por Juan Pablo Sarjanovich texto y fotos
Cuesta mucho entrar en un nuevo país. Pakistán cuesta muchísimo. Sus costumbres, su gente, su comida, su higiene, su religión. Todo es nuevo al pisar tierra musulmana por primera vez, para un occidental criado entre asado, fútbol y empanadas. La gente se abalanza sobre uno sin respetar distancias. Preguntan todo. Se meten en plena intimidad sin reconocer límites. En el hotel, entran a dejar una toalla a la habitación sin golpear. Nuestro contacto local nos viene a invitar a comer 5 minutos antes de salir a comer sin importar qué estamos haciendo ni si estamos cansados o siquiera si tenemos ganas de ir. Tenemos que ir. Punto. Son tan amables y bondadosos como inoportunos.
Desde el día uno nos pone un “oficial de enlace”, militar de carrera que nos sigue a sol y sombra, y va preguntando a cada integrante por los demás, tomando nota por si alguno se pisa. El grupo estaba conformado por Sebastián Aldana, Juan Pablo Sarjanovich y caminantes argentinos que fueron a conocer el campo base de la mano de Jujuy Expediciones y luego de dos noches allí, retornaban a Islamabad. Por suerte, nuestro oficial es joven, educado y dócil, enseguida entiende que no queremos que se entrometa con nosotros. Sé de anécdotas de gente que ha tenido que modificar incluso su plan de aclimatación porque así se lo pidieron. Puede ser muy incómodo, y no hay mucho por protestar. Acá no sólo las mujeres están bajo el yugo de una ley estricta. Tener que esperar tres meses para que te den una visa teniendo que mandar el propio pasaporte a la embajada, mientras se aguarda con muchos formularios y comprobantes, es un botón que sirve de muestra de lo que puede uno esperar al llegar. Por suerte, algunas viejas costumbres están empezando a quedar atrás. La semana pasada se inauguró un nuevo sistema de visado online que promete ser un punto de inflexión en la relación con el extranjero.
Luego están los talibanes, uno los cruza camino a la montaña en la zona de Chilas, a un día en vehículo de la capital del país. Ellos no gustan de los extranjeros. Ni siquiera está permitido andar por la calle en su presencia y si uno osa salir como hice yo, se arma todo un escándalo. Lo que menos hacen es preguntar qué hace uno ahí.
Pakistán es un país muy militarizado, con bastas zonas viviendo con costumbres impuestas por líderes de castas de las que nunca escuchamos hablar pero que tienen el poder suficiente como para mandarte de vuelta en un retén por la ruta que viniste, sólo porque a ellos se les antoja. En plena zona talibana se encuentra el Nanga Pargat y desde la temporada de la matanza en 2013, es obligatorio entrar a cualquiera de las vertientes (tiene tres) acompañado con escolta policial. Para llegar a nuestro destino pasamos frente a dos de ellas: la Diamir, por donde se accede a la arista Mazeno, y la Raikot o ruta de “Fairy Meadows”. La mayoría suele volar directo de Islamabad a Skardu evitando dos días de vehículos y este periplo de aventuras.
Así vemos Pakistán. Así es el territorio en el que nos encontramos cuando decidimos ir al Broad Peak. Esperar por un alud en el jeep que nos lleva a Gilgit Baltistan durante 15 o 20 horas en el medio de la nada o luego caminar casi 100 kms por el Baltoro para llegar al campo base durante una semana, termina siendo un juego de chicos.
Casi un placer atravesar esas lenguas de hielo enormes parecidas a un laberinto, y ríos que al cruzarlos congelan la sangre al punto de hacer doler los huesos de manera indescriptible. Verdaderamente es maravilloso encontrar en una pasarela de 3 kms de ancho por 57 kms de largo (como lo es la del glaciar del Baltoro), tantas montañas épicas. Casi lo hacen a uno olvidar que está en el medio de la nada misma, sin poblados cerca, ni apoyo alguno que lo asista en caso de emergencia. Los animales que comeremos los siguientes 45 días van vivos hacia arriba, junto a nosotros. Los pollos agarrados por el pescuezo, las cabras a las patadas y los yaks cargando equipo.
En nuestro camino al encuentro con el Broad Peak y el K2 pudimos ver los cuatro Gasherbrum, el Mitre Peak (6010), el Chogolisa (7665), el Masherbrum (7821), la Torre Muztagh (7273) y hasta las Torres Trango (6286), entre otros increíbles picos. Tampoco es difícil cruzarse con algún escalador de élite que los esté por subir. A diferencia de Nepal, el circuito de los ochomilistas se encuentra muy acotado y todos marchan por una misma senda.
Este año, no sólo estuvimos con viejos amigos de anteriores expediciones sino con personajes emblemáticos como Sebastián Álvaro, Andrzej Bargiel y su equipo, con quien compartimos toda la subida hasta Concordia (división entre K2-Broad Peak y los GI y GII), y Helias Millerioux, reciente ganador de un Piolet de Oro por una nueva vía en el Nuptse.
Y allá estamos, una vez más, en un campo base de un ochomil. Con todas las ansias y expectativas puestas. Lo primero que vemos con mi compañero es el K2, a una hora andando de donde estamos. Luego de ver eso, el Broad Peak parece sencillo….hasta que vemos la canaleta de acceso a campo I.
Por la noche la temperatura cae hasta los -10 grados. Algo poco usual en los bases que me han tocado estar, y también acá. Según el cocinero, hacía dieciocho años que no veía una temporada tan fría. Por suerte dura poco. Lamentablemente la llegada del calor da paso a una tormenta de varios días que carga bastante la montaña, produciendo varias avalanchas por la zona de acceso al cerro. Una de estas avalanchas toma por improvisto a un equipo comercial que había puesto una carpa con todo su equipo técnico en una zona expuesta y pierden absolutamente todo. El resultado es que se tienen que bajar con las manos literalmente vacías.
¿El valor tiene un límite? ¿Cuánto uno es capaz de soportar antes de decir basta? ¿Cuántas avalanchas hacen falta sentir o ver? ¿Cuántos accidentes con heridos o muertos tienen que ocurrir antes de que uno acumule la suficiente tensión como para bajarse de un sueño de años de preparación? Pues en nuestro caso, 15 días.
Cuando finalmente la tormenta pasa y logramos subir al campo I, todo es alegría. El campo casi se ve sobre nuestras cabezas, es muy empinada la canaleta que nos conduce ahí. El esfuerzo es grande, y grande también nuestra desazón cuando nos encontramos con un balcón con apenas lugar para 8 carpas…y con 8 carpas en el balcón. Intento ir un poco más arriba pero no hay forma de poner una en ningún lado sin riesgo de caída o avalancha. Vuelvo y mientras contemplo la rigurosidad y efectividad de movimientos de dos escoceses que llegaron junto conmigo al campo, me doy cuenta de que desarman para irse hacia arriba. El lugar no es más que un risco en el borde de un filo con caída libre al campo base pero, en ese momento, es la diferencia entre vivaquear al aire libre a 5600 m de altura o dormir encordado, pero bajo techo.
No es alentador armar la carpa, todas las que encontramos en pie en realidad no lo están. Muchas tienen varillas rotas, otras simplemente están enterradas por completo bajo un metro de nieve. Hay que acostumbrar la vista para adivinar dónde están los espacios para caminar. Y también prestar mucha atención porque el más mínimo desliz, lleva para abajo.
Lo interesante de los escoceses no sólo es saber que tienen mas de 60 años y andan tan o mas rápido que nosotros, sino que son nada menos que Rick Allen y Sandy Allan. Para quienes no los conocen, son quienes completaron la Arista Mazeno en el Nanga Parbat siete años atrás. No fue la única vez que los vi, y luego me enteré que estaban simplemente aclimatando por la “normal” para luego intentar abrir una vía por la cara este, que aún no se ha conseguido en todos estos años. Es en medio de esa aclimatación que tienen el accidente que luego se hizo famoso, porque uno de los hermanos Bargiel usa su dron de altura para colaborar en el rescate y pone su cámara a ochomil metros para encontrarlo. Bargiel utiliza el dron habitualmente para asistir a su hermano en el descenso de las montañas que esquía. Él es quien mira la ruta, su estado, y le muestra el camino a recorrer.
Luego de quince días en la altura, subimos por segunda vez a campo I, esta vez con intenciones de pasar cuatro noches aclimatando. Es en esas circunstancias que se producen las avalanchas al bajar que expuse en mi cuenta de Facebook. Es en esas circunstancias que decidimos que la montaña estaba muy inestable y no merecía la pena seguir arriesgando. El valor tiene un límite, nosotros habíamos encontrado el nuestro. A poco de tomar la decisión de bajar y en pleno desarme, vemos como dos anglosajones que no encontraron espacio para acampar, subieron más arriba y fueron arrastrados unos cientos de metros por senda avalancha. Eso nos llevó a retrasar un día la bajada esperando que el frío de la noche consolide la ruta de descenso.
Una vez en el base, restaba caminar una semana para salir de la montaña y luego cambiar de vehículo durante dos o tres días para llegar a Islamabad. Pan comido, pero no en Pakistán. Para nuestro descenso anticipado la empresa que contratamos nos proveyó de un arriero con dos mulas para el equipo y una bolsa arpillera repleta de arroz. Lo que no sabíamos era que camino al base había empresas prestando servicios, y conseguimos comer bien cada noche. Luego de un día de viaje en 4×4, mi cumpa consigue volar desde Skardu a Islamabad en poco más de una hora. Seguimos de suerte. Yo en cambio, decido quedarme unos días para cumplir algunos objetivos que finalmente tuve que posponer (¿quizás para 2020?) pero que me llevaron a ver rincones de la zona de Baltistán como por ejemplo, dos de las vertientes del Nanga Parbat y la ciudad de Gilgit.
Son las 6 am en Gilgit y ya me encuentro solo. El coche que me llevaba a Islamabad pinchó a 100 mts de arrancar un viaje de 500 kms y más de 16 hs. El sol ya aprieta. Me sirvieron el agua tibia y el mate no es lo que quisiera. Estoy desperdiciando uno de mis últimos mates. Es lo que más lamento. Pakistán me agota. Los Himalayas no son sólo montañas. Son personas, culturas, desafíos constantes. Cuando parece que ya lo viste todo y lo superaste todo, alguien te pone a sudar. A pensar distinto, a cambiar los planes, los tiempos, las costumbres, la forma de pensar.
Se fue mi chofer. La rosca de la llave cruz no coincide con las tuercas de la rueda. A mí me pasa lo mismo, pero en la cabeza. No son pocas las veces que me faltan herramientas o no tengo las adecuadas para enfrentar los problemas que se me presentan en los Himalayas. Porque, obviamente, no son sólo montañas….