En el fatídico 11 de marzo de 2011, el potente terremoto de magnitud 9 destruyó su hogar en el territorio de Miyagi, una de los más castigados. Milagrosamente, Sumi y Jin fueron sepultados bajo ladrillos, vigas y tejas, pero no murieron. Ambos se hallaban en la cocina y, tras quedar atrapados entre los escombros, se las arreglaron para sacar comida de la heladera pese a que estaban muy débiles por las heridas.
A oscuras, soportando temperaturas bajo cero y con la agonía de pensar que tenían las horas contadas, sobrevivieron a base de yogures durante nueve interminables días. La anciana tenía las piernas inmovilizadas, pero su nieto, a pesar de la hipotermia, logró escapar de entre los restos del inmueble destruido y llegó hasta el exterior, desde donde hizo señales a un helicóptero de salvamento.
Como la policía no podía sacar a Sumi, tuvieron que llamar a un equipo de rescate para salvarla. Ambos fueron trasladados en helicóptero al hospital de Ishinomaki, donde pudieron contar que sobrevivieron al peor Tsunami de la historia reciente de Japón, que provocó una ola de diez metros borrando del mapa cientos de pueblos.
Este hecho se suma al de Hiromitsu Shinkawa, un hombre de 60 años que fue encontrado dos días después del Tsunami, a 15 kilómetros de la costa. Tragado por la fuerza de las olas al retirarse, resistió encima del tejado de su casa hasta que fue avistado por un destructor de la Marina nipona. “Ningún helicóptero o barco que ha pasado cerca me ha visto, pensé que iba a ser el último día de mi vida”, relató cuando fue rescatado.
El recuento oficial de víctimas de ese año entre muertos y desaparecidos que dejó la catástrofe fue de 20891. Sólo en la prefectura de Miyagi, la Policía calcula que han perdido la vida unas 15.000 personas y que unas 452.000 personas perdieron sus casas.. Además de las casas que tumbó, el tsunami dejó en el primer periodo 250.000 viviendas sin luz y un millón sin agua.
Las pérdidas por los daños materiales se calculó en 176.000 millones de euros, que supera el terremoto de Kobe como el desastre más caro de la historia, ya que su reconstrucción superó los 81.000 millones de euros.