Del Pacífico al Atlántico en kayak, Cruce del campo de hielo patagónico: “Un alumno y dos maestros”. El relato de este cruce comenzó con el primer viaje a Puerto Edén de Leonardo Proverbio (Cuny) y Sergio Camacho Villalobos en septiembre de 1999. En ese momento Cuny tenía 19 años y Sergio 28. El segundo viaje en el que se logró cruzar, fue hecho por Cuny y Roberto Trinchero en septiembre de 2016. Nota en La revista Andar Extremo n° 44
Por Leonardo Proverbio
Relato del primer viaje
Una de las mayores habilidades del ser humano es la de intercambiar mucha información a través de comunicarse de modos diferentes: hablándose, escribiéndose y mostrando fotos, como en este caso. Lo cierto, es que vivir el mundo real por nosotros mismos, siempre supera cualquier película que imaginemos.
Si querés escalar una montaña, transformar esa fantasía en realidad es la clave, intentarlo es el mayor aprendizaje para saber cómo hacerlo mejor. Gracias a las enseñanzas y voluntad de otros, logramos que sea posible.
La historia comienza con Sergio y un delirio de “algo en kayak” que había visto en un programa de TV español llamado “Al Filo de lo Imposible”. Me dijo que íbamos a cruzar en kayak por el campo de hielo patagónico, que a mí me llevaría un pescador chileno hasta la base de un bosque y ahí nos encontraríamos…sin preguntar mucho dije:- Vamos.
Casi 20 años atrás, las pasarelas de Puerto Edén eran iguales a las de ahora: calles del pueblo, sin autos, sólo barcos de madera pintados de amarillo.
En nuestra estadía acompañamos a Juan Bilbo en sus trabajos: bucear para encontrar mariscos, pescar róbalos, poner trampas de centollas y cortar leña. Comimos chogas en todas sus formas (ya que era lo que más se comía) y un día en el que fuimos a pescar, juntamos de todo para un curanto a la olla.
Una vez que Sergio estuvo sobre el puente de los pescadores, cargó el kayak para luego en la orilla comenzar su remada de 120 km hacia adentro del fiordo Exmouth, lugar donde nos encontraríamos para armar el campamento con nylon y quedarnos 1 mes esperando para cruzar a Chaltén. Sin un pronóstico climático, entrar a esas zonas era una aventura que podía durar varios días dependiendo de los antojos del viento.
Con el Capitán Juan Bilbo, partimos a encontrarnos con el Gallego en algún lugar de los Fiordos (que luego resultarían ser mucho más grandes de los que esperábamos y al estar nublado encontrar un pequeño kayak era una aguja en un pajar). Llegamos a las cercanías del Glaciar Pío XI donde el oleaje y los témpanos nos obligaron a retroceder… ahí aprendí que en el mar y la montaña saber esperar es tan importante como ir rápido. Finalmente encontramos a Sergio para volver a Edén, donde subimos al cerro Panchote y conocimos a los últimos Kawésqar que en su infancia habían vivido sin el hombre blanco.
En la primera expedición no había mapas ni teléfonos satelitales, GPS, bengalas o pronósticos climáticos. Nuestra experiencia como deportistas tenía grandes bases físicas y motivacionales pero sin duda, no era la mejor forma de tomar decisiones. El salvajismo era la base de todo, y a lo largo de los años pude saber que esa visión de la montaña era la clave. La fuerza estaba y está en la motivación del espíritu, sabiendo que la montaña debía sentirse como un hogar.
Este viaje fue una gran experiencia en la cual aprendí que estas expediciones no son de montañismo sino de aventura, no hay manual o técnica que te enseñe a subir por vegetación cerrada, caerte en un pozo de selva, prender fuego cuando llueve, vivaquear en un agujero del bosque todos mojados, atar con alambre…también supe que no debía apurarme, porque el simple hecho de estar en este lugar era parte de los que considerábamos ser felices. Saber contemplar la naturaleza en cada momento, no pretender que todo sea ya y ahora, dejar que la naturaleza tome su curso y seguir sus tiempos es la clave para no tener un accidente ya sea dentro de los fiordos, la selva, el bosque, glaciares, campo de hielo, lagunas, ríos y lagos. Cada espacio tiene su tiempo, su clima, su forma, su momento… el no contemplar la naturaleza y dejarnos llevar por nuestros profundos pensamientos nos llevaría a malas decisiones. Aprendí también que estos lugares no son hostiles, no son enemigos, sería imposible lograr este cruce sin que la mente esté en paz y armonía con el entorno por el que avanzamos.
2° Expedición 2016
Objetivo: cruzar del Pacífico al Atlántico a través del campo de hielo
No sabía nada de kayak, había realizado el curso de rescate en ríos de aguas blancas y guía de rafting, así que 2 meses antes de la expedición, Marcelo Hostar comenzó a enseñarme a remar hasta que finalmente avanzamos a buen ritmo y a eso sumamos conocimiento en papeleo y logística.
Comenzamos en Puerto Edén, remamos por el pacífico 120 km hasta el interior del Fiordo Exmouth y mediante varios porteros subimos las cargas y el kayak hasta el plateau glaciar del campo de hielo. Pasamos por el Paso Moreno a 1750 mts, luego bajamos por el Paso Marconi, refugio Fraile, Chaltén y retomamos la navegación pasando por el Lago Viedma, el Río La Leona, Lago Argentino y el río Santa Cruz hasta el Atlántico.
LOS FIORDOS DE CHILE:
Usamos un kayak doble y dentro de él teníamos alimento para un mes, 6 litros de solvente, carpa grande, bolsas de dormir, ropa de montaña, equipos de ski de travesía, equipos de transito glaciar, palas, serrucho y tantas cosas llegando a casi 100 kilos de carga al inicio del viaje al que se sumaban los 160 kilos de 2 personas… iniciamos con 260 kilos, dudando si el kayak avanzaría o se hundiría.
Luego de verificar todos los papeles y permisos pertinentes, descansamos una noche en un hostel de Edén y muy temprano comenzamos a remar.
Los 120 km los realizamos en 2 días pero en el medio quedamos parados 2 días más cuando nos vimos obligados a dar la vuelta para retornar al campamento.
Atravesamos olas de 2 mts con rebotes en las paredes laterales con 30 o 40 nudos de viento, maniobras tan delicadas que una buena o mala remada marcan la diferencia. Roberto Trinchero era quien dirigía el timón del kayak, él determinaba los giros y yo escuchaba lo que me decía, remaba hacia adelante o algo lateral y cada tanto algún manotazo casi instintivo.
Pasamos por el Glaciar Pío XI lo cual nos llenó de motivación y esperanza al ver la zona glaciar, además de ser este punto una zona de témpanos y baja profundidad. Sin contratiempos pasamos dentro del fiordo Exmouth llegando tarde, cansados y con frío, para decidir el armado del campamento. A la madrugada, cuando subió la marea, tuvimos que desarmar la carpa y armar un campamento en el bosque que por suerte quedó bien montado y lo usamos durante un par de días más.
LAS SELVA, EL BOSQUE Y LA TUNDRA:
Con una mochila para los 2 y lo necesario para una jornada de trekking, dejamos el Pacífico y comenzamos a caminar hasta subir al campo de hielo para hacer un reconocimiento de por dónde y cómo subir el kayak. Algo perdidos fuimos avanzando hacia arriba hasta llegar a superficies de roca y nieve, donde reconocimos la mejor entrada al campo de hielo sin necesidad de atravesar fuertes pendientes o terrenos llenos de grietas. En la bajada, cansados por la larga jornada de remo, el cambio de carpa, la madrugada y la caminata, nos perdimos a 600 mts de la carpa muy cerca de la costa. En la oscuridad, con la potente linterna, sólo veíamos acantilados de selva así que nos vimos obligados a vivaquear sin bolsas de dormir. Nos metimos pasto seco bajo la ropa, prendimos fuego y pasamos la noche. Al otro día caminamos 20 minutos y llegamos a la carpa. Cansados, comimos y dormimos todo el día.
Con nuevas fuerzas retomamos los porteos usando sistemas de poleas o arrastre a lo bruto para ir lentamente subiendo el kayak por etapas. Entre los ascensos, subíamos mochilas con lo menos necesario como remos, chalecos, cubre cockpit, grampones, piquetas, combustible, comida para el hielo. Dejamos algunos nylon atados como marcas para no perdernos, que luego quitamos para no dejar basura. Fuimos afortunados ya que el invierno seco no trajo lluvias fuertes en la selva, pero esta falta de precipitaciones haría más difícil el tramo final.
ROCA Y NIEVE:
Logramos dejar el kayak en la nieve para llegar a la zona de terreno plano del campo de hielo. Aún era necesario ascender una canaleta de 400 mts y 40-50° de nieve, luego bajar un corto tramo y, entre grietas, ganar pendiente hasta donde fuera posible comenzar el arrastre del kayak.
Desarmamos el campamento junto al mar y subimos definitivamente al terreno de montaña más expuesto al viento. Armamos un refuerzo de rocas alrededor de la carpa, y comenzamos a recibir los pronósticos climáticos provenientes de el Paso Mariano Moreno. Subimos primero un porteo de mochilas, luego el kayak que dejamos marcado y anclado para que no lo vuele el viento o lo tape la nieve. Así, a la espera de la racha como si fuera un pegue al Fitz, el viento nos dejó una ventana. Un día bueno, uno malo, y 2 buenos. Muy temprano, como siempre, desarmamos la carpa, nos disfrazamos de montañistas y llegamos al kayak que previamente habíamos encerado con 500 grs de parafina para facilitar su deslizamiento.
EL CAMPO DE HIELO Y EL PASO MARCONI
Casi con las primeras luces dejamos un rato de sufrir tanto y rodeados de cientos de montañas nos dimos cuenta que el kayak realmente deslizaba. Habíamos aprendido que nada iba a ser fácil…todo en la Patagonia es más grande o está más lejos de lo que imaginás, pero era posible. Si fue posible subir todo por la selva, era posible cruzar el campo de hielo.
El primer día fuimos en dirección NE 30 km, viendo nuevas e inexploradas montañas hasta llegar a la base del cerro Kolliker, donde con serrucho y pala preparamos la carpa. Con rapidez y organización, con buena nieve, en 1 hs fue posible tener la carpa lista con casi 1,80 mts de altura de bloques de nieve.
El día siguiente fue nublado, ventoso y cayeron 20 cm de nieve. Estábamos cansados y nos fue útil comer, tomar y descansar la espalda.
El tercer día en el campo de hielo creímos que iba a ser más sencillo pero ascender los 450 mts de desnivel hasta el Paso Moreno y llegar hasta las rocas a la derecha de la entrada del Paso Marconi nos llevó varias horas. Armamos la carpa casi a las 20 hs. En el medio de este itinerario vi por detrás de una línea de nieve las cumbres del Fitz y el Torre apenas asomando, ese fue el momento en el que sentí por primera vez saber más o menos donde estábamos…fue como una sensación de estar salvados.
Ya casi sin comida, desayunamos polenta con chocolino y comenzamos la bajada hacia el Glaciar Marconi. Una vez en la zona más estrecha, realizamos 2 rappeles de 60 mts hasta dejar el kayak en terreno plano y lejos de la caída de bloques de hielo. Armamos una mochila de porteo y salimos en botas de goma para Chaltén ya que sólo nos quedaba una bolsita de liofilizado que comimos al terminar el sendero de la laguna del Eléctrico.
En Chalten, pasamos 3 días descansando y sumando kilos en el Restaurante Parrilla el Muro de Claudio Andrade, vecino de la infancia en Bariloche. Luego retomamos la subida a Marconi para bajar el kayak en compañía de Marcelo Hostar que quería navegar el Eléctrico, y los Gendarmes Diego Montenegro, Marco Olguín y yo terminamos de bajar las mochilas y, gracias a su ayuda, en lugar de bajar con 50 kilos bajamos con 17 kilos cada uno.
LAGUNAS, RÍOS Y LAGOS
La bajada del kayak por el hielo de ablación fue fácil, sólo algunos tramos de piedras y morrenas complicaban deslizar el kayak así que usamos un carrito con ruedas inflables que subimos desde Chaltén. Una vez en el fin del Glaciar, cruzamos la primera laguna y fuimos a dormir al Campamento Eléctrico. Al otro día, navegando y usando las rueditas, pasamos el sendero de Piedra del Fraile hasta el Río de las Vueltas, que navegamos con mucho cuidado ya que había poca agua y muchas piedras.
Retomamos 2 días de descanso con asados, guisos camperos y buena onda en el Restaurante El Muro. Juntamos provisiones y comenzamos a remar nuevamente un tramo que realmente era el mayor del recorrido en kilómetros de avance. Desde Bahía Túnel comenzamos a remar hasta que el fuerte viento nos arrastró a la costa a sólo 10 kilómetros de iniciar la marcha. Con algo de viento que venía del glaciar Viedma, nos vimos obligados a pasar ese día atrás de unas grandes y antiguas matas de Calafate. Desde un terreno estepario casi desértico vimos las montañas de la cara opuesta a la que caminamos hacía una semana.
Alertas por estas opciones de viento, decidimos comenzar muy temprano a remar el lago Viedma ya que por la mañana algunos días solía estar menos ventoso. Con una buena jornada de remada, llegamos a la entrada del Rio La Leona y fuimos al parador a dormir. Por un descuido de dejar el kayak sin atar, casi lo perdimos a las 20 hs en la oscuridad, se fue solito 500 mts y quedó atascado en un banco de arena.
EL RÍO SANTA CRUZ
En teoría, íbamos a llegar desde la dembocadura del Santa Cruz a Piedra Buena en 2 o 3 días, pero la realidad y lo que uno espera no siempre coincide… ahí en esas diferencias es donde la aventura comienza y debimos adaptarnos a los tiempos de la naturaleza. Al ser un invierno seco, el río iba bajo y algo lento, con poco espesor de agua. Algunas rocas, de golpe, me sacaban del aburrimiento, y alguna que otra ola llegaba a tener más de un metro.
Avanzando veíamos pasar guanacos, ñandúes, ovejas, caballos y estancias abandonadas… un inmenso espacio de cielo. El río era un lugar de pensamiento y meditación, como una vía a la reflexión. Con levantar la cabeza, pudimos ver el sol y contemplar lo que nos rodea hasta casi dejar de existir, o simplemente mirar el agua dejando crecer nuestros pensamientos, llevarlos a los lugares más profundos de nuestro ser para así entender mejor lo que somos y lo que nos rodea.
A cada parada hacíamos un fueguito y bajo el traje seco llegamos a ponernos 3 o 4 capas de abrigo. En el primer día, el rio tenía muchas curvas. Remamos en zigzag casi 75 km lineales, los dos segundos días fueron más rectos y en el medio nos vimos obligados a esperar que el viento amaine, además de sirgar el kayak con cuerdas en algunas riberas.
Para la parte final de Piedra Buena a Puerto Santa Cruz esperamos que la marea suba a las 11 de la mañana. Con marea bajando y la ayuda del rio llegamos a la desembocadura del Santa Cruz donde bancos de arena nos llevaron a arrastrar el kayak por algunos metros y luego un tirón corto hasta el fin de nuestra larga expedición de casi 45 días.
CONSEJOS Y RECOMENDACIONES:
Aprendí que los problemas se auto-expanden. Solos, cada vez se hacen más grandes o más enredados, es como dejar una soga al viento… Es necesaria la voluntad de solucionar los problemas inmediatamente para que en momentos inoportunos no encontremos cabos sueltos.
Aprendí a compartir con mi compañero las cosas buenas y las malas. Si alguien está cansado físicamente es necesario decirlo, ya que el cansancio físico se refleja rápidamente en cansancio “cerebral” y la mala toma de decisiones o maniobras. Carece de sentido buscar culpas, pero es necesario que queden claros los errores para no volver a cometerlos. Me parece que sería más seguro ir en un equipo de más personas, tal vez 3 o 4, en el que cada uno vaya realizando un función y tarea. Eso permitiría hacer cada día mejor las cosas, más rápido, más eficiente y seguro, eso a la larga da más horas de alimentación, sueño y descanso.
El respeto entre las personas de la expedición es fundamental. La capacidad de hablarnos con educación y aceptar diferentes opiniones hasta llegar a un acuerdo, para luego con total energía y determinación desarrollarlo en equipo, es imprescindible. Eso permite si hay fallas, cambiar de plan.
Fundamental, llevar suficiente alimento, sistemas de comunicación, kit de reparaciones, botiquín completo (y saber usarlo) y mucho nylon ya que es lo único que realmente mantiene las cosas secas dentro de la carpa o el kayak.
“El peor día de malabar siempre es mejor que uno de trabajo”
Generalidades del Kayakismo
La voluntad es la mayor fuerza. Para tener voluntad es necesario ser sinceros con nosotros mismos para saber qué es lo que realmente queremos. Todos dicen ser “felices”, yo aún no entiendo qué es ser feliz y, si ser feliz siempre es realmente posible o una ficción más que algunos logran con el “no pensamiento”. Después de todo, porque no puede haber días malos y tristes?… es imposible que haya siempre sol o sea siempre de día. De un modo u otro no puedo controlar el estado de mi “felicidad” pero sí puedo elegir dónde estar. Puedo tener un mal día en casa, en la calle, en una oficina, un bondi, o en un glaciar, sendero de trekking, centro de ski o en la cima de una gran montaña. Un día en la naturaleza, en la montaña, en el lago, el río, el mar o donde desees estar, siempre es mejor que estar por estar donde nada hay que hacer y perder ese poco tiempo que tenemos en esta vida. Si hacés lo posible con la mayor fuerza de tu voluntad, con la certeza de que es lo correcto, que cada paso que das va en buena dirección, todos serán tus amigos ya que siguen un mismo camino, y en ese camino contemplando lo que te rodea, la intensidad de vivir será tan poderosa que te demostrará que cada día puede ser único, que no hace falta nada material o valioso para ser feliz, simplemente debes estar en el lugar, el momento y la compañía apropiada. Jamás te mientas a vos mismo, sincerá tu mente expandí los pensamientos, conoce lo bueno y lo malo que tengas dentro, ya que es parte del todo.
«La voluntad es la mayor fuerza»
De las montañas he aprendido tantas cosas que no tienen nada que ver con las “técnicas de escalar”…lo poco que se necesita para vivir: una mochila, techo, abrigo, agua y comida… ver la simpleza de las cosas y lo complicado que se torna “ser parte del sistema”. Uno elige vivir entre los hombres o podemos vivir en la naturaleza donde no hay reglas o formas.
Cuanto más estés en la montaña, más misteriosamente fluye todo. El viento no sólo es capaz de volar tus cuerdas infinitas veces en un mismo rappel, sino que puede generar grandes olas en los encajonados fiordos de Chile, esos acantilados cambian de corrientes con las mareas generadas por la luna.
Una manera de aprender el arte de la paciencia es contemplar con atención el presente, el sonido del mar, el viento en los árboles, el ahora que nos rodea. Así estaremos atentos a rápidos imprevistos o a lentos cambios del clima
Hay tres tipos de miedos: unos reales, otros de la imaginación o contagiados por otras personas. He llegado a casi perder el control de mi cuerpo por el modo en que temblaba por cometer errores y entrar en las trampas de la montaña. Otras veces estuve a punto de matarme y casi no fui consciente de lo que pasó, sintiendo el silbido de una piedra al pasar cerca de mi cabeza o caer por más de 25 metros repentinamente. Pasadas varias horas al ir a dormir, ser consciente de lo que pasó y empezar a tener miedo. Estos miedos pueden ser reales o producto de nuestra mente, pueden durar un segundo o vivir por siempre en nosotros. Escalando una gran pared es normal tener miedo a las alturas “al patio” pero es el suelo con lo que realmente nos golpeamos, el temor imaginario no nos permite ver la realidad y nos lleva a los verdaderos errores peligrosos. Entender nuestros temores más profundos, ser conscientes de nuestras debilidades físicas, mentales y espirituales nos dan una mejor conciencia de la realidad, de lo que realmente está pasando a nuestro alrededor. Fue así que en este viaje no tomé ninguna fuerza de la naturaleza como enemigo, fui por el mar sin temer a las olas sino contemplando sus formas, entré en la selva cerrada con cuidado de no tropezar, pase horas escuchando el fuerte viento, mirando las nubes cerrarse hasta llover dejando que la fuerza del río sea aliada. La montaña es un reflejo de lo que ya tenemos por dentro, un espejo.