Por Marcos Ferrer entrevista a Rodrigo Esmella, Fotos Rodrigo Esmella
Siempre te gustó hacer deportes?
Sí, desde chico. Además, si te gusta, la geografía del lugar invita a hacer este tipo de actividades. Un día aparecés con unas botas o zapas de trekking, y hacés trekking. Otro día con una mochila, equipo de escalada y haces escalada. Y otro día, miras para arriba y ves parapentes volando… jajajaja! Así que hice el curso y empecé a volar.
Qué hecho sucedió en 2016 que marcó tu vida?
Estaba en Capilla del Monte, era domingo, domingo 21 de febrero. Me habían invitado a hacer un vuelo en parapente, la condición estaba buena, pero ese día estaba cansado y no tenía los ánimos fuertes. Unos días atrás había tenido una pelea fuerte con mi hermano, no nos estábamos hablando. Todo eso influía. Pero como el conocedor de la zona era yo, accedí a hacer la guiada hasta allá arriba. Para hacer algo de estas características la cabeza tiene que estar tranquila, uno tiene que estar relajado.
Hicimos el despegue en el Cerro Uritorco, aproximadamente a las 15:45. Mi amigo despegó primero. Uno para despegar necesita que el viento esté de frente, la ladera que se usa para despegar tiene que estar enfrentada al viento. Generalmente el despegue es horizontal, corriendo hacia adelante, en contra del viento y en dirección hacia la bajada de la pendiente. Pero puede pasar, si la condición es potente, que en vez de salir hacia adelante, tu despegue sea vertical. Y eso pasó. Salí hacia arriba, esperando para poder avanzar e ir hacia adelante, empecé a derivar hacia la izquierda, seguido de una pequeña rotación hacia la derecha. Y es acá donde se pliega mi vela y caigo.
Tuve una plegada asimétrica del lado derecho, eso significa que una parte del ala se pliega y deja de volar, mientras que la otra mitad (izquierda) sigue volando, avanzando, generando una rotación sobre el eje.
Las plegadas pueden suceder, pero lo importante es tener altura para contar con un margen de tiempo para que la vela se abra de nuevo. Imaginate que son unos 27 m2 de tela anclados a tu cadera por medio de un arnés, y para que esa cantidad de tela vuelva a configurarse como ala requiere de un tiempo. Si estoy con altura suficiente, cuento con ese margen de tiempo. El problema fue que estaba a baja altura y llegué al piso antes que la vela vuelva a volar. Caí desde unos 20 mts, con el peso del cuerpo sobre la pierna izquierda y pegué fuerte.
Cuando impacto contra la ladera, la pierna izquierda hace presión hacia arriba mientras el torso va hacia abajo. Esta presión me rompe la sínfisis del pubis, desplaza hacia arriba el lado izquierdo de la cadera, fractura el sacro de ese lado izquierdo, me fisura la quinta lumbar, y cuando caigo con los brazos hacia adelante para frenar el golpe, me saco el hombro izquierdo. Y todo ese aplastamiento en la zona del abdomen produce un hematoma retroperitoneal. Así, quedo tirado.
Qué paso a partir de allí?
Dos días antes había estado haciendo trekking con Julio Guevara, amigo de años y compañero de muchas salidas a las sierras, caminando, escalando, compartiendo guiadas con turistas, etc. Además, es el jefe de Bomberos Voluntarios de Capilla del Monte. Y en esa salida de trekking habíamos acordado que el domingo íbamos a ir a hacer escalada en roca. Un rato más tarde recibo un mensajito en el que me proponen hacer el vuelo y accedo.
Al día siguiente, estando ya arriba para el despegue, Julio me llama para coordinar la salida de la que habíamos hablado. No lo atiendo porque estaba preparando el equipo de vuelo. Cuando tuve todo listo lo llamé y le dije donde estaba. Así que, con un par de binoculares se dispuso a ver mi vuelo desde el patio de su casa. Estábamos a una distancia de unos 5 km, Julio en su casa y yo en la ladera del cerro, que se podía divisar desde el pueblo.
A esa distancia no pudo ver con total claridad lo que pasó, pero mi vuelo había sido raro y de muy poca duración. Eso llamó la atención.
Cuando estoy en el piso me confundo y empiezo a llamar a Julio por el handy, handy que estaba en frecuencia con el otro piloto. Entonces me doy cuenta que no me va a responder. Quiero agarrar el teléfono para llamarlo y algo raro me pasa cuando muevo el brazo. Involuntariamente me rotaba el torso completo. Ahí me doy cuenta que tengo el hombro luxado, fuera de lugar.
Después de un par de maniobras netamente contorsionistas, jajaja, logré hacer el llamado para contarle lo que pasó. La respuesta fue: “ya salgo para el cuartel, llamo a los chicos y salimos para allá. Calculá una hora y media hasta que lleguemos”. Era lejos, yo estaba tirado en una ladera del cerro, a unos 1.500 msnm. Y la llegada a ese lugar no tenía un acceso fácil.
En qué posición estabas?
Estaba entre acostado y sentado, con el terreno en declive, o sea, bien incómodo, jajaja… con el torso en inclinación ladera hacia abajo, haciendo fuerza porque me tenía que sostener, queriendo estar con la cabeza erguida. Una pierna afuera y la otra adentro del arnés (es un arnes en el que, durante el vuelo, llevas las piernas guardadas en una especie de saco o tubo de tela) y cuando movía la pierna izquierda, adentro, a la altura de la vejiga, sentía como si estuviese moviendo una bolsa de agua con un palo. Sin dudas, algo estaba suelto. En un momento siento en la zona abdominal como un derrame, caliente. Pensé que me había orinado, entonces abro el arnes esperando ver el pantalón mojado. Cuando lo vi seco, dije: “listo es una hemorragia interna y para cuando lleguen los chicos, palmé”. Fue muy loco ese momento, entender y experimentar emocionalmente la muerte y decir “esta es la última que hiciste”. Fue raro. No grité, no lloré, ni me desesperé. No tenía miedo. Sentí que ya no tenía nada. Experimente el desapego, un desapego total. Me pasaban imágenes por la cabeza. Me acuerdo una. La puerta de mi casa y mi mano agarrando el picaporte, abriéndola y mi vieja con el mate en el comedor. Y la volvía a cerrar. Esa cosa tan simple como abrir la puerta de tu casa, no lo iba a hacer más.
Ahí pienso en llamar a mi vieja. Espero que suene la sirena de los bomberos porque supuse que si la llamaba y después escuchaba la sirena, algo le iba a sonar raro. Dejé que suene como suele pasar a veces en el pueblo, y llamé.
De allá arriba se veía todo Capilla del Monte, vista privilegiada. Y también se escuchaba todo.
La llamo queriendo disimular y a penas atiende me dice “Rodrigo estas bien?”… Las madres y esas malditas antenas parabólicas con las que se recibieron! “Nada” le dije, estamos guardando los equipos, en dos horas estoy por allá. Previamente, le había pedido a Julio que no le digan nada así no la preocupábamos, por lo menos hasta que tuviésemos resuelto el rescate.
En ese momento de espera, me entra un mensaje con un audio de la música de la película El Pianista. Esta escena fue prodigiosa. Fue dramáticamente bella, o bellamente dramática. El celular apoyado en el pecho, la música de la película sonando, mirando el Uritorco de frente, con las laderas yendo hacia la cima, el pajonal moviéndose en masa por las ráfagas de viento que iban pegando contra el cerro, y yo, quebrado física y emocionalmente. Sentía que estaba inmerso en un estado de una sensibilidad tan alta que me permitía percibir otras sutilezas. Una belleza y una paz indescriptible. No sentía dolor y estaba totalmente entregado a ese momento, admirándolo.
Creo que lo que nos asusta de la muerte es sólo experimentar el dolor, porque el pasaje de un plano a otro, intuí, debe ser Maravilloso.
“Experimenté el desapego en su máxima expresión”
Y en lo mejor de la escena, se escucha el ruido del handy: “shhhhhhhhhh shhhhh, Neroo, Nero me tomá? Tamo subiendo con los choori, el asaado, la cooca y el ferneé!!! Ahí tamo viendo un trapo naranja (mi vela), tamo subiendo a las chapa!!!” No todos tienen el privilegio de ser rescatados por un equipo de Bomberos Cordobeses. Una experiencia “Picante Picante” y con mucho humor. Y del Bueno… jajaja! Los pibes venían a fondo. Varios de ellos, amigos.
Pasaba el tiempo y seguía vivo, despierto. Hasta que llegaron todos. Después, cuello ortopédico, camilla y llaman al helicóptero.
Te quedaste tranquilo allí?
Bajarme a pie era riesgoso por los tiempos. No sabíamos realmente en qué situación estaba y si era grave o no lo que tenía. Además, la zona era complicada, con un terreno de mucha pendiente y prácticamente sin senderos que faciliten la evacuación. Por eso deciden llamar a un helicóptero.
Me fueron sacando el equipo para poder pasarme a la camilla. En un momento me sacan el handy, que lo llevaba atado para que no se caiga en vuelo. Me lo había comprado hacía un par de meses, estaba nuevo. Cuando pasaron el handy por debajo de mí, desenroscando la vuelta que tenía el cordín que lo sostenía, veo que aparece sin la perilla del encendido. Le dije al bombero que me asistía, que cuando me corran de lugar, se fije si veía el botón y me respondió entre risas: “dejate de joder gringo, estas hecho mierda y estás buscando eso?”. Nunca se fijó y me quedó lo de la perilla en la cabeza.
Llegó el helicóptero y empezó a buscar un lugar para quedarse estacionario (hovering, “flotando”), porque la ladera inclinada no ofrecía un lugar llano para aterrizar. Cuando nos dieron el “ok” desde la aeronave, empezamos a trasladarnos hacia el Helicóptero que estaba a unos cuantos metros de distancia de nosotros. Me llevaban de espaldas, yo no podía verlo, pero obviamente lo sentía detrás de mí. Y en ese momento tuve un mal presentimiento, sentía que algo no estaba bien. Primero intentan subirme ingresándome desde la cabeza, pero el médico les pide que me den vuelta porque yo queda ubicado al revés y el no podía trabajar correctamente conmigo. Todo esto con la puerta de acceso a 1.60 m del suelo, y el helicóptero haciendo la maniobra de estabilización. Una escena vertiginosa, sentía la tensión del momento. Me dan vuelta, empiezan a ingresarme por las piernas y cuando me están empujando hacia adentro y todavía tenía medio torso afuera del helicóptero, el borde de la camilla del lado de los pies pega en algo que desestabiliza el Helicóptero. Primero, pierde sustentación y el patín que estaba en el aire baja hasta el piso. Después se va de trompa hacia adelante. En ese momento, la inclinación fue tal que yo, estando acostado, atado a la camilla y con un cuello ortopédico puesto logro ver por el parabrisa, la quebrada de la ladera en donde estábamos. Después se inclina hacia atrás, como si se fuera de cola, pero inclinado sobre el lado derecho. Acá las hélices tocan la ladera y colisionamos por completo. No explota porque el piloto corta antes el suministro de nafta, pero no el electro que mantiene la turbina prendida y es la que origina el primer foco de incendio, quemando el pajonal.
Cuando todo queda quieto, veo al piloto tirado en un ángulo de la cabina y del otro lado al médico, lleno de vidrios encima. Me mira y me dice: “estás bien?” Le digo qué sí. Lo único que tenía era un corte muy chiquito en la cabeza.
Se escuchaban los gritos de los bomberos desde afuera: sáquenlos, sáquenlos!!!”. El piloto salió por adelante, no sé bien por donde y el médico por la puerta lateral que quedó mirando hacia arriba. Cuando saltó para salir, se fracturó el calcáneo (talón). Yo, adentro, todo atado sin poder moverme, con total conciencia de lo que estaba pasando, mirando todo pero sin reaccionar. Yo esperaba la explosión. Escuchaba en la turbina un ruido grave y el sonido del fuego ya quemando afuera. Me tironeaban de una pierna, la otra la tenía trabada, enganchada en un fierro. ¿La famosa escena en cámara lenta y en donde el audio de todo parece venir de lejos? Esa, la misma escena era la que estaba experimentando en ese momento. No recuerdo miedo, no recuerdo dolor, no recuerdo desesperación, estaba viendo todo, lo podía observar. Ahí pensé “sí no hacés algo, te quedas acá. Así que logro zafar el hombro del velcro que me lo sostenía a la camilla y alcanzo con la mano la botamanga del pantalón de la pierna trabada. Me desenganché y sentí que la camilla salió deslizada hacia afuera de un tirón y nos alejamos rápido del lugar. Tuvimos 12 minutos hasta la explosión. Se levantó un hongo negro que estaba siendo visto desde abajo del cerro por todo Capilla del Monte. Eran las seis y pico de la tarde.
Se prendió fuego todo y el viento que soplaba derivó las llamas hacia la ladea que tenía el sendero de bajada. Entonces, el rescate fue a pié, con dos camillas, la mía y la del médico que no podía caminar, por una ladera sin sendero, muy empinada y que a medida que perdíamos altura la vegetación se ponía cada vez más cerrada y lo único que había para ir abriendo huella era dos bastones de trekking. En un momento, antes de empezar a bajar, aparece allá arriba mí hermano, Germán, con quien no me hablaba hacía días. Lo vi y me quebré, le pedí disculpas. Fue una bajada durísima, eterna, que empezó a las 19 h del domingo y que llegó a la ambulancia, que nos esperaba abajo, a las 7:30 de la mañana del día lunes. Germán me bajó junto a los bomberos y me dio agua toda la noche. Mientras tanto, más bomberos subían, dificultados para encontrarse con nosotros porque estábamos en un lugar sin sederos, con una vegetación muy cerrada y de noche, llevando agua, machetes, y lo necesario para poder bajarnos. Y otros bomberos subían a controlar el incendio.
“No recuerdo miedo, no recuerdo dolor, no recuerdo desesperación, era un slow motion”
Derecho al hospital?
Sí, al Hospital San Roque en Córdoba Capital. Cuatro días en terapia intensiva y después en habitación común, esperando una operación.
Conocí a un equipo de profesionales impresionantes, con un corazón gigante. Gente maravillosa a los que les estoy enormemente agradecido, empezando por el Dr. Pablo Segura, la Dra. Lizi Sucaria y la Dra. Miriam Maldonado, seguidos de un equipazo que voy a nombrar: Lucho, Jesús, Santi, Normi, Estelita, Nori, Cari, Silvia, Vani, Marta, Sandra, Adrian, Andre, Sil, y Walter que todas las mañanas a las 6.30 venía a limpiar la habitación y nos quedábamos charlando.
Cómo fue la recuperación?
Me dijeron que me tenían que operar. Tenía desplazado el pubis y tenían que volver a sujetarlo. Pablo, el traumatólogo, me dijo: “¿Imagino que vas a querer volver a hacer tus actividades de siempre, no? Entonces tengo que ponerte placas”. Y así fue, cinco días después de esa charla, un jueves, entré a quirófano por primera vez en mi vida. Me dieron de alta el sábado. Y el domingo me llamaron del hospital porque me tenían que internar de nuevo. En los análisis que me habían hecho aparecía un virus y tenían que atenderlo. El lunes estaba entrando de nuevo al Hospital. Estuve 15 días más y entre dos veces más a quirófano para hacer unos lavados en la herida.
Después volví a mí casa y me fui recuperando. Habían pasado 2 meses y medio, y una semana antes de volverme a Buenos Aires quise subir de nuevo al lugar del accidente. Me acompañó Julio y su señora, le pregunté dónde estaba tirado exactamente. Fui hasta el lugar que me señaló, y después de llorar un buen rato, pedirle disculpas al lugar y a todos, y agradecer, me recosté con la misma posición con la que estaba ese día y puse mi mano por debajo de mí, entre la espalda y el piso, queriendo ubicar un lugar específico en el suelo. Después me corrí sin sacar la mano de ese lugar. Quedó apoyada sobre un montículo de pajonal. Con las dos manos abrí ese matorral, separándolo en dos partes y en el medio, con un poco de tierra encima, estaba el botón del handy.
Mi agradecimiento especial al médico y al piloto del Helicóptero, a Julio Guevara y al Cuartel de Bomberos Voluntarios de Capilla del Monte, a todos los chicos del Hospital San Roque de Córdoba Capital y a mí hermano Germán.