Ana Beker nació en Lobería, Prov. de B s . A s , desde pequeña dos emociones solicitaban su espíritu, la soledad de la pampa y los caballos en libertad. Tanto era su amor por los caballos que solía decir:»Los caballos son nobles y están desamparados, como los niños, ponen su fuerza valiosa a nuestros servicios, no tienen dobleces, ni ambiciones, ni hipocresía, como ocurre a veces en las personas».
Si bien Ana vivía en un contexto social donde la mujer estaba resignada a realizar ciertas tareas, se empecinaba en llevar a cabo actividades que eran consideradas para hombres. Luchadora incansable de los derechos de la mujer, decidió demostrar que podía ser capaz de muchas cosas y así concibió su primer aventura. Recorrió 1400 km. desde La Pampa hasta Luján, sola con su yegua «Clavel «, demostrando que una mujer puede realizar lo que se propone y que un buen caballo puede resistir jornadas sucesivas sin caer rendido. Este fue el comienzo de una de las aventuras hípicas más trascendentes de la historia.
Comenzó a planear su segunda excursión, recorrer Argentina a caballo, recurrió al Presidente de la Nación Ortíz, quien le brindó lo indispensable, dos caballos criollos con los cuales recorrió el país durante diez meses. Tal fue la diversidad de climas y paisajes que conoció que la animaron para otro ambicioso propósito, recorrer el Continente Americano. Trabajó diez años, y pudo obtener lo más importante, dos caballos alazanes, fuertes y de buena estampa, uno de ellos llamado » Príncipe » y el otro » Churrito «, a quienes entrenó durante meses.
Su meta era unir las dos capitales americanas más lejanas, Buenos Aires y Otawa (Canadá), y el 1 de Octubre de 1950 partió desde la Plaza del Congreso.
A pesar de haber partido con toda la buena fe, la suerte no le duró mucho. Al tomar la ruta 9 un error en la atadura de la montura provocó que se cayera y quedara inconsciente, tiempo después se despertó en el hospital de San Fernando; y a lo pocos días de recuperarse se lanzó hacia el norte. Ana había previsto las necesidades de los animales pero era difícil calcular la marcha para pasar la noche en los poblados, pudiendo así darles mejor alimento y resguardo. Ella solía pasar días con poco alimento pero los caballos necesitaban abundante agua y comida para poder avanzar.
Recorrió Rosario y Santiago del Estero a través de jornadas sedientas y calores sofocantes. El problema de la falta de agua y los extensos arenales le dieron horas de angustia sobre todo cuando veía entreabrir la boca seca a los caballos caminando bajo la llama del sol.
En el norte, se enfermó Príncipe, se revolcaba en medio de convulsiones por la fiebre, pero al recuperarse llegó a la Quiaca, donde demorada por los trámites aduaneros recibió un premio como huésped de honor. Antes de ingresar a Bolivia, hizo firmar su libro a las autoridades de los pueblos, libro que utilizaba para corroborar su paso por los lugares.
Una vez en Bolivia siguió bajo la lluvia, debió cruzar un río profundo que le llegaba al cuello a los caballos y por momentos debían nadar. El caudal y la corriente eran tan fuertes que tumbaron a Príncipe que llevaba 40 kilos de equipaje. Ana cayó y casi se ahogan los tres, por suerte uno de los caballos volvió hacia la orilla y la arrastró a Ana.
Continuó marcha sobre un cañadón en el momento que se desató una fuerte tormenta y perdida sin rumbo debió dar vueltas durante la noche para encontrar refugio. Soltó riendas a los caballos y la condujeron instintivamente a un poblado.
El frío fue uno de sus grandes enemigos a lo largo de Bolivia y el altiplano en donde llegó a estar a 4000 m. de altura. En una oportunidad hizo dormir a los caballos al lado de su cama para que no se enfermen por el frío intenso. El cuidado hacia ellos llevaba un montón de pormenores, vigilarle el lomo para que no se le hagan mataduras, cuidar y engrasar los cascos, bañarlos, taparlos para que no se refríen por las noches, aflojarle las cinchas en caminos poco accidentados.
Ana dormía en los sitios más improvisados, casetas de teléfonos, ruinas de piedra, chozas abandonadas y rancheríos de indios. Nunca le faltó quien la ayudase, en especial hombres, pero tanto hombres que se llaman civilizados, indios,
campesinos o pastores le pidieron incansablemente matrimonio y para eludir la propuesta ella les contestaba «cuando regrese hablaremos», sabiendo que nunca repetiría el itinerario.
En Río Mulato paso año nuevo de 1951, luego debió atravesar un gran desierto en donde por la homogeneidad del paisaje se desorientó completamente y se encontró perdida. Hizo como en otros casos: soltó rienda y le dijo al caballo: «tú sabrás hacia donde ir».
Llegó a un poblado encorvada sobre el cuello del animal, desfallecida de hambre y en lamentable estado. Mas tarde el alcalde reunió a los indios y uno de ellos se ofreció voluntariamente para guiarla.
En una ocasión buscando un paso, entre cornisas y precipicios, uno de los caballos atropelló al otro y los dos perdieron el equilibrio y cayeron. El guía asustado intentó marcharse, y al verse amenazado por la escopeta de Ana, se retracto.
Más tarde llegaron a La Paz y se alojaron en un cuartel de carabineros, quienes se ofrecieron a cuidar de los caballos. La recomendación de Ana fue clara primero el agua y después la comida, pero el cuidador hizo al revés, Príncipe fue víctima
de un cólico fulminante, y luego de la intervención del veterinario el estado del animal empeoró. Ana gritaba: «si se muere, es que me lo han matado». Minutos después y en medio de una tormenta de granizo, Príncipe moría. Ana lloró amargamente como nunca lo había hecho en su vida, ajena a la noción del tiempo permaneció toda la noche junto a él.
Desde Salta le enviaron un tordillo de buena estampa llamado «Luchador» , de 12 años de edad, de pelaje blanco. Si bien Ana estaba agradecida, no estaba muy satisfecha ya que éste era muy arisco.
Partió de La Paz y a los dos días, cuando iba por la ruta, sucedió otro horrible percance. En dirección contraria venía un camión conducido por indios, Churrito se asustó y dio contra el puente, el camión lo golpeo destrozándolo y lanzándolo al vacío. Ana corrió hacia él, y dando el último relincho, Churrito murió en sus brazos. Intentó hacer justicia, denuncias, abogados, intentos de arreglo, pero de nada sirvió. Días más tarde le enviaron una yegua zaina, llamada “Pobre India».
Estuvo dos meses varada en La Paz, y en Marzo de 1951 arribó a Perú después cruzar el Lago Titicaca, en balsa con sus caballos.
El paisaje cordillerano con sus altos picos se presentaba frente a ella, Ana estaba sentada en una cornisa y Luchador se encontraba apartado comiendo algunos yuyos. De pronto un cóndor de gran tamaño realizó un vuelo rasante sobre él, enseguida pasó otro y luego tres o cuatro más, describían un círculo en el aire y volvían a pasar sobre el caballo, golpeándolo tratando de desbarrancarlo, para que una vez muerto servirles de alimento. Ana intentó ayudarlo pero los cóndores seguían atacando hasta que logró evadirlos con la escopeta.
El altiplano fue camino difícil para Ana y sus caballos, por la falta de pastura y la nieve que caía copiosamente. Una noche que no paraba de nevar se vio obligada a refugiarse en una gruta, esa fue quizás una de las noches más duras que tubo que pasar pues creía que morirían congelados en las frías montañas. Al salir de la cordillera la temperatura subió, pero el alimento para los animales seguía siendo escaso. En oportunidades los caballos mordían desesperadamente los troncos de los árboles, agarraban con los dientes cualquier cosa verde, hasta han llegado a comer su propia bosta, y a veces agotados se arrodillaban en la tierra para no seguir.
En una oportunidad cazadores furtivos de vicuñas la intimaron con una escopeta al creerla miembro del gobierno, pero al presentarse como argentina pudo evadir la situación. No todo fue adverso en estas tierras, los aborígenes incas le proporcionaban su humilde ayuda ofreciéndoles comida y remedios caseros, que les fueron muy valiosos en algunas ocasiones.
Después de trayectos agotadores, aumentó su disconformidad con la yegua, ya que no servía de carguera tuvo que montar solo en ella, esto hizo más penosa su etapa hasta Lima, donde llegó en mayo de 1951. Aquí recibió varias atenciones y obtuvo ayuda para cambiar los caballos. Por ordenes del gobierno se dirigió hacia un cuartel donde eligió un hermoso alazán de 4 años, al cual bautizó «Chiquito Luchador», luego el director de policía le obsequio un animal zaino de siete años con una estrella blanca llamado «Furia».
Salió de Lima después de dos meses, tiempo indispensable para adiestrar y preparar a los tres caballos: Pobre India, Chiquito Luchador y Furia. En este tramo el excesivo calor y la insolación atacaba a los animales que marchaban por arena y montaña. Las jornadas se extendían a veces hasta 67 km, el máximo que podía someterse a los caballos.
En la frontera entre Perú y Ecuador se deshizo de la yegua porque le traía más inconvenientes que ventajas. Debido a una epidemia de fiebre aftosa debió hacer engorrosos trámites pues no le permitían cruzar los caballos, pero al fin logró embarcarlos hasta Guayaquil.
Si bien, Ana solía aparentar ser un hombre, tapándose el cabello, dejando visibles las botas y encendiendo un cigarrillo para evitar robos y agresiones, fue víctima de una persecución. Una vez se tiró a dormir en una estancia abandonada y en medio de la noche escuchó voces en la habitación contigua, eran unos maleantes que planeaban atacarla. Ana saltó de la cama y se vistió rápidamente, los cinco maleantes entraron en su habitación, pero con mucha astucia Ana de un salto les apagó la vela y salió por la ventana para esconderse en un matorral. Por fortuna unas horas después el administrador de un campo cercano acudió en su ayuda.
Luego del recibimiento del presidente en Quito marchó hacia el norte para introducirse en Colombia. El primer pueblo que visitó fue Pasto, en donde a pesar del nombre los caballos no tenían que comer tuvo que darles sopa y la comida de unas tropas que se alojaban por allí. Continuaron la marcha y una mula que pasaba pateo a Chiquito Luchador en su pata trasera, la herida comenzó a infectarse. Como no había veterinarios por la zona un médico le inyectó penicilina y curó la herida pero unos días mas tarde el caballo tenía el vientre inflamado, por suerte le efectuó unos cortes en el vientre y un
liquido purulento salió, Chiquito se recuperó al cabo de ocho días.
Para año nuevo de 1952 se encontraba en Colombia, la revuelta política en el país entre conservadores y liberales afecto a Ana. En una oportunidad le arrojaron verduras, pero comprendió más tarde que era por tener un pañuelo rojo en el cuello que representaba a los liberales.
Recorrió el país de Oeste a Este llegando a Bogotá donde realizó los trámites aduaneros para ingresar en Panamá.
De Bogotá fue a Medellín, para luego internarse en una zona de bandoleros, la temida selva. Ana sabía que todos los que se internaron en esa zona o no se hallaron o se hallaron muertos. Avanzaron 40 km. sin encontrar ninguna población y en un sendero muy estrecho se encontró con una mujer alta y delgada, quien la invitó a su rancho a pasar la noche. La mujer al verla triste, le preguntó que le sucedía, Ana contestó que tenía miedo de los bandoleros, y la mujer sin dudarlo dijo: «yo soy la jefa de los bandoleros» Más tarde le dio algunos consejos, que se saque el sombrero para que se viera su condición de mujer y descartar cualquier participación política.
Más tarde la selva se siguió cerrando, la maleza no la deja avanzar, las espinas desgarran las ropas, enormes helechos y árboles gigantes se encuentran en este lugar, en esta espesura uno no sabe cuando va a salir. Pero lo peor de todo son los millares de insectos de las más diversas clases que irritaban y mordían a los caballos.
Al continuar marcha debió disparar tiros al aire para salvarse de la amenaza de un jaguar y en un instante se vio rodeada de bandoleros que la tomaron prisionera. La primer noche fue vigilada pero la segunda ensilló los caballos a la madrugada y salió a toda marcha.
Sola en la jungla pasó dos meses, cuando se quedaba sin alimento comía flores y siempre, a pesar de las alimañas, dormía a la intemperie.
Para cruzar a Panamá debieron embarcarse en un velero y al tomar aguas abiertas, con mucho infortunio, comenzó un terrible temporal. Entre los gritos, Ana escuchó que los dueños del barco querían tirar los caballos al agua para alivianar el peso. Los navegantes estaban desorientados pero encontraron una bahía para fondear la embarcación, y al pasar el temporal continuaron hasta Colon, Panamá.
Después de varios días de andar atravesó el canal de Panamá por el puente nuevo y con mucho espíritu logró llegar a Costa Rica, atravesó la cordillera de Talamanca y colaboró con los aborígenes para extraer oro y cazar jabalíes.
Después de pasar Navidad de 1952, en la capital de Costa Rica, siguió por la ruta Panamericana que estaba a medio hacer, hasta Nicaragua. Un trayecto por montañas abruptas le hizo recordar otros momentos del viaje.
En Honduras la sequía le trajo muchos problemas con la comida de los caballos, atravesó El Salvador y llegó a Santa Ana cerca de la frontera con Guatemala. En este país aprendió mucho sobre la cultura aborigen Quiché, con un guía indio muy viejo. En San Pedro Necta asistió a una fiesta aborigen que duró varios días, y de allí fue hasta la frontera con México.
En México tuvo jornadas extenuantes, recorría monte tras monte y hubo una oportunidad donde pasó cuatro días en ayunas. Partió hacia el norte con un calor espantoso que la condujeron a tomar agua de charcos. Llegó a Puebla y conocióa los Charros, quienes le dieron una bienvenida con una jineteada.
Al meterse en una cañada fue asaltada por dos hombres armados, le robaron una cámara de fotos, dinero y una bandera argentina, pero por suerte la dejaron marchar con los dos caballos.
Más tarde se dirigió a la frontera con EEUU, en donde en un primer momento le negaron el visado pues no consideraban el raid como deportivo, ni dejaban ingresar a Ana por no tener dinero. Pasaron tres meses de trámites y Ana fue a buscar a sus caballos que los había dejado en una estancia al cuidado de Everardo Villareal. Cuando llegó a la estancia este hombre le dice que los caballos estaban en otro campo. Al encontrarlos, estaban famélicos, los huesos parecían descarnados, hasta los ojos estaban llenos de polvo y de lagañas, los trasladó a otro campo donde se recuperaron.
Al fin entró en EEUU, visitó Texas y pasó año nuevo de 1954. Pasó por Washington y al dirigiese a Nueva York tuvo muchos problemas con el tránsito. En estas tierras los peligros eran otros, tenía que tener mucho cuidado con los vehículos que transitaban los caminos.
Pasó unas cuantas jornadas, y se encontró en Champlan junto a la frontera Canandiense. El corazón de Ana latía estaba a punto de lograr su objetivo, no quedaba más que un simple paseo. A tres días de marcha llegó a Montreal en junio de 1954 y desde Montevelo se comunicó con la presidencia de la República Argentina. Se aproximaba a Otawa, al lugar donde ella consideraba que era el final, frente a la embajada Argentina, a la cual llegó el 6 de Julio de 1954 a las 16 horas. Una gran cantidad de público se reunió en ese lugar. Anita Beker se coronaba la Amazona de las Américas, Chiquito Luchador y Furia, como así también Príncipe, Churrito, Luchador y Pobre India quedan inscriptos en la historia como héroes de una gran hazaña hípica.
Nota extraída del libro Amazona de las Americas por el Periódico Andares
La Amazona de las Américas, un libro culto
La Amazona de las Américas inspiró a toda una generación de expedicionarios a caballo, fue editado en Argentina en el año 1957 con menos de 3000 ejemplares, nunca traducido, irremediablemente agotado.