Mountain Bike

Vidaje, Albert Sans

septiembre 5, 2024 — by Andar Extremo

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Mountain Bike

Vidaje, Albert Sans

septiembre 5, 2024 — by Andar Extremo

Músico, viajero y documentalista, este cantaautor vivió en Barcelona hasta que un día, cansado del bullicio urbano, decidió emprender un viaje sin retorno por el mundo. Lleva más de 14 años recorriendo Latinoamérica, inicialmente en su fiel bicicleta bautizada como “Ona” y, durante los últimos dos años, en su combi apodada “Combona”. En su travesía, ha creado dos documentales “Vidaje 1” y “Vidaje 2” y recientemente, ha plasmado sus viajes y reflexiones en un libro que promete ser una ventana a su alma nómada.

por Marcos ferrer y Natalia Riego, nota hecha en 2020 y 2023

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¿Qué te motivó a dejar Barcelona?
Desde pequeño, el mundo siempre despertó mi curiosidad. Los documentales de lugares exóticos me hacían cuestionarme: “¿Acaso no visitaré esos sitios algún día?” Países como Brasil, Argentina y Paraguay ejercían una atracción especial. Mi vida transcurría en la nocturnidad, tocando música en diversos rincones, hasta que un día, saturado de la ciudad, decidí que era hora de abrirme al mundo. Mis experiencias previas como mochilero en Marruecos y la influencia de un amigo, Mark, quien me introdujo al cicloturismo, fueron decisivas. Aunque anhelaba navegar en velero, la aventura de Mark desde Alaska me inspiró. Él conocía a alguien que había dejado una bicicleta en São Paulo, Brasil, tras solo tres meses de viaje, y pensé: “Ahí empezará mi vida nómada”. No me considero un cicloviajero per se; la bicicleta simplemente fue mi vehículo hacia la libertad y la exploración. Mi viaje no es un proyecto con un fin determinado, sino un estilo de vida. Si un lugar me cautiva a tan solo tres kilómetros de haber partido, me detengo y me quedo. De hecho, he visitado algunos lugares más de una vez. No sigo un rumbo fijo, simplemente fluyo con la vida.

¿Cómo te las arreglas para subsistir en tu viaje?
En mis inicios, la guitarra era mi compañera en cada pueblo que visitaba, ofreciendo melodías a cambio de hospitalidad. Con el tiempo, descubrí que podía intercambiar videos por recursos, lo que me llevó a enfocarme más en la producción audiovisual que en las actuaciones callejeras. Al llegar a nuevos destinos, propongo mis servicios de edición de video, y con esos ingresos financio mis proyectos documentales. Recuerdo que, en Paraguay, a orillas del río Paraná, realicé un video institucional para el pueblo. Permaneciendo por bastante tiempo, forjo vínculos de confianza con la comunidad, las que abre puertas a diversas experiencias: desde deportes como kayak y surf hasta viajes en helicóptero y oportunidades laborales. Lo maravilloso de viajar es que, ya sea creando videos, artesanías o tocando música, las necesidades son mínimas y eso me permite tener el tiempo y la libertad para explorar.

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¿Por qué afirmas que tus viajes son como una máquina del tiempo?
La razón es simple: en un solo año de viaje, experimento lo que serían diez años de vida rutinaria. La intensidad de la aventura se magnifica al cruzar a otro continente y meterse en culturas ancestrales, como la de los aborígenes del Chaco, la selva de Misiones o las tierras de Marruecos. Es un salto instantáneo del siglo XXI a la Edad Media; me encuentro en lugares donde el plástico es inexistente, las casas son de adobe y la comida se cocina a leña. En Salta, Argentina, en el Abra del Acay, conocí a una señora que, en medio de la nada, criaba cabras, elaboraba queso y obtenía agua de un arroyo cercano, utilizando estiércol seco para encender su fuego. Es un viaje a través del tiempo, una educación vivencial incomparable. Ya sea pescando con los habitantes de un pequeño pueblo en los arrecifes de Brasil o cruzando el Atlántico en velero, incluso en una embarcación moderna, la luna y la bioluminiscencia en el océano me transportan a épocas pasadas, haciéndome sentir parte de la era de los descubrimientos. Es, en efecto, como poseer una máquina del tiempo.

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Qué interesante lo que planteas en el documental “Vidaje” de los tiempos. Cuando llegas a un lugar, todo tiene su momento; luego de eso, es como que, además de ver lo bueno, empiezas a ver lo malo. ¿Cómo es esto?
En inglés, a ese ritmo de viaje le llaman ‘Burbuja de Felicidad’ o ‘Burbuja del Viajero’. Es cuando pasas tres o cuatro días en distintos lugares, la gente te trata de manera increíble y puedes llegar a pensar que así es la vida allí. Te dices a ti mismo: ‘Llegué, me llevaron de aquí para allá, me comí unos churrascos y luego fuimos a otro lugar. ¡El mundo es una maravilla!’ Pero si te quedas dos semanas, empiezas a ver que no todo es perfecto, que hay corrupción, que los alcaldes o la panadera, aunque simpáticos al principio, luego muestran otra realidad. Ir despacio y dedicar tiempo te hace darte cuenta de que no todo es color de rosa. De hecho, en el documental, me hubiese gustado profundizar un poco más en el ‘Efecto Visitante’, pero no lo hice en ese capítulo.

En Chapada Diamantina, Brasil, existe una flor que solo nace de las cenizas; una flor que requiere del fuego para florecer. Es un fenómeno fascinante y un tanto poético: la belleza que surge del desastre, la vida que brota tras la destrucción. Esta flor es un recordatorio de que incluso en la adversidad, hay esperanza y renacimiento. Es la naturaleza diciéndonos que, a veces, de las situaciones más sombrías puede surgir algo maravilloso

¿Te vuelves más perceptivo viajando a este ritmo?
Creo que no necesariamente. Si no eres perceptivo por naturaleza desde el principio, he observado que hay viajeros que no son nada perceptivos. Por otro lado, existen personas extremadamente perceptivas que logran una conexión más profunda. El viaje simplemente potencia una característica inherente; si no eres perceptivo, podrías recorrer un continente entero y no ver nada, o ver únicamente lo que deseas ver. Todo depende de la sensibilidad individual. Sin embargo, es cierto que las experiencias te enseñan y, con ellas, puedes volverte algo más perceptivo al ganar experiencia vital.

En tu documental, ¿realizas una comparación de la velocidad a la que viaja cada persona?
En mi segundo documental, exploro la relatividad del tiempo, aplicable tanto a la vida como a los viajes. Discuto cómo el tiempo y la felicidad son percibidos de manera individual. Mientras algunos logran dar la vuelta al mundo en tres años, yo, en la última década, he visitado solo cinco países en Latinoamérica, con la intención de completar mi viaje alrededor del mundo a un ritmo más pausado.
También me planteo una hipótesis en el documental: ¿qué pasaría si realizara un viaje idéntico, pero desviándome 10 km de las rutas que ya he tomado? Sería, sin duda, una experiencia completamente nueva y distinta. Incluso al pasar tres veces por el mismo lugar, la experiencia siempre varía, ya que, aunque nos encontremos con las mismas personas, ellas han cambiado, al igual que nosotros; la realidad es siempre diferente.
Esta reflexión me lleva a una práctica que me apasiona: no establecer objetivos ni proyectar el futuro. Me siento feliz así, disfrutando del presente sin la necesidad de planificar meticulosamente cada paso del viaje. No hay nada malo en proyectar un viaje en el tiempo, en imaginar dónde estaré y cuántos kilómetros habré recorrido en un futuro determinado, pero personalmente encuentro satisfacción en la espontaneidad y en las sorpresas que cada día trae consigo.

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¿Cuánto se aprende siendo viajero?
Si estás abierto a ello, se aprende enormemente. Se puede aprender mucho también teniendo proyectos en una ciudad. Viajar acelera la vida de una manera impresionante; cada día es una incógnita sobre dónde dormirás, qué personas conocerás, y a dónde te llevarán las circunstancias en cuanto a amistades, amores, trabajos y desafíos. Experimentas cosas nuevas cada día, lo cual es sumamente enriquecedor.

¿Por qué mencionas en el documental que, al principio, uno avanza como una ardilla saltando de rama en rama, temeroso de conocer el bosque en su totalidad?
Esta metáfora, que también incluyo en mi canción ‘Isla Grande’, refleja el miedo europeo, de la persona de ciudad, o al viajero novato. Recuerdo que, al comenzar mi aventura en Brasil, me encontraba en un continente desconocido, con un idioma ajeno, en la vasta ciudad de São Paulo. Siempre con rumores de peligros, así que empecé mi viaje con cautela. ‘Ir de rama en rama’ significaba planificar meticulosamente cada tramo, viajar solo 20 kilómetros hasta el camping más cercano y luego, con seguridad, avanzar hacia un hostal. La incertidumbre del entorno era abrumadora. Sin embargo, años más tarde, al recorrer nuevamente esa misma carretera, lo hice con serenidad, permitiéndome sentir plenamente cada sensación, viviendo el momento, guiado por la intuición y la tranquilidad.

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¿Tu bicicleta, apodada ‘Ona’, que significa ‘ola de mar’, tiene bastantes modificaciones, por lo que veo?
Sí, especialmente por la ‘Tita’, que es la guitarra. La primera guitarra la llevaba suelta y, en la Patagonia, se destrozó. A mitad de viaje, volví a España para visitar a la familia y, tras investigar, encontré una extensión para la bicicleta de una marca conocida. Gracias a mis años de viaje, me la patrocinaron. Había considerado un carrito y otras opciones, pero esta fue la que más me convenció. Me permitió llevar la nueva guitarra en un cuadro un poco más extenso, como si fuera medio cuadro adicional enganchado, con solo el cable y la cadena más larga. Esto también me da la capacidad de llevar más alforjas; llevo dos atrás y un bolso tipo petate. En total, todo pesa unos 75 kilos. Con tanto peso, he tenido problemas de rodilla por ir tan cargado, pero como viajo tranquilo y sin prisa, y llevo conmigo varias aficiones como el dron, la computadora, el disco duro, la cámara, el trípode y la guitarra, es manejable. Además, llevo suficiente ropa para estar cómodo, pero como no me apuro ni cuento los kilómetros, el viaje es llevadero. Me tomo el tiempo necesario para disfrutar de las cosas.

No establezco objetivos ni proyecto el futuro. Me siento feliz así, disfrutando del presente sin la necesidad de planificar meticulosamente cada paso del viaje

El verde de la naturaleza y el azul del cielo son iguales en todos lados, trascendiendo las banderas. Qué hermosa metáfora para difuminar las fronteras y fomentar la empatía entre los seres humanos…
Esta visión me ha traído críticas y ha suscitado diferentes comentarios, especialmente por mi insistencia en que no debemos aferrarnos a las banderas. La historia de la humanidad está marcada por estas divisiones, y como español, a menudo me confrontan con el legado de mis antepasados. Me veo obligado a explicar que yo personalmente nunca he venido aquí en busca de oro; no soy la España de la era precolombina, soy Albert Sans, y deberían juzgarme por lo que soy.
La división entre las personas puede volverse infinita: entre argentinos y brasileños, entre habitantes de Buenos Aires y de Córdoba, entre vecinos de distintos barrios o aficionados de clubes rivales. Pero al final, encuentras personas maravillosas y de gran corazón en cualquier parte del mundo, sin importar si son esquimales, madrileños o saharauis. Y eso es algo que frustra durante el viaje, porque al cruzar fronteras, a menudo se percibe a los ‘otros’ como inferiores. Existe una tendencia casi genética al tribalismo, pero la evolución humana consiste en superar esa estrechez de mente. Recuerdo haber discutido con alguien sobre las ofrendas humanas de los incas en Perú, y cómo hoy en día sería absurdo acusar al pueblo peruano de tales prácticas; eso pertenece a un pasado lejano y a una sociedad diferente. Debemos ser empáticos y eliminar el odio inicial. Los problemas surgen cuando las interacciones están teñidas de desprecio tribal. Esta parte de mi documental es la que más debate genera. Creo que etiquetar a las personas basándose en su origen es una vulgaridad, un residuo histórico que no tiene lugar en el mundo actual.

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Comer es comer e ir al baño es ir al baño; el resto es envoltorio… ¿A qué se refiere esta frase?
Este tema se aborda en el capítulo del documental ‘Simplificar la vida’, y se centra en las posesiones y el consumismo global. Por ejemplo, Bill Gates y Messi, van al baño igual que cualquier otra persona, después de dos o tres horas, también tendrán que comer. No importa si posees siete autos de lujo; al final, todos tenemos funciones humanas básicas. Este ejemplo ilustra lo absurdo que resulta proyectar ambiciones desmedidas cuando, en realidad, todos somos iguales: dormimos, vamos al baño y comemos. Puedes tener un castillo o veinte barcos debajo de la cama, pero tu sueño será el mismo. Lo que quiero destacar es que, a pesar de haber nacido en un lugar del mundo donde tuve la suerte de recibir educación, algo que valoro cada día, me basta con poco para ser feliz. Más allá de los países en guerra o extremadamente pobres, hemos ganado la lotería al nacer en entornos con educación, salud y oportunidades laborales. No perdamos la perspectiva; se puede ser feliz con lo básico, y así la vida se simplifica.

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¿Cómo fueron estos 14 años de viaje?
Comencé mi aventura dirigiéndome a Marruecos y luego a Brasil. Desde Brasil, viajé a Chile, a Santiago, y de allí emprendí el descenso hacia Ushuaia. Posteriormente, ascendí por Argentina, Uruguay, Paraguay y regresé a Brasil. Tras volver a España, recorrí en bicicleta desde Blanes hasta Murcia y me propuse cruzar el océano en barco. Persistí hasta que un capitán joven en Cartagena me permitió embarcar en un carguero rumbo a Canarias. En Canarias, al acercarse el fin de la temporada náutica y temiendo tener que esperar un año, me trasladé a puertos más pequeños del sur de la isla, donde conseguí un lugar en un pequeño velero que cruzaría el océano. Antes de llegar al continente, hicimos escala en Fernando de Noronha y finalmente desembarqué en el nordeste de Brasil. Exploré el interior de Maranhão, donde descubrí los Lençóis Maranhenses, uno de los paisajes más hermosos que he visto. En Natal, enfrenté un problema diplomático con mi visa y, al no poder renovarla, contacté a la embajada. Con solo dos días restantes y la posibilidad de regularizar mi situación pagando una multa de 200 euros, decidí continuar mi viaje. Regresé a Paraguay pasando por Misiones, Entre Ríos, Corrientes, Córdoba y La Rioja. Luego de una crisis de viaje, volví a Brasil, aboné la multa y comencé a trabajar en el documental ‘Vidaje’. Continué explorando Brasil, volví a Misiones, pasé otra vez por Paraguay y llegué a Bolivia, donde inicié una relación y me sorprendió la pandemia. La vivimos en Bolivia y después viajé con mi novia hasta que nuestros caminos se separaron y empecé a viajar en una Combi. Actualmente, me encuentro en Colombia y planeo quedarme por un año.

¿Por qué dices que te sentís un millonario cuando menos cosas tienes?
Vivo el día a día, y mientras viajo, genero experiencias con los recursos que poseo. Este minimalismo, esta esencia de viajar en bicicleta con lo justo, me ha permitido descubrir lugares increíbles y lujosos. Por ejemplo, en la Patagonia, donde los viajes suelen ser muy costosos y que nunca planifiqué en mi vida, he visitado islas paradisíacas y una multitud de destinos. He llegado a ellos con la simple intención de recorrerlos en bicicleta, y cocinando arroz en un fogón, he vivido experiencias que normalmente solo están al alcance de quienes tienen mucho dinero.

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¿Albert Casals te ha inspirado?
Lo descubrí a través de entrevistas y después, leyendo su libro, quedé profundamente conmovido por su historia. Es un joven que, desde los 15 años, se lanzó a explorar el mundo en su silla de ruedas. Extrae su carpa de la silla, la arma, atraviesa cercas, te pone la piel de gallina. Su relato es asombroso y te hace reflexionar sobre las barreras que uno mismo se impone. Este chico, viajó por Tailandia solo, tocando la flauta y sin dinero. Su libro, titulado ‘El mundo sobre ruedas’, es impactante por las experiencias que narra. Creo que más tarde publicó otro libro llamado ‘Sin fronteras’ y luego un documental titulado ‘Pequeño mundo’.

Me gusta cómo abordas la temática de la muerte, un tema que muchas personas prefieren evitar. ¿A qué se debe?
En el segundo ‘Vidaje’, lo abordo más profundamente, mencionando un episodio que viví con la muerte de un ser muy querido. La realidad es que todo termina en algún momento, por lo tanto, con la única vida que tenemos, no debemos vivir con miedo a nuestros sueños. Con prudencia, pero también con la esencia de lo que somos, debemos vivirla. Todo es finito; a veces pensamos que la vida es un cheque en blanco que durará para siempre, pero en realidad, todo tiene un final y debemos aprovechar la vida, sea cual sea nuestro sueño. Para uno puede ser un viaje, para otro algo diferente: pasión, alegría, proyectos. Me gusta usarlo como un resorte, que no esperes estar cerca de la muerte para empezar a hacer cosas.

No perdamos la perspectiva; se puede ser féliz con lo básico, y así la vida se simplifica

“Dios no entra en 4000 botellitas”, qué buena frase. ¿Podrías explicarla?
Es una frase que podría considerarse irónica dentro del documental, y se refiere a los excesos. Por un lado, está el respeto por las creencias de cada quien, pero por otro, también está la libertad de expresar lo que uno piensa. Existen alrededor de 4000 religiones en el mundo. Cuando me preguntan: “¿Cómo es posible que no creas en Dios?”, yo respondo: “Tú eres ateo respecto a las 3999 religiones restantes. Yo simplemente llevo esa lógica un paso más allá, pero no somos tan diferentes”. La analogía de las botellitas significa que tú eliges una entre ellas, mientras que yo no elijo ninguna.

¿Qué tiene el latino que le falta al europeo y viceversa?
Eso es fácil de explicar porque suelo poner de ejemplo a los habitantes del norte de España comparados con los del sur. Los del sur tienden a ser un poco más pachorras, a vivir sin tantos complejos, disfrutando del arte, la vida, etc. En cambio, los del norte, en este caso los europeos, son más fríos. Pero, como mencionamos en preguntas anteriores, esto es un estereotipo. Aunque la sociología ha estudiado ampliamente este tema, indicando que los países nórdicos tienen tasas más altas de suicidio debido a su tendencia a ser más introvertidos, lo que puede llevar a más casos de depresión y convertirse en una bola de nieve. El latino, al ser generalmente más extrovertido, tiene otra perspectiva para resolver los problemas. Sin embargo, insisto, recurrir a estereotipos es simplificar algo que es muy complejo.

En el documental decís que viajando de esa manera, uno alcanza la libertad de un niño en una tarde de verano… ¿de dónde proviene esa maravillosa metáfora?
Esa sensación es infinita y muchos de nosotros debemos tener ese recuerdo, de nuestras mentes tan sencillas, esa esencia que no debemos perder, de jugar, de aventurarnos. Y cuando viajo, me convierto en ese ‘albertcito’ en bicicleta, viajando, acampando. Y esa frase de la tarde de verano, porque hay poca responsabilidad en un niño, especialmente en verano, cuando no hay que ir al colegio ni seguir horarios, se es extremadamente feliz. Te subes a un árbol, te detienes a observar un camino de hormigas; el tiempo no existe. El brillo en los ojos de un niño disfrutando de un momento único e interminable. Incluso hay una canción que fue una de las primeras que escribí, que me llama la atención porque era muy joven y describe las cosas que estoy viviendo ahora. Dice: ‘Dejé mi sótano en el rascacielos del barrio rutina, medía poco más de un metro cuando era un sabio y era feliz’, haciendo alusión a ser un renacuajo que se mete en todos los charcos, y eso es viajar, no saber qué esperar, siempre adentrándote en lugares nuevos.

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Otra de las cosas que mencionas es aportar tu granito de arena a los sueños de alguien… ¿te refieres a no solo pensar en tu propio viaje?
El propósito del documental ‘Vidaje’ es ser una inspiración para otros, lo cual es un motivo de orgullo para mí. Soy consciente de lo importante que es tener un sueño poco convencional y de cómo las personas que te sirven de ejemplo pueden darte un empujón. Es gratificante aportar ese granito de arena y, cuando te dicen que gracias a ‘Vidaje’ se animaron a perseguir sus sueños, es un honor. Cuando incluí esto en el documental, era simplemente un deseo.

¿Nunca te dio miedo viajar solo?
No me considero una persona extremadamente valiente, y esto es más notable en Brasil, donde las ciudades pueden infundir temor. He recorrido lugares como Recife, Río de Janeiro y São Paulo, y durante más de 14 años de viajes desde que llegué a Sudamérica, nunca he tenido un incidente. Claro, es esencial mantener rutinas de seguridad, tener buena percepción y desarrollar un sexto sentido… Nunca llego a un lugar nuevo de noche, siempre consulto a los locales y tomo las precauciones necesarias para asegurarme de que sea seguro. Prefiero acampar en jardines privados, estaciones de bomberos, edificios municipales o complejos deportivos.

El viaje te enseña a diferenciar los matices de verdes de la naturaleza, ¿a qué te referías con eso?
Es el matiz. Es que cruzas países enteros, entonces aprendes que una mancha verde oscura es la selva natural, y luego tienes otros verdes que son los cultivos. Es increíble cómo en el mundo, por ejemplo, en Chaco o en Brasil, te dejan a los costados de la ruta un entorno natural y cuando usas el dron, son dos metros de árboles y lo demás es cultivo; lo hemos arrasado todo. Pero luego lo consumimos, allí entra el consumo. En Isla Grande había un amigo argentino que hacía paseos turísticos con concienciación y veíamos los petroleros a lo lejos, pero nosotros también íbamos en un bote a combustible. Si vas a remo, puedes criticar, pero critícas y consumes. Es complicado, hay que bajar el ritmo para darle un respiro al mundo. ¿Para qué tener tres televisores en casa si con uno alcanza? O la locura de cambiar el auto todos los años.

¿En un momento dices que el viaje te permite vivir 100 vidas, por qué?
Es como una máquina del tiempo, es muy parecido. Por ejemplo, pescas en un arrecife, llevas ganado, haces pan en un horno de leña; cuando vives muchas experiencias y vives intensamente los lugares, te hace vivir 100 vidas. Con el tema de la comida pasa lo mismo: mil sabores, mil recetas, mil formas, mil historias, es muy bueno.

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¿Compusiste un disco viajando?
Sí, saqué un disco con “crowdfunding” que está compuesto, producido y grabado con todo lo que llevo en la bicicleta. Es increíble el momento tecnológico en el que estamos, que en una bici puedes llevar un estudio de grabación e incluso de televisión, dron, cámaras, etc.

¿Te abre puertas la música?
La música abre puertas; la guitarra me ayudó mucho, especialmente al principio en Brasil cuando no tenía muchos recursos. Después dejé un poco y cuando pasé por Buenos Aires, hice de telonero para ‘El Niño de la Hipoteca’, que ya tiene una banda grande, y luego toqué también en Montevideo. Ser autor de las canciones te permite expresarte, y eso es muy bonito.

¿Cómo es viajar en combi?
Por momentos haces más panza. Creo que el cruce con la chica con la que estuve de novio me hizo viajar en combi, pero lo bueno es que tengo más espacio. Luego, donde me gusta un lugar, bajo la bici y hago bikepacking. Como tengo espacio, ahora ya tengo una guitarra acústica y una eléctrica. Un día normal en la ‘Comobona’ generalmente me levanto, hago el café, me pongo a charlar con gente. La última vez estuve viviendo 5 días en la plaza de un pueblito y empiezas a interactuar. Luego miro ‘iOverlander’, una aplicación donde los viajeros marcan cosas interesantes. Cargo víveres, tengo placas solares para cargar baterías y averiguo en los pueblos. Luego me voy a pasar algunos días a lugares naturales atractivos.

¿También sacaste un libro?
Hace muy poco edité el libro “Vidaje, la vuelta al mundo más larga de la historia”. Empecé hace algunos años a escribir un libro, pero como estaba en esos momentos con el documental “Vidaje 2” y no soy muy escritor, me demoré un poco. El libro es mucho más rico que los documentales; puedes escribir cosas más complejas, poder inspirar a la gente de otra manera, puedes animarla.

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