Por Tiziana Laborde y Juan Martín Laborde
Fotos Juan Martín Laborde
El Camino de Salkantay una senda alternativa a Machu Picchu
El trekking a Machu Picchu por el camino de Salkantay empezó al llegar a Cusco, donde pudimos observar restos de los incas mezclados con construcciones de la conquista española. Una salida por los alrededores, nos permitió ver ruinas en excelente estado de preservación como también caminos escalonados, típicos de la cultura.
Salkantay es considerado como una ruta alternativa a Machu Picchu, después del Camino del Inca. Este trekking de 5 días caminando a los pies del Nevado de Salkantay de 6.271 msnm (en quechua «Montaña Salvaje»), es una travesía diferente a la ruta tradicional, y permite apreciar la transformación de paisajes andinos atravesando riachuelos, vegetación de selva tropical, caseríos y tierras de cultivo artesanal hasta legar al Santuario de Machu Picchu.
Comenzamos a caminar
El trekking se inició desde el poblado, a tres horas de Cuzco. A la mañana, después de un traslado en bus privado hacia Mollepata (2.950 msnm), arribamos para desayunar mientras los arrieros cargaban el equipo en los caballos. Durante el primer día, fue posible recoger vistas panorámicas del majestuoso nevado Salkantay y el Río Apurímac. Pasamos por algunos asentamientos de comunidades andinas y tradicionales como Cruz Pata y Challacancha, donde paramos para el almuerzo, y continuamos caminando por las aldeas de Soraypampa a 3.850 m.s.n.m, donde se levantaba el primer campamento. Luego de una merienda, fue posible realizar una corta caminata a una pequeña laguna de aguas cristalino-turquesas coronada por uno de los glaciares de la cordillera del Vilcabamba y al regreso, pudimos disfrutar de una reparadora cena.
A pesar del frío que nos obligó a ponernos las camperas de duvet, el cielo nocturno en Soraypampa estaba repleto de estrellas y, una vez más, la naturaleza era la gran protagonista.
Hacia el abra
El segundo día de trekking se inició bien temprano con un entorno aún a oscuras. Los preparativos para la caminata fueron rápidos y lentamente ascendimos desde Salkantay Pampa, a 4.200 m.s.n.m. hacia el Abra, lugar en el que muy pocos andinistas lograron llegar a su cima. Este cerro es famoso por sus constantes e impredecibles avalanchas que han cobrado vidas de varios escaladores.
La pendiente de la marcha se hizo cada vez más inclinada y en algunos casos, fue posible montar a caballo para realizar el agotador ascenso hasta llegar al Abra del Salkantay. Un cartel y las apachetas (piedras agrupadas como marcadores) colocadas por los viajeros, nos indicaron que estábamos a 4.549 m.s.n.m.
Miramos a nuestro alrededor y los glaciares y seracs de hielo que colgaban de los cerros nos parecían cercanos. A unos pasos pudimos llegar a pisar la nieve. También apreciamos otra cara del nevado Tucarhuay, donde disfrutamos de la vista que nos regalaba el Pumasillo a 6.100 m.s.n.m., junto a otras montañas de la cordillera del Vilcabamba.
En ese lugar el viento se hacía constante. Al refugio de grandes rocas dispersas en los alrededores y con el calor del sol, nuestro guía, Elio, compartió una ceremonia ancestral contándonos una historia de hace muchos años, perdida en el tiempo, relatando sobre esas tierras cuando eran parte de un gran imperio.
La historia nos cuenta
A la llegada de los españoles (año 1532), el Imperio de los incas representaba el punto final de 4000 años de una cultura en desarrollo; proceso que fue paulatino en el que, a excepción de la metalurgia, las técnicas básicas se poseyeron desde la prehistoria. Los orígenes de la civilización se iniciaron en la misma historia del Altiplano (cultura Chanapata que dará origen años después a Tiahuanaco) desde el año 1000, era de las Conquistas Cíclicas con imperios prehistóricos, conseguidos al amparo de una religión de Estado que culminó con la creación del Imperio, hecho más impresionante de toda América indígena con su fundador Manco Capac (año 1200) y Viracocha (1438-1463).
La tradición relata la existencia de trece reyes en sucesión, donde los siete últimos llevaron adelante la conquista del Imperio. La dominación política fue acompañada por la cultural, imponiéndose la lengua quechua, el culto al sol y las costumbres incaicas. Con el fin de controlar los bienes y servicios de sus súbditos, se desplegó un gran aparato gubernamental. La tierra pertenecía al Estado, quien la distribuía lo mismo que al agua, según las necesidades. Se hacía de ella tres lotes: para el templo, para el Estado y para los concesionarios. El lote del templo debía abastecer a los sacerdotes y personas del templo, y las familias de agricultores debían cultivarlo en primer lugar. Luego trabajaban la tierra del Estado y, por último, la que se les había asignado como propia. Los graneros públicos proporcionaban grano a los enfermos y a los que habían tenido malas cosechas. El Estado facilitaba productos de otras zonas lejanas, de modo que el agricultor pudiera hacer uso de lo que no cultivaba directamente. El interés por el bienestar del pueblo, fue considerado como muestra de la benevolencia del socialismo incaico, si bien no significaba que el campesino tuviera un alto nivel de vida.
El Imperio utilizó su potencial humano en grandes obras que incluían además, servicios de correos en las carreteras (chasquis), servicio personal a los nobles, al ejército y a las minas.
Para la seguridad de los chasquis, se estableció una excelente red de carreteras con puentes colgantes. Masas de peones cuidaban de repararlas y existían en ellas postas de refresco para los correos que caminaban con sus quipus y órdenes verbales. Las carreteras eran además, medios de transporte y de guerra. Las comunicaciones por el lago Titicaca, se realizaban con balsas capaces de soportar grandes cargamentos.
La expansión del Imperio fue hasta la muerte de Huaina Capac en 1527, donde comenzó una guerra civil entre sus hijos Huascar y Atahualpa, que utilizaría sagazmente Pizarro en la conquista.
Descenso a la selva
El trekking continuó en bajada, y con un paisaje que lentamente se iba enriqueciendo de vegetación a cada paso. Pudimos observar cómo los nevados de Vilcabamba nos mostraban una cara diferente a medida que avanzábamos en la ruta.
Dejamos atrás la imponente presencia del nevado Tucarhuay, siguiendo una senda que se dirigía hacia un bosque donde las orquídeas, helechos, mariposas, frondosos árboles y las caídas de agua que se cruzaban por los senderos naturales, nos presentaban una selva. El paisaje cada vez más verde, se apropiaba de las montañas.
El cruce del río Santa Teresa anunciaba la llegada a nuestro próximo destino, Collpapampa, donde la altitud era menor y respirábamos más profundo. Dejamos atrás los nevados, y el bosque nos recibió. Era hora de descansar después de una caminata muy extensa, y la noticia de las cercanas termas calientes de Santa Teresa, era una para el cuerpo.
Al día siguiente, nos adentramos en el bosque hasta tomar el Camino del Inca, que nos conducía en un lento ascenso al complejo de Llactapata. Nos sorprendió una lluvia que por momentos, se hizo intensa. Luego de dos horas, el sol se dejó ver entre las nubes que se disiparon y, en la parte más alta del cerro, logramos divisar el Huayna Picchu y la ciudadela. También pudimos ver lo que llaman “la espalda del complejo inca”, otra mirada y otro camino para llegar a nuestro gran destino final: Machu Picchu.
Continuamos el descenso hasta llegar a la hidroeléctrica. Dejamos atrás los senderos recorridos para caminar durante dos horas y media, rodeados de montañas, ríos y bosque a la vera de las vías del tren por un sendero que conducía al pintoresco pueblo de Aguas Calientes.
Llegada a Aguas Calientes y visita a Machu Picchu
En Aguas Calientes la actividad empezó muy temprano y, luego del desayuno, nos dirigimos a conocer Machu Picchu. Como su nombre lo indica en la lengua quechua, Machu Picchu (Montaña Vieja) es el nombre que se da a un antiguo poblado andino construido antes del siglo XV en el promontorio rocoso que une las montañas Machu Picchu y Huayna Picchu en la vertiente oriental de la cordillera central. Se encuentra al sur del Perú y a 2490 msnm de altitud de su plaza principal. Su nombre original habría sido Llaqtapata, y era una parte de una región de gran movimiento económico en tiempos de Pachacútec, integrado a la red de caminos del Imperio. Usando estas vías se puede, hasta hoy, acceder a otros complejos cercanos que revisten de gran interés. Al norte, por las bifurcaciones del camino de Huayna Picchu, se puede llegar al llamado Templo de la Luna o a la cima de la montaña donde existen construcciones incaicas. Al oeste, está el camino que lleva a Intipata y pasa por el famoso «puente removible». Otro camino, por el que ascendió Agustín Lizárraga, lleva hasta el río y a San Miguel.
Al sur, se encuentra la ruta más conocida y principal de todas, que es la ruta de trekking más popular del Perú. El camino inca a Machu Picchu es un recorrido de entre tres y cuatro días que atraviesa lo que, a fines del siglo XV, fue la principal ruta de acceso, y que empezaba en el complejo de Llactapata, pasaba por los centros ceremoniales de Sayacmarca, Phuyupatamarca y Wiñay Wayna, terminando en el tambo de Intipunku o ingreso a los dominios de Machu Picchu.
Caminando por las ruinas
Elio, nuestro guía, nos condujo a un mirador apartado, y comenzó su relato sobre el lugar:
“Según documentos de mediados del siglo XVI, Machu Picchu habría sido una de las residencias de descanso donde las construcciones y el evidente carácter ceremonial de la principal vía de acceso a la llaqta dan cuenta de su origen anterior a Pachacutec y a su presumible utilización como santuario religioso. Ambos usos, el de palacio y el de santuario, no habrían sido incompatibles. Los andenes (terrazas de cultivo), de Machu Picchu lucen como grandes escalones construidos sobre la ladera. Son estructuras formadas por un muro de piedra y un relleno de diferentes capas de material (piedras grandes, piedras menores, cascajo, arcilla y tierra de cultivo) que facilitan el drenaje, evitando que el agua se acumule en ellos (debido a la gran pluviosidad de la zona) y se desmorone su estructura. Una ciudad de piedra construida en lo alto de un «istmo» entre dos montañas y dos fallas geológicas, en una región sometida a constantes terremotos y copiosas lluvias todo el año, supone un reto para cualquier constructor: evitar que todo el complejo se desmorone. Según Alfredo Valencia y Keneth Wright “el secreto de la longevidad de Machu Picchu es su sistema de drenaje”. En efecto, el suelo de sus áreas no techadas, está provisto de un sistema de drenaje que consiste en capas de grava (piedras trituradas) y rocas, para evitar la acumulación del agua de lluvias. Los 129 canales de drenaje se extienden por toda el área urbana, diseñados para evitar salpicaduras y erosión, desembocando en su mayor parte en el «foso» que separa el área urbana de la agrícola, que era en realidad el desagüe principal de la ciudad. Se calcula que el sesenta por ciento del esfuerzo constructivo de Machu Picchu estuvo en hacer las cimentaciones sobre terrazas rellenadas con cascajo para un buen drenaje de las aguas sobrantes.”
Redescubriendo Machu Picchu
Hiram Bingham, un profesor estadounidense de historia interesado en encontrar los últimos reductos incaicos de Vilcabamba oyó sobre Lizárraga a partir de sus contactos con los hacendados locales. Fue así como llegó a Machu Picchu el 24 de julio de 1911 guiado por otro arrendatario de tierras, Melchor Arteaga, y acompañado por un sargento de la guardia civil peruana de apellido Carrasco. Encontraron a dos familias de campesinos viviendo allí: los Recharte y los Álvarez, quienes usaban los andenes del sur de las ruinas para cultivar, y bebían el agua de un canal incaico que aún funcionaba y que traía agua de un manantial. Pablo Recharte, uno de los niños de Machu Picchu, guió a Bingham hacia la “zona urbana” cubierta por la maleza. Si bien es claro que Bingham no descubrió Machu Picchu en el sentido estricto de la palabra (nadie lo hizo dado que nunca se “perdió” realmente), es indudable que tuvo el mérito de ser la primera persona en reconocer la importancia de las ruinas, estudiándolas con un equipo multidisciplinario y divulgando sus hallazgos. El reconocimiento es importante, pese a que los criterios arqueológicos empleados no fueran los más adecuados desde la perspectiva actual y, pese también, a la polémica sobre la más que irregular salida del país del material arqueológico excavado (al menos unas 46.332 piezas), que recién en marzo de 2011 comenzó a ser devueltas al Perú.
En el presente
Machu Picchu es considerada al mismo tiempo una obra maestra de la arquitectura y la ingeniería. Sus peculiares características arquitectónicas y paisajísticas, y el velo de misterio que ha tejido a su alrededor buena parte de la literatura publicada sobre el sitio, lo han convertido en uno de los destinos turísticos más populares del planeta. Actualmente, se encuentra en la Lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1983, como parte de todo un conjunto cultural y ecológico conocido bajo la denominación Santuario histórico de Machu Picchu. El 7 de julio de 2007 fue declarada como una de las siete maravillas del mundo moderno en una ceremonia realizada en Lisboa (Portugal), que contó con la participación de cien millones de votantes en el mundo entero.
Hay que considerar que este trekking y Machu Picchu, están destinados a interactuar con sus visitantes en un proceso que ocurre a medida que desandamos el camino e incorporamos la idiosincrasia de aquella cultura que, por momentos, podemos ver intacta al costado de una senda, o en algún rincón de las calles empedradas de Cuzco. Nos preguntamos si ésto también está destinado a desaparecer… no se sabe si viviremos lo suficiente para ser testigos de su destino, pero tarde o temprano esperamos poder aprender del pasado y de su relación de respeto hacia la naturaleza, que nos permita hacer de este planeta un mejor lugar donde convivir con el resto de sus integrantes.
Nota: los datos históricos sobre Machu Picchu no provienen de la memoria de los autores sino que fue necesario consultar varios textos sobre el tema para una mejor descripción.