparamos para que tengas la mejor de las experiencias, siendo conocedores de la historia, de la zona y haciendo un seguimiento desde hace muchos años …Hoy queremos compartir esta experiencia contigo.
El Milagro de los Andes
El 13 de octubre de 1972 el Fairchild 571 impacta contra la Cordillera de los Andes a las 15:30 hs. Este suceso trascendió en el tiempo inmortalizando la historia y dejando la misma dentro de las historias de supervivencia más importantes e impactantes del ser humano hasta hoy registradas. De sus 45 pasajeros solo 16 lograronsobrevivir. Tras haber soportado las inclemencias del invierno cordillerano durante 61 días, un grupo reducido de 3 personas… Antonio Vizintin,Fernando Parrado y Roberto Cannesa, salen en una última expedición derescate. Luego de tres días de caminar por la nieve deciden que uno deellos debería regresar porque las raciones de comida no serían suficientespara todos. Es así como Antonio Vizintin regresa al Avión perdido entre lanieve, mientras Fernando Parrado y Roberto Cannesa se enfrentaban aldesafío de atravesar el inmenso blanco cordillerano en busca de alguienque les brindara ayuda, no solo a ellos, sino también a sus 14 amigos quehabían quedado dentro del avión y quienes le habían encomendado dichamisión.Pasaron 10 días continuos desde que comenzaron a caminar y entoncesdescubren los primeros rastros de vida, luego una imagen humana seconfunde en la lejanía. Gritos, solo eso pueden transmitir, sin respuestaalguna. Al despertar del otro día, un baqueano, les arroja una piedra delotro lado de un río, donde ellos cuentan su historia. Inmediatamente fueronasistidos para luego volver en busca de sus amigos en la cordillera.
Fueron 72 días perdidos en la montaña, desaparecidos de la faz de la tierrapara muchos, con vida para aquellos que todavía albergaban esperanzas ensus corazones, lo cierto es que el 22 de diciembre de 1972 tras la inmensafuerza de vida de Fernando Parrado y Roberto Canessa, un grupo derescate de la Fuerza Aérea Chilena llega al sitio del accidente y losdevuelve nuevamente sus familias.
Nuestras Propuestas
Tenemos tres distintas para que puedas elegir la mejor aventura de acuerdo a tus intereses.
TREKKING CONVENCIONAL
OBJETIVO: Llegar al sector del Monolito y Glaciar de las Lagrimas.
DURACION: 3 Días
ALTURA MAXIMA ALCANZADA: 3500 msnm
DIFICULTAD: Física – moderada/exigente
Técnica: Fácil/Sin Dificultad
TREKKING INTERMEDIO
OBJETIVO: Llegar al PUNTO DE IMPACTO, pasando por el sector del Monolito y Glaciar de las Lágrimas.
DURACION: 4 Días
ALTURA MAXIMA ALCANZADA: 4200 msnm
DIFICULTAD: Física – Moderada/Exigente
Técnica: Fácil/Sin Dificultad
TREKKING LARGO
ASCENSO AL MONTE SELLER – LIMITE CORDILLERA ANDINA
OBJETIVO: Llegar a la CUMBRE DEL MONTE SELLER, (atravesando también el sector del Monolito y Glaciar de las Lágrimas).
DURACION: 5 Días
ALTURA MAXIMA ALCANZADA: 4700 msnm
DIFICULTAD: Física – Moderada/Exigente
Técnica: Fácil/Moderada
Staff:
Trabajamos con todos los cuidados y medidas de prevención necesarias para el trekking. Lo hacemos en un ambiente seguro y con Guías Profesionales de Montaña. Todo el Personal está Calificado haciendo de esta una experiencia segura.
Contamos con todo lo necesario para que tus días en la montaña sean los mejores, para que tu experiencia sea inolvidable y no te preocupes por nada.
Brindamos Alojamiento en Refugios de Montaña con habitaciones compartidas para la noche previa al inicio del trekking y para la última noche.
Montamos un campamento con tiendas de montañas totalmente equipadas y confortables, en un sitio único dentro del Valle de las Lágrimas. Equipo de comunicación en caso de emergencias. Botiquín de primeros auxilios y Expertos en la Montaña.
Solo tendrás que preocuparte por llevar tus elementos personales obligatorios, bolsa de dormir y ropa para el trekking.
Servicios incluidos:
* 2 noches en refugio de montaña con cena incluida.
* Traslados desde Punto de Encuentro hasta el Inicio del trekking.
* Estadía en campamento de montaña con pensión completa.
* Guías Profesionales de Montaña.
* Mulas para traslado de cargas. (Solo Bolsa de Dormir y aislante)
* Baqueano.
* Caballo asistente para cruce de ríos, en caso de ser necesario.
* Campamentos de Base con elementos de cocina básicos necesarios para su estadía.
* Servicio de fotografía incluido. (Se llevaran un álbum fotográfico de recuerdo)
* Seguros.
* Equipos de Comunicación ante Emergencias.
* Botiquín de Primeros auxilios completo.
* Permisos de Ingreso al Parque.
Servicios NO incluidos:
* Traslados desde su lugar de origen hasta el punto de encuentro. (*)
* Alojamientos Previos a su llegada al Punto de Encuentro.
* Comidas previas y posteriores al inicio de los servicios detallados anteriormente.
* Costos personales por abandono de la actividad.
* Servicios de traslado e internación en caso de ser necesarios.
Notas:
(*) Contamos con empresas de confianza para que puedan realizar sus traslados desde el aeropuerto de San Rafael, Margue o Mendoza y llevarlos al punto de encuentro.
Modalidad:
Consultas y Reservas:
Luego de realizar todas tus consultas y una vez realizado el pago te enviaremos toda la información complementaria respecto al Trekking, La historia y que te vas a encontrar, claro que dejaremos también lugar para la sorpresa!!
Con esta información también recibirás una planilla que debes llenar junto con la ficha médica. Con esto ya estarás en el listado y reservaras tu lugar.
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Organizan Ramón Ramírez y Marcos Ferrer
Nota editada en la revista Andar Extremo nº 26 mayo/junio 2013
por Ramón Ramírez Texto y fotos
Bajando a cruzar el río Las Lágrimas
Introducción
Varios intentos para coordinar un grupo de amigos, pero una y otra vez, por diferentes cuestiones el grupo se desarmaba y la expedición se debía dejar para otro momento.
Una historia conocida, un punto en la tierra alejado de todo,toda la fuerza natural y la belleza implacable que siempre nos deja sin palabras y que solo nos lleva a contemplar silenciosamente cada detalle.
Este mágico lugar, lleno de energía, guarda en su memoria un suceso que genera sensaciones contradictorias por las características del accidente fatal que tomó la vida de varias personas y la grandeza del milagro de aquellos que gracias a la fuerza de voluntad, las ganas de vivir y el amor por sus seres queridos, han tenido la fortuna de haber regresado a la vida.
El Milagro de los Andes
El 13 de octubre de 1972 el Fairchild 571 impacta contra la Cordillera de los Andes a las 15:30 hs. Este suceso trascendió en el tiempo inmortalizando la historia y dejando la misma dentro de las historias de supervivencia más importantes e impactantes del ser humano hasta hoy registradas. De sus 45 pasajeros solo 16 lograron sobrevivir.
Fernando Parrado y Roberto Cannesa, en una expedición de rescate se enfrentaban al desafío de atravesar el inmenso blanco cordillerano en busca de alguien que les brindara ayuda, no solo a ellos, sino también a sus 14 amigos que habían quedado dentro del avión y quienes le habían encomendado dicha misión.
Pasaron 10 días y una imagen humana se confunde en la lejanía. Gritos, solo eso pueden transmitir, sin respuesta alguna. Al despertar del otro día, un baqueano, les arroja una piedra del otro lado de un río, donde ellos cuentan su historia. Inmediatamente fueron asistidos para luego volver en busca de sus amigos en la cordillera.
Fueron 72 días perdidos en la montaña, desaparecidos de la faz de la tierra para muchos, con vida para aquellos que todavía albergaban esperanzas en sus corazones, lo cierto es que el 22 de diciembre de 1972 tras la inmensa fuerza de vida de Fernando Parrado y Roberto Canessa, un grupo de rescate de la Fuerza Aérea Chilena llega al sitio del accidente y los devuelve nuevamente a sus familias.
Los preparativos
Desde del mes de diciembre de 2011 comenzamos a organizarnos para la expedición, armando el itinerario, las listas de tareas, comidas y todo lo que respecta a una expedición invernal. ¿Cuál era el Objetivo? Realizar una expedición homenaje al Milagro de los Andes, y llegar al punto del accidente el día 13 de octubre, misma fecha que hace 40 años atrás el avión impacta.
Pasó el año 2011 y para marzo de 2012de diez solo quedamos tres. Richard y Guille, dos titanes uruguayos que desde el principio estuvieron presente, y yo… que debo admitir pensé que una vez más todo quedaría en la nada.
La expedición
El amanecer del 8 de Octubre salimos rumbo a San Rafael, cargamos todo enla camioneta y emprendimos viaje. Llegamos a Mendoza por la tarde y buscamos un lugar para quedarnos adormir y a descansar por el tremendo viaje.
Partimos rumbo a El Sosneado(pueblo minero que queda al costado de la ruta 40 entre San Rafael y Malargüe) a las 10 de la mañana, con todo el equipo cargado y las inmensas ganas de estar en la montaña. Comenzamos a dejar atrás todo rastro de pueblos y personas, el viaje por el ripio generaba expectativas de cómo sería el camino más adelante ya que en la entrada no era muy buena la huella. Allí, la montaña se hacía presente en el horizonte y estábamos seguros que el gélido viento cordillerano se haría sentir. Desde el camino se notaban los filos nevados de los cerros y podía observarse el detalle de las nevadas de días anteriores que nos esperaban ansiosas para ver qué hacíamos en el terreno.
Llegamos a las 16:00 aproximadamente al hotel abandonado Termas del Sosneado, allí comenzamos a bajar nuestros equipos y decidimos que sería nuestro Campamento Base (C.B.). La tarde se hacía presente y el viento helado nos invitaba a quedarnos dentro de la carpa. Preparamos la comida y charlamos de nuestro itinerario, el clima de los días siguientes y nuestra travesía en la montaña. Luego de un rato el sueño invade nuestros cuerpos y de a poco vamos cayendo al descanso esperado.
9 de Octubre, día 1 de trekking
Un nuevo día se despierta, completamente despejado y caluroso, arrancamos a caminar despacio pasadas las 11 de la mañana. Por delante teníamos el primer río que cruzar,el Atuel. Cruzamos,el río a estas alturas viene por un valle muy ancho y se dividen del brazo principal en muchos más, son poco profundos pero están frescos y torrentosos. Desde el hotel abandonado hasta la primer subida teníamos unos 4 km, que por el cruce de ríos, el camino de canto rodado y por las veces que tuvimos que pasar de un lado y vadear a otro, nos llevó aproximadamente tres horas llegar al punto de descaso y de desnivel pronunciado.
Descansamos un rato mientras nos cambiábamos el calzado para poder iniciar el trekking. Guardamos las botas para cruzar ríos y seguimos camino. La primer cuesta se hacía pesada de a poco comenzamos a encontrar esta transición de la tierra y piedra a la nieve fresca y en este caso… muy blanda. Al hacerse las 17 hs decidimos hacer nuestro primer campamento volante. Cargamos con todo lo referente a comidas, carpas y equipo todo el tiempo con nosotros. La primera noche fue tranquila, la temperatura no bajaba de los -5°, el viento no era muy fuerte y la nieve debajo todavía era soportable.
10 de Octubre, día 2 de trekking
Al despertar nos encontramos con la primera sensación de estar en la montaña, la brisa fría que invade nuestro cuerpo por la mañana, el sol que se asoma detrás de las cumbres nevadas, los diversos colores que se observan a medida que pasan los minutos se transcurre de la sombra al reflejo intenso del sol y de la fresca mañana a la calidez de un gran día.
El camino que nos esperaba era teóricamente tranquilo, no debería haber inconvenientes porque si bien era largo las características iban a dejarnos caminar de manera segura y rápida. A medida que avanzamos nos encontramos con sorpresas, partes de nieve polvo acumulada que se hacían cada vez peor, momentos donde debíamos desviar el camino porque el suelo y la pendiente cambiaban continuamente. Estos fueron algunos detalles de este día que nos hicieron caminar todo el día hasta llegar al arroyo Rosado.
Armamos campamento al lado del arroyo rosado y comenzamos a preparar todo para tener agua y comida al anochecer antes de ir a dormir. Dos días de expedición donde tuvimos cortos trayectos pero de gran esfuerzo y eso nos daba la pauta de cómo se vendrían el resto de los días.
11 de Octubre, día 3 de trekking
Nos levantamos temprano y preparamos el desayuno, un té caliente con unos Galletones para comenzar la caminata, derretir nieve para las caramañolas y así tener bebida en el camino y a seguir. A esta altura, la huella típica del sendero que se debe seguir ya no estaba a la vista, entonces era en todo momento evaluar por dónde ir y hacer huella…
Este día fuimos pasando de la nieve poco profunda a sectores donde nos enterrábamos hasta las rodillas, luego del vadeo del Arroyo Rosado tuvimos una pendiente pronunciada en imponente bajadadonde los desprendimientos de roca eran visibles desde lejos y bastante peligrosas. Luego de dos horas aproximadamente llegamos a otro de los arroyos que nos acompañan en esta travesía, el Arroyo de las Lágrimas.
El Arroyo de las Lágrimas nace en el valle del mismo nombre, sitio donde ocurre el milagro de los andes, es agua de deshielo y podríamos decir que por la época del año si bien no trae mucha agua, cruzarlo es bastante complicado porque en partes esta tapado de nieve y es difícil saber si la nieve resistirá cada paso sobre ella.
En nuestro segundo día cruzamos el Arroyo Rosado, el Lágrimas y volvimos a cruzar el Lágrimas una vez más. Allí, estábamos en las cercanías del Campamento Barroso, este campamento es usado comúnmente en temporada de verano por las empresas que realizan cabalgatas al sitio del accidente. Decidimos seguir adelante. Nuevamente nos encontró la tarde y si bien no teníamos decidido caminar hasta puntos fijos, intentábamos llegar a sectores buenos para armar nuestro campamento.Terminamos de pasar la pendiente que está al lado del barroso y luego de dos horitas decidimos armar nuestra carpa.
Paramos este día cerca de las 17.00 hs. El sol comenzaba a bajar y el viento se ponía helado. Una vez que paramos, sin dudar, dejamos lasmochilas y con la pala de nieve a preparar el terreno de lo que sería nuestro futuro campamento. La nieve a esa hora se encuentra enetapa de transición donde la superficie pasa de estar completamente blanda a endurecerse de a poco hasta quedar como el asfalto. Esto sucede en cuestión de minutos así que intentábamos hacer nuestro trabajo de a poco y turnando tareas para que sea ligero emparejar el piso, los ladrillos y construir la pared que nos protegería del viento. Así, pasados los 30 a 40 minutosterminábamos de hacerlo. Luego tarea sencilla, a la carpa, a comer y a dormir.
12 de Octubre, día 4 de trekking
Otra mañana que nos preparamos para salir de la carpa y perpetuar ese instante en nuestros recuerdos, imagen del día diferente pero la misma sensación de libertad, el viento helado golpeando el rostro, las botas frías, casi congeladas, entumecían los pies por lo que debíamos entrar en calor y ponernos en movimiento. Cada mañana armábamos la mochila dentro de la carpa mientras de a poco derretíamos la nieve y calentábamos el agua para el desayuno. Así, al salir de la carpa, solo nos quedaba lo último, desarmar, intentar controlarla para que el viento no nos arrebate la misma y poder continuar con la expedición. El terreno esta vez se dificultaba más porque continuamente encontrábamos sectores donde la nieve se debilitaba demasiado y nos enterrábamos hasta las rodillas y salir después de caminar arduo todo el día era muy cansador. Estuvimos caminando hasta las 16 hs aproximadamente y un poco más arriba se hacia sentir el viento… no solo por la fresca sensación de que se congelaban los dedos, sino porque la fuerza que tenía nos frenaba en movimiento y a veces sus ráfagas nos hacían detener por completo hasta que pasaran para que no resbalásemos y cayéramos al costado del camino.
Si bien la tarea de armar el campamento con sus paredes y el emparejamiento del terreno era tarea conocida, esta vez el viento dificultaba todo… porque traía consigo una lluvia de nieve que golpeaba con dureza. Hasta ahora, esta era la tarde mas fría y ventosa de todas… caminar era casi imposible y por momentos, el viento era tan fuerte que teníamos la sensación que caería nuestro muro sobre la carpa. Una vez terminada la tarea, rápidamente nos metimos dentro de la tienda y a descansar de todo el día de actividad. Guille en todo el viaje fue el cocinero elegido. Grandes cartas de comidas llevaba consigo… El arroz con sopa, arroz con verduritas… y el infaltable menú especial de “galletitas con picadillo”… La especialidad de la casa. Inolvidables momentos detrás de tan simples comidas. El descanso prosperó luego de la panzada exitosa en la velada.
13 de Octubre, día 5 de trekking
Comenzaríamos a caminar ya en la última etapa antes de llegar al sitio del accidente. El inicio debería ser temprano para dejar las mochilas grandes y salir con las de ataque al punto de impacto. Al despertarnos teníamos la sensación de que la noche estuvo muy fría, pero como todas las mañanas comenzamos a preparar todo para salir. Armar la mochila, poner agua para el desayuno, desayunar y a calzarse para la travesía del día… entonces llegó la sorpresa.
Nos encontramos con todo lo que quedo en el ábside completamente congelado. Eran las 5 de la mañana y no podíamos calentar nada, ni las medias, ni el interior de las botas dobles y para peor… las mías al amanecer de este día también se encontraban congeladas… así que aunque insistía con calentar y golpeaba con ganas la punta…. Nada servía.
La bota pasó por todas las manos, cada uno con su fórmula inquietaque iba cambiando a medida que no servía… lo único que resultó fue poner más agua a calentar y esperar… después de que saliera el sol, como a las 7.30 hs decidí que no importaba… el sol en un tiempito calentaría todo… y las botas no serían tan frías!
Así fue como, teniendo todo armado en las mochilas, nos quedamos solo con la carpa armada para refugiarnos de la helada madrugada y tomar otra taza de té. Comenzamos a caminar a partir de las 8 am. El clima ayudaba bastante ya que durante el día era cálido y las noches no se ponían tan frías.
Los dedos de mis pies estaban ardiendo del frío que tenían que soportar por el hielo en punta de la bota, así fue durante unos minutos hasta que la bota comenzó a tomar el calor de mi cuerpo y de a poco descongelarse. A esta altura me dolían los pies por el frío y porque al estar congeladas, me quedaban más chicas.
La expedición en estos días nos había dado a todos un poquito de su dureza. Richard físicamente se lo veía bien y solo le dio el sol fuerte en la cara por lo cual se notaban sus labios un poco lastimados. Guille hasta el momento venía muy bien aunque a lo último comenzó a quejarse de una molestia en la rodilla que de vez en cuando aparecía. A mi el dolor de rodilla me venía desde el día anterior, y para colmo un dolor en el cuello cada mañana era insoportable…
Caminamos todo el día, pasar por encima del arroyo Lágrimas a esta altura, si bien no fue tan difícil porque estaba tapado de nieve, igual debía hacerse de manera cuidadosa ya que debajo de la nieve el rio corría muy fuerte y pisar en falso o que se rompiera estos puentes formados encima del mismo seria fatal. Luego del cruce, la subida fue por una larga y empinada lengua de nieve que nos acercaría hasta la mitad del camino. Pasamos partes complicadas donde caminamos al filo de una caída que parecía no tener fin, o para nosotros era mejor no pensarlo porque el final de la misma era contra la montaña de enfrente.
La parte mas complicada este día fue una hora antes de llegar al objetivo cuando nos paramos mirando hacia arriba y nos dijimos qué haríamos si una roca venía cayendo desde arriba hacia nosotros y como reaccionaríamos, basto decir eso que desde arriba a unos 50 metros, vemos aproximarse una mancha negra que, si bien no venía con gran velocidad, la iba tomando a medida que se acercaba a nosotros. Automáticamente nos miramos y quedamos quietos porque su lectura nos daba que pasaba unos metros delante de nosotros, de repente por esas cosas que uno no sabe cómo explicar, cambia de dirección y nos apunta y con gran sutileza pasa entre Richard y Yo, solo miradas y sin decir más que palabras ardientes… seguimos caminando.
Nuestras miradas lo decían todo pero una gran sonrisa dejó de lado nuestros pensamientos de – ¿que hubiera pasado si la roca…?- y seguimos camino. Tuvimos un descenso importante y luego la última parte de la subida atravesando el glaciar hasta encontrar un punto donde acomodar la carpa y no tener que sufrir alguna caída de rocas o nieve durante la noche.
Este día terminamos cerca del monolito a unos 150 mts más arriba, porque era el punto más seguro para descansar. Desde donde estábamos teníamos una vista estupenda del glaciar de las Lágrimas, no veíamos el monolito, pero podíamos observar el inmenso glaciar, el valle del Arroyo Las Lágrimas y el cerro El Sosneado cuyos atardeceres son increíbles.
Armamos el campamento más alto de la expedición a 3750 mts. Si bien no es de mucha altura, el terreno es bastante complicado por las distancias a caminar y la época del año. El frío todavía es intenso y el sol aparece muy temprano con lo cual la nieve permanece dura por pocas horas. Nuestro campamento se hizo sobre un lomo de nieve donde el viento le daba con fuerza y por lo tanto hubo que reforzar las paredes del refugio con dobles bloques de hielo cortados con la pala y cubrir todo tipo de ingreso de aire. Al finalizar parecía que nada podría derribar la barrera armada, y por suerte… así fue.
Durante la noche, conversamos sobre lo dura que había sido la jornada y el esfuerzo que demandaría la del día siguiente. Cenamos temprano porque el frio y el cansancio nos invitaban a descansar. Un clásico arroz con atún para cambiar de sabores y un rico chocolate de postre. De esta manera fue como nos despedimos hasta la mañana siguiente.
14 de Octubre, día 6 de trekking
Suena el despertador a las 05.00 am. Despacito acomodamosel equipo y la mochila de ataque para salir en busca de los 4700 de la zona de impacto. Botas Dobles, Crampones, Piquetas, Cuerda… en ese momento las caras de mis compañeros notaban algún malestar significativo. Por el esfuerzo del día anterior los chicos me cuentan que les dolía bastante la cabeza, y que físicamente no estaban bien, a Guille además de dolor, no se sentía del todo bien y no podía subir al punto de impacto. En ese momento se generó un silencio donde pensábamos que hasta allí habíamos llegado.
Entre una y otra cosa conversamos de como estábamos, como nos sentíamos y cada uno exponía su situación, en ese momento les comenté que si bien sentía el cansancio de los días anteriores creía que podía realizar un intento al punto de impacto y que lo haría de la manera más segura posible priorizando el regreso seguro siempre. Después de esto el apoyo de ellos fue incondicional para que pudiera preparar una mochila liviana con agua y algo para comer en el camino. Se pasó un poco el tiempo para la salida al tener que derretir mucha nieve para el camino, así que a las 7.30 salí hacia el punto de impacto.
La ruta a seguir fue trazada de acuerdo a las circunstancias en tiempo y forma, la misma era la correcta aunque se veía bastante empinada también. Al retrasar la salida, tuve que tomar un camino un poco más exigente y caminar ligero para que el sol no complicara demasiado el camino. La primera subida fue por un lomo bastante largo que parecía no tener fin, una vez arriba del mismo la sorpresa de una depresión inmensa hacia un glaciar de aproximadamente 800 mts.
Pasar por allí solo, es una constante de preguntas sobre lo bueno o malo de esta decisión ya que las grietas solo se veían en pequeñas líneas casi insignificantes en el manto blanco que recorría el glaciar. Varias veces me pregunté qué estaba haciendo allí, solo.Pensaba en que solo dos días antes de nuestra expedición hubo una nevada grande en la zona y la nieve era nueva y por lo tanto no tan segura. Llevaba más de una hora caminando y había llegado apenas al inicio de la gran pendiente. La verdadera pendiente.
Comencé el ascenso aproximadamente a las 9 de la mañana, si la nieve se mantenía así en tres horitas llegaría al punto de impacto y regresaría al campamento aproximadamente a las 15.00 como había acordado con mis compañeros. La primera parte de la subida se hacía lenta pero sin complicaciones, solo miraba hacia arriba y estaba atento a cualquier cambio ya que a mí alrededor estaba lleno de piedras que caían desde arriba y no quería que ninguna me sorprendiera en la subida.
Una vez que pasé el primer tercio, el terreno se notaba más flojo y las botas comenzaron a hundirse en la nieve con lo cual aumentaba la dificultad, el esfuerzo y el cansancio. De tanto en tanto, cuando paraba a tomar aire echaba un vistazo hacia atrás a ver si podía encontrar el campamento de mis compañeros, varias veces hice esto, quería que ellos me vieran para que sepan que estaba bien y se quedaran tranquilos. Pero a esta distancia yo ni siquiera llegaba a ser un punto negro en la nieve… todo se confundía.
Seguí caminando, ascendiendo, mirando una y otra vez hacia el campamento, continuaba y cada vez más el sol entorpecía mi avance, la nieve se volvía más blanda, mis pasos profundos y el viento con sus ráfagas repentinas invadían mi tranquilidad. Al llegar a la mitad del camino, en algunos pasos las botas desaparecían y mis rodillas quedaban clavadas en la nieve. Hasta aquí no había visto la carpa ya que estaba muy lejos, tapada por una pared de nieve extensa.
Cuando se hicieron las 11.00 de la mañana y me encontré recién a mitad de camino sabía que no volvería para la hora calculada y solo quería avanzar para ver a mis compañeros y hacerle seña de que todo estaba bien para que no se preocuparan. El buen tiempo iba de a poco cambiando encima mío y las nubes pasaban muy cerca, además de las ráfagas pesadas de viento. Tenía que acelerar el paso un poco más.
Seguí avanzando y pasado el medio día ya era un esfuerzo constante, respirar, contar pasos, controlar tiempos de descanso y ver lo poco que faltaba. A este ritmo serían unas dos o tres horas más contemplando que la pendiente se hacía más intensa y la nieve más blanda. Hasta que vi claramente la zona de acampe, no podía distinguir la carpa así que saqué una foto aproximada y después la acerqué con el zoom de la cámara. De esta manera pude ver el campamento. No a los chicos pero si el campamento y eso… me dio fuerzas para seguir avanzando un poco más.
Avancé por el borde de unas rocas porque la nieve se había puesto imposible, caminar con los crampones se hacía complicado pero seguía siendo más seguro y rápido que por la nieve. Caminé alternando la roca con la nieve, la pendiente era aún mayor y estaba muy cerca de un borde rocoso donde podía subir y tomar un poco de agua y comer algo. Controlé la hora, eran las 14.00estaba sentado en una roca a 500 mts aproximadamente del filo y, si mal no recuerdo, después debía caminar por el filo unos 300 para la zona de impacto. Tomé un respiro, observé todo a mí alrededor.
Escuchaba como el silencio profundo de la montaña se transformaba en pequeños silbidos por el fuerte viento, como se escuchaba aproximar desde el valle hasta llegar al filo y allí se dejaba ver cuando mostraba esos torbellinos de nieve y aire en cada cima cercana. Veía como desde el oeste aparecían nubes que iban pasando sobre los cerros y quedaban estancadas sobre el valle justo sobre nuestra tienda, nuestro camino.
Allí sentado, tomé mi tiempo para pensar y decidir lo mas difícil… el regreso. Ya habían pasado las 14.30 y todavía no había llegado al punto de impacto, desde donde, seguramente tardaría una hora y media más según el ritmo que llevaba. Pero llegar no era el asunto sino volver, con el mal tiempo que se avecinaba, poca agua y apenas unas pasas de uva y caramelos de miel. Y entonces, decidí regresar.
El frío se hacia bastante complicado y por la pendiente todo el camino se desprendían pedazos de roca y techos de nieve. Las nubes estaban cerca y con ellas el cálido día se veía amenazado. Lo que tardé en subir en cinco horas, la bajé en una… despacio para no tomar velocidad y caer pero igualmente era muy rápido porque la pendiente no dejaba opción. Lleguéal pie del glaciar y el primer paso fue con muchas dudas, la nieve estaba muy floja para mi gusto.
De ahí en más cruzar el glaciar fue bastante lento ya que la primera parte tenía una leve bajada y la segunda su pequeña subida. Una vez que pasé ese lomo, todo era en bajada, fue extensa y parecía interminable. Sabía que el campamento estaba detrás de una lengua de nieve que veía desde arriba pero… cada vez se alejaba más y parecía que dar la vuelta a esa lengua nunca terminaría. Hasta que la vi, armadita y todavía en pie y al costado de ella a mis amigos!!!.
Habíamos quedado con ellos que volvería para las dos de la tarde y seguiríamos de largo regresando hasta el campamento siguiente. Por mi retraso,al no saber nada de mí, habían comenzado a preparar todo para ir a buscarme. Richard y Guille, excelentes amigos y además grandes compañeros de montaña. Esta es una de esas cosas que genera la montaña. A ellos los conocí hace unos años cuando los acompañe a un trekking al Cerro Volcán Overo y desde allí hemos intentado realizar alguna travesía junta. Cosa que no me arrepiento para nada.
Así fue que nos encontramos en el campamento aproximadamente a las 17.00 hs, luego de diez hs de trekking nos abrazamos y reíamos haciendo chistes sobre la búsqueda que jamás se llevaría a cabo. Entonces me muestran un aislante al que habían escrito con un pedazo de chocolate que sacrificaron por dejar una nota en el caso de que fueran a buscarme y yo apareciera por otro lado después. Y ¿saben lo que significa un chocolate a esas alturas no?
Rápidamente nos metimos a la carpa porque la tarde sin el sol se ponía muy fría, las nubes se posaron sobre el campamento y de apoco rodearon el valle. Cenamos y a descansar para regreso a casa. Mientras esperamos dormirnos comenzábamos a recordar los gustos de las comidas ricas que uno quiere sentir nuevamente al regresar a la civilización.
15 de Octubre, día 7 de trekking
El día amaneció despejado y temprano preparamos todo para salir a caminar. Decidimos caminar y pasar directamente al primer campamento.El descenso fue bastante rápido, el cruce de los ríos y el sol intenso hacía que una vez másla nieve se ablandara y nuestras botas se perdieran en cada paso dentro de la misma. Caminamos muy duro ese día recuperando al pasar por cada campamento los residuos que habíamos dejado para ese fin.
Pasamos por el campamento tres, cruzamos una vez más un río, luego otro y nuevamente un campamento que nos recuerda alguna noche atrás, el campamento dos. Poco a poco nos alejamos de la cumbre, del glaciar y cuando allá arriba todo era un manto blanco, cuando aquello que todavía estaba bajo nuestros pies era nieve… se veía en el horizonte que el paso de los días de calor había dejado su huella allí abajo. En un instante pasamos de estar pisando sobre hielo y nieve a los arbustos espinosos de la zona que se acercaban despacio a la superficie.
Apenas pasamos el campamento dos, nos dimos cuenta que no llegaríamos al Hotel Abandonado de un solo tirón y decidimos acampar una vez que cruzáramos el arroyo rozado. Allí teníamos agua cerca y reparo del viento. Al llegar calentamos agua, tomamos algo calentito y a descansar.
16 de Octubre, día 8 de trekking
La mañana siguiente nos levantamos muy cansados, lo peor por delante ya no era la gran montaña sino la última parte del camino que son unos 2000 mts de canto rodado para cruzar el Río Atuel.
Desde donde estábamos podíamos ver el punto donde estaba el Hotel abandonado, pero era diminuto en el horizonte. Casi al final del trayecto, del descenso, tuvimos un susto importante ya que Richard iba delante del grupo y vemos como desaparece detrás de su mochila, y en este caso no fue como el conocido dicho… que un tropezón no es caída, esta vez si lo fue. Por suerte para todos solo fue un raspón de manos y un golpe en el brazo por amortiguar la caída.
Llegamos al canto rodado, dentro de esta extensa planicie de rocas redondas, planas y de diferentes tipos que son arrastradas por el rio, hay varias lengüetas de agua que se van formando por los arroyos y las caídas de agua transitorias formadas por el deshielo. Todo esto, alimenta al Atuel, que más adelante deberíamos cruzar. El caudal de agua es mucho más intenso de cuando pasamos hace 6 días atrás.
Una vez al costado del rio, fuimos buscando zonas bajas para poder cruzarlo y vadeamos el mismo de isla en isla para que no nos arrastrase la fuerza del agua, cruzamos el rio en cuatro partes profundas apenas por encima de las rodillas, de 3 a 5 mts de ancho, no era profundo pero si muy torrentoso. De esta manera terminamos de cruzar el último rio de regreso y unos 1500 mts nos separaban del Hotel Abandonado.
Caminamos arduamente para llegar cuanto antes al Hotel Abandonado. Durante los días de estadía no habíamos tenido contacto con la gente y los primeros en vernos fueron los gendarmes de una patrulla que andaba por la zona. Nos miraron desde arriba en el camino y nos pidieron parar, se acercaron… nos miraron de manera extraña, tomaron nuestros datos, nos miraron mas extraños aun y comenzaron a preguntar. ¿De donde vienen?, ¿cuando salieron?, ¿de donde son?, ¿porque vinieron?, ¿a quien avisaron?, y muchas preguntas mas. Al final nos dejaron seguir camino y recomendaron tener cuidado.
Así como llegamos al Hotel abandonado tiramos las mochilas y calentamos agua para unos mates. El mate, la yerba y el termo quedaron en la camioneta durante nuestra estadía. Comenzamos a acomodar los bolsos, cambiarnos y conectar todo en la camioneta para salir hacia El Sosneado. Varias veces arriba, en la montaña, habíamos hablado de los ricos panes de “Jamón del Medio” y mejor aun cuando se transforma en Sándwich al ponerle jamón y queso. “Jamón del Medio” es una proveeduría de regionales que se encuentra en el pueblo El Sosneado, al costado de la ruta 40, que comunica Las Leñas y Malargüe con San Rafael.
Partimos hacia San Rafael y dejamos atrás la montaña, allí pasamos grandes momentos y nos traemos los mejores recuerdos. Esta expedición que nace a partir de una idea, que poco a poco se fue transformando en un objetivo, en una necesidad de hacerlo nos ha demostrado una vez más que aquello que sucedió hace 40 años fue un verdadero milagro.
Muchas veces las ganas de vivir nos hacemás fuerte, los afectos nos movilizan a hacer cosas increíbles y el amor nos permite actuar con el coraje necesario para vencer las adversidades. A veces vencemos y otras sirven para no quedarnos con la duda de lo que podríamos haber hecho. Allí en la montaña aprendimos a compartir, a confiar, aprendimos del otro, a disfrutar de un tiempo sin aquello que en las ciudades abunda, de lo que tanto estamos acostumbrados, de las comodidades. Aprendimos a mirarnos dentro de si mismos, a tomar decisiones importantes para volver a casa y dejar de pensar en nosotros, a cuidarnos el uno con el otro. Por esto y mucho más esta expedición fue completamente exitosa.
Saludamos a aquellos a quienes dedicamos este homenaje, a los que lograron sobrevivir del infructuoso ya quienes perdieron la vida en él. Queremos decirles que lejos estuvo de parecerse a lo que pudieron haber vivido, pero sí ellos nos movilizan a esto y es porque simplemente su historia es parte de muchos de nosotros y de tantas personas que hoy encuentran un lugar en esta historia.
CABALGATA
Cabalgata al avión de los uruguayos Viven 2014. Información 011 156 493 9054 andesnuestros@hotmail.com
Un marinero polaco logró ser rescatado luego de naufragar siete meses en el océano Índico. Zbigniew Reket fue encontrado el 25 de diciembre de 2016 frente a la costa de la isla francesa La Reunión, cerca de Madagascar. Esta nota fue publicada en la Revista Andar Extremo n° 49 en Noviembre/Diciembre de 2017
No fue una Navidad cualquiera para Zbigniew Reket. El marinero polaco de 54 años, fue rescatado el 25 de diciembre luego de haber naufragado durante siete meses en el océano Índico. Los servicios de salvamento marítimo informaron que lo encontrado frente a la isla francesa La Reunión.
La embarcación improvisada que había sido realizada por el propio joven, y que se averió al inicio del viaje, fue avistada por un velero que alertó a los servicios de rescate.
Según la Sociedad Nacional de Salvamento Marítimo, Reket indicó que se encontraba a la deriva después de haber salido al mar en mayo, en las Comoras, islas al sureste de África. Según señaló, su destino final era Sudáfrica, donde pretendía buscar trabajo.
Sin medios para comunicarse, sin instrumentos de navegación, y con provisiones para un mes, el hombre detalló que estuvo a la deriva entre las Maldivas, Indonesia y la Isla de Mauricio, antes de ser rescatado.
Con su gato como única compañía, afirmó que sobrevivió comiendo medio sobre de sopa china al día, que a veces aderezaba con lo que pescaba.
En la investigación, el marino precisó que después de haber pasado diez años en los Estados Unidos, había viajado a India en 2014 para comprar su embarcación y dirigirse a Polonia, pero que su bote perdió el mástil y quedó a la deriva hasta las Comoras donde permaneció varios meses.
Asistido por la asociación “Gentes del Mar”, comentó la imposibilidad de volver a los EEUU dado que su permiso de residencia expiró. En sus planes tampoco pretende volver a Polonia, sino que espera poder reparar su barco y quedarse algún tiempo en La Reunión.
Nueve días después del terremoto y el tsunami que arrasaron el noreste de la costa nipona en 2011, una anciana de 80 años, Sumi Abe, y su nieto Jin, de 16, fueron rescatados con vida, de entre las ruinas de su casa en Ishinomaki. Esta nota fue edita en la Revista Andar Extremo n° 47 de julio/agosto de 2017
En el fatídico 11 de marzo de 2011, el potente terremoto de magnitud 9 destruyó su hogar en el territorio de Miyagi, una de los más castigados. Milagrosamente, Sumi y Jin fueron sepultados bajo ladrillos, vigas y tejas, pero no murieron. Ambos se hallaban en la cocina y, tras quedar atrapados entre los escombros, se las arreglaron para sacar comida de la heladera pese a que estaban muy débiles por las heridas.
A oscuras, soportando temperaturas bajo cero y con la agonía de pensar que tenían las horas contadas, sobrevivieron a base de yogures durante nueve interminables días. La anciana tenía las piernas inmovilizadas, pero su nieto, a pesar de la hipotermia, logró escapar de entre los restos del inmueble destruido y llegó hasta el exterior, desde donde hizo señales a un helicóptero de salvamento.
Como la policía no podía sacar a Sumi, tuvieron que llamar a un equipo de rescate para salvarla. Ambos fueron trasladados en helicóptero al hospital de Ishinomaki, donde pudieron contar que sobrevivieron al peor Tsunami de la historia reciente de Japón, que provocó una ola de diez metros borrando del mapa cientos de pueblos.
Este hecho se suma al de Hiromitsu Shinkawa, un hombre de 60 años que fue encontrado dos días después del Tsunami, a 15 kilómetros de la costa. Tragado por la fuerza de las olas al retirarse, resistió encima del tejado de su casa hasta que fue avistado por un destructor de la Marina nipona. “Ningún helicóptero o barco que ha pasado cerca me ha visto, pensé que iba a ser el último día de mi vida”, relató cuando fue rescatado.
El recuento oficial de víctimas de ese año entre muertos y desaparecidos que dejó la catástrofe fue de 20891. Sólo en la prefectura de Miyagi, la Policía calcula que han perdido la vida unas 15.000 personas y que unas 452.000 personas perdieron sus casas.. Además de las casas que tumbó, el tsunami dejó en el primer periodo 250.000 viviendas sin luz y un millón sin agua.
Las pérdidas por los daños materiales se calculó en 176.000 millones de euros, que supera el terremoto de Kobe como el desastre más caro de la historia, ya que su reconstrucción superó los 81.000 millones de euros.
Este es uno de los casos de supervivencia más raros de la historia y fue protagonizado por la azarosa vida de Nicholas Alkemade. Él sobrevivió a una caída sin paracaídas desde 5500 o 6000 m. de altura (nunca fue confirmada exactamente la altura). Esta nota fue publicada en la Revista Andar Extremo n° 1 nov/dic de 2008
Nicholas Stephen Alkemade nació en North Walsham (Inglaterra) en 1922, de padre holandés y madre inglesa. En 1940, a la edad de 18 años, ingresó en la RAF y emprendió su servicio en operaciones de salvamento de aviadores caídos en el mar, hasta que, deseoso de mayores emociones, logró que se le trasladara al Comando de Bombarderos como artillero de cola y como muchos de sus compatriotas participó en la II Guerra Mundial
A 6000 metros de altura, la torrecilla superior de un bombardero Lancaster es un lugar frío y solitario, separado del resto de la tripulación por dos puertas y 11 metros de fuselaje. Es un hueco estrechísimo, en donde apenas cabe el artillero vestido con su traje de aviador. No hay espacio ni para el paracaídas, de modo que solamente lleva puesto el arnés. El paracaídas se guarda en el fuselaje principal, a un metro de la segunda puerta y separado de los pertenecientes a los otros miembros de la tripulación.
En caso de emergencia, el artillero tiene que salir de la torrecilla, tomar el paracaídas, engancharlo al arnés, y saltar, confiado en que la antena de radio que va más atrás no lo parta en dos. El puesto de artillero de cola se considera en la RAF como «ocupación peligrosa”
El hecho ocurrió durante la noche del 24 al 25 de Marzo de 1943, el avión participaba en un bombardeo aliado sobre Berlín, después de soltar su carga de más de 3 toneladas de explosivos volaba sobre él rió Ruhr de vuelta a casa. De pronto una serie de explosiones sacudieron la aeronave e hicieron saltar la cubierta de la torreta, hiriendo a Nicholas en la pierna. Consiguió rechazar el ataque del caza alemán pero los daños del bombardero no permitían seguir el vuelo, era necesario abandonar el avión y así se lo comunica el capitán a la tripulación.
Nicholas intento ir en busca de su paracaídas pero estaba dañado por el fuego, se refugio de nuevo en la torreta esperando lo que era seguro su muerte. Ante la tesitura de morir quemado o saltar, prefirió la seguridad de una muerte rápida y salto del avión. Durante la caída perdió el conocimiento.
Cuando despertó estaba en la nieve bajo un claro del bosque, las ramas de los abetos habían frenado su caída y la capa de nieve amortigua el choque contra el suelo. Fue hecho prisionero por los soldados alemanes, que lo trasladaron a un campo de prisioneros junto a otros aviadores. Asombrados con la historia quisieron dejar constancia. Las siguientes letras fueron escritas por Dular Luff comandante de la Luftwaffe en la zona y para evitar cualquier atisbo de duda ante representantes de los prisioneros del campo:
Se ha investigado y comprobado por las autoridades alemanas que la afirmación hecha por el sargento Alkemade, 1431537 RAF, es verídica en todos sus detalles, esto es, que se arrojó desde una altura de 6000 metros sin paracaídas y llegó al suelo sano y salvo; su paracaídas se incendió en el avión.
El sargento Alkemade cayó sobre una gruesa capa de nieve en medio de los abetos. Testigos: H.J. Moore, Teniente Primero, oficial Británico de más alta graduación.
R.R. Lamb, 1339582, Sargento Primero;
T.A. Jones, 411, Suboficial británico de más antigüedad. Fecha: 25/4/44.
Tras la victoria aliada Nicholas fue liberado y trabajo en la industria química, muriendo el 22 de junio de 1987.
Relato del Sobreviviente ”En la noche del 25 de Marzo de 1944, acercándose nuestro Lancaster a Berlín, podíamos ver los largos dedos de los proyectores luminosos que exploraban el espacio. Al aproximarnos más, percibimos las señales rojas y verdes dejadas previamente por nuestros aviones de reconocimiento para guiarnos. Cuando uno tras otro principiaron los aviones a dejar caer sus bombas, centenares de fuegos artificiales hicieron erupción debajo de nosotros: incendios dorados, deslumbradoras explosiones rojas y blancas, fogonazos anaranjados de las piezas antiaéreas.
Nos llegó el turno. Soltamos nuestra bomba explosiva de 1800 kilos y tres toneladas más de bombas incendiarias. Después, en medio de los rayos oscilantes de los proyectores, giramos para dirigirnos a nuestra base, muy atentos, eso sí, al peligro de los aviones alemanes de combate.
Yo los veía actuar a distancia. De ellos partían destellos de luz blanca que a veces hacían estallar una gran bola de fuego roja y anaranjada, la cual describía un arco en el cielo para ir a morir a la oscura tierra.
Eso indicaba que habían acertado a algún Lancaster y varios camaradas míos ya no volverían a su base.
Volábamos sobre el Ruhr, cuando de pronto una serie de choques poderosos sacudieron nuestro avión de uno a otro extremo; después se oyeron dos truenos terribles al estallar dos granadas en la base de mi torrecilla. La cubierta de plexividrio se hizo pedazos y desapareció. Uno de los fragmentos grandes me hizo una larga herida en la pierna derecha.
Afortunadamente mi torrecilla había estado vuelta hacia atrás. Incliné con rapidez las ametralladoras y miré hacia afuera. A no más de 45 metros de mí se veía el borroso contorno de un Junkers 88 de combate. Su frente mostraba una línea de fogonazos blancos al ametrallar a nuestra herida máquina. Apunté a quemarropa y apreté el gatillo de las cuatro ametralladoras Browning 303. Dispararon simultáneamente y el Junkers fue traspasado por cuatro chorros de brillantes proyectiles. Viró alejándose, con su motor izquierdo en llamas. No me detuve a ver que le ocurría; estaba demasiado preocupado con mi propia suerte.
Chorros de combustible en llamas salían de nuestros depósitos y pasaban frente a mí. Por el teléfono pretendí informar al capitán que la cola del avión estaba en llamas, pero él me interrumpió diciendo: «No podemos esperar más tiempo, muchachos. Tienen que saltar. ¡Salten! ¡Salten pronto!.»
Abrí a codazos la puerta de la torrecilla situada a mi espalda, luego me volví y abrí también la del fuselaje. Entonces, horrorizado, me encontré ante una hoguera gigantesca. El humo y las llamas se precipitaron hacia mí. Ahogándome y a ciegas, me refugié en mi torrecilla. Pero ¡tenía que recoger el paracaídas! Abrí otra vez la puerta y me lancé en su busca.
¡Era demasiado tarde! La envoltura se había quemado y la seda, antes estrechamente comprimida, iba saliendo pliegue por pliegue, desvaneciéndose en llamas.
De regreso nuevamente en la torrecilla, reflexioné un instante. Apenas cumplidos los 21 años de edad, me sorprendía el fin del mundo. El aceite del sistema hidráulico se había inflamado y las llamas me quemaban la cara y las manos.
De un momento a otro el avión, condenado al desastre, podía estallar. ¿Debería soportar este infierno y asarme en él, o sería mejor saltar del aparato? Si había de morir, era preferible acabar pronto sin dolor.
Rápidamente hice girar la torrecilla hasta una posición de través, abrí la portezuela y desesperado me dejé caer en la oscuridad de la noche.
¡Ah, que bendito alivio alejarme de ese fuego abrasador! Pude sentir la grata impresión del aire frío sobre la cara. No experimentaba sensación alguna de caída. Era más bien como si descansara en una nube de aire. Mirando hacia abajo, vi a mis pies las estrellas. «Seguramente estoy cayendo de cabeza» pensé.
Si esto era morir, la muerte no era cosa de temer. Solo sentía tener que irme para siempre sin decir adiós a mis amigos. Nunca volvería a ver a Pearl, la novia que había dejado en mi pueblo. Y el Domingo siguiente me hubiera correspondido salir franco.
Después, la nada. Seguramente perdí el conocimiento.
Poco a poco fui recobrando los sentidos. Primero me di cuenta de un resplandor sobre mí, que gradualmente se convirtió en una porción de cielo estrellado. Esta aparecía enmarcada en una abertura irregular, que finalmente resultó ser un claro en el ramaje entrelazado de unos abetos. Al parecer descansaba en un colchón de maleza y nieve.
Hacía un frío intenso. La cabeza me pulsaba y sentía un terrible dolor en la espalda. Me palpé todo el cuerpo. Vi que podía mover las piernas. ¡Estaba entero! En medio de mi absoluto asombro, una plegaria de agradecimiento brotó de mis labios.
«¡Gracias Dios mío!» exclamé.
Traté de incorporarme, pero el dolor era muy grande. Estirando la nuca, pude ver que mis botas de aviador habían desaparecido y que mi ropa estaba quemada y hecha jirones.
Principié a sentir temor de morir congelado. En el bolsillo de mi chaqueta encontré, bastante torcida, la caja de cigarrillos y el encendedor.
No les había pasado nada. Al encender uno me di cuenta de que mi reloj no se había parado. Sus manecillas luminosas marcaban las 3:20; había sido cerca de media noche cuando las balas hicieron blanco en nuestro avión.
Atado al cuello tenía el silbato que debíamos usar para mantener el contacto con los demás tripulantes en caso de que el avión tuviera que descender en el mar. «Hoy no me pesaría ser hecho prisionero de guerra», me dije. Principié a tocar el silbato a intervalos. Me pareció que pasaron muchas horas hasta que oí gritar a lo lejos «Hola».
Seguí pitando y los gritos de respuesta fueron acercándose. Por fin descubrí las luces de unas linternas eléctricas. Enseguida vi unos hombres y algunos muchachos de pié junto a mí. Después de quitarme los cigarrillos, dijeron refunfuñando: «raus! Heraaaus!» (levántate).
Cuando vieron que no podía hacerlo, me pusieron sobre una lona y me arrastraron así por un pastizal helado hasta una cabaña.
Allí una señora anciana, con la cara curtida pero bondadosa, me dio el mejor ponche de huevos que jamás he probado.
Mientras permanecía en el suelo, oí el ruido de un automóvil que se detuvo afuera. Dos hombres vestidos de paisanos entraron ruidosamente en la habitación. Me miraron de pies a cabeza. Después, en absoluto indiferentes a mis dolores, me obligaron a ponerme de pie y me metieron en el automóvil. En el trayecto al hospital, me pareció como si el coche cayera de propósito en todos los baches del camino.
Me tuvieron mucho tiempo en la sala de operaciones. Solo después supe la extensión de mis lesiones: piernas abrasadas, luxación de la rodilla derecha, punzada en la cadera producida por una astilla, torcedura de la espalda, ligera contusión en la cabeza y profunda herida en el cuero cabelludo; además quemaduras de primero y en segundo grado en la cara y en las manos. La mayor parte de estas lesiones las sufrí antes de abandonar el avión.
Luego de un largo interrogatorio de boca de un oficial de la Luftwaffe, quien lo interrogó durante tres días seguidos, se reunió con el Comandante de la Luftwaffe de esa zona Dulag Luft, quien lo felicitó por su proeza de caer de 6000 metros.
Acto seguido lo llevaron a un recinto en donde se hallaban unos 200 aviadores prisioneros.
Se me hizo ponerme de pié en un banco. Después un oficial de la Luftwaffe relató la hazaña.
Aquello fue un pandemónium. Se olvidaron nacionalidades. Me vi estrujado por franceses, alemanes, ingleses y norteamericanos, que me estrechaban la mano, me hacían preguntas a gritos, y me obligaban a aceptar el obsequio de un cigarrillo o de una tableta de chocolate.
Después me entregaron un papel firmado durante la demostración por el oficial inglés de más alta graduación, quien había copiado la relación autentificada por los alemanes y la había hecho firmar también por los dos suboficiales británicos de mayor antigüedad. No es más que un pedazo de papel, ahora descolorido, pero siempre será el documento de que más me enorgullezco.
Ficha Ténica Bombardero Avro 683 Lancaster
Fabricante: Avro Tipo: Bombardero pesado cuatrimotor Primer vuelo: Prototipo:9 Enero de 1941; Producción: Octubre 1941 Motor: Rolls Royce Merlin XXIV de 1640 cv Armamento: 8 ametralladoras de 7.7mm (cal 0.303), 2 en torreta del morro y dorsal, 4 en torreta trasera. Una bomba de 9979 Kg (22000 lb) o hasta 6350 kg (14000lb) de bombas más pequeñas. Velocidad máxima: 462 Km/h a 3505 m Autonomia: 4072 km a media carga de bombas
Techo de servicio: 7470 m Trepada: 150m/min Peso en vacio: 16738 Kg Superficie alar: 120,49 m² Envergadura: 31.09 m Longitud: 21.18 m Altura: 6.10 m
Rodrigo Esmella tiene 36 años, nació en Capital Federal pero se crió en Capilla del Monte, Córdoba, desde que tenía 1 año. Es actor, bailarín y comediante. También se formó como Guía de Turismo Aventura y en 2005 empezó a hacer Parapente. En 2016 estuvo involucrado en un hecho de supervivencia donde tuvo que escaparle a la muerte en dos ocasiones. Nota de la revista Andar Extremo n° 51
Por Marcos Ferrer entrevista a Rodrigo Esmella, Fotos Rodrigo Esmella
Siempre te gustó hacer deportes?
Sí, desde chico. Además, si te gusta, la geografía del lugar invita a hacer este tipo de actividades. Un día aparecés con unas botas o zapas de trekking, y hacés trekking. Otro día con una mochila, equipo de escalada y haces escalada. Y otro día, miras para arriba y ves parapentes volando… jajajaja! Así que hice el curso y empecé a volar.
Qué hecho sucedió en 2016 que marcó tu vida?
Estaba en Capilla del Monte, era domingo, domingo 21 de febrero. Me habían invitado a hacer un vuelo en parapente, la condición estaba buena, pero ese día estaba cansado y no tenía los ánimos fuertes. Unos días atrás había tenido una pelea fuerte con mi hermano, no nos estábamos hablando. Todo eso influía. Pero como el conocedor de la zona era yo, accedí a hacer la guiada hasta allá arriba. Para hacer algo de estas características la cabeza tiene que estar tranquila, uno tiene que estar relajado.
Hicimos el despegue en el Cerro Uritorco, aproximadamente a las 15:45. Mi amigo despegó primero. Uno para despegar necesita que el viento esté de frente, la ladera que se usa para despegar tiene que estar enfrentada al viento. Generalmente el despegue es horizontal, corriendo hacia adelante, en contra del viento y en dirección hacia la bajada de la pendiente. Pero puede pasar, si la condición es potente, que en vez de salir hacia adelante, tu despegue sea vertical. Y eso pasó. Salí hacia arriba, esperando para poder avanzar e ir hacia adelante, empecé a derivar hacia la izquierda, seguido de una pequeña rotación hacia la derecha. Y es acá donde se pliega mi vela y caigo.
Tuve una plegada asimétrica del lado derecho, eso significa que una parte del ala se pliega y deja de volar, mientras que la otra mitad (izquierda) sigue volando, avanzando, generando una rotación sobre el eje.
Las plegadas pueden suceder, pero lo importante es tener altura para contar con un margen de tiempo para que la vela se abra de nuevo. Imaginate que son unos 27 m2 de tela anclados a tu cadera por medio de un arnés, y para que esa cantidad de tela vuelva a configurarse como ala requiere de un tiempo. Si estoy con altura suficiente, cuento con ese margen de tiempo. El problema fue que estaba a baja altura y llegué al piso antes que la vela vuelva a volar. Caí desde unos 20 mts, con el peso del cuerpo sobre la pierna izquierda y pegué fuerte.
Cuando impacto contra la ladera, la pierna izquierda hace presión hacia arriba mientras el torso va hacia abajo. Esta presión me rompe la sínfisis del pubis, desplaza hacia arriba el lado izquierdo de la cadera, fractura el sacro de ese lado izquierdo, me fisura la quinta lumbar, y cuando caigo con los brazos hacia adelante para frenar el golpe, me saco el hombro izquierdo. Y todo ese aplastamiento en la zona del abdomen produce un hematoma retroperitoneal. Así, quedo tirado.
Qué paso a partir de allí?
Dos días antes había estado haciendo trekking con Julio Guevara, amigo de años y compañero de muchas salidas a las sierras, caminando, escalando, compartiendo guiadas con turistas, etc. Además, es el jefe de Bomberos Voluntarios de Capilla del Monte. Y en esa salida de trekking habíamos acordado que el domingo íbamos a ir a hacer escalada en roca. Un rato más tarde recibo un mensajito en el que me proponen hacer el vuelo y accedo.
Al día siguiente, estando ya arriba para el despegue, Julio me llama para coordinar la salida de la que habíamos hablado. No lo atiendo porque estaba preparando el equipo de vuelo. Cuando tuve todo listo lo llamé y le dije donde estaba. Así que, con un par de binoculares se dispuso a ver mi vuelo desde el patio de su casa. Estábamos a una distancia de unos 5 km, Julio en su casa y yo en la ladera del cerro, que se podía divisar desde el pueblo.
A esa distancia no pudo ver con total claridad lo que pasó, pero mi vuelo había sido raro y de muy poca duración. Eso llamó la atención.
Cuando estoy en el piso me confundo y empiezo a llamar a Julio por el handy, handy que estaba en frecuencia con el otro piloto. Entonces me doy cuenta que no me va a responder. Quiero agarrar el teléfono para llamarlo y algo raro me pasa cuando muevo el brazo. Involuntariamente me rotaba el torso completo. Ahí me doy cuenta que tengo el hombro luxado, fuera de lugar.
Después de un par de maniobras netamente contorsionistas, jajaja, logré hacer el llamado para contarle lo que pasó. La respuesta fue: “ya salgo para el cuartel, llamo a los chicos y salimos para allá. Calculá una hora y media hasta que lleguemos”. Era lejos, yo estaba tirado en una ladera del cerro, a unos 1.500 msnm. Y la llegada a ese lugar no tenía un acceso fácil.
En qué posición estabas?
Estaba entre acostado y sentado, con el terreno en declive, o sea, bien incómodo, jajaja… con el torso en inclinación ladera hacia abajo, haciendo fuerza porque me tenía que sostener, queriendo estar con la cabeza erguida. Una pierna afuera y la otra adentro del arnés (es un arnes en el que, durante el vuelo, llevas las piernas guardadas en una especie de saco o tubo de tela) y cuando movía la pierna izquierda, adentro, a la altura de la vejiga, sentía como si estuviese moviendo una bolsa de agua con un palo. Sin dudas, algo estaba suelto. En un momento siento en la zona abdominal como un derrame, caliente. Pensé que me había orinado, entonces abro el arnes esperando ver el pantalón mojado. Cuando lo vi seco, dije: “listo es una hemorragia interna y para cuando lleguen los chicos, palmé”. Fue muy loco ese momento, entender y experimentar emocionalmente la muerte y decir “esta es la última que hiciste”. Fue raro. No grité, no lloré, ni me desesperé. No tenía miedo. Sentí que ya no tenía nada. Experimente el desapego, un desapego total. Me pasaban imágenes por la cabeza. Me acuerdo una. La puerta de mi casa y mi mano agarrando el picaporte, abriéndola y mi vieja con el mate en el comedor. Y la volvía a cerrar. Esa cosa tan simple como abrir la puerta de tu casa, no lo iba a hacer más.
Ahí pienso en llamar a mi vieja. Espero que suene la sirena de los bomberos porque supuse que si la llamaba y después escuchaba la sirena, algo le iba a sonar raro. Dejé que suene como suele pasar a veces en el pueblo, y llamé.
De allá arriba se veía todo Capilla del Monte, vista privilegiada. Y también se escuchaba todo.
La llamo queriendo disimular y a penas atiende me dice “Rodrigo estas bien?”… Las madres y esas malditas antenas parabólicas con las que se recibieron! “Nada” le dije, estamos guardando los equipos, en dos horas estoy por allá. Previamente, le había pedido a Julio que no le digan nada así no la preocupábamos, por lo menos hasta que tuviésemos resuelto el rescate.
En ese momento de espera, me entra un mensaje con un audio de la música de la película El Pianista. Esta escena fue prodigiosa. Fue dramáticamente bella, o bellamente dramática. El celular apoyado en el pecho, la música de la película sonando, mirando el Uritorco de frente, con las laderas yendo hacia la cima, el pajonal moviéndose en masa por las ráfagas de viento que iban pegando contra el cerro, y yo, quebrado física y emocionalmente. Sentía que estaba inmerso en un estado de una sensibilidad tan alta que me permitía percibir otras sutilezas. Una belleza y una paz indescriptible. No sentía dolor y estaba totalmente entregado a ese momento, admirándolo.
Creo que lo que nos asusta de la muerte es sólo experimentar el dolor, porque el pasaje de un plano a otro, intuí, debe ser Maravilloso.
“Experimenté el desapego en su máxima expresión”
Y en lo mejor de la escena, se escucha el ruido del handy: “shhhhhhhhhh shhhhh, Neroo, Nero me tomá? Tamo subiendo con los choori, el asaado, la cooca y el ferneé!!! Ahí tamo viendo un trapo naranja (mi vela), tamo subiendo a las chapa!!!” No todos tienen el privilegio de ser rescatados por un equipo de Bomberos Cordobeses. Una experiencia “Picante Picante” y con mucho humor. Y del Bueno… jajaja! Los pibes venían a fondo. Varios de ellos, amigos.
Pasaba el tiempo y seguía vivo, despierto. Hasta que llegaron todos. Después, cuello ortopédico, camilla y llaman al helicóptero.
Te quedaste tranquilo allí?
Bajarme a pie era riesgoso por los tiempos. No sabíamos realmente en qué situación estaba y si era grave o no lo que tenía. Además, la zona era complicada, con un terreno de mucha pendiente y prácticamente sin senderos que faciliten la evacuación. Por eso deciden llamar a un helicóptero.
Me fueron sacando el equipo para poder pasarme a la camilla. En un momento me sacan el handy, que lo llevaba atado para que no se caiga en vuelo. Me lo había comprado hacía un par de meses, estaba nuevo. Cuando pasaron el handy por debajo de mí, desenroscando la vuelta que tenía el cordín que lo sostenía, veo que aparece sin la perilla del encendido. Le dije al bombero que me asistía, que cuando me corran de lugar, se fije si veía el botón y me respondió entre risas: “dejate de joder gringo, estas hecho mierda y estás buscando eso?”. Nunca se fijó y me quedó lo de la perilla en la cabeza.
Llegó el helicóptero y empezó a buscar un lugar para quedarse estacionario (hovering, “flotando”), porque la ladera inclinada no ofrecía un lugar llano para aterrizar. Cuando nos dieron el “ok” desde la aeronave, empezamos a trasladarnos hacia el Helicóptero que estaba a unos cuantos metros de distancia de nosotros. Me llevaban de espaldas, yo no podía verlo, pero obviamente lo sentía detrás de mí. Y en ese momento tuve un mal presentimiento, sentía que algo no estaba bien. Primero intentan subirme ingresándome desde la cabeza, pero el médico les pide que me den vuelta porque yo queda ubicado al revés y el no podía trabajar correctamente conmigo. Todo esto con la puerta de acceso a 1.60 m del suelo, y el helicóptero haciendo la maniobra de estabilización. Una escena vertiginosa, sentía la tensión del momento. Me dan vuelta, empiezan a ingresarme por las piernas y cuando me están empujando hacia adentro y todavía tenía medio torso afuera del helicóptero, el borde de la camilla del lado de los pies pega en algo que desestabiliza el Helicóptero. Primero, pierde sustentación y el patín que estaba en el aire baja hasta el piso. Después se va de trompa hacia adelante. En ese momento, la inclinación fue tal que yo, estando acostado, atado a la camilla y con un cuello ortopédico puesto logro ver por el parabrisa, la quebrada de la ladera en donde estábamos. Después se inclina hacia atrás, como si se fuera de cola, pero inclinado sobre el lado derecho. Acá las hélices tocan la ladera y colisionamos por completo. No explota porque el piloto corta antes el suministro de nafta, pero no el electro que mantiene la turbina prendida y es la que origina el primer foco de incendio, quemando el pajonal.
Cuando todo queda quieto, veo al piloto tirado en un ángulo de la cabina y del otro lado al médico, lleno de vidrios encima. Me mira y me dice: “estás bien?” Le digo qué sí. Lo único que tenía era un corte muy chiquito en la cabeza.
Se escuchaban los gritos de los bomberos desde afuera: sáquenlos, sáquenlos!!!”. El piloto salió por adelante, no sé bien por donde y el médico por la puerta lateral que quedó mirando hacia arriba. Cuando saltó para salir, se fracturó el calcáneo (talón). Yo, adentro, todo atado sin poder moverme, con total conciencia de lo que estaba pasando, mirando todo pero sin reaccionar. Yo esperaba la explosión. Escuchaba en la turbina un ruido grave y el sonido del fuego ya quemando afuera. Me tironeaban de una pierna, la otra la tenía trabada, enganchada en un fierro. ¿La famosa escena en cámara lenta y en donde el audio de todo parece venir de lejos? Esa, la misma escena era la que estaba experimentando en ese momento. No recuerdo miedo, no recuerdo dolor, no recuerdo desesperación, estaba viendo todo, lo podía observar. Ahí pensé “sí no hacés algo, te quedas acá. Así que logro zafar el hombro del velcro que me lo sostenía a la camilla y alcanzo con la mano la botamanga del pantalón de la pierna trabada. Me desenganché y sentí que la camilla salió deslizada hacia afuera de un tirón y nos alejamos rápido del lugar. Tuvimos 12 minutos hasta la explosión. Se levantó un hongo negro que estaba siendo visto desde abajo del cerro por todo Capilla del Monte. Eran las seis y pico de la tarde.
Se prendió fuego todo y el viento que soplaba derivó las llamas hacia la ladea que tenía el sendero de bajada. Entonces, el rescate fue a pié, con dos camillas, la mía y la del médico que no podía caminar, por una ladera sin sendero, muy empinada y que a medida que perdíamos altura la vegetación se ponía cada vez más cerrada y lo único que había para ir abriendo huella era dos bastones de trekking. En un momento, antes de empezar a bajar, aparece allá arriba mí hermano, Germán, con quien no me hablaba hacía días. Lo vi y me quebré, le pedí disculpas. Fue una bajada durísima, eterna, que empezó a las 19 h del domingo y que llegó a la ambulancia, que nos esperaba abajo, a las 7:30 de la mañana del día lunes. Germán me bajó junto a los bomberos y me dio agua toda la noche. Mientras tanto, más bomberos subían, dificultados para encontrarse con nosotros porque estábamos en un lugar sin sederos, con una vegetación muy cerrada y de noche, llevando agua, machetes, y lo necesario para poder bajarnos. Y otros bomberos subían a controlar el incendio.
“No recuerdo miedo, no recuerdo dolor, no recuerdo desesperación, era un slow motion”
Derecho al hospital?
Sí, al Hospital San Roque en Córdoba Capital. Cuatro días en terapia intensiva y después en habitación común, esperando una operación.
Conocí a un equipo de profesionales impresionantes, con un corazón gigante. Gente maravillosa a los que les estoy enormemente agradecido, empezando por el Dr. Pablo Segura, la Dra. Lizi Sucaria y la Dra. Miriam Maldonado, seguidos de un equipazo que voy a nombrar: Lucho, Jesús, Santi, Normi, Estelita, Nori, Cari, Silvia, Vani, Marta, Sandra, Adrian, Andre, Sil, y Walter que todas las mañanas a las 6.30 venía a limpiar la habitación y nos quedábamos charlando.
Cómo fue la recuperación?
Me dijeron que me tenían que operar. Tenía desplazado el pubis y tenían que volver a sujetarlo. Pablo, el traumatólogo, me dijo: “¿Imagino que vas a querer volver a hacer tus actividades de siempre, no? Entonces tengo que ponerte placas”. Y así fue, cinco días después de esa charla, un jueves, entré a quirófano por primera vez en mi vida. Me dieron de alta el sábado. Y el domingo me llamaron del hospital porque me tenían que internar de nuevo. En los análisis que me habían hecho aparecía un virus y tenían que atenderlo. El lunes estaba entrando de nuevo al Hospital. Estuve 15 días más y entre dos veces más a quirófano para hacer unos lavados en la herida.
Después volví a mí casa y me fui recuperando. Habían pasado 2 meses y medio, y una semana antes de volverme a Buenos Aires quise subir de nuevo al lugar del accidente. Me acompañó Julio y su señora, le pregunté dónde estaba tirado exactamente. Fui hasta el lugar que me señaló, y después de llorar un buen rato, pedirle disculpas al lugar y a todos, y agradecer, me recosté con la misma posición con la que estaba ese día y puse mi mano por debajo de mí, entre la espalda y el piso, queriendo ubicar un lugar específico en el suelo. Después me corrí sin sacar la mano de ese lugar. Quedó apoyada sobre un montículo de pajonal. Con las dos manos abrí ese matorral, separándolo en dos partes y en el medio, con un poco de tierra encima, estaba el botón del handy.
Mi agradecimiento especial al médico y al piloto del Helicóptero, a Julio Guevara y al Cuartel de Bomberos Voluntarios de Capilla del Monte, a todos los chicos del Hospital San Roque de Córdoba Capital y a mí hermano Germán.
En 1942, en plena segunda guerra mundial, tres aviadores por un error en el compás, se vieron obligados a amarisar. El bombardero Tony Pastula, el piloto Harold Dixon y el operador de radio Gene Aldrich, permanecieron 34 días sin agua y sin comida en un bote de 1 x 2 metros.
El 14 de enero de 1942, los tres tripulantes: el Primer Oficial Mayor Harold Dixon, Gene D. Aldrich Operador de Radio y Anthony J. Pastula, bombardero, se encontraron solos y perdidos, luego de volar una misión antisubmarina extendida en su Douglas TBD Devastator, después de despegar del USS Enterprise (CV 6).
Un error del compás no sólo los había alejado de su hogar el Enterprise, sino que no tenían idea en qué área del Océano Pacífico se encontraban volando. Mantenían su mirada atenta para percibir una pequeña señal que los llevara de regreso, pero de pronto sucedió lo inevitable: el combustible se agotó y Dixon debió amerizar su avión en el mar.
Milagrosamente ninguno resultó herido y siguieron los pasos que habían realizado decenas de veces en sus entrenamientos.
El piloto se posó sobre una de las alas y recibió el bote salvavidas de sus compañeros, pero el cilindro de CO2 no funcionó y debieron inflar el bote a pulmón limpio. El avión se sumergió mucho antes de que ellos terminaran esa tarea. Los tres se encontraban en un bote de 1,2 por 2,4 metros, sin comida, agua y con unas pocas herramientas. En ese momento, ninguno de ellos se imaginó que pasarían los próximos 34 días en ese bote, al vaivén de las olas y bajo un inclemente Sol.
Su alimentación consistió en una que otra ave que se posó sobre el bote y que disparaban con su arma de dotación, alguna suerte en la pesca y algunos cocos que flotaban a su suerte. El agua que les permitió sobrevivir provino de las lluvias. Durante su octavo día, se despertaron rodeados de algunos tiburones. Inmediatamente Gene tomó su cuchillo y acertó en uno de ellos. Poco a poco fueron alimentándose del tiburón e inclusive de algunas sardinas que encontraron en su estómago. A partir del día 28, su suerte para hallar alimento cambió y estuvieron sin nada hasta el 19 de febrero.
Después de un viaje de alrededor 1.200 millas y casi 450 millas de distancia del lugar del accidente, los tres hombres llegaron a la costa del Atolón Pukapuka, gracias a los “amigables” vientos de un huracán que los había azotado por dos días y que les había arrebatado todas sus posesiones y su esperanza de sobrevivir. Ahím, fueron encontrados acurrucados por Teleuika Iotua, en una cabaña perteneciente a Lakulaku Tutala.
Se ha escrito una novela sobre su experiencia llamado The Raft por Robert Trumbull y en 2014 se filmó una película llamada “Against the Sun” en inlgés ,o “A la deriva” en español, que puede verse actualmente en Netflix.
En esta nota realizada a 1750 msnn, en el Cerro Chapelco, Juancho Ibañez nos trae las entrevistas al jefe de la patrulla de rescate del Cerro Chapelco, Miguel Righetti, y a Jorge Mena y su perro rescatista Neo. Desde San Martin de los Andes, Provincia del Neuquén, les contamos cómo se trabaja en búsqueda y rescate, en el sur Argentino. Nota en la revista n°48
Por Juancho Ibañez
Fotos, Guillermo Suarez
Entrevista a Miguel Righetti
Miguel, cómo está conformado tu trabajo y cuántas personas tenés a cargo?
Tengo a cargo tres áreas: patrulla, servicio de pisado con máquinas pisapistas y fabricación de nieve con cañones. En total son veintidós patrulleros, siete maquinistas y dos cañoneros.
A qué se dedican los cañoneros?
Ellos manejan los cañones que son alimentados por reservorios de agua. Éstos funcionan a temperatura ambiente y húmeda (bulbo húmedo, bulbo seco). Cuando baja a -2 grados centígrados se puede fabricar nieve, y de ese modo, el Cerro Chapelco la tiene garantizada toda la temporada en la cota desde 1500 mts hacia abajo con la red de cañones.
También están las máquinas?
Sí. Hay cinco máquinas modelo Pistenbully 300, de origen Alemán. La función de las mismas es pisar las pistas y dejarlas óptimas para el primer esquiador que suba. El trabajo se hace desde las 17:00 PM hasta las 2:00 AM. Al igual que los cañoneros, trabajan en la misma franja horaria, siempre que las condiciones climáticas lo permitan.
Cuál es el trabajo de los pisteros socorristas?
El personal está capacitado y habilitado para trabajar desde el socorrismo hasta la prevención de accidentes, sumado el balizaje tanto en las pistas como en fuera de ellas.
Tienen una especie de camilla pero con esquíes?
Se llama barqueta, es una camilla adaptada para bajar heridos de la montaña. Puede estar apoyada o no, eso depende de la situación del rescate.
Cómo empezaste esta actividad?
Nací acá. Esquío desde los cuatro años. Estuve en el Club Lacar tradicional de San Martín de los Andes. Fui instructor de esquí pero en 1992 opté por ir a la patrulla. Trabajé en Europa y en Andorra. En el 2002 quedé a cargo de los patrulleros en el Cerro Chapelco y en el 2010 ya era jefe de pistas, pisteros socorristas, maquinistas y cañoneros. Miguel detiene la entrevista para tomar sus binoculares, porque hay un esquiador que se cayó en la pista llamada Del Filo que es de color roja. De inmediato da la orden y envía un grupo de pisteros socorristas al lugar. Ya resuelto el inconveniente, el esquiador fue trasladado a la base del cerro y Miguel da una recomendación imprescindible:
Es fundamental que las personas esquíen de acuerdo a su nivel, y que no olviden que están en la montaña y deben adaptarse a esa situación. Hay muchos que subestima las alturas. Es necesario que pregunten siempre al equipo de patrulla, cómo son las condiciones si van a esquiar fuera de pista. Ésta es la única forma de pasarla bien y disfrutar.
Entrevista a Jorge Mena
Después de realizar esta nota, me dirigí a la cota 1600mts para encontrarme con Jorge Mena y su perro Neo.
Jorge, cuál es tu función?
Desde el 2007 soy pistero socorrista en el Cerro Chapelco, aunque crecí en el equipo de patrulleros porque mi padre lo era y aprendí a esquiar con ellos. Trabajo en invierno en Argentina y, en lo que sería el verano acá, me voy a trabajar a los Pirineos, Andorra.
Dónde entrenaste a Neo y cuál es su función?
Neo es un Pastor Belga Malinois de 27 meses de edad. Esta raza es oriunda de la Ciudad de Malinas, Bélgica y hoy en día es la elegida por excelencia para uso militar, policial, de búsqueda y rescate. Se destacan por energía, fuerza, olfato y lealtad. Antes tuve un Border Collie que a nivel inteligencia son 11 puntos sobre 10. Neo está formado en el Principado de Andorra y lo titulé en los Alpes franceses a 3600mts de altura, en condiciones muy duras, específicamente para la búsqueda y rescate de víctimas de avalanchas. Puede trabajar en grandes áreas y entre escombros. El entrenamiento consiste en desde muy cachorros, educarlos para que asocien sus juguetes (herramienta de búsqueda) y en forma progresiva, eso lo trasladamos a cuerpos. Le realizamos búsquedas cada vez más lejanas, hasta llegar al punto de poner a la persona debajo de mucha nieve, donde el perro rastree su juguete y lo asocie al olor humano. De esta forma y después de mucho entrenamiento y sacrificio, se logra formarlo. Es importante que las personas que estén fuera de la pista, lleven ARVA (Aparato de rastreo en búsqueda de avalancha), que sirve tanto para emitir o buscar una señal, e indica dirección y metros. Hay que aclarar que en el Cerro Chapelco nunca se registran avalanchas ni hemos tenido situaciones parecidas porque los pisteros nos encargamos de cortar las placas de nieve para que no suceda. Por eso siempre digo, es mejor tenerlo a Neo y no usarlo, a tener que usarlo y no tenerlo.
En Argentina, cuántas estaciones de esquí, además del Cerro Chapelco, tienen perros con esta certificación?
Con esta certificación llamada ANENA, que tiene 40 años de experiencia (Asociación Nacional de Estudio de la nieve y de las Avalancha) y es francesa, son sólo tres perros en Latinoamérica de los cuales uno está en Portillo Chile, el otro está en Penitente Mendoza, y Neo, acá en Chapelco. Hay otros equipos con perros, pero con otra certificación. Teniendo en cuenta lo que señalo, soy un agradecido a mis padres porque desde los 11 años sabía que quería tener un perro de rescate y me apoyaron en eso.
Atrapado durante tres días en el fondo del océano Atlántico, en un remolcador que había dado una vuelta de campana, Harrison Odjegba Okene rogaba a Dios por un milagro. Su historia recuerda a aquel ‘Relato de un náufrago’ de Gabriel García Márquez.
El cocinero nigeriano que logró relatar los hechos en primera persona, sobrevivió gracias a una bolsa de aire en la que quedó atrapado. Un video de su rescate, publicado en internet más de seis meses después, muestra la desesperación del sobreviviente. Sumergido en aguas heladas, vestido sólo con pantalones cortos, Okene repetía el último salmo que su esposa le había enviado por mensaje de texto al móvil: «Por tu nombre, Señor, dame vida».
La supervivencia a 30 metros
“Los buzos enviados que trabajaban en un yacimiento petrolero a 120 kilómetros de allí, pensaban encontrar cadáveres”, dijo Tony Walker, gerente de la compañía holandesa DCN Diving. De hecho, rescataron cuatro cuerpos hasta que una mano apareció en la pantalla de la cámara de rastreo usada por Walker en el barco de rescate.
“El buzo vio la mano y cuando fue a cogerla, ¡esta se aferró a la suya!», comentó Walker. «Fue aterrador para todos», dijo. «Para el tipo atrapado, porque no sabía qué estaba sucediendo. Fue un ‘shock’ para el rescatista que estaba allá abajo buscando cadáveres y nosotros (en la sala de control) saltamos al ver en la pantalla la mano que lo aferraba».
Okene está convencido de que su rescate después de 72 horas bajo el agua y a 30 metros de profundidad, es una señal de salvación divina. De los otros 11 marineros del ‘Jacson’, 4 murieron.
El rescate
En el video hay una exclamación de pavor del buzo, seguida de júbilo al comprender lo que sucedía. Usó agua caliente para hacerlo entrar en calor y luego le puso una máscara de oxígeno. Tras extraerlo del bote hundido, lo introdujo en una cámara de descompresión y luego lo llevó a la superficie.
Okene recuerda que le oyó gritar: «¡Hay un sobreviviente! Está vivo». Walker dijo que Okene no podía haber vivido mucho más tiempo. «Tuvo una suerte increíble al estar en una bolsa de aire, pero le quedaba un tiempo limitado… hasta quedarse sin oxígenos».
Un accidente automovilístico lleva a un hombre grande a tener que sobrevivir por 7 días en un barranco en California. Nota editada en la Revista Andar Extremo n° 45 Marzo/Abril de 2017
David Lavau de 67 años, nunca se hubiese imaginado que una leche chocolatada sería el inicio de su salvación. Californiano de nacimiento, circulaba por una ruta de montaña y desafortunadamente colisionó de frente con otro vehículo a 80 kilómetros de Los Ángeles. Los dos autos cayeron por un barranco de 150 metros. Se despertó en la oscuridad de la noche y no sintió ningún ruido, no pudo moverse mucho, así que pasó la noche allí entre los hierros doblados.
A la mañana siguiente, cuando pudo salir de adentro del vehículo, se encontró con el otro automóvil. Frente al volante estaba el cadáver del conductor. Con poca movilidad causada por múltiples fracturas, y mostrando un loable instinto de supervivencia, el sexagenario improvisó un campamento bajo un arbusto y empezó a alimentarse de hierbas y a beber agua de un arroyo aledaño mientras esperaba un milagro. No podría sobrevivir así mucho tiempo, pero no tenía otra alternativa.
Por fortuna, sus tres hijos Chardonnay, Sean y Lisa, repararon en que hacía días que no sabían de él e informaron a la policía de allí con una pista clave: la última vez que su padre había usado la tarjeta de débito había sido en un supermercado de la zona.
Lisa convocó a sus hermanos y juntos iniciaron la búsqueda por su cuenta. En el negocio, la cajera recordó a David preguntándole: -«¿Puedo tomar un chocolatada?». Esta frase tan cotidiana, fue música para los oídos de la familia de Lavau. A partir de allí comenzó la búsqueda. “Paramos en cada barranco y en cada colina», recuerda Lisa,» mi hermano salía del coche y empezaba a gritar. Luego de varias horas, en una curva, nos pareció escuchar un ruido, un quejido desde abajo. Era la voz de un hombre. Lo siguiente que oímos fue la palabra ayuda, y ahí estaba papá gritando».
Poco después, llegaron los bomberos. El rescate fue digno de la historia de Lavau: se desplazó un helicóptero para que un médico accediera a la zona y lo reconociera. Tras darle el visto bueno, fue elevado y llevado al hospital. También tuvieron que ayudar a subir a los tres hijos. Es de suponer que, una vez reunidos, no tardarían en tomarse otra chocolatada.
Marquis Cooper, Corey Smith, William Bleakley y Nick Schuyler, jugadores de la Liga Nacional de Fútbol (NFL) salieron de Clearwater Pass en el Golfo de México el 28 de febrero de 2009 para ir a pescar frente a las costas, sin imaginar que el único sobreviviente de esa jornada sería Nike, a quien rescataron dos días después aferrado al bote. Los otros tres hombres desaparecieron en el mar. Nota editada en la Revista Andar Extremo n° 44 de Noviembre/Diciembre de 2016
Cuatro amigos, un sobreviviente y un bote dado vuelta en el mar
Temprano en la mañana de ese fatídico 28 de febrero, los cuatro deportistas se fueron a pescar a más de 80 kilómetros de la costa en el barco de Cooper, de 21 pies. Llevaban heladeritas de camping con hielo, comida y cerveza, indumentaria gruesa y camperas. Cerca a las 17:30 quisieron subir el ancla y regresar a tierra, pero estaba trabada. Bleakley sugirió atarla al barco y encender el motor del bote para tirarla y así poder destrabarla pero cuando Cooper trató de hacer andar el barco, éste se sumergió y se volcó, lanzándolos al agua. Juntos trataron de enderezar el barco parándose a un lado, pero no dio resultado y Bleakley nadó por debajo y sacó tres chalecos salvavidas, una heladera portátil y una almohada de flotación.
Bleakley, que según Schuyler:- “le salvó la vida”, utilizó la almohada, sus compañeros llevaban chalecos pero no les fue suficiente. Los jóvenes intentaron todo lo que había a su alcance para salvarse, Schuyler le dijo al investigador de la agencia, Jim Manson, que trataron de utilizar señales luminosas, pero estaban mojadas y cuando trataron de llamar por sus teléfonos celulares que se hallaban en bolsas de plástico, no había señal.
Sabían cómo pasaban las horas porque Schuyler tenía un reloj con luz y podían verlo. Según él, aproximadamente a las 5:30 del día siguiente, Cooper no reaccionaba y trataron de revivirlo sin éxito. En ese momento, Bleakley se colocó la almohada flotante que llevaba Cooper y que sería su salvación. Una hora después, Smith empezó a mostrar «síntomas extremos de hipotermia’, se quitó el salvavidas y se separó del bote. Quedaban sólo los dos compañeros del equipo universitario, que siguieron juntos hasta que Bleakley se debilitó y se quitó su salvavidas también. Schuyler dijo que le pareció que Bleakley murió aferrado a él.
Los peritos luego indicaron que haber movido el ancla a la popa del bote contribuyó a la inestabilidad de la embarcación cuando trataban de liberarla. Describieron eso como un error que, aunque tal vez ocurre a diario, un marino más experto sabría cómo manejar. Cooper, propietario de la lancha, tenía más de 100 horas de experiencia pero había estado bebiendo, de acuerdo con el reporte.
El 2 de marzo de 2009, a 42 horas de producirse el accidente, Schuyler fue rescatado por la Guardia Costera.
Extractos de libro de Nick Schuyler: “Not without hope”
Pienso en ese día, esas horas horribles, todo el tiempo. La más pequeña cosa me pone de vuelta ahí: un pensamiento errante, un atisbo de aguas abiertas, una mirada de un desconocido que dice: «¿No es usted ese tipo?»
El accidente me arrastra como la estela de la barca de Marquis, batiendo la formación de espuma, empujando hacia el horizonte de todos los días. ¿Por qué yo? ¿Por qué lo hago cuando no lo hicieron?
No soy un héroe. Tal vez si hubiera traído a mis amigos conmigo… al menos uno de ellos. . . o todos ellos. No lo hice. Lo intenté…pero no pude. Sólo soy un sobreviviente.
Seguí imaginando cada familia, acurrucándose juntos y abrazados. Llanto…
Yo sabía que tenía que salir de ésto para explicarles lo que pasó, que necesitaba para vivir el tiempo suficiente para contar la historia, aunque me encuentre con vida y muera más tarde. Si no lo hago, la gente contará sus propias historias, basadas en rumores. Al menos pude decirles los hechos.
Me preguntaba si había una manera de que pudiera dejar algún tipo de mensaje, algo así como «Te quiero, mamá» o «Los quiero, chicos» o «Sé feliz» o «Sé fuerte». Pensé en mis padres, mi hermana y mi novia Paula. Si sólo tuviera una lapicera en el bote y pudiera dejarles un mensaje…
La frialdad de un piloto con solamente tenía 208 segundos para tomar la decisión de su vida, fue el tiempo transcurrido en donde una bandada de gansos impacto en las turbinas del Airbus A-320 y éstas dejaron de funcionar. Nota editada en la Revista Andar Extremo n° 43, Septiembre/Octubre de 2016
Adaptación Andar Extremo, fuente Víctor Rodríguez
Al final, todo se reduce a números: 155 las personas que volvieron a nacer aquella tarde, 7 las únicas palabras que Chesley Burnett Sullenberger III pronunció con cuanta serenidad le daban 20.000 horas de vuelo: «This is the captain. Brace for impact (Les habla el capitán. Prepárense en posición de impacto)”, 208 los segundos que pasaron desde que a los motores del Airbus A-320 que acababa de despegar de Nueva York le dejaran de funcionar las turbinas hasta que aterrizó de emergencia en el río Hudson.
Luego de seis años y medio de una de las mayores hazañas de la aviación civil, el 15 de enero de 2009, el vuelo 1549 de US Airways partía del aeropuerto de La Guardia de Nueva York hacia Charlotte (Carolina del Norte). No habían pasado dos minutos cuando una bandada de barnaclas canadienses se cruzó en su trayectoria. El impacto inutilizó los dos motores, el avión empezó a caer y el capitán hizo descender sus 70 toneladas planeando para amerizar sobre las aguas que separan Nueva York de Nueva Jersey en menos de tres minutos y medio.
Capitán tranquilo
«Esos 208 segundos representan la transformación de las vidas de cuantos íbamos en aquel vuelo», afirmó con cierta solemnidad Sullenberger, más conocido como capitán Sully, el héroe de Hudson o, desde aquel 15 de enero de 2009, como “capitán Tranquilo” –sobrenombre que le dio Michael Bloomberg, alcalde de Nueva York–. «En 40 años y más de 20.000 horas de vuelo, nunca sabés si vas a estar preparado para un desafío así. Un día te lo encuentras y tienes 208 segundos para solventarlo».
Vestido de traje gris oscuro, canoso en pelo y bigote, Sully de 66 años se deja cumplimentar en medio del ajetreo de una feria. Por su porte, modales, forma de hablar, y si uno no supiera a qué se dedica, diría que es piloto de líneas aéreas. En realidad dejó de volar en el 2010, después de la maniobra del Hudson, y se convirtió en conferenciante y consultor en temas de aviación, desde el 2012.
Por encima de la tranquilidad que le atribuyeron los pasajeros del vuelo 1549 y la prensa, lo que transmite Sully es un arraigado sentido del deber. «Nunca había afrontado el fallo de un motor en vuelo», explicó, «llevaba 40 años volando, 30 de ellos como piloto comercial. En ese tiempo hacés cursos para saber reaccionar, planificás, tratás de prever emergencias y de pronto los motores dejan de funcionar. Estás entrenado para que pase, pero cuando pasa es un shock. Te toca echar mano de tus conocimientos de una manera completamente nueva y sin tiempo que perder, y eso hice».
Las 15.25 horas
Todo empezó como cualquier otro día, Sully a una semana y un día de cumplir 58 años encaraba la última jornada del ciclo de cuatro consecutivas que le habían programado en la línea Nueva York-Charlotte. Había conocido al copiloto Jeff Skiles, de 49 años, el primero de esos cuatro días. Nunca antes habían volado juntos, algo no extraño en una aerolínea del tamaño de US Airways (31.000 empleados, 3.000 vuelos diarios). Su reloj marcaba las 3.25 pm cuando el avión llegaba al principio de la pista de despegue.
Como en una biblioteca
El A-320 tenía pista y empezó a levantar velocidad. Elevó la parte delantera, despegó y comenzó a ganar altura, todo iba transcurriendo con normalidad hasta que de repente, una formación de pájaros se interpuso en su rumbo.
«Los vi dos segundos antes de que los motores dejaran de funcionar», relata Sully, «habían pasado 90 segundos desde el despegue, estábamos a unos 900 metros de altitud y viajábamos a unos 100 metros por segundo (360 km/h). Era una bandada enorme de gansos del Canadá y era imposible esquivarlos. Golpearon por todo el avión, los motores hicieron un ruido horrible y casi al instante callaron y dejaron de funcionar. Alguien lo describió diciendo que todo se volvió tan silencioso como en una biblioteca, y fue exactamente así».
El avión empezó a perder altura muy rápido y casi de inmediato Sully entendió que no había tiempo de regresar a La Guardia o de intentar un aterrizaje de emergencia en el otro aeropuerto próximo, Teterboro, en Nueva Jersey. La única opción era amerizar en el Hudson. Apenas tuvo tiempo de hacer el citado anuncio al pasaje. Con Skiles, su primer oficial, ni siquiera habló. «No tuvimos ocasión», relata, «confiamos uno en el otro y nos las arreglamos para colaborar sin palabras».
Impacto en el agua
Sully trataba de ver por las ventanas de la cabina donde estaba el nivel del agua. Skiles le iba diciendo continuamente la velocidad y la altura. «Lo más complicado era decidir la fracción de segundo en que elevar el morro. Si lo elevaba muy pronto, el avión tomaría contacto con el agua demasiado despacio e inclinado hacia arriba con un mayor riesgo de impacto violento, y si lo elevaba muy tarde, el contacto con el agua sería demasiado fuerte»
Finalmente, el veterano piloto acertó y el avión quedó flotando semihundido. Pero hubo otra circunstancia afortunada que permitió que ninguno de los 150 pasajeros y cinco tripulantes muriera (hubo cinco heridos graves): cayó entre dos terminales portuarias, la de Nueva York y la de Nueva Jersey. Tres minutos y 35 segundos después del amerizaje, ya había un barco junto al avión. Sully fue el último en abandonar la cabina tras recorrerla dos veces para asegurarse de que no quedaba nadie.
«Una caída en el agua es aún más destructiva que un aterrizaje. Es increíble que un jet Airbus pueda acuatizar en un río sin romperse», el avión podría haber chocado el agua a una velocidad de unos 260 km/h destacó Max Vermij, un investigador de accidentes de aviación.
«El motor explotó, había fuego por todas partes y olía como a gasolina», contó a Reuters Jeff Kolodjay, de Connecticut y agregó: «la gente estaba sangrando. Chocamos con el agua muy fuerte… fue aterrador…las puertas se abrieron y vimos botes salvavidas y pudimos apenas ver a poca gente saliendo del agua. El piloto hizo un trabajo magnífico al acuatizar el avión en el río y luego al asegurarse que todos salieran, tuvo la suficiente calma para recorrer el avión dos veces luego de aterrizar para asegurarse que todos estuvieran afuera”.
La FAA dice que el impacto de aves y otros animales salvajes en aviones causa anualmente más de 600 millones de dólares en daños a la aviación civil y militar estadounidense y que más de 219 personas han muerto en el mundo como resultado de estos incidentes desde 1988.
Desde el primer momento llegaron los reconocimientos y Sully recibió, entre otros agasajos, las llaves de Nueva York y el título de oficial de la Legión de Honor francesa. El presidente saliente George W. Bush, lo llamó para felicitarlo y el entrante, Barack Obama, lo invitó a su investidura. En la SuperBowl, dos semanas más tarde, fue largamente ovacionado.
Pero no todo fue tan bueno, recuerda Sully: «Para todos los que íbamos en aquel vuelo 1549 fue un shock, sufrí estrés postraumático y los días siguientes no podía dormir. Intentaba leer un periódico y no era capaz, no me concentraba, porque las mismas imágenes me venían a la cabeza una y otra vez… eso duró meses. La hipertensión arterial también me duró meses». El héroe del Hudson no volvió a pilotear hasta el 1 de octubre, nueve meses y medio después, curiosamente en la misma ruta y con el mismo copiloto. En marzo de 2010 con 59 años, hacía aterrizar un avión de pasajeros por última vez.
Experto en seguridad
El piloto, ha seguido vinculado al mundo de la aviación. Antes del incidente había colaborado con el Panel Nacional para la Seguridad en el Transporte y desde entonces, se ha establecido como consultor y conferenciante. La cadena de televisión CBS lo fichó como experto en temas de aviación.
También ha escrito dos libros: unas memorias que entraron en la lista de más vendidos del New York Times, y uno sobre liderazgo, y el Partido Republicano le ofreció ser candidato al Congreso a finales de 2009.
Hoy, Chesley Sullenberger tiene su propio agente de relaciones públicas que lo escolta durante cada entrevista. Casado con una monitora de gimnasia que ha hecho carrera en televisión como experta en temas de salud y bienestar, y padre de dos hijas adoptivas, Sully reflexiona sobre el significado del término héroe. «Se ha usado tanto para describirme que un día mi mujer buscó la palabra en el diccionario. Una acepción decía: ‘Persona que decide ponerse en riesgo para salvar a otra’. Yo no encajo en esa definición, nosotros no elegimos nada… aquella situación nos cayó encima. Nos limitamos a hacer nuestro trabajo. En un mundo en el que no todos lo estaban haciendo (ocurrió cuatro meses después de la quiebra de Lehman Brothers) pudo parecer extraordinario, pero lo único que hicimos fue nuestro trabajo. Eso sí lo hicimos.”
¿Qué preponderancia debe tener el factor 'suerte' en cuestiones relacionadas con situaciones que podríamos evitar?¿En qué preciso momento es necesaria la fuerza para decir 'no' a pesar de nuestra experiencia o habilidad? ¿Cuándo se enciende la chispa que nos hace ir más allá de los riesgos que sabemos existentes y nos impulsa a subestimar situaciones peligrosas? Tal como sabemos, el azar es caprichoso pero la evaluación de riesgos es una habilidad que toda persona que realiza un deporte en contacto con la naturaleza debe desarrollar y perfeccionar. El equilibrio entre la recompensa y la desgracia es fino y a menudo difuso cuando la pasión por la actividad, sea cual fuere, hace su trabajo en el espíritu de aquellos que buscan la aventura. En deportes que impliquen riesgo la suerte debería brillar solamente entre bambalinas. Nota editada en la Revista Andar Extremo n° 41 May/Junio 2016
Por NorberthHaertel
Cuando entrar la supervivencia en una excursión de Kayak pende de un hilo
Fuimos. Si, fuimos. ¿Deberíamos haber ido? La respuesta a esta pregunta solo es posible en retrospectiva y solo la conocemos ahora, luego de haber pasado por situaciones que creo hubiésemos preferido no pasar. Algo es claro, hicimos lo posible, pero en algún punto todo fue más de lo esperado. Habíamos tomado todos los recaudos y por eso salimos el jueves a las 4 de la mañana del Club Hispano de Tigre. Gracias a la colaboración de la gente del club, luego de explicarles el pronóstico, pudimos salir más temprano y evitar situaciones de algún modo ‘peligrosas’ con el fin de llegar seguros al decimoprimer encuentro anual de kayakistas 2016 en la isla Martín García.
El viaje de ida hasta la isla fue agradable, estábamos enteros luego de 10 horas en el agua, a horario y con un día radiante hasta ese momento. Un poco atrasados, quizás, dado que el pronóstico prometía fuertes vientos sobre el canal Buenos Aires a partir de las doce del mediodía. Diría que llegamos un tanto jugados, con algo de duda sobre cómo encontraríamos el canal. Por fortuna, pudimos hacer el cruce a la una de la tarde sin problemas gracias a la suerte que mandó el viento para atrás unas tres horas, iniciándose el llamado ‘pesto’ o ‘rosca’ tipo cuatro de la tarde. En este horario ya las cosas estaban complicadas. El viento imponía paulatinamente su fuerza, las olas crecían y las ansias de que todos cruzaran bien, también.
Ya en la isla Martín García, con los botes en parque cerrado, fuimos al muelle a ver cuál era la situación, a tratar de deducir cómo estarían las condiciones en el canal y para ver si veíamos a alguien apuros. Algunos kayakistas llegaban cómo podían, con sus últimas fuerzas, cual sobrevivientes. Las palas se veían aparecer y desaparecer a lo lejos entre las olas. Algunos prefectos estaban apostados en el muelle con largavistas tratando de ver qué pasaba y para ver sí advertían alguien flotando o en peligro. El viento aumentaba, la noche caía y la situación general empeoraba.
Era imposible no pensar en los que estaban en el río peleando. ‘-¿Estarán bien? ¿Los chicos venían? ¿A qué hora salieron? ¿Ya llegaron?’ Las preguntas abundaban y las respuestas no. La alegría de ver compañeros llegar era enorme. Cruzaron, bien ahí. Zafaron. ‘-¿Y cómo estuvo? ¿Lo viste a tal o cual? ¿Qué sabés? ¿Llegaron? ¿Dónde están?’ El abanico de preguntas se limitaba a un hecho puntal: que hayan llegado. No más que eso.
Luego de unas horas, ya caída la noche, empezó a circular entre los kayakistas el rumor de que tres palistas habían querido cruzar llegando solo uno de ellos. Es decir, lo que nadie, pero nadie hubiese querido escuchar. La información era muy escasa: uno cruzó, el otro fue rescatado por prefectura. ‘-¿Y el otro quién es?’ Ya no importaba quién era, lo único que importaba era que podía haber sido cualquiera de nosotros. Eso nos despertó muchas dudas con respecto a la decisión de haber ido o qué nos había motivado a ir. Solo queríamos que aparezca y que aparezca bien. Sé que nadie lo decía, pero todos lo pensaban. Y me refiero a eso. Si, eso que alguna vez pasó y que solo sabíamos a través de lo que nos contaban aquellos que estuvieron esa vez durante el primer encuentro del año 2006.
Simultáneamente a esto otras noticias llegaban a la isla Martín García de manera esporádica. Se sabía que había gente pasando la noche en la Isla Timoteo Domínguez cuyas embarcaciones fueron derivadas por el viento. Otros se habían vuelto al club motonáutico del Paraná Miní. Otros estaban colgados de los árboles en hamacas paraguayas en las Islas Oyarvide dispuestos a pasar la noche con la sudestada. Otros dejaron los botes en las Oyarvide y los cruzó prefectura en un gomón por precaución. Estas noticias, sumadas a las anteriores, hacían mella en los ánimos y profundizaban las dudas y la incertidumbre. Ya todo se había ‘pasado de rosca’. Ya no era un juego o una aventura sino que era otra cosa: un peligro.
Durante el viernes el viento fue constante y fuerte. La marea subió rápido durante la madrugada y ya había inundado el parque cerrado lo cual nos obligo organizarnos espontáneamente para subir los botes durante la madrugada dado que algunos ya se encontraban flotando. Sin embargo, hicimos el rol en prefectura para salir el sábado a las seis de la mañana, pero nadie aseguraba si nos iban a dejar. La duda aumentaba, los vientos que se auguraban no eran del todo favorables y no había novedad del palista hasta el momento desaparecido. Ciertos pronósticos indicaban que iba a haber una ventana tipo seis de la mañana, momento en el cual, supuestamente, el viento bajaría un poco. La cosa era cruzar el canal Buenos Aires, el resto capaz ‘lo manejábamos’, pensamos. Otro tema era el Paraná de las Palmas que a veces se pone un poco traicionero con varios tipos de olas dependiendo del punto en el cual uno se encuentre durante el cruce. Nos fuimos a dormir luego de una ‘celebración’ de cierre del encuentro que en algún punto se vio un tanto empañada por la situación general: un palista seguía sin aparecer, el viento no aflojaba, el pronóstico no era muy alentador y nosotros tratábamos de tejer alguna estrategia para ver cómo nos íbamos a ir y en qué condiciones íbamos a remar.
Habíamos puesto el despertador las cuatro de la mañana para que a las seis pudiéramos tener todo listo para irnos si se podía. Nos levantamos, e inevitablemente miramos las palmeras y los árboles altos de la isla para darnos una vaga idea de cómo venía la mano. Es decir, para ver si la ventana se abría y para sacarnos de encima cierta angustia, pero nada cambiaba demasiado. Soplaba, menos, un poco menos, pero soplaba. Seguimos adelante: preparamos todo el equipo, levantamos campamento y, sin perder un segundo, estibamos los botes y nos pusimos nuestro equipo como para salir ni bien prefectura autorizara la salida. Lo único claro es que nada estaba claro en ese momento.
Ya en el parque cerrado y con los botes listos, mirábamos a los palistas llegar de los campamentos para iniciar el ritual de la estiba. Seguía soplando. ‘-¿Se sabe algo?’ ‘-Nada’ ‘-¿Y? ¿Se sale o no se sale?’ ‘-Ni idea. Parece que no, dijo prefectura’ La misma conversación se escuchaba como eco entre los aproximadamente trescientos palistas que estaban en la isla. La salida se retrasaba. La tan ansiada ‘ventana’ parecía no abrirse nunca. El viento parecía aumentar a cada instante y cada vez más palistas llegaban de los campamentos. El momento de salir era ya mismo. Luego ‘iba a empeorar’, decían.
A las ocho de la mañana del sábado había llegado el momento. Prefectura dijo que si. Emprendíamos el regreso. Estaba todo listo, pero no teníamos idea de lo que había ahí afuera. Ya estábamos en el agua, flotando. Empezamos a palear con los timones abajo y bien asegurados. Avanzábamos, metro a metro todo se ponía peor. Las olas, que venían de popa, eran cada vez más grandes y nos desequilibraban. Nos perdimos de vista. Las olas crecían. Era bastante peligroso mirar hacia atrás. Las olas seguían creciendo. No me atrevo a especificar su altura pero fácilmente superaban los dos metros. La corriente nos derivaba y solo se podía remar tratando de mantener el equilibrio y no dejar que las olas arrastraran el bote. Era complicado. No se avanzaba. Casi nada. Las olas de popa eran cargosas y poco se podía hacer más que aguantar y mantenerse a flote para no caer o ser arrastrados. Al mirar al costado se veía la verdadera magnitud de las olas y se tomaba consciencia de donde estábamos realmente. Los brazos se cansaban y los compañeros no se veían. Las preguntas abundaban y el viento, soberbio, seguía riéndose de todos nosotros. Algunos palistas se daban vuelta a lo lejos. Las lanchas de prefectura hacían lo posible. Otros kayakistas asistían a los caídos en una maniobra admirable, otros luchaban por aguantar. Los chicos seguían sin estar a la vista.
Luego de unos 45 minutos, o más, fuimos llegando una a uno a salvo a las islas Oyarvide a unos quinientos metros del canal Petrel por lo que debimos remontar el río por la costa hasta entrar al pasaje entre las islas. No festejamos y apenas nos reconocimos en una señal de aliento, angustia y cansancio. Lo que habíamos pasado dejaba un cierto sabor amargo. No la pasamos bien y todavía quedaban unos 50 km por recorrer. Al voltear la vista atrás hacia el canal Buenos Aires tomamos conciencia por lo que habíamos pasado. Las olas eran grandes de verdad y nos costaba creer que momentos antes habíamos estado remando en ese lugar que en algún punto se parecía a un campo de batalla.
Una vez pasado el susto del canal Buenos Aires nos dispusimos a meterle remo a ‘Los pozos del Barca Grande’. Esta es una porción de río muy ancho que se extiende entre las islas Oyarvide y el Paraná miní y que está formada principalmente por la desembocadura del Arroyo Barca Grande y otros arroyos más pequeños. El río estaba alto por la sudestada por lo que entrar al Paraná Miní fue fácil pero el sudeste entraba directo formando olas sobre las islas que ahora estaban tapadas por agua. Otra vez las olas de popa dificultaban una entrada fácil, aunque su dirección era propicia para ‘surfearlas’ en dirección al Paraná Miní.
Ya entrados en el Miní nos agrupamos en la intersección con el arroyo Diablo. Una vez en el lugar bajamos de los botes y poco a poco fueron llegando kayakistas y noticias de las buenas y de las malas. Ahí fue donde nos enteramos que habían encontrado con vida al palista que había desaparecido. También nos enteramos quiénes se habían dado vuelta en el cruce y cómo estaban. La imagen era cimatográfica: cada kayakista que llegaba había sobrevivido al cruce. La situación se asemejaba a ciertas escenas de las películas bélicas en las cuales se está esperando la llegada de soldados que vuelven de una batalla. Esa era la sensación que me daba el estar ahí, junto al resto de los palistas que se veían cansados mientras relataban su propia experiencia y cómo la habían vivido.
Luego de un pequeño descanso, remontamos el arroyo Diablo donde los ‘Bajos del Temor’ nos esperaban bien cargosos. Mucha ola y mucho viento durante un tramo que volvió a ser agotador hasta llegar al Aguaje el Durazno donde tuvimos todas las corrientes a favor hasta llegar al Paraná de las Palmas. Esto nos permitió recuperarnos un poco y prepararnos para el último desafío que nos tenía preparado la sudestada.
El Paraná de la Palmas es una cosa aparte. Cuando llegamos lo vimos, nos detuvimos y lo estudiamos. Estaba ahí, esperándonos como siempre, pero esta vez guardaba una sorpresa. Si, otra sorpresa. El viento soplaba fuerte del sudeste por lo que al salir a su cruce todo estuvo bien hasta despedirnos del resguardo de la costa. En ese momento el viento entraba sin obstáculos, lo que transformó un cruce agradable en olas que superaban los dos metros nuevamente. Una vez más nos enfrentábamos a lo que no queríamos. Por suerte pudimos negociar las olas de frente, lo que nos permitió tener un manejo más claro de la ola. Elegimos un punto en la costa, remamos y otra vez nos perdimos de vista. Unos minutos después dejé de ver a Edu. Fer ya había cruzado. ‘- ¿Y Edu?’, le pregunté a Fernando. ‘-Viene ahí atrás’, respondió Fer. Zafamos, una vez más. Luego del cruce de Paraná, estábamos en el barrio. Ya estaba todo claro. La suerte estuvo a nuestro favor. El resto del viaje fue normal, conocíamos el camino. Ya no había peligros claros en la zona por la que debíamos remar hasta llegar al punto de partida: el Club Hispano.
Lo que acontece luego de los sucesos relatados en los párrafos anteriores culmina sencillamente con nosotros tres en el club. Estábamos enteros, cansados, pensativos y con ganas abrumadoras de llegar a casa y de estar secos. Nos miramos, pero nadie dijo una palabra. De hecho, no había nada o casi nada que decir: habíamos zafado. Zafado y no más que eso. ¿Fuimos valientes? ¿Fuimos capaces de mantenernos juntos? ¿Fuimos compañeros? ¿Fuimos ‘kamikazes’? ¿Fuimos ignorantes? No lo sé, fuimos. Creo que las respuestas llegarán en su momento. Sin embargo no fue cualquier travesía. Fue un viaje que puso de manifiesto aspectos fundamentales que deben ser tenidos en cuenta al momento de emprender una travesía: nuestras limitaciones, nuestros miedos, nuestra fuerza espiritual, nuestra fuerza física y nuestras destrezas. Doy gracias que tuve compañeros que no aflojaron, que se mantuvieron fuertes y que supieron mantenerse atentos en los momentos más complicados. Si bien este relato admite un abanico de reflexiones y pensamientos, la verdadera conclusión es simple: en esta vida, todo es aprendizaje.
Es mi intención dedicar este humilde relato a mis compañeros de travesía (Eduardo Baraiolo y Fernando Ruiz) y a todos los kayakistas que vivieron todas o parte de las situaciones que intenté describir. Si algún lector considera que las experiencias relatadas pudieran ser útiles a otros kayakistas (experimentados o no), siéntanse libres de compartirlas.
Buenos vientos a todos!!!
8 horas arriba de un árbol Martin Maccagno, Kayakista que con la sudestada se quedo en un árbol por 8 horas en el cruce a la isla Martin García, en el último encuentro anual. Gracias Prefectura Naval Argentina!!. Por habernos rescatado en la isla Oyarvide , a tan solo 3 km. que la separaba de la isla Martin García. Donde luego de 47.5 km. de remada en nuestros kayak de travesía, hacia el 11º encuentro anual de kayak, nos encontramos conque el cruce estaba muy complicado con olas de metro y medio y vientos muy fuertes. Emprendimos juntos con mis amigos y otros kayakistas el cruce, uno solo de los nuestros se mandó a seguir, nosotros decidimos parar en una isla donde había tierra firme, ahí paramos, juntamos leña, encendimos el fuego, e hicimos un refugio arriba de un árbol, a 2 metros. Hice unas hamburguesas en una parrillita con carbón que lleve en mi tambucho, comimos,abrimos un vino, pero luego el agua empezó a subir hasta casi el cuello. Estuvimos en el árbol hasta las 3 de la madrugada. Tres de mi grupo durmieron sentados en sus Kayak y fueron rescatadosen la mañana del viernes. A las doce de la noche más o menos nos buscaba el helicóptero de prefectura, y luego de hacerles señas con linternas, se paró arriba nuestro con su reflector y se fue, a las tres horas vino una lancha de ellos y bajamos del árbol nos metimos al agua helada (que lo habíamos hecho muchas veces para tomar nuestras cosas o atar bien los kayak que se habían hundido) y con las fuerzas que nos quedaban subimos al gomón, que fue difícil hacerlo. Nos llevaron y alojaron en su destacamento. Había dos kayakistasdesaparecidos ,unolo encontraron a uno a 15 km de ahí , el otro llego nadando a Uruguay, tambiénrescataron a una pareja y otros kayakistas más.Fueron muy hospitalarios con nosotros.
Un accidente aéreo, tres sobrevivientes, tribus carnívoras y una exuberante e impenetrable selva en mundo perdido. Aviadores de la II Guerra Mundial heridos y perdidos, un rescate imposible, la excitante historia quedó en el olvido durante más de seis décadas pero el libro "Perdidos en Shangri-La" la recuperó. Esta nota fue editada en la Revista Andar Extremo n° 42 en Julio/Agosto de 2016
Por Dalia Ventura para BBC Mundo fuente Mitchell Zuckoff edición Andar Extremo
Si no fuera porque el escritor y profesor de periodismo Mitchell Zuckoff encontró tanta evidencia de que ocurrió como él lo cuenta, el relato parecería tan inventado como las leyendas que existían sobre el lugar donde pasó.
Pero así todo hubiera sido ficción, valdría la pena, ya que tiene todos los elementos y el encanto de las mejores películas de acción. Incluso una heroína que físicamente tenía poco que envidiarle a Grace Kelly.
Y fue precisamente gracias a ella que la prensa de la época reportó el incidente. «Cuando los reporteros vieron su foto, empezaron a cubrir la historia pues era como si una joven estrella de Hollywood se hubiera caído en la mitad de la selva: era como salido de una película de Tarzán».
Y, gracias a que su belleza cautivó a los periodistas, Zuckoff se topó con la historia, cuando estaba investigando otro tema.
El principio
Era mayo de 1945 y mientras que en Europa ya celebraban la victoria, en el Pacífico, la Segunda Guerra Mundial aún no terminaba.
Sin embargo, ya no había combates en lo que entonces era Nueva Guinea Neerlandesa (hoy, las provincias indonesias Papúa y Papúa Occidental, en la isla que queda al norte de Australia). Así que un grupo de militares estadounidenses se preparaba para disfrutar de un paseo recreativo en avión.
«Yo no sabía que esas cosas pasaban, pero un piloto que estuvo en Irak recientemente me contó que todavía se hacen ese tipo de vuelos. Los llaman “vuelos de incentivo”: si quieren premiar a alguien, como un cocinero que se la pasa metido en una cocina, de tanto en tanto los llevan a pasear», señala Zuckoff.
En este caso, en esa época, el paseo era a lugar tan exótico como desconocido.
«Un año antes de este vuelo, dos aviadores estadounidenses sobrevolaron el lugar y donde el mapa decía que había montañas vieron un valle increíble, habitado por decenas de miles de personas para las cuales la Edad de Piedra nunca había terminado».
Una vez que lo encontraron, todo el mundo quería ir. «Pero nadie podía llegar: no se podía aterrizar, ni era fácil ir a pie, pues estaba rodeado de montañas. Así que todo el mundo quería tomar uno de estos vuelos, para poder mirarlo desde las ventanas».
Unos de los primeros en ir fueron dos corresponsales de guerra y, al verlo desde la altura, «pensaron en Horizontes Perdidos de James Hilton, la idea de lugares magníficos, alejados de la civilización», por lo que lo apodaron «Shangri-La» y así se le conoció.
Mitos distópicos
Poco se sabía del lugar, particularmente, de sus habitantes. Un biólogo, Richard Archbold, había estado ahí, «pero él no estaba interesado en la gente, sino en la flora y fauna». Como suele ocurrir, la falta de conocimiento engendró mitos.
«Se decía que medían más de dos metros, que practicaban sacrificios humanos…», cuenta Zuckoff. Ninguno de estos rumores resultó cierto.
En cualquier caso, quienes se disponían a viajar no tenían ninguna intención de comprobar la veracidad de las leyendas: el plan no era más que sobrevolar el área, como cualquier turista.
El 13 de mayo, 24 militares se embarcaron en el avión “The Gremlin Special”, un nombre que, dado el desenlace, resultó desafortunadamente acertado.
El Gremlin especial se estrelló contra una montaña y sólo tres pasajeros sobrevivieron.
«La primera es Margaret Hasting, esta bella cabo del ejército; el segundo es el sargento Kenneth Decker, quien sufrió una herida terrible en la cabeza y quedó amnésico (no recordaba nada del accidente aéreo). El tercero, teniente John McCollom no tenía muchas heridas físicas, pero sufrió lo que sólo se puede describir como una herida existencial. Su hermano gemelo estaba en el avión pero murió. Así que cuando salió a la selva, se encontró solo por primera vez en la vida».
Con mucha dificultad, todos los líquidos que encontraron y algunas bolsitas de dulces, emprendieron su camino hacia el valle.
«McCollom se dio cuenta de que si se quedaban ahí, se morían. No había ningún chance de que los encontraran, pues estaban en medio de una tupida selva. Así que se fueron en busca de un claro en el valle, y McCollom llevó consigo un pedazo de lona amarilla: algo que pensó se podría ver desde el aire», relata Zuckoff.
Y esa fue su salvación: el pincelazo de amarillo en ese mar de verde fue lo que quienes los buscaban los vieron.
Diablos o ángeles
Como era de esperarse, se dio el temido encuentro: los tres sobrevivientes heridos se vieron de frente con unos nativos que nunca habían visto personas blancas, que no medían más de dos metros ni hacían sacrificios humanos, pero que sí practicaban el canibalismo y no les gustaban los intrusos.
«Eran guerreros caníbales y según el ritual, si mataban a un enemigo, era común comerse su carne. Varios querían matarlos pero Wimayuk Wandik, el líder de la tribu, les recordó de una leyenda que profetizaba que un día, espíritus o fantasmas de piel clara bajarían del cielo. Así que, en vez de comérselos, decidieron que tenían que ayudarlos y protegerlos», cuenta Zuckoff.
Entre tanto, el ejército estadounidense no sabía bien qué hacer: habían visto a los sobrevivientes pero no había forma de rescatarlos. No se podía aterrizar.
Lo único que podían hacer era enviar a más soldados -con medicinas y provisiones- para ayudarlos pero, ¿a quién se le podía pedir que fuera a un lugar desconocido habitado por tribus salvajes, sin esperanza de volver?
Otro personaje
«Resultó que había una muy inusual unidad del ejército, liderada por C. Earl Walter Jr., un fornido estadounidense que creció en Filipinas. Capitaneaba una unidad de paracaidistas filipinos que habían sido entrenados para llevar a cabo misiones detrás del frente enemigo».
Como no habían sido llamados a la acción, estaban a la espera cuando les llegó una llamada preguntándoles si querían ser los voluntarios de esta misión.
«Earl todavía está vivo y me contó que el lema de la compañía era “Cueste lo que cueste”. Y que cuando le dijo a sus soldados ‘hay miles de enemigos por cada uno de nosotros, no hay forma de escapar, tendremos que marchar por kilómetros sin casi ninguna provisión y nadie nos puede ayudar… ¿alguien quiere venir?’. Y todos se levantaron y dijeron ‘cueste lo que cueste'».
Poco después, Walter y 10 de sus mejores hombres se lanzaron en paracaídas sobre Shangri-La.
Cuando tocaron tierra, se vieron rodeados por tantos nativos que, aunque iban armados, supieron que no tenían chance.
«Se vieron en esta confrontación en la que Earl no sabía qué hacer pero resultó ser uno de los malentendidos más cómicos de la guerra, en el que Earl y sus hombres terminaron desnudos. Pero le guardo el placer de descubrir cómo se llegó a eso a los lectores del libro».
El rescate
No había nada qué hacer… excepto quizás, intentar un rescate descabellado.
El plan era que quienes estaban en tierra erigieran una especie de arco de fútbol americano: dos postes verticales unidos a medio camino con uno horizontal. En la parte superior, iba una cinta elástica de la cual estaría amarrado un planeador.
Así, aviones equipados con cuerdas y ganchos volarían muy cerca a la superficie, engancharían la cinta elástica para que ésta levantara al planeador, ojalá en la dirección y a la altura indicada.
«Esto se había hecho antes. Se llamaba”snatching”, pero nunca se había intentado a esta altitud, ni rodeados de montañas, en la mitad de la selva… nunca en nada parecido a estas circunstancias, nunca en condiciones tan adversas. De hecho, este tipo particular de planeador tenía un apodo durante la II Guerra Mundial: lo llamaban ‘el ataúd volador'», señala el autor de «Perdidos en Shangri-La».
Con ojos de niño
La delicia de esta historia es que Zuckoff no sólo logro conseguir todo lo que se escribió entonces sino también fotos y fascinantes recuerdos de los involucrados. Y no sólo estadounidenses. Habló también con los nativos: adultos que eran niños cuando humanos blancos cayeron del cielo.
«Si los marcianos aterrizaran en mi jardín, yo lo recordaría por el resto de mi vida, y así fue para ellos: esto era tan lejano a su experiencia. Habían vivido en un mundo prehistórico desde siempre y de repente había aviones volando y estrellándose y gente. Recordaban todo y me lo contaron (…) Y eso amplió totalmente el panorama: poder tener no sólo la historia como la vieron los aliados que estaban allá, pero la idea de poder contar con la perspectiva de lo que los nativos pensaban que estaba pasando… en ese momento fui el escritor más feliz del mundo! »
Quizás, lo más inverosímil de todo es que éste evento se haya perdido de la memoria colectiva de una guerra que ha dado tantas historias.
El Shangri-La de James Hilton Situado en los difíciles años antes de la Segunda Guerra Mundial, el libro habla de una comunidad en una lamasería (un monasterio de lamas tibetanos), en el valle perdido tibetano, aislado del mundo y de tiempo.
Toda la sabiduría de la raza humana se encuentra en este lugar, en los tesoros culturales que guarda, y en las mentes de las personas que se han reunido ahí de cara a una catástrofe inminente.
Shangri-La se ha convertido en sinónimo de cualquier paraíso terrenal.
Gremlins Los gremlins son unas criaturas mitológicas traviesas a las que les gusta dañar o desarmar máquinas, particularmente aviones.
A pesar de que sus orígenes son más antiguos, durante la II Guerra Mundial estaban muy en boga, luego de que los aviadores de la Fuerza Aérea Real (RAF) del Reino Unido activos en Oriente los responsabilizaran de los múltiples accidentes que sufrían, acusándolos de sabotear sus aeroplanos.
En 2013 Brett Archibald, un sudafricano que iba a surfear a Mentawai, perdió el equilibrio y cayó de noche en el agua. Sin salvavidas, se mantuvo 28 horas flotando hasta que llegó el rescate. Nota editada en la Revista Andar Extremo nº 40 Marzo/Abril 2016
El barco “Naga Laut” dejó Padang obligado a Mentawai el 17 de abril de 2013. A bordo se encontraban diez amigos surfistas que viajan juntos por octava vez. A eso de las 3:15 de la mañana, uno de ellos Brett Archibald, sudafricano de unos 50 años salió de la cabina a orinar y beber agua, pero se sentía bastante mareado y vomitó desde cubierta en el mar. Entre la descompostura y el mareo sin querer se patino y cuando se despertó, ya estaba en el agua flotando. Miró hacia el barco pero ya estaba a unos 100 metros alejándose en busca del destino de su ruta.
Los amigos Archibald sólo se notaron su ausencia cinco horas más tarde, cuando tomaron el desayuno. Volvieron de inmediato sobre la ruta tomada durante la noche. Con una advertencia, la operación de búsqueda fue coordinado por las autoridades marítimas de rescate en Indonesia y Australia, que trabajaron juntos, ayudados por otras embarcaciones privadas.
Al regresar por la ruta el “Naga Laut” no encontró al tripulante. De acuerdo con los datos sobre el agua, la embarcación pasó a unos 250 metros de Brett, a la tarde del día siguiente, a eso de 14.30 horas. Pero el gran oleaje, el cielo gris y una ligera llovizna obstaculizó que el sudafricano fuera avistado. «Grité, agité los brazos y traté de nadar hacia el barco, pero la corriente era muy fuerte», recuerda Archibald. «Se detuvieron cuando vieron algo, pero luego se fueron en otra dirección.»
Antes de la puesta del sol de un animal marino golpeó dos veces a Archibald, que se sumergió la cabeza en el agua y se volvió para identificar lo que era. «Di cara a cara con un tiburón. Estaba preocupado por un posible ataque y llegué a pensar que si lo agarraba, podría llevarme a la costa «, dice Brett. Pero lo miró y se fue. El surfista- también fue picado por las medusas y herido por las gaviotas, que buscaban sus ojos.
Por la mañana, Archibald vio un barco de pesca que se aproximaba. «Pensé que iban a anclar y pescar, entonces empecé a nadar frenéticamente hacia ellos. Pero al levantar la cabeza, vi que se habían ido en otra dirección «, recuerda. Sintiéndose agotado y completamente desmoralizado, Brett trató de ahogarse, pero fracasó.
A las 7:30, poco más de 28 horas a la deriva, Brett volvió a la vista y diviso el barco “barrenjoey”, comandado por el capitán Tony Eltherington. Repitió el ritual desesperadamente como cuando vio los otros barcos, un gesticulo gritó y trató de nadar. «Después de mucho esfuerzo, pensé que iba a ahogarme en espera de rescate. Pero, afortunadamente, me vieron y llegaron a tiempo «, dice Brett.
Después de hablar por teléfono con su esposa Anita y familia tranquila, Brett decidió continuar el viaje en barco. Él estaba bajo el cuidado de un urólogo un quiropráctico y dos socorristas que estaban a bordo del “barrenjoey”. “En los ocho días restantes, fuí a todas las playas que pude y surfee la mayor cantidad de olas posibles», se ríe Brett.
Luego se supo que Brett se desplazo 20 km de donde cayó y fue encontrado cerca de la costa de la isla Sipora.
Reportaje realizado a bordo del barco que lo recató
¿Cómo estás?
La verdad es que no estoy bien. 28 horas en el agua, estoy destrozado. Me siento roto por la mitad.
¿Qué pasó?
Estábamos en medio de una navegación muy agitada, el mar estaba muy movido. Subí a cubierta para tomar aire y beber un poco de agua, y me di cuenta que estaba muy mareado. Tuve grandes vómitos, y luego creo que me desmayé. No me acuerdo de caer al agua ni nada, porque sino hubiera intentado agarrar una cuerda o algo así. Pero me desperté en el mar sin chaleco salvavidas, y el barco llendose a 100 metros por delante de mí. Eran las 3.15 de la madrugada, en medio de una tormenta. Cuando vi el barco alejándose pensé que todo había terminado.
No había islas en cualquier lugar por 15 kilómetros, pero traté de mantener la calma, y confiar que una vez que el barco se diera cuenta de mi ausencia se daría la vuelta. Y se volvió, llegaron a menos de 250 metros de mí, pero no me pudieron ver porque el oleaje era enorme. Cuando pasó de largo supe que tenía un problema muy serio.
La noche era una verdadera carnicería. Tuve tiburones nadando junto a mí, me picó cada una de las medusas del océano que pasaron cerca. Incluso las gaviotas trataban de sacarme los ojos, así que tengo grandes agujeros en la nariz.
Era una locura, una verdadera locura. De hecho, me di por vencido. Me vine abajo y dije: “A la mierda, no puedo seguir adelante”. Pero no podía tragar agua, mis pulmones se cerraban. Así que me dije a mí mismo: “Bueno, tengo que seguir aquí”, y seguí nadando y flotando en el agua.
Vi un par de islas e intenté nadar, pero la corriente era brutal, así que seguí sólo flotando con la corriente. Esta mañana he visto un par de islas, pero una vez más que no podía llegar a ellas.
¿Cuánto tiempo crees que podrías haber durado?
El cuerpo humano es una cosa increíble. Yo no creo que podría haber aguantado mucho más. Seguí mi propio ritmo, me mantenía flotando 5 minutos y después nadaba, así todo el rato. Vi la tierra cinco veces, pero no podía acercarme por las corrientes.
Vi un barco de pesca, y pensé: “Bueno, me va a rescatar.” Se dirigía directamente hacia mí y luego se largó de repente hacia puerto, y no lo volví a ver; pero luego vino el barco de “barrenjoey”. en el que estoy ahora. Una locura.”
El capitán, Tony (Eltherington), ya había organizado toda la búsqueda y de rescate, y fueron los que me encontraron. Vi estos mástiles y empecé a nadar hacia ellos. Ellos obviamente, estaban tratando de encontrarme, pero no venían directamente hacia mí, y parecía que podían pasarme de largo por 200 metros. No podía silbar por que tenía la boca sequísima, por lo que empecé a gritar. Tony me escuchó, pero no podía verme! Pero identificaron el ruido y me encontraron en los prismáticos y vinieron y me recogieron. Nunca había estado tan feliz de ver a un barco en toda mi vida.
Al llegar a bordo, ¿qué hiciste?
Afortunadamente había un médico a bordo, que controlaba la situación desde el principio. Me dio un montón de agua, calentó mi cuerpo. Apenas podía beber, mi lengua era del tamaño de una pelota de tenis. Me cuidó realmente bien, curó mis heridas, y mi nariz.
¿y ahora?
Todavía estoy acá en el Barrenjoey, he estado durmiendo bastante. Mi barco está llegando y entonces podremos continuar con nuestro viaje de surf.
El viaje de surf?, no te van a ingresar en un hospital o algo así?
No, no. Tenemos un doctor aquí y me cuida realmente bien. Dice que no hay problema, y en un par de días que estará todo bien. Debo decir que mi hígado y los riñones están fatigados, mis niveles de azúcar en la sangre son bajos, mi ritmo cardíaco no va fino, pero calculo que iré mañana estará ya todo bien…
En Enero de 2002 el periódico Andares antecesor de Andar Extremo,
a 29 años del Milagro de los Andes, entrevistó a Roberto Canessa. Dicha entrevista hoy se encuentra dentro del sitio oficial del "Milagro de Los Andes" como una de las 10 mejores entrevistas a los supervivientes
¿Cómo ves hoy ha 29 años lo ocurrido en los Andes?
Bueno, me parece que le hubiese pasado a otra persona, cuando miro a mis hijos que tienen la edad que yo tenía cuando tuve el accidente. Me doy cuenta que es increíble que halla podido sobrevivir, me parece que fue un poco la inconsciencia de la edad lo que nos ayudó, la fe en Dios y la fuerza de uno mismo. Hoy a treinta años de ese hecho ya no me acuerdo de lo que sentía, me acuerdo de los hechos, pero evidentemente (por suerte) toda la carga de angustia y tristeza que implicó luchar hasta morir no la recuerdo.
¿Qué opinión te merecen el libro y la película Viven?
Son las personas que tuvieron la suerte de no estar en el accidente, así dan una idea de las cosas que le pueden pasar a los seres humanos y las situaciones límites que pueden existir. Son dos documentos que desde ángulos diferentes muestran lo que son las situaciones límites y los seres humanos enfrentados a la máxima adversidad.
¿Creés que tu experiencia te llevó a acercarte más a la naturaleza?
Si totalmente, allá, éramos hombres de montaña, inclusive después cuando llegue a mi casa, pasaba un auto cerca y me asustaba porque en la montaña algo que se mueve es un alud o una piedra. Creo que nos transformamos en hombres muy básicos, y esa es la lucha del hombre con la naturaleza, la aprendes a querer a respetar y a convivir con ella. La noche en la montaña a pesar del frío era un espectáculo increíble la luna reflejada en la nieve, no me lo voy a olvidar!
¿Hubo algún cambio en tus creencias religiosas después del accidente?
Y bueno yo creo que hay dos tipos de dios, uno el que te muestran en la escuela, que esta sentado en el cielo, y envía rayos a la gente que esta abajo. Otro es el que conocimos en los Andes que prácticamente convivíamos con él y le pedíamos su ayuda.
Te acercas mucho a la idea de la muerte, y pensás que estas de paso por la vida, la vida es un accidente y la única realidad es que te vas a morir, con esos parámetros es que aprendimos a que no nos importaba si nos tocaba morirnos porque estábamos en paz con nuestras almas y con dios , ese diálogo constante con dios que le sea difícil pero no imposible.
Vos estabas acá y veías ahí a tu amigo que hacia 10’ estaba vivo.
Cuál fue tu relación con la iglesia después de lo ocurrido?
Yo creo que la Iglesia es una gran organización que trata de ayudar a la gente solidarizándose con mucha gente que necesita consuelo de dios, creo que hay grandes sacerdotes que están aportándole a la gente, desgraciadamente lo que es noticias es la excepción. Es una institución que ha hecho muchísimo por el progreso del hombre y a veces se la desfigura se dice “yo creo en dios y no en la iglesia” pienso que es totalmente injusto y que todas las son generalizaciones son bastante injustas. Por ejemplo en la religión católica los curas tienen que renunciar a todo, creo que renunciar a tener familia es muy duro así que tengo un gran respeto por la iglesia.
Cómo te sentías físicamente al no tener casi alimentos?
A 3500 metros caminas 20 metros y te falta el aire, a demás caminas en la nieve y te vas hundiendo, en esos lugares no hay camino, ni trillo, ni nada, cada desplazamiento es por un terreno inhóspito e imprevisible avanzar era terriblemente difícil, o sea que físicamente no sabía si era que estaba cansado si era la montaña que era tan difícil avanzar.
En un momento caminábamos 33 pasos y parábamos porque eran 33 los orientales y pero pensábamos que igual eran 20 metros y como sabíamos que teníamos que cubrir más o menos 80 kilómetros que eran 100.000 pasos, entonces cada paso era un paso. Y así íbamos avanzando hacia nuestro objetivo.
“Tal vez mañana” fue lo que nos mantuvo vivos 72 días, “tal vez mañana” saldremos de acá, “tal vez mañana” llegaremos a la cima, “tal vez mañana” era nuestro móvil.
Se reúnen periódicamente con tus compañeros?
Todos los 21 de diciembre nos volvemos a reunir para estar juntos recordando la posibilidad que nos dio dios de seguir viviendo también recordando a los amigos que no están, hace poco nos reunimos para festejar el cumpleaños número 50 de Bobi Françua es una hermandad donde nos peleamos y discutimos pero siempre manteniendo un vínculo de pertenencia. Hermanados evidentemente por un experiencia terrible.
Como es tu relación actual con Nando parrado?
Mi relación con Nando es muy buena , vive a cuatro cuadras de casa,somos muy diferentes en la manera de actuar, el es un tipo tranquilo y pausado yo soy mas explosivo el es padrino de mi hijo y yo soy padrino de las hijas de él con Nando tengo mayor afinidad, nos entendemos mejor,
A lo largo de estos años como sobrellevaste la relación con los familiares de los fallecidos?
Muy bien, querían saber que había pasado con sus hijos, como habían pasado sus últimos momentos, que habían dicho, entonces que nosotros le hallamos podido contar lo que pasó para ellos fue una gran satisfacción y tuve el apoyo de la familia Nogueira, y cuando ganamos el campeonato eran los primeros que venían a abrazarme con otros nos conocíamos menos, era una relación mas distante, porque no nos conocíamos de antes, por en general, inclusive los sobrinos de mis amigos, de los que no volvieron , juegan en el equipo de rugby, nos conocemos todos del barrio, la verdad que nos han apoyado mucho.
Después de lo ocurrido tu actitud hacia la vida cambió de alguna forma?
Si empezás a darte cuenta que sos un boludo, que tenés todo para ser feliz y que te vivís quejándo que no te das cuenta de lo que tenés hasta que lo perdés, no tener en donde dormir, dormir arriba de la nieve tenerte que comer a los muertos, cuando en tu casa tenes un plato de comida caliente en tu casa hasta el agua, tenemos que derretir nieve durante una hora para poderte tomar un baso de agua, la mayoría de nosotros recibimos mas de lo que necesitamos y damos mas de lo que podemos, eso si que lo aprendí en la montaña, tener donde dormir, donde comer, bastante rico sos, en lugar de andar quejándote te falta esto te falta lo otro y que la fuerza está en uno mismo evidentemente en la montaña si nos sentábamos a esperar que nos fueran a rescatar nuestros padres nos hubieran muerto todos.
Cómo influyó tu experiencia en la educación de tus hijos?
A mis hijos les enseñé a respetar a gente con sus valores éticos y morales que no se deslumbren por las cualidades materiales que pueden tener las personas, sino por su hombría de bien, ser agradecidos en la vida, que estudien y que traten de progresar por sus propios medios, esa es la parte que mas me cuesta, tienen muchos amigos y se divierten demasiado yo creo que sus recuerdos, una de las cosas mas lindas que tengo, es una grabación cuando le preguntan a Ilario ( mi hijo) si está contento por tener a su papá vivo, el contesto que: contento no porque fue una tragedia pero que entiende a su papá sabe que lucho por su vida y la de sus amigos eso para mi vale mucho cuando caminó por los andes(cuando era chiquito) y le preguntaron si sabia que era tan difícil, el dice si yo sabia que era verdad porque me lo contó mi papá y nunca me miente a mi me parece importante esa imagen de padre, que tengan respeto por ellos mismos y por su familia y los demás es lo importante.
El Vasco Jorge Iza naufragó en solitario en el Atlántico y fue rescatado por un carguero hace un mes. Aquí la nota de un soñador que asegura que el fracaso es no intentar las cosas en la vida.
Jorge intentaste salir a hacer un viaje como el de Vito Dumas?
Fui a cumplir un sueño que tenía dentro de mí hacía mucho tiempo, y que por las situaciones de la vida por responsabilidades o trabajo lo fui postergando. Desde el año 84 lo tenía en la cabeza, pero con firmeza empecé a esculpir ese sueño hace unos 20 años atrás. Cuando me jubilé encaré el viaje.
Cómo fue la elección del barco?
Tuve 2: primero tuve un Spray 26, lento y pesado, y hace tres años pensando en este viaje compré un Orión de 34 pies (10,3 metros), un barco pesado y fuerte, pero hasta ese momento pensaba que era el ideal para hacer una vuelta al mundo. Uno de fibra que navegaba bien. Entonces empecé a acondicionar este barco.
Qué te llevó en la vida a hacer este viaje?
La vida me llevó en el 74 a embarcarme en un barco griego como aprendiz de oficial. Salimos de Génova a Estados Unidos. Allí conocí el agua, y cuando estuvimos en Miami, conocí los veleros. Me volví loco, es un mundo. Al pasar el tiempo, un amigo me invitó a hacer un curso de timonel y allí me metí de lleno. Vos tenés el sueño pero yo sostengo que podés mentirle a cualquiera pero no podes mentirte a vos mismo, tenés que demostrarte que podés hacerlo. Mi primer susto en la náutica fue cuando tenía el Spray y encaré en solitario Montevideo, cuando salí del canal y apagué el motor, fueron 10 minutos trágicos pero si no superaba eso tenía que volver y vender el barco.
Trágicos y mágicos, porque andar sin motor debe ser…
Sí, era un límite que tenía que pasar. Si no podía vencer eso, todo el sueño que tenía no podía ser. Después de esos 10 minutos me sentía el rey del agua. Hice Mar del Plata pero con tripulación, con el barco que acabo de perder. Fui a Brasil con una de mis hijas, a Angra dos Rey. Nada que ver la navegación en solitario porque en algún momento al barco lo dejás solo. Sí o sí tenés que dormir, y ajustás las velas para navegar despacio y va solito, pero tenés que estar continuamente pendiente, atento a todo, hasta cuando dormís. En ese viaje a Brasil capeamos una tormenta importante, con olas de 6 metros, duró por lo menos 12 horas y el barco se comportó bien, lo superamos. Ahí me convencí de viajar, me sentí que ya estaba listo. Me jubilé y me preparé para el sueño de mi vida.
Cómo iba a ser este viaje?
Quería hacer el viaje que hizo Vito Dumas por lo “40 Bramadores” sin escalas, que es de acá hasta Nueva Zelanda vas por el paralelo 40, de ahí bajás al Cabo de Hornos y por el paralelo 57. El paralelo 40 pasa en Argentina por Bahía Blanca. Yo pensaba no parar, llevaba agua y comida para 10 meses.
Que llevabas de comida para una travesía así?
Comida en latas de todo: atún, sardinas, jurel etc… Arroz y fideos. Mucha fruta seca: 30 kg de pasa de uvas, 10 kilos de higo, 5 kg de ciruela. También aceitunas. Llevaba una olla a presión para economizar el gas y preparar de a tres comidas. Si racionaba podía pasar un año y medio con lo que tenía
Cómo preparaste el barco?
Quería salir en agosto pero no llegué a tiempo porque quería llegar en verano a Cabo de Hornos. Salí el 12 de septiembre de 2015. El barco lo compré en Noviembre del 2014 y le hice timón nuevo, lo reforcé al doble con tres bujes porque había dos cosas que no me podían pasar: desarbolar el palo mayor que se caiga el palo), o romper el timón. Pinté todo el barco y lo modifiqué todo en el interior. Me hice un corralito para cuando rolaba el barco no me caiga. Otro problema que intuía, era que la cubierta cuando se empezara a mover haría agua, entonces tenía que poner todo en bolsas. Después de la primera tormenta entraba agua por todos lados y tenía que sacar por día, con tormenta, más de 10 baldes y esponjas pero eso me mantenía activo. Esto era parte de lo que me podía pasar y no me iba a modificar el viaje. Hice revisar la Jarcia Firme que se cambia cada 10 años o 40000 millas y tenía 8 años, así que cambie el stay de proa, un cable fundamental que enrolla una vela. Entonces estaba tranquilo ya tenía los problemas resueltos.
Cómo fue la salida?
Fue en el club Regatas de La Plata, muy emotiva. Es una sensación rara en la gente: ves caras que parece que es la última vez en la vida que te van a ver y hay gente que te anima y te da mucha energía. Cuando salí al principio bien, y enseguida me quedé sin viento en el río. Entonces tuve que fondear y llegando a Punta del Este, otra me quedé sin viento pero esta vez no pude fondear porque había mucha profundidad. Puse el barco a la capa (atás el timón a una banda y acuartelás la vela de proa) y ahí si hay viento quedás a 2 nudos de velocidad o si no, quedas planchando y te lleva el viento para donde quiere. Yo seguí durmiendo tranquilo.
Cuál fue la primera sorpresa que tuviste?
A los nueve días de navegar, me levanté y estaba cortada la burda que es un cable de acero inoxidable que en la punta tiene un aparejo donde vos ajustás el cabo sintético. Se había cortado el cable de acero. Imaginé que cuando cambiaron la jarcia dejaron la burda. Lo reemplacé por una escota, un cabo sintético que estira solamente un 1% y funcionó, tuve que subir al palo que mide 12 metros. Yo subí casi 9. A los dos días se corta el de la otra banda. El problema es que tuve que subir de nuevo. En navegación eso mueve mucho y se te acelera el corazón. Estaba a unas 500 millas de acá. Tuve mucha mala suerte: quería ir para el este y el viento venía del este, me iba para el norte, para el sur… avanzaba poco. Al mes de estar navegando, iba con 20 nudos, con una vela chica (trinquetilla) y al irme a dormir sentí que el barco navegaba mal, salí y vi la vela bañándose en el mar. Se había cortado el arraigo donde está el stay que tienen un cáncamo (una argolla de metal) que se había desoldado y estaba abierta. Se había cortado la driza que es el cabo sintético que levanta la vela. La recogí y me dije “la jarcia está mala, me vuelvo, reparo todo en Argentina y el año que viene lo intento de nuevo”. Esa era la idea pero parecía que alguien estaba jugando conmigo. Viré 180° y el viento también. Avanzaba poco y por ahí se me corta un obenque bajo y se rompe la banda. Lo reparo como puedo pero se quejaba la madera. Puse el barco a barlovento para que no sufra el palo y trabajé de la otra banda y volvía de 4 nudos. Estaba a 1300 millas de Montevideo, que era el punto más cercano. No me quedaba otra, no me importaba si tardaba 3 o 5 meses. Me agarraron dos o tres tormentas que avanzaban 80 millas y retrocedía 60. Y en un momento se rompió el otro obenque bajo de la otra banda y allí dije “esto llega a su fin”.
Cómo te sentías ante tanta adversidad?
Por suerte tenía un aparato que se llama Tracking por un sistema que se llama Iridium manda dos mensajes mínimos por día, entonces una vez que llega la señal a tierra, mi hija y mi sobrina veían mi navegación y me preguntan qué estaba pasando. Con el apuro del viaje este aparato había llegado muy sobre la marcha y no pude saber cómo podía escribir mensajes, sólo enviaba los que estaban seteados. En clave le empecé a comunicar que me volvía.
Cómo fue la rotura definitiva del palo?
Fue una tormenta como de tres días, en ese lapso las olas golpearon el barco y lo hacían girar 90 grados pero estaba tranquilo. El primer día de tormenta el palo aguantó pero sentía desde adentro como se cortaban los tornillos. Encima la corriente me llevaba para el lado de África. Si se caía el palo perdía el barco porque no se puede remolcar. Y después de cayó. Me subí con una cadena y en la primera cruceta le puse una gruesísima, pero no aguantó. Había olas de 7 metros y vientos de 40 nudos. A las 10 de la mañana del segundo día de tormenta empezó a crujir, sentía como cuando talan un árbol y sabía que se venía abajo. Tenía que ser rápido y cortar todos los cabos porque cuando se cae si no lo separás rápido del casco se puede agujerear y es peor. Se hunde el barco. Apreté enseguida el botón rojo del tracking y pedí ayuda. Estaba a la deriva y solamente tenía combustible para 300 millas y estaba a 1300 de Montevideo. Lo guardé igual como reserva por si pasaba algún mercante. Si bien estaba en el paralelo 40, sabía que en el paralelo 35 pasaban los mercantes. El servicio internacional de rescate me informó que venía un petrolero de 250 metros de Punta Arenas al Congo que pasaba cerca de donde estaba. Llamó al capitán y como código moral accedió al rescate y me avisaron que el buque “Dubai Glamour” iba a pasar al otro día al mediodía. Lo vi venir al día siguiente como por una autopista, porque el tracking mío estaba programado para enviar cada 10 minutos la posición y ya sabían dónde estaba. A los 10 minutos me vieron y me hicieron sonar la sonar la sirena comenzando el rescate.
Qué pensabas de tu barco en ese preciso momento?
Ya había hecho el duelo anticipado con el correr de las tormentas, ya sabía cuál era el fin. Se me iba la ropa técnica, las herramientas… se perdía todo. Preparé un bolso marinero pensando que venía un barco de la Armada Argentina pero cuando lo vi venir a mercante que al principio pasó mil metros de largo y siguió, dio la vuelta y volvió, mi hija me mandó un mensaje y me indicó que me suba a ése porque no había opción b. Allí achiqué todo, sólo puse el documento, el pasaporte, la tablet, el tracking y unos dólares que tenía. Me puse el traje de agua, me até el bolsito y me dispuse a subir los 15 metros que tenía el buque. Con olas de 7 metros en una escala de gato no se puede llevar mucho. El barco no se podía acercar porque me aplastaba, como yo tenía combustible me dirigí hacia el barco. Ellos no tenían nada preparado, sólo esperar a que pase la tormenta para rescatarme. Detener esa mole un día es una fortuna. Así que dije: yo voy hacia el barco. Me tiraron un cabo finito con una bocha y con eso no podía. Di tres vueltas al barco, vi una escalera. Allí me acerqué a un metro, salté y dejé el barco a la deriva. Y desde la escala, miraba y se veía que le di un golpe de timón porque el barco da un giro y lo chocó al buque. Se levantó cayó y no lo vi más. Creo que se hundió porque al caer el palo rompió el techo de la cabina y tenía un agujero. Si no se hundió con el golpe, seguro tarde o tempranos e iba a hundir.
Cómo te recibieron?
Ni bien subí me abrazaron, eran oficiales hindúes y marinos filipinos. Un trato espectacular. De allí navegó el buque al Congo y no me dejaron bajar porque no tenía visa. Dentro del barco el capitán decía que era un héroe. Los filipinos que hablaban castellano me cocinaban, me invitaban a fiestas… Realmente increíble. Me llevaron a Trinidad y Tobago, estuve un mes embarcado compartiendo momentos. Incluso el capitán mandó a la Armada Argentina una carta por mi actitud en el viaje. Cuando bajé el capitán me acompañó hasta la explanada. Muy emocionante! Y allí tomé el avión al otro día.
Qué te dejo esto?
Me quedó que esto puede ser el principio de algo. Antes creía que podía hacer ese viaje, ahora sé que puedo, porque en las situaciones más adversas, la moral no se cayó, en ningún momento me arrepentí de estar ahí. Me viene la imagen de todo lo que perdí, lo más triste es perder el barco y las herramientas. Pero una vez viendo una película, una mujer grande le decía a un chico “el único fracaso es no haberlo intentado”, y me quedó esa frase. No logré lo quería, pero no fracasé….lo intenté.