Su vida bohemia y solitaria, y sus bajos recursos lo llevaron a construir y refaccionar embarcaciones, adaptándolas a su propio estilo, simple y práctico. Con estos “botes” como él los llama, recorrió el mundo entero convirtiéndose en uno de los más destacados navegantes.
Lejos de ser moderno y tecnológico Torroba prefirió navegar con métodos tan antiguos como eficaces: la navegación intuitiva y ciertas técnicas polinésicas que le han permitido recorrer y conocer el mundo entero, basadas en la estrella del cenit. Los polinesios sostenían que para cada isla había una estrella que la señalaba. Alberto llegó a memorizar 57 estrellas del almanaque náutico hasta el minuto.
Su navegación por el mundo comenzó de muy joven, apenas se encontraba en el secundario, cuando empezó a estudiar la forma de construir una balsa para bajar el río Paraná. Fue así, que guiado por un sueño y por un relato de William Willis un hombre que hizo tres cruces por los océanos con una tabla de fibra de vidrio de tres metros y medio, que empezó a asistir a la biblioteca de la Municipalidad de Santa Rosa, La pampa, para recabar toda la información que le sea de utilidad para construir la balsa. Si bien esta loca idea quedó en la nada, constituyó el motor y el punta pie inicial para que Torroba explorara el mundo.
Con dieciséis años abandonó el secundario y se fue de su casa. La difícil situación familiar y el ambiente tenso que vivía con sus padres lo condujeron a tomar una mochila y viajar al norte argentino.
Primeramente llegó a Buenos Aires donde estudió arte, ciencia, religión, y realizó diversas aventuras. Empezó a hacer toda una búsqueda interna, muy diversa, pero todo lo aburría porque no era lo que buscaba.
Siguió viajando y de un momento a otro se encontró en la India. Allí vivió algunos años, sin dinero, descalzo y con una especie de pareo que era todo lo que le cubría el cuerpo. Trabajó en la calle limpiando y lustrando zapatos. Pasó hambre y aprendió yoga.
Cuando salió de la India todo se volvió monótono en la vida de Alberto, estaba cansado de años de nada, de andar con un bolsito. Entonces, a los 28 años, retomó aquella vieja idea de navegar. Comenzó a soñar con comprar un velero, pero sus ingresos no lo permitieron.
Su aventurera vida continuó en Taiwán. Como la pretensión de tener un velero no estaba a la altura de su bolsillo pensó en un bote con una vela que posea un simple requisito, que no se hundiera.
Alberto no tenía conocimientos ni experiencia en navegación, así que su tarea fue doble, conseguir la embarcación y hacerla navegar. Comenzó a buscar en Japón y encontró un viejo y roto bote abandonado en un galpón de una marina. Su dueño debía dinero y el bote le traía problemas así que firmó todos los papeles y se lo regaló. El bote era un Watanabe japonés de 24 pies con timón afuera. Comenzó a repararlo con sus propias manos, le sacó el motor y el inodoro y tapó los agujeros al mismo tiempo que leía libros de navegación. Su primera lectura fue «El navegante completo» donde se indicaba como se utilizaba el compás, la vela, y mucho más.
Con su firme convicción de que podía hacer andar el bote continuó sin dejarse llevar por toda la gente que lo trataba de loco y que le decía que ese bote no iba a navegar nunca. Botó el barco y comenzó a navegar por la Bahía de Tokio al mismo tiempo que aprendía como se comportaban las velas.
Cuando se sintió seguro realizó su primer viaje, de Tokio a Nueva Guinea llegando hasta el norte de Australia y volviendo a Nueva Guinea. Este viaje no lo realizó solo, sino que fue con una japonesa que se bajo en el primer puerto. Ella puso todo el dinero para arreglar el barco y luego se fue con otro hombre dejándole el bote a Torroba.
Así llegó a la última isla de Japón, una isla llamada Chichíshima, un lugar al que acceden sólo los buenos navegantes dado que para llegar ahí hay que pasar zonas de tormentas. En Chichíshima aprendió a utilizar el sextante puesto que a esta isla llegó por intuición. Estaba cayendo el sol y no tenía idea de adonde se encontraba, tomó la posición con la brújula y fue para donde le parecía. Dio muchas vueltas y luego de navegar tres días llegó a la isla.
Regresó a Nueva Guinea en la parte que está junto a Indonesia, con poca plata y con otro bote.
En Nueva Guinea tuvo problemas con las autoridades por marihuana y debió vender el bote para pagar un abogado y salir en libertad. Casi sin dinero logró comprar una canoa, la mejoró y comenzó a navegar nuevamente. Su vida descontrolada se había convertido en una locura y terminó casado con una negra y viviendo en una choza. Acabó instalado en una tribu donde solía pescar haciendo una vida tribal.
Lo terminaron deportando. Un sacerdote que no le interesaba que haya un blanco en su tribu armó una revuelta y se lo llevaron los militares. A lo largo de siete días lo suben a una lancha, lo meten en un avión y llega a los Ángeles y de ahí lo mandan a Ezeiza. Su atuendo y su equipaje eran tan sólo un pasaporte y un taparrabos. A la semana terminó en Plaza de Mayo sentado en un banco con su pasaporte y su ropaje sin saber a donde ir ni que hacer.
Se quedó en Argentina ocho meses, tiempo que aprovechó para realizar un curso de piloto. Encuentra una embarcación y la compra, un Parodi que estaba mal de fondo. Lo bautiza con el nombre «Náufrago», haciendo alusión a la canción de Lito Nebia. Los náufragos era una banda comercial pero se decía también náufrago a los hipíes y él consideró que ese era el mejor nombre que podía ponerle a un bote.
Después de ocho meses de preparar el barco viaja con el “Náufrago” a Punta del Este, cinco días de navegación y una mala decisión provocan que el bote se hunda en Punta Brava.
“…por apurado lo pierdo por querer pasar en vez de aguantar a atrás de la isla Gorriti a que pase todo. Así que naufrago en Punta del Este y quedo a pie. Ahí conozco a Guillermo Rivas y al Vasco Erramuspe y me subo con ellos en su barco hasta Florianópolis donde se quedan, yo sigo hacia el norte por mis medios…”
En el norte de Brasil conoce a un personaje llamado Mono Milano propietario hoy del Mago del Sur, gran conocedor de la costa brasilera quien le indica a Alberto donde puede conseguir un barco. Así, llega a Caxaiba do Soul en el Estado de Bahía, donde hacían Saveiros en la Playa. Allí cortan los troncos entre dos con una inmensa sierra y construyen las cuadernas con un hacha, y sin planos. El dinero no le alcanzaba. Después de una intensa búsqueda encuentra un Saveiro abandonado que tenía el fondo podrido y con la ayuda de un carpintero lo repara.
Con este bote de cinco metros da la vuelta a Sudamérica y llega a Panamá. Consigue cruzar al Pacífico sin que le cobren porque logra subir, en una intrincada maniobra, el bote arriba de un camión.
Así decidió cruzar el Océano y sin querer, por culpa de las calmas chichas llega a Tumaco, Colombia. Ahí construye una embarcación de tipo prao de diecisiete metros de largo, pero lo abandona porque no le convence y se pone a construir el «Ave Marina II» porque el “Ave Marina I” era ese prao.
Para Alberto este barco fue el más lindo, el que más quiso, el más extremo, el más importante, el que mejor funcionó. Es el primer sueño que tuvo, un barco con una vela.
Con el “Ave Marina II” llegó a Filipinas donde se casó, hizo un catamarán con el que se fue a China con su mujer, luego a Macao, a Honk Kong, y regresa a Filipinas donde vende el catamarán a uno que hacia excursiones de turismo y se pone a construir una carabela. Consigue un tronco apropiado lo tablea y hace la carabela junto a un carpintero de muebles.
Había por fin encontrado lo que buscaba, entonces pensó que había dejado pendiente tener una familia y trabajar en un lugar que le gustara.
Con la carabela llegó a Kenia. En esa etapa de intentar la otra vida llegó a Brunei adonde el Sultán era un amante del polo. Y luego de años se encontró de vuelta con los caballos. Ahí empezó a pensar en la posibilidad de volver a Argentina..
Con la mujer embarazada, sintió más que nunca la necesidad de regresar, ya tenía 30 años.
Así viajó por todo el mundo, y fue cambiando de embarcaciones, fue ganando experiencia y conocimientos de la vida a bordo. En sus numerosas navegaciones se las ha visto difícil. En varias oportunidades sus embarcaciones dieron vuelta de campana, y le han hecho perder su poco pero tan necesario equipaje.
La primera vuelta fue en Punta del Este, Uruguay, por querer pasar en vez de quedarse al abrigo. Fue por hacer lo que no tenía que haber hecho. La segunda vuelta fue cuando navegaba saliendo de Panamá rumbo a Galápagos. Era de noche, iba en una canoa, pierde muchas cosas por tener el tambucho abierto; y la tercera en Nueva Guinea cuando una ola lo da vuelta. La canoa era liviana y flotaba alta porque le había adaptado una tabla así pudo quitar el agua de su interior fácilmente. En esta ocasión se acerca un bote de prefectura que fueron con la bandera de “rescate” pero le terminan robando lo poco que tenía, le quisieron sacar el bote y este se terminó estrellando con las rocas y desapareció en el mar.
Todos esos años de aventuras lo llevaron a ser uno navegantes mas reconocidos en el mundo, y fue así que Alberto Torroba, un tipo simple, impulsivo, agradable, con buen humor y energía positiva, logro cumplir todos sus sueños.
Actualmente vive en La Pampa con su esposa e hijas. Conoció a su mujer Rebecca en Filipinas, ella estaba con su familia, y se subió a su mundo, a su universo de agua y sal. Alberto tubo tres hijas, Luna de Mar, Denevola y Alma Ranquel.
“Tal vez ahora no preciso ir a ver que hay del otro lado del sol. Es lo mismo que acá”
Libro
Alberto publicó un libro llamado “Relato del naufrago y el Ave Marina”, de edición limitada donde habla de los viajes y los barcos, cuenta todo salvo las cosas que hace en tierra para constituir una especie de leyenda…
Los viajes que relata son: Bs As-Salvador, Salvador-Sao Luiz de Maranhao, Sao Luiz de Maranhao-Santa Marta, Santa Marta-Archipielago las Piedras, Archipielago las Piedras-Tumaco, Tumaco-Taboga, Taboga-Galapagos, Galapagos-Marquesas, Marquesas-Suwarrow y Suwarrow- Wallis
Descripción de un amigo
Así lo describe su amigo, Guillermo Rivas (navegante argentino), en su libro de bitácora del «Mulato». Un barco de 28 pies en el cual navegaron juntos desde Punta del Este a Florianópolis en 1986, luego del naufragio de Torroba en Punta Brava. Estos son algunos extractos.
“Curioso personaje llamado Alberto Torroba, de santa rosa, La Pampa, de contextura física fuerte, pero muy largo, que a los 18 años de edad vendió la moto para comprar un pasaje (ida solo) a Paris y trotó por Europa y parte de Asia, vivió dos años en la India y llegó al Japón, donde pudo armarse de un velero de madera de siete metros y navegó desde Japón hasta Nueva Guinea con una compañera.”
“Lo invitamos a almorzar al Mulato y charlando lo invitamos a incorporarse a la tripulación a lo que accedió inmediatamente. Así que tenemos el segundo Mono a bordo, el Vasco que come las naranjas con cáscaras! (Hay que ver para creer!) Y este otro que hace cuatro años que no se calza, anda en patas por todos lados (la misma costumbre de AmyrKlink el brasilero que cruzó en canoa a remo desde África a Brasil), tiene un callo en cada pata que parece una media suela”
“Así fue como el domingo dieciséis de febrero del 86, a las 19 horas partimos de Punta del Este, el Vasco, el Pampeano Tatu y yo con un sudoeste de 25 nudos”
“La tripulación se lleva muy bien, hay buena onda, el Pampeano fue un descubrimiento y se confirmo nuestra impresión inicial cuando lo conocimos”
“Antes de conocerlo nos habían llegado los comentarios del «loco” de pelo largo que naufragó en Playa Brava, con la onda de indeseable que se le hace a algunos personajes en los ambientes «caretas» como Punta del Este. Lo conocimos una noche y en la charla informal que tuvimos no nos pareció nada loco, al contrario, su paz interior y su equilibrio ayudó a que lo invitáramos a almorzar al día siguiente al «Mulato». A la noche conversamos con Tatu y el Vasco y coincidimos en llevarlos al Pampeano”
“El Pampeano con el transcurso de los días paso a llamarse «Polinesio» y finalmente por inspiración del Vasco: se paso a llamar “Mahoma” Apelativo que predominó. Mahoma instaló un timón de viento, que nos sirvió muchísimo. Navegamos cientos de millas sin tocar la caña. Después de regular el sistema unos minutos hasta equilibrarlo milagrosamente el timón iba corrigiendo los desvíos del rumbo lo que representa un importante ahorro de energía humana en la navegación. Gran cosa este sistema instalado por Mahoma”
“Nunca se me habría ocurrido que con una pequeña vela de proa y unos elásticos en la caña del timón se puede armar un timón de viento ¡Gande Mahoma!”
“Mahoma nos consultó si a nosotros nos molestaba si él navegaba totalmente desnudo, a lo cual le respondimos que no teníamos ningún problema, tras lo cual durante las horas diurnas estaba todo el tiempo en «traje de Adán».
“En las guardias nocturnas manteníamos interesantes charlas en las cuales me contaba de su viaje por tierra por Europa y Asia y luego su travesía en una pequeño velero de madera al que le saco el motor, desde Japón hasta Nueva guinea. También me hablaba de las religiones de oriente y de su forma muy especial de encara la vida. Me aconsejaba que le sacara el motor al barco y también la ecosonda etc. y todo aparato tecnológico que él consideraba innecesario.”
“Me dijo algo que yo luego en buena parte comprobé que era así: » con la tecnología que tenés a bordo, va a ser mayor el tiempo que vas a perder reparando lo que se rompe que el tiempo que vas a disfrutar de la vida navegando»
“Pienso que un navegante en la medida que depende de la tecnología, se debilitan los «censores» naturales que tenemos los humanos para llevar el barco con buen rumbo, como son la vista, el oído, el tacto, el olfato, la intuición, la capacidad de observación y la «corazonada».
“Todo esto a Mahoma le sobraba, por eso no necesitaba tecnología. Durante el día pasaba buen tiempo dibujando su próximo barco y charlando sobre eso. Siempre eran barcos muy pequeños y con aparejos bien simples”
“El viernes 21 de febrero de 1986 a las 22.00 horas llegamos a Florianópolis. Mahoma se desembarco para seguir hacia el norte. Su plan es llegar al norte brasileño, ahí construir su pequeño barco y navegar hasta el caribe, Panamá, Pacífico e intentar un cruce hacia la Polinesia.”
“Es un ser muy especial, con mucha «Polenta» y agradezco a la vida por haberme dado la oportunidad de conocerlo….”
“Mis navegaciones han sido en solitario casi siempre y en la magia de la soledad. Que es el encuentro con las partes del barco. Cuando cruce el Indico lo cruce con mi mujer y era más aburrido y le faltaba esa charla y conversación de vos y el mar, vos y vos de la manera que lo quieras decir. Vos y tu propia locura y es parte de la fuerza que encontrás” Alberto Torroba
One comment
Yuru Pue
mayo 20, 2020 at 3:40 pm
B día..necesito comunicarme con Alberto Torroba… gracias
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