por Andar Extremo entrevista Juan Pablo Toro, fotos Juan Pablo Toro
Qué bueno que después de tanto tiempo, de tan ansiada espera, se pudo hacer cumbre en el Nanga Parbat…
Una satisfacción gigante, nunca sabes con una montaña tan imponente si se va a lograr o no; son muchas las variables: el clima, el equipo, la cuerda fija, el tiempo… Uno nunca sabe, hasta el último momento. La noche previa al día de cumbre todavía dudábamos si iríamos; realmente, como se terminó dando, fue un sueñazo.
¿Cómo te metiste en el mundo del montañismo?
El primer hito significativo fue el Lanín, que de hecho no logramos cumbre porque el clima estuvo muy complicado. Fuimos con Hugo ‘Rasputín’ Gauto. Antes de llegar a la cima, tuvimos que bajar y, en la bajada, nos perdimos. Fui con un amigo, mi hermano y otra persona que se sumó al grupo. El Lanín estaba muy nevado; subimos con crampones y piolets, fue una experiencia de alta montaña. El mal clima terminó jerarquizando la experiencia del descenso; nos gustó mucho y nos impulsó a seguir con la montaña. En ese momento vivía en el extranjero y cuando volví, en 2004, comencé a hacer cumbres de cuatro mil y cinco mil metros por Vallecitos. A mi hermano le complicaba la altura, no aclimataba bien, así que continué solo con el montañismo. Luego hice algunos seis miles con Julián Insarralde, el Nevado de Cachi y El Plata. Una vez que subí El Plata, que lo tenía muy idealizado, le llegó el turno al Aconcagua. En 2013 lo ascendí por primera vez y, cuando podría haber sido la culminación para cualquier andinista, para mí fue un punto de partida; me di cuenta de que quería hacer esto con más intensidad aún. Hasta entonces venía haciendo una montaña por año, y desde ese momento empecé a realizar tres o cuatro expediciones anuales. Así comencé con Perú, Bolivia, y las diez más altas de América; aún me quedan tres.
¿Siempre intentas subir con amigos?
Siempre voy con Julián Insarralde, a veces con Naco Choulet (un amigo de Julián que terminó siendo compañero de cordada en varios viajes) y en los últimos años hicimos algunas ascensiones con “Matoco” Erroz, especialmente cuando comencé a explorar la zona de Catamarca y los volcanes, ya sea con amigos o solo. También con Guido Redondo y Julián, ascendimos el Aconcagua por el glaciar de los Polacos. Intentamos hacer el Monte Pissis en invierno con Matoco, pero no pudimos. Luego, hicimos los volcanes de Catamarca: el Ojos del Salado, el Pissis y el Tres Cruces. Fue entonces cuando surgió la idea de hacer un ochomil, un ascenso deportivo; pensamos en el K2, el Nanga o el Broad Peak. Comenzamos a planificarlo y en 2022 fuimos solos para hacer el primer intento. El mal clima generó condiciones peligrosas en la montaña, estaba demasiado caliente. Este año quería que viniera Matoco, pero tenía compromisos.
¿Y por qué el Nanga Parbat?
Me obsesioné con el Nanga Parbat; tengo el libro de Reinhold Messner, vi la película, y luego está la historia de lo que le pasó a Mariano Galván. También había leído sobre el K2; ambas montañas me fascinaban. Le tenía más respeto al Nanga, especialmente por los intentos invernales fallidos. Una vez que lo consideré seriamente, me lancé de cabeza, y después de no poder lograrlo el año anterior, no dudé ni un segundo en volver. Además, nos hicimos amigos con unos italianos que fueron con la misma agencia en 2022 y también volvían por la cumbre; no lo dudé, dije ‘de nuevo al Nanga’.
¿Cómo fue la progresión?
Elegimos la ruta normal, la ‘Kinshofer’ por la vertiente Diamir, porque lo demás es una locura. Aunque la Kinshofer es bastante complicada y tremenda, yo solo conozco este ochomil, pero los italianos y Santiago Quintero, que es ecuatoriano, coinciden en que es el ochomil más difícil de Campo 1 a Campo 2, con 1100 metros de desnivel, y un canal de nieve que te lleva de los 5000 a 6100 msnm en una pared con una inclinación promedio de 60 grados, que al final se inclina hasta unos 65 grados y termina en el muro Kinshofer. Tiene algunas repisas y sales del último largo directamente al Campo 2. De Campo 2 a Campo 3 es más tranquilo, con algunos tramos mixtos, pasas por una arista y llegas a una gran pendiente de unos 600 metros de desnivel, que tardas unas 6 horas en recorrer, avanzando de a diez pasos. Y después, de Campo 3 a Campo 4, que nosotros no conocíamos, fuimos los únicos que usamos el Campo 4 para luego intentar la cumbre desde allí; todos los demás partieron de Campo 3. Salir de Campo 3 implica un desnivel de 1400 msnm y la distancia es enorme. Los únicos que habían logrado cumbre y volver desde el Campo 3 sin oxígeno eran unas bestias. En nuestro grupo había un boliviano, Hugo Ayaviri, que vive en La Paz y está súper aclimatado; tardó 14 horas en llegar a la cumbre y 8 horas en volver. Ese tipo, que vive en la altura, trabaja en las montañas y su vida transcurre por encima de los 4000 metros, nos dijo que había estado al límite. Y otra referencia que tenía era de César Rosales, el peruano que el año pasado hizo cumbre, también fue muy exigido. Por lo tanto, haber decidido partir desde Campo 4 fue clave para lograr la cumbre. El Campo 4 está a 7350 msnm, nos ubicamos lo más cerca posible de la cumbre, cerca del trapecio somital, que es una montaña sobre otra montaña. Venís por un altiplano desde Campo 3, subes, haces un gran giro de 3 o 4 km de distancia, esquivas unos seracs y pasando por Campo llegas al trapecio a los 7400 msnm, y allí comienzan las cuerdas fijas y se vuelve vertical de nuevo.
Cuando estaba por hacer cumbre en el Nanga Parbat sentí que iba aterminar lo que Mariano Galván empezó, por él y por todos
¿Cómo es el muro Kinshofer?
El muro Kinshofer es un escalón de roca de 150 metros de desnivel. Comienza con una sección mixta y luego se vuelve vertical, con placas y dos diedros verticales. La forma más sencilla de escalarlo es por cuerda fija con crampones, utilizando un jumar. Aunque tiene dos pasos de escalada difíciles, el resto es bastante accesible. Se tarda aproximadamente una hora y media en superarlo, y es agotador.
¿Tuvieron que armar una logística especial debido a la cantidad de gente en la montaña?
Primero establecimos el Campo 1, dedicando un día para transportar equipo y montar la carpa. Funciona como un campo avanzado, ya que llevamos todo el equipo técnico: crampones, arnés, equipo de escalada, cuerdas, casco, etc. Todo se deja allí porque el trayecto desde la base es relativamente sencillo. En la segunda rotación, escalamos el Kinshofer hasta el final y llegamos al Campo 2, donde pasamos una noche antes de descender. Bajamos porque entre el Campo 2 y el Campo 3 no se habían colocado las cuerdas fijas debido a la gran cantidad de nieve acumulada tras el invierno. Los sherpas encargados de instalar las vías también descendieron a descansar, así que hicimos lo mismo. En la siguiente rotación, aprovechamos una buena ventana meteorológica y se presentó un ‘Summit Push’ para aquellos que iban con oxígeno, como Kristin Harila y Sophie Lavaud, entre otros. El 26 de junio fuimos al Campo 3, donde ya estaban instaladas las cuerdas. Pasamos dos noches aclimatándonos junto a un grupo que iba con oxígeno a la cumbre. La ansiedad te invade en esos momentos; querés avanzar, pero sin la aclimatación adecuada, podrías terminar mal. Descendimos a descansar porque se preveía una buena ventana meteorológica para el 2 o 3 de julio, y si no bajábamos ese día, no nos daría tiempo.
¿Por qué la gente decide partir desde el Campo 3 y no desde el Campo 4?
Porque si vas con oxígeno, no es imposible alcanzar la cumbre y regresar; el 100% de los que hicieron cumbre desde el Campo 3 con oxígeno no tuvieron problemas. La primera tanda, de unos nueve escaladores, siguieron la ruta abierta por Kristin Harila y sus sherpas, quienes instalaron las cuerdas fijas y luego fueron reforzadas por los pakistaníes. Detrás de ellos, siete personas con oxígeno y dos sin oxígeno hicieron cumbre. En la siguiente ventana, cuando nosotros subimos al Campo 4, unas 30 personas con oxígeno partieron del Campo 3 con los sherpas de las empresas ‘Elite Expeditions’, ‘Seven Summit’ y ‘8K’, incluyendo a Viridiana Alvarez de México. Un grupo de polacos sin oxígeno también lo intentó desde el Campo 3, así como Santiago Quintero y Flor Cuenca, todos ellos muy fuertes y sin oxígeno. Santiago no llegó a la cumbre porque desistió a 100 metros; tuvo una mala experiencia en la Pared Sur del Aconcagua, donde sufrió congelaciones y le amputaron parte de ambos pies. A pesar de ello, ya ha ascendido ocho ochomiles. Los polacos lo lograron, pero uno falleció en el descenso. Flor alcanzó la cumbre sin oxígeno y la cruce en el descenso se la veía súper fuerte.
¿Qué les pasó durante la rotación en el Campo 3?
En el Campo 3, mientras nos aclimatábamos, sabíamos que se aproximaba un fuerte viento, así que desmontamos las dos carpas y decidimos enterrarlas parcialmente, reforzándolas con dos cañas y cintas. El error fue no colocarlas al costado, cerca de unas rocas, sino enterrarlas en el mismo lugar donde habíamos acampado. No imaginamos que en el siguiente ‘Summit Push’ en el Campo 3 habría más de 15 carpas. La mayoría habían construido repisas y montado sus carpas justo encima de donde habíamos enterrado las nuestras. Al llegar, tuvimos que calcular primero dónde estaban, ya que las banderas habían desaparecido, y luego pedir a la gente que moviera sus carpas para buscar las nuestras. Estuvimos a punto de abortar la expedición hasta que encontramos una y tuvimos que mover una carpa dos veces para encontrar la otra. Fue un desastre; incomodamos a personas que necesitaban descansar para hacer cumbre y terminamos montando las carpas muy tarde, exhaustos de palear.
Por suerte, el clima los acompañó…
Este año, el clima fue mucho mejor que el anterior; no hubo avalanchas y tuvimos tres ventanas meteorológicas, aunque cortas. Pero no era que si te pasabas de las ventanas venía un temporal, solo llegaba un poco de nubes o viento, nada catastrófico. Fue lógico y, lo mejor de todo, las condiciones de la nieve fueron excelentes, sin avalanchas peligrosas. El año pasado, media montaña se desprendió debajo de la cumbre.
¿Cuándo te imaginas que vas a hacer cumbre?
No hicimos porteo al Campo 4; nos aclimatamos en el Campo 2 y 3 durante las rotaciones y en el ‘Summit Push’, fuimos directamente al Campo 2 una noche, luego otra en el Campo 3 y de allí directamente al Campo 4 con dos carpas. Éramos cinco: los tres italianos y un porteador de altura que nos ayudaba con las carpas. El tramo del Campo 3 al Campo 4 es duro, y más si nunca has estado a esa altura. Partimos hacia la cumbre a las 6 de la mañana. Tuvimos otro problema: llevábamos una carpa para tres y otra para dos, y alrededor de las 18 horas se levantó un viento terrible. Una de las carpas no pudimos armarla; no sabíamos si estaba rota o si le faltaban varillas porque no la habíamos revisado antes. Mientras tanto, intentamos armar la otra carpa, pero al final nos metimos los cinco en la carpa de tres. Por lo tanto, el descanso y la hidratación fueron escasos; pensá que un litro de agua a esa altura tarda 45 minutos en hervir. Deberíamos haber tomado dos litros cada uno y terminamos compartiendo un té entre cinco y un poco de jugo. Además, a las 3 de la mañana aparecieron los polacos, uno de ellos en muy mal estado. Tardaron mucho en bajar, uno de ellos cayó dos o tres veces hasta que no pudo caminar más. Quedó tendido y acompañado, intentaron administrarle dexametasona, y si hubieran tenido oxígeno, podría haberse salvado, pero no había ninguno en el Campo 3. No se dieron cuenta a tiempo y cuando pidieron ayuda, ya era tarde. Finalmente, falleció cerca de donde estábamos. En lugar de salir hidratados y descansados a medianoche, salimos a las 5 de la mañana con mal clima. Al principio, pensé que no continuaríamos, pero después de dos horas de frío y viento, se despejó y salió el sol. Empezamos a aumentar el ritmo con Valerio, mi compañero de carpa. Cuando nos sentíamos cómodos, miré el reloj y marcaba 8000 msnm; me emocioné y pensé que si manteníamos un ritmo de ascenso de 150 metros por hora, aunque después se ralentizara, si administraba bien los pasos y la respiración y soportaba dos horas más de esfuerzo físico, llegaría a la cumbre. En ese momento, avanzaba de a siete pasos para recuperar la respiración, ya que hay un 35% del oxígeno que hay a nivel del mar. Llegamos a la cima después de 10 horas de caminata, a las 16 horas. Estuvimos aproximadamente media hora con Mario Vielmo, un italiano con patrocinadores, así que tomamos muchas fotos. Luego comenzamos a descender, llegando al campamento al anochecer, caminando unas dos horas de día y dos de noche.
¿Les agarró miedo al bajar tan tarde?
No fue miedo, hacía 25 grados bajo cero con vientos de 40 km/h; hacía frío, pero no sentí paranoia. Sin embargo, quería moverme rápido. Físicamente estaba impecable y muy bien aclimatado, aunque luego la bajada se complicó, pero no hacia el Campo 4, sino de Campo 3 para abajo. En Campo 3 tuvimos una situación traumática; la noche que dormimos allí, bajando de la cumbre, tuvimos que asistir a un pakistaní llamado Asif Bhatti, quien venía siendo ayudado por Israfil Ashurli de Azerbaiyán. Israfil abortó su intento de cumbre para asistirlo porque Asif no tenía visión y venía con muy poca energía. Solo quedábamos cuatro en la montaña y ya todos habían bajado; venía de Campo 4 a Campo 3 y lo estábamos esperando. Desde la base llamaban a nuestra radio para saber qué pasaba. Dos de los nuestros bajaron directo al base, llegando a las 5 de la mañana. Esa noche fue complicada; el pakistaní llegó de noche, así que lo asistimos. A la mañana siguiente estaba un poco mejor, subieron otros pakistaníes que lo ayudaron a bajar. Cuando pasó todo esto, bajamos al Base y estábamos exhaustos; fue un descenso traumático. Mi compañero Valerio, el italiano, estaba muy cansado y tuve que darle dexametasona. Venía muy lento, agitado y asustado. Aunque es muy fuerte, nos preocupamos, pero pudimos llegar al Base juntos. Al pisar el Campo Base, caí en la cuenta de lo complicado que había sido todo. Cuando me comuniqué con mi esposa, tomé conciencia de que había hecho cumbre. Sentí el peso de la gente que me había apoyado, pensé en Mariano Galván.
¿Siempre pensaste en ir sin oxígeno?
El año pasado, la gente con más experiencia me había convencido de no arriesgarme a ir sin oxígeno, así que llevé una botella por si acaso. A medida que se acercaba el ‘Summit Push’ de 2022, me aconsejaron que si lo tenía, lo usara, ya que empezar a usarlo tarde podría complicar las cosas. Así que a los 7500 metros estaba convencido de usarlo. Pero este año no, estaba más confiado, mejor entrenado, y los italianos tampoco llevaban, así que no llevé oxígeno complementario. Por eso era clave el Campo 4.
¿Cómo es la historia de las cuerdas fijas en el Nanga?
Los ochomiles se protegen con cuerdas fijas, especialmente en las secciones peligrosas o con riesgo de caídas significativas. En el Nanga Parbat, esto ocurre en el 80% de la montaña. Las cuerdas fijas van desde el Campo 1 al Campo 3 de manera ininterrumpida porque el terreno siempre es empinado y expuesto a rocas y pasajes mixtos. Desde el Campo 3 al filo hay una sección sin cuerdas, y luego se vuelven a colocar hasta la cumbre. La logística y la coordinación de quién equipa y aporta estas cuerdas es un tema muy delicado. El año pasado nos costó mucho tiempo porque hasta que no llegaron los sherpas con sus empresas y clientes y comenzaron a instalar las cuerdas, estuvimos 10 días sin poder hacer nada. Este año, los italianos que vinieron conmigo aportaron las cuerdas para toda la montaña, y tuvimos la suerte de que un grupo de pakistaníes de ‘Karakorum Expeditions’ estaban esperando y dispuestos a equipar esas cuerdas en toda la montaña. Querían posicionarse frente a las empresas de Nepal, ya que quien equipa la montaña primero tiene privilegios. Así que ayudamos a subir las cuerdas para que pudieran instalarlas, fue un trabajo excelente de 5 o 6 pakistaníes. En una semana equiparon hasta el Campo 2 y luego subieron de nuevo y equiparon hasta el Campo 3. Pero esto tiene un costo, y los pakistaníes cobraban 200 dólares a cada montañista que subía.
¿Tuviste la posibilidad de hablar con Kristin Harila?
Sí, la crucé el año pasado y este año, cuando nos vimos, se acordaba de mi nombre. Kristin fue cliente de Matoco Erroz; en sus comienzos, hizo algunas montañas con él. La vi mucho más madura que el año pasado; imagínate que tenía 7 ochomiles y ahora ya algunos los ha hecho dobles, estaba fuerte.
¿Cómo sigue tu actividad montañera?
Mi proyecto principal en estos años era subir las diez montañas más altas de América. Fue un placer conocer todas las provincias: el Aconcagua, el Ojos del Salado, el Tres Cruces, el Incahuasi, el Bonete Chico. Intenté el Huascarán en Perú dos veces y no pude llegar: una vez por una grieta y otra por una infección intestinal. También me falta el Llullaillaco en Salta y el Walter Pen en Catamarca. Espero terminarlo entre este año y el próximo. La idea de otro ochomil me entusiasma; tengo 52 años, no llegaré a los 14, pero me emociona intentar otro. El Shishapangma podría ser uno, sumándome a Mario Vielmo en una expedición. En Nepal me gustaría, por su cultura menos dura, intentar un ochomil allí: el Makalu. Y en caliente, te digo el que nunca subió ningún argentino: el Annapurna. Saldría de una difícil y me metería en otra complicada.
¿Cómo entrenas?
Mi entrenamiento principal aeróbico es la bicicleta y me va bien. Cuando empecé hace años, corría mucho; ahora salgo unas tres veces por semana en bici, dos salidas de dos horas y los sábados de tres a cuatro horas, todo en llano porque vivo en Pilar. Entreno fuerte y duro; la bici no solo te da capacidad aeróbica, sino también potencia en las piernas, algo que correr en el llano no te da. Me faltó un poco el aire en el Nanga, pero nunca tuve cansancio en las piernas. También voy cuatro veces por semana al gimnasio a entrenar fuerza en la parte superior e inferior del cuerpo. Y cuando estoy más cerca de la fecha, unos dos meses antes de viajar, empiezo a hacer elíptico en el gimnasio.
¿Cómo lo vivió la familia?
La familia es un tesoro. Llevo 30 años con mi mujer, quien me apoya y acompaña en los entrenamientos y viajes. Lo más valioso es que confía plenamente en lo que hago. Nos comunicamos a diario y mis hijos ya son mayores; mi hija tiene 20 años y creció con esto, están acostumbrados y conviven con los riesgos. Lo disfrutan, participan y comparten la actividad. Me llevo un teléfono satelital exclusivamente para estar conectado con mis seres queridos, y eso me llena de energía. Poder hablar con amigos y familia durante ese mes en la montaña es invaluable.