por Ubaldo Argüello, fotos Marcos Ferrer
Debo confesar que por momentos durante el recorrido pensé que sería la última también, pero pasado el periplo por el barro y los arroyos, el río y la playa, esa idea se fue diluyendo para dejar la definitiva, volver el año próximo con las mismas ganas. Confieso también que hace poco menos de un año cambié una vida un tanto sedentaria por este nuevo mundo “runner” corriendo en mi ciudad natal La Plata, en Tandil y los sabidos y necesarios fondos de fin de semana.
La experiencia de esta MAX no puede nunca para mi ser individual, ni ser separada de la vivencia comunitaria y colectiva de mi grupo de entrenamiento del Parque San Martín con mi gran profe Paula Sequeira, alma mater de un hermoso grupo humano que retroalimenta, estimula e impulsa a cada uno de sus participantes. En este contexto, la carrera termina siendo superlativa, antes de ella entrenando, acompañando y preparando la previa donde lo deportivo es una consecuencia del compartir.
Durante la carrera pasan varias cosas, comenzar junto a los compañeros, ir distanciándonos a medida que avanzamos, pensar, pensar mucho en cómo administrar esfuerzo frente a lo desconocido para luego dejar de hacerlo y disfrutar el lugar, la reserva El Destino con su bosque y aromas a eucalipto, los canales y el sonido del agua, incluso el barro con ese color gris arcilla tan característico. Todo esto cambia cuando las piernas comienzan a sentir el peso del terreno y de pronto se llega a la playa en el preciso momento en que el sol da brillo al agua y se ve una tropilla de caballos a lo lejos galopando en el río frente a nosotros. Ahí se respira hondo, pareciera que se recargan las pilas y sigue otra etapa, correr por la playa con sol y vistas largas al horizonte.
Todo va concluyendo cuando de la organización nos indican donde volver al camino del monte donde espera lo más duro, el famoso barro, los zanjones, los charcos, el suelo incierto y los tropezones, cuando las piernas empiezan a no responder. También están las risas, todo parece absurdo, por momentos gente grande volviendo a ser niño jugando en los charcos, se trata un poco de eso me parece, de jugar.
Y aquí el final, donde los fotógrafos aparecen al costado del camino, en los canales y con el agua a la cintura, a lo lejos se escucha el punchi punchi sonando en la llegada. Eso estimula y saca algo que parecía no estaba en las piernas, el plus. Todo junto a los gritos, el aliento de los que nos esperan en la meta y nos ven desde lejos, a esos que queremos ver y queremos que estén, quienes son parte de todo este proceso. No es tan sencillo describirlo con palabras, por eso hay que vivirlo e invito q todos a que no se lo pierdan, vale mucho la pena, lo vale sobradamente.
Muchas gracias.-