Por Claudio Magallanes texto y fotos para Aguahielo Expediciones
“Cuando el viajero se detiene, deja de existir” (Will Ferguson. Escritor canadiense).
«Antes de iniciar el viaje, es momento de la ansiedad, es momento en que se te vienen imágenes a la cabeza, recuerdos de expediciones anteriores y que tratan de construir la idea de cómo será esta nueva experiencia de vida que estás a punto de realizar.
No es nerviosismo por asociarlo a algo peligroso, sino el nerviosismo de ver un río nuevo cada vez que se lo recorre. Es el nervio asociado, más que nada, a la emoción, a la ansiedad de estar ahí, de querer entrar al agua, de querer bajar ese nuevo río que cada vez es diferente, tiene una ola más, un hoyo menos, una curva más y que hay que aprender a manejarlo.”
Para las personas que no han hecho kayak antes, es interesante ese primer momento descendiendo el río, que por un lado presenta menor dificultad por el hecho mismo de estar yendo a favor de la corriente y teniendo la dinámica propia y el flujo mismo del río como apoyo para ir avanzando y ganando espacio. Pero por otro lado, también están presentes los imprevistos de esas mismas corrientes y rápidos que van agregando cierta tensión al recorrido.
El kayak, de alguna forma, brinda la satisfacción de poder observar lugares jamás tocados. Esta actividad, literalmente, no deja huellas. Se siente como hacer un vuelo raso por esos impresionantes lugares.
El primer día de navegación logramos llegar a Punta Exploradores, lugar que era nuestro primer objetivo.
Generalmente sucede que cuando uno camina por una calle por la que ha pasado cientos de veces en vehículo, percibe que es otra calle. Esto responde a que el verdadero sabor de un viaje no está en la distancia, sino en la mirada.
El segundo día, la idea es poder remar más o menos la misma distancia que el primero. Son aproximadamente 25 Km., pero un poco más expuestos porque salimos de la protección de la bahía y entramos en los fiordos. Y ahí sí se requiere un poco más de condición física porque remamos sin paradas, aproximadamente durante tres horas, por una zona donde no hay playas.
La Patagonia se mostró benévola y fue mostrándonos otro paisaje, diferente del que habíamos visto al comienzo. Ahora aparecían por fin los fiordos, por lo tanto fue un buen ajuste a lo que iba a ser el tercer tramo, que sí iba a ser un día muy duro.
Este viaje presenta a quien lo emprende la oportunidad de desarrollarse como persona, incluso como atleta y deportista, en un montón de aspectos. Primero, si tenemos en cuenta el aspecto físico, aquí uno se ve desafiado. Es un viaje que dura cinco días, de los cuales uno está remando aproximadamente cuatro. Por otro lado, la Patagonia tiene un clima impredecible y eso también a uno lo desafía física y mentalmente.
A ninguna de las playas que se encuentran en este trayecto se puede acceder a pie ni a caballo. Estos tipos de playas están en la terminación de zonas de tierra con bosques muy tupidos, con una vegetación muy cerrada y solamente se puede llegar a ellas y disfrutarlas si vamos por el agua.
“Al ser este un viaje bastante específico convives con personas que buscan lo mismo. Te permite relacionarte, conversar largamente por las noches o incluso mientras se rema, para pasar el rato. La remada puede ser un poco larga, así que esto también te brinda entretenimiento. Entonces al final, uno tiene un millón de experiencias compartidas en estos cinco días de viaje.”
El segundo día de travesía, también conocimos Península Quesahuen, un lugar que aparece y desaparece con las mareas, que de a ratos es península y de a ratos un grupo de pequeñas islas. A la distancia se ve insignificante, pero una vez que uno se detiene en este lugar, cuenta con una perspectiva sin precedentes.
“Definitivamente me declaro devoto, creyente, de la ley de la sincronicidad y son momentos o pasajes como este, los que fortalecen mi fe: la hora del día perfecta, el lugar perfecto, el personaje perfecto. Todo converge para vivir este momento: terminar este segundo día en la casa de Don Romilio.
Este señor es prácticamente un ermitaño, una persona que vive sola en una casa bastante abandonada, alejado de la suerte de la civilización, salvo por el barco que cada 4 meses va y le lleva provisiones. Por un lado es triste verlo en las condiciones de desamparo en las que se encuentra y saber que ni siquiera las rondas médicas de los pueblos cercanos llegan hasta ahí para ayudarlo. Y por otro lado también es muy bonito ver la generosidad con la que él recibe a la gente. Es muy valioso que una persona te acoja en circunstancias como estas, en las que uno viene navegando también en soledad. Tuvimos un lindo encuentro. El nos ofreció su casa, nos brindó el calor de la estufa y de una buena conversación y es una persona que vamos a recordar como un personaje de este viaje inolvidable.”
Escuchar la lluvia golpear el techo de lata del establo de Don Romilio, a miles de kilómetros de la civilización, es estar en el aquí y en el ahora. Es tomar consciencia real del tiempo y del espacio.
El tercer día es una remada más de persistencia y aparte de eso, se suma la ansiedad de querer llegar a la Laguna San Rafael. Si todos los factores se dan, si el grupo se maneja bien, si las corrientes y los vientos no dicen otra cosa se puede llegar ese mismo día. Sin embargo, es un tramo bastante largo.
Ese día hay marea corta, no se va a poder remontar el Río Témpanos, ya que el desgaste va a ser tremendo. Lo mejor que se puede hacer en esos momentos es descansar por lo menos 5 horas hasta que cambie la marea. La llegada al parque va a ser un poco más tarde de lo previsto.
Finalmente, podemos entrar nuevamente al agua. Venimos remando lentamente y justo detrás de una roca, al rodearla, aparece el glaciar. Ese momento, en que uno se ve enfrentado a esa laguna es verdaderamente sobrecogedor.
Es maravilloso estar ahí y conocer todo lo que el parque propone, que es mucho más que el glaciar y los desprendimientos. Es un área enorme donde habitan al menos el 75 % de las especies de líquenes que hay en el mundo. Es una oportunidad única, ya que es un parque que recibe apenas doscientos visitantes al año.
El cuarto día, la idea es poder entrar a la laguna y maravillarse con eso. Puede estar muy brava, con viento o puede estar calma como una taza de leche. Cualquiera de las dos condiciones va a hacer que esta experiencia sea única, irrepetible y quede plasmada en la memoria de quienes la viven hasta que dejen este mundo…
La posibilidad de recorrer el Parque Nacional Laguna San Rafael de esta manera, no viéndolo desde un catamarán o desde un barco, sino pudiendo estar ahí, bajando y recorriendo sus senderos y remando entre los témpanos es una posibilidad verdaderamente única. Aunque poder hacerlo demanda un poco, física y psicológicamente, vale la pena porque es un paraíso terrenal.
La mentalidad de este viaje es que pase lo que pase, todo suma a tu vida. Manteniendo esa actitud, se logra un disfrute permanente. Esta travesía no es un producto, es una enseñanza. Es una toma de consciencia, es darse cuenta que vives en unos de los países más hermosos del planeta.
Participantes de esta travesía:
– Rolando Toledo (Aguahielo Expediciones)
– Michel Vidal (Guía Aguahielo Expediciones)
– Matías Celedón (Periodista y escritor)
– Alberto Bitrán (Empresario)
La Laguna San Rafael, abarca 123 km2 de sup. y está dentro del Parque Nacional Laguna San Rafael. Al norte, la laguna se conecta con el canal Moraleda a través de varios golfos y esteros. Al sur y al este limita con el istmo de Ofqui y la península de Taitao. Al sur de la laguna se encuentran los Campos de Hielo Norte. La laguna es de origen proglaciar, pues se formó por el retroceso del glaciar San Rafael, en la cabecera de los Campos de Hielo Norte. Fue descubierta el 21 de noviembre de 1674 por el explorador Bartolomé Gallardo, en un viaje mientras navegaba desde Chiloé hacia el Estrecho de Magallanes.