“Sin Apuro” así se llamó el raid en kayak que realizaron desde Rosario (Argentina) a Diamantino (Brasil) Manuel E. Rois, Manuel Settimini y Franco Cacciola, remaron durante 3500 km remontando los ríos Paraná y Paraguay en una travesía que les demandó 7 meses.
La idea de hacer este viaje se comenzó a gestar a principios de la primavera de 2014 en Mendoza, cuando fui a visitar a Manuel Settimini con quien íbamos a Los Andes en busca de la cima del cerro Sgto. Manuel Rodríguez (tío de mi padre) y hablamos sobre qué haríamos el año próximo ya que ambos sentíamos aires de cambio.
En noviembre Manuel estaba de visita en Rosario, me dijo su idea de ir en kayak hasta Corumba, Brasil, por el río Paraná y Paraguay y de ahí hacia Bolivia, luego Perú, etc… Yo venía pensando viajar en kayak saliendo desde Rosario, mi ciudad natal donde comencé a remar, y armamos junto a Fabricio Timó la escuela de canotaje «Al otro lado del río». Quería un viaje donde pudiera escapar de las grandes urbes y mimetizarme con un entorno natural SIN APURO. Así que no terminamos de contar nuestras ideas que ya sabíamos que el viaje se hacía. Manuel volvió a Mendoza a trabajar la temporada en Aconcagua, y a su regreso en marzo resolvíamos lo necesario para partir.
Me puse en contacto con Eduardo Narvaja, un kayakista paranaense con más de 30 años de experiencia, quien remó desde Corumba a Buenos Aires y nos dio una mano grande durante el viaje; con Ezequiel Vela, de Gualeguaychú, que fue desde las nacientes del río Paraguay, en Diamantino, Mato Grosso, Brasil, hasta Buenos Aires; y también con Jorge Mac Donald, rosarino que bajó por el mismo río en chalana (canoa de madera) desde Cáceres, Mato Grosso hasta Formosa. Este último nos reafirmó la idea de continuar hasta Cáceres.
Durante el proceso un compañero se sumó al viaje, Franco Cacciola, amigo de Manuel de Aconcagua, quien se entusiasmó escuchando hablar del viaje. Nunca había remado, pero tenía experiencia en la naturaleza, estado físico y lo fundamental, ganas de viajar.
Era 6 de mayo del 2015, Rosario, Santa Fe, Argentina. Mientras tomamos unos mates, llevamos los kayaks hasta el agua (su peso estaba arriba de los 100 Kg) y saludamos a quienes fueron a despedirnos (Madre y hermano de Manuel S.; mis tíos Alfredo y Nora; Eliana; Jesús y Sebastián Wey).
Soplaba viento sur fresco, con un sol otoñal. La sensación era como cuando algo termina, similar a la satisfacción de quien finaliza un estudio. Después de meses de tener la mente dentro de los preparativos del viaje, de preparar el espíritu para la nueva experiencia y dejar atrás el resto, me sentí más liviano y relajado de hacer al fin lo que planeamos durante meses.
Los próximos días fueron de adaptación, tanto física y mental como la dinámica del grupo ya que con Franco no nos conocíamos previamente. Físicamente hicimos frente no sólo a la corriente en contra sino también al viento norte que por esa época gustaba comenzar a soplar antes del mediodía hasta las 4-5 horas de la tarde dificultando el avance.
El tramo que comprendió el río Paraná (820 km en 42 días), antes de entrar en la desembocadura del río Paraguay, se caracterizó por remadas acompañadas de paisajes amplios, donde el cielo, el agua y la vera hacían nuestro horizonte infinito. En los campamentos agrestes a la vera del río o en riachos internos del humedal, los atardeceres y la puesta del sol eran «el momento» del día, seguidos por la cena al fuego, un poco de música rústica que hacíamos entre nosotros, acompañados del cielo lleno de estrellas.
Luego entraríamos en las aguas del río Paraguay, nos acompañarían por más de 2800 km hasta sus nacientes, y se compartía entre Argentina (margen oeste) y Paraguay (margen este) 375 km. Ese día y el siguiente fueron los más fríos del viaje. Aquí el río se hacía más estrecho, cambiaba su color, velocidad y comenzaban a notarse cambios en la flora (estábamos en la región del gran Chaco) y fauna (avistamos los primeros tucanes, monos entre otros animales que latitudes más al sur no se encuentran fácilmente). Cambiamos los atardeceres en el Paraná por amaneceres espectaculares. Los campamentos agrestes cesaron ya que no se encontraban lugares y comenzamos a pernoctar en puertos y localidades de ambas márgenes donde siempre fuimos muy bien recibidos. Tuvimos un imprevisto, el idioma Guaraní, el cual redujo en ocasiones la comunicación al antiguo y universal lenguaje de señas.
Dejamos Argentina atrás con la bienvenida al territorio paraguayo que nos dio Asunción el 6 de julio cuando cumplimos 2 meses de la partida. Allí fuimos increíblemente bien recibidos por Santiago Vourliotis y Nahuel Hassan quienes conocimos a través de Ezequiel Vela (kayakista de Gualeguaychu). Gracias a ellos pudimos hacer un descanso del río. Nos llevaron a recorrer las regiones cerca de la capital, campos y sierras fueron nuestro entorno acompañados de buenos momentos.
Ahora teníamos 615 km para atravesar tierra paraguaya por ambas márgenes. Esta etapa comenzó con varios cambios. El más importante fue tomar agua directa del río sin potabilizar, lo cual nos sacaba un peso de encima. Pasamos el trópico de Capricornio y la temperatura aumentó drásticamente acompañado de la época de seca con fuertes vientos del norte que por momentos no permitió el avance. Como despedida de esta etapa conocimos a los buenos amigos del barco hotel San Gabriel quienes nos agasajaron con un día de descanso sobre su embarcación con comidas y bebidas deliciosas.
Porto Murtinho fue el primer puerto brasilero. Llegamos cansados después de largas remadas con viento norte y temperaturas altas que nos obligaban varias veces a remar de noche y descansar de día. En la vera conocimos a Brass Neto por casualidad (o causalidad), él fue la gran bienvenida a Brasil. Nos consiguió una casa barco donde pudimos descansar varios días, conocer la ciudad y hasta compartimos un almuerzo con el intendente Heitor Miranda y su gente.
Los próximos 260 km los compartían el río Brasil y Paraguay. Aquí estaba el portal a la región del gran pantanal atravesando el «Fecho dos Morros» (embudo natural que regula el nivel del agua). Ese mismo día acompañaron nuestra remada casi un kilómetro tres curiosas ariranhas (nutria gigante). Tuvimos la oportunidad de compartir varios días con comunidades indígenas Chamacoco y Tomarajo aprendiendo su historia y costumbres.
Como cierre de oro del Paraguay llegamos a la estación biológica «Tres Gigantes» localizada sobre el Río Negro divide con Bolivia. Allí Nery Fabián Chamorro, encargado de la estación, nos recibió como hermanos. Vimos en estado natural yacarés, monos, incontable cantidad de aves, venados, osos hormigueros y por primera vez las pisadas del yaguareté que sería un personaje importante durante el resto del recorrido.
Puerto Bush, Bolivia, fue el siguiente puerto donde se encuentra la reserva natural de Otuquis. A partir de allí nos adentrábamos en territorio brasilero, ellos tienen un control mayor de conservación de la naturaleza y se podía notar desde los primeros kilómetros. Capivaras (carpinchos) descansaban en la vera a nuestro paso sin mostrar alarma por nuestra presencia.
Todavía nos separaban 250 km de Corumba, punto clave de la peregrinación acuática. Todas las personas que entablábamos conversación nos preguntaban si habíamos visto una Onҫa Pintada (yaguareté) y que busquemos refugio para dormir porque era muy peligroso acampar en el Mato, solos. Haciendo caso de los vaqueanos fuimos parando en fazendas y donde había moradores donde la recepción era muy cálida. Ahora al paisaje se sumaban morros en el horizonte y en la vera del río.
Llegando a Corumba tuve el mismo sentimiento que el día de partida. La satisfacción de haber cumplido con uno de los objetivos, si bien faltaba, habíamos remado 2350 km! Aquí pudimos descansar gracias a Viviana Méndez que nos cedió la sede de la ONG Paz & Natureza Pantanal. Durante nuestra estadía investigamos a fondo la derrota que nos separaba hasta el próximo puerto, Cáceres, 680 km donde sólo hay algunas fazendas, pescadores a la vera y lo que venía siendo el verdadero motor del viaje, el gran pantanal, un ecosistema con más biodiversidad que el propio Amazonas.
El día que partimos de Corumba, se sabía que debíamos estar alerta en todo momento, ya que si bien no somos el alimento preferido de onҫas y anacondas, son animales salvajes oportunistas y al acecho, y la densidad de su población en esta región es la mayor del mundo.
La realidad fue conocer un lugar increíble, donde la naturaleza le saca ventaja a la humanidad. Por momentos olvidaba que existía la sociedad moderna y el sueño de vivir, de perderse en ese paraíso latía en cada remada. Podría escribir un libro de esa vivencia de 33 días. Cada jornada nos sorprendió con un paisaje, un árbol, un ave, el gesto y el sabor de un plato de arroz con feijao de cada pantanero, una mariposa, un atardecer, el olor de una planta desconocida, un amanecer, una luna llena, mirarse a los ojos con un yaguareté, mirarte con tu compañero de viaje y saber que es cómplice de mil aventuras y nada cambiará eso.
El 1 de noviembre del 2015 arribamos a puerto Cáceres, más de 3000 km de ríos libres de represas desde Rosario. Estábamos física y mentalmente agotados, pero con el espíritu grande. Sabíamos que el camino del agua todavía continuaba. Después de descansar, recorrer la región y hacer muchos amigos volvimos al agua para seguir remando hasta donde no se pudiera más.
El 4 de diciembre llegamos a Diamantino, ciudad y región donde se encuentran las nacientes del río Paraguay y donde terminaba nuestra remada que comenzó en Rosario a más de 3500 km, 7 meses atrás. Aquí el río no supera los 15 metros de costa a costa. Sorteamos saltos y correderas a pie porque los kayaks no podían hacerle frente a la fuerza del agua.
Ahora nos encontramos en una región que sirve de divisor de aguas de la cuenca platina y amazónica. ¡Sería una pena desaprovechar la oportunidad de adentrarnos en las aguas de la cuenca vecina!
Los protagonistas de este viaje no fuimos sólo nosotros, sino quienes fueron parte desde el sentimiento, la buena intención y bondad con la que nos dieron la mano.
A ellos, eternamente agradecidos.