por Ramón Ramírez texto y fotos
En octubre de 1972 un avión Fairchild F-227 de la fuerza aérea uruguaya cayó en la Cordillera de los Andes. De sus 45 pasajeros, sólo 16 lograron sobrevivir. Tras haber soportado las inclemencias del invierno cordillerano varios días, un grupo formado por 3 personas: Antonio Vizintin, Fernando Parrado y Roberto Cannesa, salieron en una última expedición de rescate.
Luego de tres días de caminar por la nieve y el frío, decidieron que uno de ellos debía regresar porque las raciones de comida no eran suficientes para todos. Es así como Antonio Vizintin regresó al avión perdido entre la nieve, mientras Parrado y Cannesa se enfrentaron al desafío de atravesar el inmenso blanco cordillerano en busca de alguien que les brindara ayuda, no sólo a ellos, sino también a sus 14 amigos que habían quedado dentro del avión y quienes le habían encomendado dicha misión.
Pasaron 10 días continuos desde que habían comenzado a caminar recién entonces hallaron los primeros rastros de vida; luego, una imagen humana se confundió en la lejanía. Gritos. Sólo eso podían transmitir, sin respuesta alguna. Al despertar del otro día, una persona a caballo les arrojó una piedra del otro lado de un río, donde ellos contaron su historia. Inmediatamente fueron asistidos para luego volver en busca del resto de los sobrevivientes que habían quedado en la cordillera.
Es así como quedó marcada esta historia, como la historia de supervivencia en montaña más grande del mundo.
El inicio de la idea
En una conversación de las tantas que realizamos continuamente con un amigo chileno llamado Mauricio, comenzamos a soñar con brindarle un homenaje a los uruguayos del accidente conocido como “El milagro de los Andes”, hecho que dio lugar a la película “Viven” (Alive).
Este año se cumple el aniversario 35 de dicho accidente, y por eso decidimos hacer algo; algo que nos llenara de emoción y que pudiéramos compartir de un modo distinto no sólo nosotros como participantes directos sino también con aquellas personas que consideramos nuestros amigos.
Tuvimos tiempo para organizar la expedición. La idea consistía en llegar hasta el punto de impacto del avión, caminar por el tobogán donde se deslizó éste hasta llegar a su posición final en el Glaciar de las Lágrimas y obviamente, presentar un servicio en la cruz del monumento que se encuentra allí. Todo en una “expedición de verano”.
Apareció también una segunda idea. Un poco más atrevida pero a su vez más representativa a la hora de hacer un homenaje. Se trataba de una expedición invernal. Al principio, nos parecía imposible. Sin embargo, tras repensar la situación a la que nos someteríamos, la incorporamos como una segunda etapa. Era estar en el lugar del accidente el mismo día en que ocurrió, el 12 de octubre. Y como si fuera poco, tendríamos la oportunidad de contar con el apoyo de uno de los guías que realizó el cruce de la cordillera de los Andes, atravesando el mismo camino que los sobrevivientes debieron recorrer para llegar a Chile y así poder salvar sus vidas.
Primera-etapa: “Expedición de verano”
Febrero de 2007. Martes 27. Chequeo final de equipo en la hostería El Sosneado. Saldríamos a la mañana del día miércoles 28, cuando inesperadamente una noticia sorprendió nuestra espera final. El transporte que nos llevaría hacia el puesto desde donde dábamos inicio a la cabalgata, no llegaría.
Antes de salir a buscar un transporte, no dirigimos hasta la estación de radio local del lugar y enviamos un mensaje a los vaqueanos. Como ellos no tienen medio de comunicarse por estar muy alejados del pueblo, la única manera que tienen de enterarse de lo que pasa allí es mediante la radio. Recorrimos mucho hasta encontrar al Sr Juan López, quien luego de fijar el precio por ese ‘favor’ decidió llevarnos. Estábamos un poco inquietos por el horario de partida. 18 hs no es buena hora para salir hacia la cordillera, ya que el frío comienza a hacerse presente, y el camino se vuelve peligroso.
Una voz puso aún más en peligro nuestra partida y nos hizo dudar. La encargada de la hostería, Graciela, nos anunciaba temporal en cordillera para jueves y viernes. Nos miramos, emitimos un gesto acompañado de un leve movimiento de hombros hacia arriba y con ello, cada uno aceptaba el reto. Tomamos rumbo al hotel abandonado “Termas del Sosneado” a 65 km al cual llegamos en 2 horas. Allí se encontraba “Cachulo”, vaqueano del lugar y encargado de llevarnos hasta donde pondríamos nuestro “Campamento Base” a 3500 ms/nm. Pasamos la noche allí.
05:30 am. Nos despertamos y comenzamos a levantar campamento y a ordenar una vez más las mochilas. 06:00. Revisamos todo y de repente, un grito lejano rompió la actividad del momento. “Cachulo” nos tenía listo el desayuno. Té con leche, pan casero, dulce de leche, margarina. Cosas ricas que ya no existirían para nosotros por algunos días. 07:00 am. Los caballos nos esperaban inquietos. Con la mirada, “Cachulo” indicó cuál sería el caballo de cada uno. Así dimos inicio al paseo.
Partimos con destino a la cruz del avión. 20 minutos más tarde, estábamos inmersos en el primer desafío, cruzar el caudaloso Río Atuel. Superado el mismo, comenzamos a meternos en valle del Arroyo de las Lágrimas, camino directo hacia nuestro objetivo. Pasadas dos horas, se pudo divisar a lo lejos el Glaciar de las Lágrimas, que con el terreno ondulante se volvió a perder, para dar vista al cañadón del Arroyo el Rozado. Más adelante, a 15 minutos, nos esperaba el cruce del mismo. Hicimos una paradita en el campamento intermedio ‘Barroso’ y seguimos camino.
Paisajes hermosos, caballos y chivos; todo muy natural. Un poco cansados por las casi 5 horas acumuladas sobre el caballo, y el último obstáculo. Una cuesta zigzaguearte que nos puso directamente a 3500 ms/nm sobre el monumento del “avión de los uruguayos”. 8 horas de cabalgata y el viento frío cordillerano se hizo presente. En frente, el imponente Glaciar y los inmensos muros de la cordillera de los Andes que separan Argentina y Chile.
Llegamos, armamos el campamento base, cena y a dormir. A la mitad de la noche, nos sentimos un poco helados. El reloj marcaba las dos de la mañana y por simple curiosidad miramos el termómetro. No podíamos creerlo. Nuestra primera noche y la adorable montaña recibía a la expedición con excelentes -22º dentro de la carpa. Afuera, mejor no averiguarlo.
La noche se comportaba agresiva con tales temperaturas. Nosotros no queríamos enfrentarla, así que cuidadosamente nos quedamos inmóviles dentro del saco de dormir. Como era de esperar con esa temperatura, estábamos un poco incómodos pero la noche pasó rápido y con ella se fueron las interminables estrellas que se encuentran en el infinito cielo cordillerano. El sol no se hizo esperar y desde el Este, sus enormes rayos comenzaron a calentar el ambiente. Una vez desayunado, preparamos las mochilas para el nuevo día.
El objetivo era llegar a uno de los filos cordilleranos ubicado a 4 horas del Monte Séler, lugar donde hizo impacto el avión, armar un campamento alto y descansar. Desde el campamento base, buscamos la ruta y una vez establecida la misma, el plan era cargar las mochilas y así dar comienzo al trekking, subir por el glaciar hasta llegar a la primera morrena -ubicada a más o menos 4 horas de trekking-. Pasada esa morrena, otra vez la nieve hasta el punto más alto, sobre los últimos penitentes.
Cargamos las mochilas con un poco de dificultad por el peso, casi 40 Kg. Y listo. Estábamos caminando y con ello dejando detrás nuestro campamento base. Si bien era temprano, el sol poco a poco, comenzó a ser intenso. Despacio, sin ninguna prisa avanzamos. Ninguno quería que la altura nos afectara, pero a su vez, el peso de las mochilas incomodaba a nuestras espaldas. Respiro de por medio, fuimos rotando con Mauro nuestra posición, como primero y segundo en la cordada.
Tres horas de trekking y aunque estábamos cerca de la morrena, sentimos la necesidad de descansar. Pero no, seguimos un poco más. Luego de cuatro horas y media de trekking, llegamos Un breve descanso, hidratarse, comida de marcha y a seguir camino. Desde allí, a pesar que el terreno se veía tranquilo, decidimos atravesar el glaciar, encordados porque era época de deshielo y las grietas si bien en su mayoría están a la vista, era mejor no correr riesgos. Pasaban las horas y la pendiente se ponía un poco más exigente, lo que demandaba un esfuerzo superior de parte de nosotros. Sin embargo, motivados por el sentido de nuestra expedición, seguíamos adelante. Pero por dónde… la ruta propuesta desde el campamento base estaba totalmente cambiada. Los pequeños penitentes en realidad, eran un laberinto de paredes de hielo de 1 metro, cada vez más altas y gruesas tornaban frecuentes; el espacio entre uno y otro era menor, lo que hacía difícil el paso y tardábamos el doble de tiempo en superarlos. Con ello la pendiente se volvía de más inclinada y exigente transformando el inicial trekking en una lucha por superar obstáculos.
16:30. Las mochilas se transformaban en un elemento insostenible para cualquier espalda poniendo nuestra resistencia al límite del primer día. Debido a que los penitentes ya eran insuperables, pusimos la mente en blanco y tratamos de replantear la ruta. Fijamos rumbo a una morrena cercana a nuestra posición, tomando como mejor opción caminar por ella. Buena decisión, pero estábamos muy cansados para enfrentar ese esfuerzo enorme. Avanzamos cien metros en 45 minutos y nuestras caras lo decían todo. Basta por ese día.
17:45. El trabajo era otro. Comenzar a sacar rocas y hacer un espacio entre ellas para poder armar campamento. El viento nuevamente nos daba su helada bienvenida a los 3.950 ms/nm. Por lo que trabajamos rápido antes de que se enfriaran nuestros cuerpos. Para nuestra sorpresa, la morrena sólo nos daba lugar para apoyar un poco más de la mitad de la carpa en ella. Armamos el campamento alto en una pendiente de 45º donde dentro de la carpa había lugar para una persona y media, o dos casi encimadas. Tomamos agua y nos reímos un poco de la situación. Como no teníamos ganas de hacer otra cosa que meternos dentro del saco de dormir, hicimos nada más que eso. Esa noche no comeríamos ni tomaríamos nada caliente. Esperábamos una terrible noche sumando nuestro cansancio con la temperatura registrada en nuestra primera, pero creo que el cansancio pudo más porque cerramos los ojos y si bien pudimos sentir un poco de aire fresco al movernos dentro del saco, no fue más que eso.
Tercer día de expedición. Nuevamente el sol apareció, pero decidimos hacer un poco de fiaca dentro del saco. Nos estiramos como si fuéramos a crecer más con ello, dando vueltas muy lentas y controladas para no rodar cuesta abajo. Mauro, durante el desayuno, me contó que sentía una molestia en la cabeza, una cefalea producida por el esfuerzo realizado el día anterior y que por ello, creía que lo más conveniente era abandonar la ruta a seguir, bajar al campamento base y dedicarnos tiempo completo a sacar fotos del Glaciar de las Lágrimas y del monumento.
En un principio, sin decir mucho, acepté tomando en cuenta el concepto de trabajo en equipo, pero luego intercedió mi inquietud por seguir subiendo y dado a que yo no sentía ninguna molestia, le planteé la idea de que yo subiría hasta arriba ese día, hasta el filo cordillerano que limita Argentina de Chile, y retornaría al campamento base, donde nos encontraríamos en la tarde.
Una pausa, el silencio, otra idea. Dejaríamos armado el campamento alto para que yo tomara mi tiempo allí arriba y volviera a dormir en él tranquilo, sin jugar una carrera con las horas luz del día. Despedida y rumbos distintos en una misma expedición. Entretanto, Mauricio preparaba su inmensa mochila para el retorno al campamento base, mi camino estaba de entradita nomás. Muy exigente. Debía caminar por una morrena muy pronunciada, que si bien la enfrentaba sólo con una mochila de ataque, no dejada de agotarme en cada pasito. Así fue como pude, con mucho esfuerzo y luego de caminar por 5 horas, sobrepasarla junto con el último tramo de penitentes.
Caminar duro, por varias horas para llegar ahí y ver todo tan claro. Allí parece que se termina la Tierra al ver el inmenso cielo sobre la cumbre tan deseada, para luego llegar a ese punto que se cree es el final y darse cuenta que todo continúa en un extenso glaciar. Blanco y de grietas temerosas que hacen pensar varias veces en querer cruzarlo. Pero definitivamente no era mi plan por lo que sólo me atreví a tomar algunas fotos y seguir camino.
Estaba a la vista, aproximadamente a unos 3000m de distancia el punto de impacto del avión. Frente a mí, el glaciar se ponía feroz con sus penitentes enormes que no me dejarían pasar. Era un poco tarde así que me encomendé la tarea regresar al campamento alto. El viento se hacía sentir y dado el horario, el frío no tardaría en llegar. Ese fue el fin de la expedición de ese día. Lo que me había tardado en subir 6 horas, sólo lo bajé en dos. Una vez que llegué al campamento, me dediqué a derretir nieve para poder preparar unas bebidas energéticas, cocinar mi cena y tener agua para el desayuno de la mañana siguiente. Esa noche, si bien estaba muy agotado por el esfuerzo realizado, en algún momento tuve la sensación de que estaba haciendo frío. No le di mucha importancia. Sólo miré la cremallera de la carpa y noté algo raro. Estaba cristalizada y dura. En ese momento, me tapé hasta la cabeza con mi saco de dormir y continué con el hermoso sueño de la noche.
Al otro día, a desayunar temprano, y a pensar nuevamente las actividades del día. Todo listo y al ataque del punto de impacto; esta vez tomé una ruta alternativa, que si bien era un poco más compleja en cuanto a dificultad, me acortaba el camino y a su vez el tiempo de llegada al punto más alto.
Después de caminar 4 horas continuas por casi todo terreno de morrenas y pedregullo, me acerqué a los 4500 ms/nm cerca del punto de impacto del avión a 4700 ms/nm, y del tobogán en sí. Muy cerca. A 200 metros de él. Una gran sorpresa, los penitentes eran altos, un verdadero laberinto de gigantes que me impedían seguir adelante, un poco más, un poco más y desistí. Nuevamente el tiempo. Pero esta vez no sólo debía regresar al campamento alto, sino desarmarlo, preparar la mochila grande y bajar al campamento base a 3500 ms/nm. Como no llevaba equipaje esta vez, tardé mucho menos en bajar hasta el campamento alto; sólo 1 hora lo que me había llevado 4 subir y en 30 minutos, tenía la mochila armada y ya estaba saliendo hacia el campamento base.
Fue muy duro regresar. Nieve floja, los penitentes desaparecen y cualquier tropiezo o resbalón, te lleva a una caída segura y casi sin destino o mejor dicho, un destino asegurado entre alguna que otra grieta del glaciar. Dos horas más de trekking, bajando casi como esquiando y cada vez el campamento más cerca. A lo lejos se divisó una figura diminuta en el monumento pegado a la fosa común. Mi gran amigo Mauricio, se encargaba de las fotos del lugar y de repente, un grito. Me había visto y esperaba que llegase al campamento ubicado a más o menos 1500m del monumento, y a 3700 ms/nm. La emoción del regreso me llevó directamente al pie de la cruz que se encuentra en dicho monumento y casi sin aliento, sollozando por distintas causas que no podría explicar, por sensaciones que sólo se dan en el lugar, pude saludar a Mauricio. Un abrazo y no sé por qué pero me alejé un segundo. Necesitaba un tiempo para restaurarme físicamente pero además para comprender, para agradecer el privilegio de estar allí y poder brindar este homenaje tan particular. En sólo minutos, nos tomamos unas fotos, conversamos, intercambiamos opiniones y marcamos puntos.
Bajamos hasta el Glaciar a ver qué nos mostraba de diferente este año, y de repente, un pedazo grande de avión se vio a unos metros. Despacio entre las morrenas y las grietas, fuimos hasta él y nos dimos cuenta que no era un resto que hubiéramos visto antes y que seguramente había sido arrastrado por el movimiento glaciario. Como enero había sido muy caluroso, el terreno tenía menor cantidad de nieve que en años anteriores. Aunque lamentablemente para nosotros, ya a fines de febrero y los primeros días de marzo, el clima cambia y las temperaturas comienzan a ser un poco más frías. Por ello el glaciar también deja rastros de su constante movimiento a la vista, y lo había hecho no sólo con este pedazo grande que encontramos, sino también con varios y pequeños trozos de hierro, latas y hasta el cuero de los asientos.
Regresamos en busca de las mochilas que habíamos dejado arriba, cerca de la cruz, para volver al campamento base a apenas unos 700m. Un trekking corto pero duro para mí ya que estaba con la mochila de 90 lts llena, realmente agotado y con mucha hambre. Pasaron 20 minutos. Mauro se retrasó un poco en una pequeña corriente de agua, formada por el deshielo, para poder cargar nuestras botellas y de esta manera cenar una rica comida. Desarme de mochilas, abrigos y a la carpa.
De esta manera estábamos nuevamente juntos en la expedición, de la cual teníamos mucho para contar. Pero lo que más me sorprendió fue cuando Mauricio me hablaba sobre la noche anterior. Entre tantos comentarios, me preguntó si había sentido frío. A lo que contesté sonriendo: “Claro que sentí frío pero estaba muy cansado así que dormí casi toda la noche acurrucado dentro de la bolsa.”. Sonrió extraño y preguntó nuevamente: “¿Sabés cuántos grados hizo anoche?.. – 40º dentro de la carpa amigo”. Sin dudas, no me mentía así que mirándonos seriamente, me demostró su preocupación por mi seguridad, al estar casi 1000 ms/nm más arriba que él, donde indudablemente había hecho algunos grados menos. Teniendo en cuenta que nuestra carpa tiene una aislamiento térmica del medio externo de aproximadamente entre 7º y 10º, calculamos que esa noche -la más fría- la temperatura había bajado a -45º. Muy frío.
Una vez más, a cenar y dormir. Pasamos una noche estupenda donde reinó notoriamente el buen descanso. Al despertar del nuevo día, nos preparamos lentamente para el regreso a la ciudad, armamos las mochilas. Parecía que no nos entraría todo en ella pero con un poco de paciencia el equipaje obtuvo su mejor lugar dentro de la misma. Últimas fotos del glaciar cuando de repente, a lo lejos, se observó el primer caballo, luego otro, la mula, el vaqueano y claramente la hora de regreso.
Cargamos las mochilas en la mula carguera, aseguramos todo y de un salto, estábamos montados en nuestros caballos emprendiendo camino al puesto “la chilena“. Callados, disfrutando del silencio reinante nos alejamos del lugar. Entretanto, ya con el glaciar en nuestras espaldas, giramos para verlo por última vez en este viaje, pensando en lo que sería regresar allí en octubre para continuar con la segunda parte de este homenaje. Saúl, el encargado de llevarnos hasta la camioneta, nos preguntaba de todo. Si habíamos encontrado algo, dónde, si habíamos pasado hambre, frío y tantas cosas más. En un momento, me alejé un poco hacia delante llevando conmigo el carguero, y no dejé de pensar.
Es increíble como el ser humano puede realizar acciones que lo llevan a superarse. Cómo, ante emociones intensas y situaciones límites donde la vida y la muerte sólo están separadas por una acción, una decisión, puede recuperar la fortaleza de estar más vivo que nunca, y a su vez exponerse aún más ante la tarea de salvar su vida, y la de sus pares. Hoy recuerdo esta historia, creyendo que es una historia de supervivencia única en el mundo, por sus cualidades en cuanto a organización, fuerza de voluntad y fe.
Así es como luego de 6 horas de cabalgata, llegamos al Puesto “La chilena”. Descargamos todo y tras un breve descanso y otra vez a seguir camino hacia “El Sonseado”. Arribamos a la hostería un poco más tarde de lo esperado, eran casi las 21hs. Bajamos de la camioneta y con un gran abrazo dimos por concluida la expedición de verano. Allí prometimos volver en el mes de octubre, el día 13, para poder realizar la segunda etapa de este gran homenaje, transformando de esta manera la primera y única expedición invernal.
Una loca idea hecha realidad
Hoy puedo decir que la primera etapa de este gran homenaje ya está cumplida. Pero antes de comenzar a relatarles esa gran experiencia, les voy a contar algunos detalles de por qué y cómo fue que se nos ocurrió este ambicioso proyecto.
En febrero de 2003, un trekking muy duro -atravesando caudalosos ríos a pie y zigzagueantes senderos de diferente dificultad- me hizo conocer la historia más de cerca,. Esa vez intenté por primera vez, llegar a la cruz que se encuentra a 3500 ms/nm. El grupo estaba formado por tres personas: Daniel Dieguez (marplatense), su esposa Mónica (marplatense) y yo. Nos tocaron unos días muy lindos pero lamentablemente, las condiciones del terreno y la dureza del trekking hicieron que Mónica tuviera ampollas en los pies. Esto más un replanteo de la distancia que nos faltaba ocasionó el regreso de la expedición.
Un año después, organicé un regreso distinto, acompañado de mi mejor amigo y compañero de aventuras Christian Ichazo –el Negro-. También fue duro. Pedaleamos desde la ciudad de San Rafael por la Ruta 140 hasta la localidad del Sosneado (144 km). Pasamos la noche y al despertar, cargamos las mochilas en la camioneta de un Guía del lugar llamado Mario Pérez, par luego dar comienzo a otra pedaleada por un camino de ripio sinuoso, con subidas y bajadas, hasta el puesto de un vaqueano del lugar (75 km) donde nos esperaban las mochilas para comenzar a caminar. Allí pasamos nuevamente la noche y después caminamos durante días para llegar a la tan esperada Cruz.
Nuestro regreso, fue exitoso. Al llegar al Sosneado, conocimos a Mauro “el chileno”. Christian debía regresar a Bs. As. y yo decidí quedarme unos días más. Fue entonces cuando llegó una propuesta más que importante e interesante. Tenía la posibilidad de volver al lugar en una cabalgata y conocer a algunos de los sobrevivientes. Y más aún. Ser una de las personas que les daba seguridad en cuanto a su estadía en la montaña, trabajando para Edgardo Barrios, quien desde hace 20 años, organiza cabalgatas al lugar. Y esta vez realizaba esta tarea para un grupo de producción de la BBC, que filmaría para un documental. Increíble ¿no? No lo podía creer.
Así fue que pude compartir algunos días en la montaña con Roberto Canessa, Moncho Savella, Fito Strauch y Gustavo Cervino. Compartí esos días inolvidables con Mario Pérez y Mauricio Guerra. Y daba comienzo a esta realidad que hoy sigue siendo un sueño. Desde entonces, hemos realizado varias salidas con Mauricio y hoy trabajamos juntos en expediciones al lugar.