Por Matías Gabriel Wapinski, Germán Heigel Sunkowsky y Marcos Luvini
La expedición
«Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito». ¿Quién no conoce este texto de Shackleton? Twain, Salgari, Perito Moreno, Defoe, Verne… todo huele más o menos a ese algo que nos circula por las venas cuando vemos un mapa. Aunque hacemos una excepción, nunca esperamos honor y reconocimiento.
La Península, el extremo sureste de la Patagonia, es una tierra prácticamente deshabitada. El lugar, es un recuerdo nostálgico de viejas y enormes estancias como Policarpo o Aguirre tanto, como de los verdaderos primeros pobladores, los “indios a canoa”, quienes recorrían cada palmo de su territorio. Costa plagada de naufragios…
La expedición comenzaría con el final de la Ruta A en la Estancia María Luisa, para terminar el recorrido integral de la Costa de la Península, en el destacamento de Prefectura de Moat donde comienza la Ruta J con destino a Ushuaia.
¿Cómo surgió?
No vamos a mentir. Si bien la idea ya había circulado entre amigos, los planes iban direccionados a la Alta Montaña en Catamarca y San Juan. Sin embargo, una serie de eventos que se dieron en diciembre sirvieron como empuje para preparar en un mes y medio todo lo necesario para afrontar el desafío que se había calado muy fuerte dentro: recorrer todo el perímetro de la Península sin ayuda externa, por nuestra cuenta, sin sponsors, sin GPS… a nuestra manera. El viaje nos revitalizaría. Sentíamos los tres, que nos estábamos estancando un poco en la ciudad. La falta de teléfono satelital, si bien no fue lo pensado, nos dio siempre la pauta de que la única forma de salir era cumpliendo con el desafío. No somos los primeros en recorrerla, hay grandes caminantes de la Península. Seguramente lo nuestro no tenga el típico mérito medido en números, puestos o estadísticas, sino en cómo realizamos nuestro proyecto.
¿Que requirió?
Ser tres personas y renunciar a cuatro trabajos. Invertir, soñar, activar en poco tiempo, cada uno cumpliendo una función determinada para hacer las cosas bien. Amigos desde los seis años, forjamos nuestra relación y el amor por la naturaleza en los scouts, escuela de vida para nosotros, de la cual ya nos despedimos dejándoles con esta expedición lo importante de animarse a seguir lo que llamamos el Woodcraft, el arte de vivir lo natural en toda su plenitud.
¿Por qué “a nuestra manera”?
Hoy en día, la aventura, las expediciones, la naturaleza, se viven con un montón de visiones y filosofías. La nuestra es una mezcla del gran juego que significa la vida con el espíritu de servicio que requiere estar atento al plano social, y entender a la naturaleza como una forma “alpina” de vivirla. Así nos educaron. A los once años acampábamos diez días en el monte, cocinándonos y jugando. Con catorce años caminábamos quince días en las montañas de Lanín, Nahuel Huapí, Bolsón, El Turbio, cargando todo en nuestras mochilas y arreglándonos con lo que podíamos conseguir de equipo sin descuidar los principios más básicos de la montaña y el “Leave no Trace”. A los 18, llegábamos a Plaza de Mulas y al Cerro Bonete de la misma forma, cargando todo, acompañados por dirigentes que esperaban que rompamos los paradigmas de la sociedad cambiante o, quizás descubriendo los parajes más escondidos de la Puna Salteña. A los 20, ya pudimos planificar prácticamente solos el Cruce de los Andes para veinticinco jóvenes por Portillo de Piuquenes, de Chile a Argentina, consiguiendo hasta las mulas del ejército y otras cosas por medio de personas que nos brindaron su ayuda para cumplir esos sueños. Desde luego, todo esto, sin perder de vista que cada uno viajaba con su búsqueda personal. Cuando decimos a nuestra manera, nos referimos a que fuimos por nuestros medios, consiguiendo todo nosotros, sin GPS, teniendo en la dieta el pescado que deberíamos sacar y sumando a la expedición varios recorridos de los que no teníamos más referencia que un mapa. Reparamos en nuestros descansos, los puestos a los que arribábamos, anotamos la experiencia, consejos, observaciones sobre ese lugar tan especia… acertamos al creer que así se viviría de otra forma.
Qué necesitamos durante el viaje?
Unos 35 kilos en cada mochila, con comida adecuada para 35 días. De almuerzo: granola o arroz cocinado con arvejas deshidratadas. Sin meriendas salvo días contados. Kit de cocina, bote inflable para cruzar las mochilas en los ríos complicados, cuerda de 35m, botiquín con todo lo necesario (incluido hilo para coser heridas, inyectables, etc.), handies para comunicación, imágenes satelitales, brújula, tabla de mareas y kit de supervivencia y pesca.
El recorrido
El inicio se dio el 22 de enero de 2017, luego de estar dos días en Ushuaia comprando las provisiones y consiguiendo transporte hasta María Luisa. Podemos dividir el recorrido en cuatro grandes etapas de siete días cada una aproximadamente.
1° ETAPA- Estancia María Luisa/ Estancia Policarpo
Primer día muy corto pero con espaldas acostumbrándose al peso. Clima complicado: mucho viento y lluvia todos los días. La primera semana se trató de eso, de adaptarse a las mareas, al viento, al horario de las lluvias, al peso, a las distancias. Todo era grande. Aunque esos siete primeros días tenían todavía algo: gente, gauchos que aún pueblan la península trabajando con el ganado, algún grupo a caballo, otros en cuatriciclo. Hasta la Estancia Policarpo, sería así.
Vivimos sin frenar demasiado, conociendo hermosas personas, playas y paisajes, teniendo noches de mucho cansancio, yéndonos a dormir cuando aún había luz… Tuvimos una primera pesca de trucha gracias a los consejos de Martín Imbert, Pacheco, el Chepan, en Río Bueno. Ellos sí son verdaderos gauchos de la Península.
Llegar a Policarpo fue hermoso. La turba era complicada, agotaba el tener que dar pasos largos. Cansó también evitar charcos y pozos inútilmente…al final del día siempre hay uno en el que caes. La península tiene una historia misteriosa y magnífica. Enormes estancias con cientos de empleados, producción lanar, factoría de lobos (siempre hay algo muy negativo en todo, es este caso ver las cifras bestiales de matanza de lobos), aserraderos, dragas de oro…
Estar en lugares como la Estancia, es realmente impactante y siempre deja en uno una nota de angustia. Recomendamos a quien lea este artículo que averigüe más de nuestra Tierra del Fuego y la Península Mitre. Parte de la historia de la Patria está en esos lugares tan alejados, quizás con unas páginas de los libros de Thomas Bridge…
Hasta acá la primera parte de la expedición. Camino marcado, personas, puestos en su mayoría en condiciones, si bien duro, no lo más difícil. Los ríos no fueron de gran dificultad. La dinámica se basaba en que uno probara los mejores cruces, en general cercanos a la desembocadura y en bajamar. El único gran reto lo tuvimos por un error al no chequear bien hasta el final en el Policarpo… terminó con alguien nadando con mochila los últimos metros, pero nada grave.
2° ETAPA- Estancia Policarpo/ Bahía Buen Suceso
El 29 de enero comenzamos esta etapa luego de un día de descanso. No volveríamos a ver gente hasta llegar al puesto de la Armada, en Bahía Buen Suceso. Si algo podemos decir, es que alguna vez en la vida vale la pena conocer Bahía Thetis. El paisaje, el silencio, el mar, atrapan como muy pocos lugares que conocimos. La pesca de un róbalo dio la magia justa para un atardecer con arco iris y la panza más llena de lo que acostumbrábamos. Un descubrimiento de herraje de naufragio cerca del Cabo San Vicente, sumó a la mística propia de estos paros.
El rodeo de la Bahía era un poco extenso y decidimos cruzar el río en alta, por los horarios. Eso demandó por primera vez el uso del bote y nadar cada uno llevando su mochila. Agua fría, granizo y viento no ayudaban para seguir caminando. De allí al Faro San Diego y algo inolvidable: la Isla de los Estados envuelta en una neblina. Se agitaron nuestros corazones teniendo esa vista para nosotros.
La llegada a Buen Suceso, punto icónico en la expedición, se hizo desear. El deseo de abrir un nuevo camino no terminó bien por un bosque espesísimo, turba y castoreras que inundaban todo. Más allá de eso, llegamos al puesto antes de lo pensado. Caminamos a muy buen ritmo, ganando días que usábamos para descanso. Nunca nos levantamos más tarde de las 7 am y no frenábamos más de 20 minutos al mediodía. La anécdota de esa jornada fue que en Caleta Mauricio, una playa hermosísima en la que pescar fue un fracaso por el ataque de lobos marinos a las cucharitas que nos dejó sin alimento.
Una vez en el puesto de la armada, los ánimos volvieron a subir. Luego de quince días teníamos ducha caliente, la posibilidad de avisar a los familiares que estábamos bien, pan casero y calidez de parte de una guardia que no paró de agasajarnos por ese lapso de descanso… por suerte pudimos darles en retribución buenas historias y otro róbalo fresco para la cena.
3° ETAPA- Bahía Buen Suceso/ Bahía Aguirre
A partir del 5 de febrero podríamos decir que comenzó la parte verdaderamente dura de la expedición. No más gente, caminos trajinados apenas por guanacos y baguales obstinados, mucha montaña, cansancio de quince días y 200 km de camino. Si bien parece poco recorrido para la cantidad de días, les aseguramos que para la geografía, el clima y las circunstancias de la Península, es mucho.
Nuestro primer gran desafío fueron los Montes Negros. Para comenzar con la seguidilla de innovación y según la información que teníamos, decidimos buscar sus filos e intentar en un día lo que se realiza en dos por la costa. Las primeras cuatro horas avanzamos 4 km por un bosque podrido, impenetrable y excesivamente empinado, y con el lema “persevera y triunfarás” , transitamos la quinta llegando a las lengas achaparradas y a los primeros caminos de guanacos en filos que veríamos. Les aseguramos a los interesados, que los guanacos son los grandes arquitectos y montañistas, exploradores y pioneros trazando líneas estéticas y perfectas filando entre cumbres, ladeando piedras complicadas, cubriéndose del viento… Luego de doce horas de pelearla, llegamos a Bahía Valentín no sin dejar de mojarnos los borcegos en la turba. Ahí supimos que los castores distorsionan el paisaje e inundan y cambian el recorrido de los arroyos produciendo desastres…
El segundo desafío fue la naciente del río el 21 de febrero que, como la victoria de la travesía anterior, nos dio ánimos. Luego de un día de descanso y reparaciones en el puesto “Primer Valentino”, encaramos un filo secundario que corría por detrás del cordón de los conocidos Pirámide, Atocha y Campana. Otra vez luchando un par de horas contra el pastizal, la turba y la lenga, llegamos a los filos donde nos envolvió una tormenta pasajera con un viento tremendo y visibilidad de par de metros. Acampamos en la naciente del río después de caminar casi a ciegas. Al día siguiente pudimos bajar el valle caminando más de cinco kilómetros por el lecho del río en calzas y zapatillas de neoprene. El agua era fría, pero mucho más transitable que la turba, el barro y el bosque. En dos días logramos lo que tarda normalmente tres.
Realizamos en un día sumamente largo, el recorrido que nos llevó hasta la renombrada Estancia Aguirre en Puerto Español. Fue una jornada muy exigente por la presión psicológica de querer llegar ahí sanos y salvos, cumpliendo todo lo que nos habíamos propuesto, y así fue. Vale la pena decir que en nuestros días en Aguirre, conocimos las cuevas de Gardiner, el casco de la Estancia, y pudimos realmente vivir de la pesca.
La última tarde, fuimos con nuestra cañita a 200 m de la desembocadura y después de estar media hora sin ningún pique, con algo más de actitud, nos arremangamos los pantalones y con el agua por las rodillas, en veinte minutos sacamos dos róbalos de tres kilos y uno de kilo y medio. Se imaginará el lector la dicha y orgullo que nos daba el lograr la pesca…tenía un puro sentido de supervivencia. Si hay algo que se siente en la Península, es el hambre.
4° ETAPA- Estancia Aguirre/ Destacamento de Moat
Creemos que definitivamente fue la etapa más dura de la expedición. Vale la pena quizás explicar que para los tres este viaje se trató de algo más que lo deportivo, el amor al arte, o la exploración inédita…. Se trató de tener un espacio y un medio para poder abordar tantos temas personales y cuestiones familiares, tantas preguntas y dudas que acechan a los jóvenes como nosotros, que con 24 años debemos saber qué queremos de nuestras vidas. Es complicado, y más cuando nos enseñan en la sociedad que la naturaleza es algo distinto a lo cotidiano.
Así que en esta clave se entiende lo duro del final, ya que todas las noches trataban mucho de charlas del… “cuando vuelva”, los proyectos, las conversaciones que le debemos a algún conocido y de querer avisarle a nuestras familias una cosa: el logro. Y así fue, aunque se hizo desear…
El tercer gran desafío fue el Filo de los Lucio López. Esta extensión de la cordillera de los Andes fue trajinada en algunas partes por los gauchos de la península y algunos exploradores, aunque en lo práctico teníamos referencia únicamente de un grupo de tres jóvenes (a dos conocimos en Río Bueno, Imbert y EL Chepan, nombrados anteriormente) quienes habían recorrido gran parte de sus filos. No teníamos ninguna certeza de poder realizarla completamente.
Una vez más a fuerza de hacerse camino, entre canelo, michay, lengas y pastizales, llegamos a los filos. Durante dos días muy duros, recorrimos una cumbre tras otra. El cansancio, el viento excesivo, y la nube que nos cubrió totalmente el segundo día, hicieron muy dura la travesía pero no por eso dejamos de concretarla. Al instante estábamos cruzando en cinco minutos con el bote y a nado, la desembocadura del río López para llegar a un rancho viejo en la Bahía Sloguett.
Teniendo más de 300 kilómetros recorridos, el día 17 de febrero, estábamos dispuestos a realizar en un solo día el tramo de casi treinta kilómetros que une Bahía Sloguett con Moat. A la mañana nos esperaba una tormenta durísima, pero no nos achicamos. Nos pusimos todo lo impermeable que teníamos y salimos a caminar sin parar cinco horas y media hasta llegar a un lugar cerca del Faro San Pío. Empapados y a mitad de camino de Moat, encontramos un rancho perteneciente a un conocido gaucho de la península, y en él nos cobijamos de un viento que nos tiraba al piso. Tortas fritas y mate subieron el ánimo, pero la cosa empeoró hasta la noche.
Al día siguiente salimos “a cara de perro” a caminar bajo la lluvia, pero a la hora y media nos encontramos en la desembocadura de un río del que nadie advierte ni nombra por lo chico y fácil de cruzar, el río Vaca. El agua subida hasta el pecho, iba arrastrando troncos, árboles, piedras de la tormenta que castigaba hacía dos días. Algo extraordinario, a pesar de haber caminado sin parar, de haber superado todo, de haber salido bajo la lluvia y viento, un río inexistente nos estancaba a cinco horas. Nos reímos, lo entendimos luego de intentar cruzarlo y darnos cuenta el riesgo, y volvimos al rancho. Así tenía que ser. Aseguramos no achicarnos, simplemente reconocer los límites.
El último día de la península estuvo lleno de emociones. Cruzar el río que ya había cedido, caminar rapidísimo una distancia que en teoría llevaba tres horas entre Rancho Viejo y el Tambo en dos, llegar a la noche luego de una mala experiencia con un poblador ebrio de la zona…y eso que era la primera persona que veíamos luego de quince días… Al mal tiempo, buena cara. A las 20:00 hs estábamos siendo recibidos por la guardia de turno del Destacamento de Moat que nos abrió sus puertas con mate y galletitas, calefacción y ducha.
El resto, fue sensación de un cansancio tremendo por la tensión de los últimos días pero la convicción y satisfacción de haber logrado las cosas a nuestra forma y en su totalidad. Ahora nos esperaba hacer dedo hasta la ciudad, ya que no teníamos transporte auspiciante de la expedición. Eeso sí, también nos esperaba recuperar los seis kilos promedio que cada uno había bajado…
Para amar algo debemos conocerlo, la península necesita amor y personas amantes de sus paisajes y biodiversidad, de su historia, dispuestas a recuperar sus puestos, mantener su pureza, velar por su seguridad. Quedamos a disposición de quienes estén interesados en saber más de este lugar tan especial y único de nuestra república. Recorrer Patria para nosotros, es una forma de hacer Patria.
No somos reconocidos deportistas de alto rendimiento, ni grandes competidores o locos de la guerra que buscan reconocimiento constantemente. Somos personas normales con el anhelo de pisar fuerte en lo que hacemos, rompiendo los paradigmas que día a día nos ofrecen en la cotidianeidad de estos tiempos. La expedición fue una forma de dar testimonio, de poder transmitir un poco a nuestro entorno, a nuestra querido Grupo Scout 137, a nuestra Tropa Araucanos, a nuestras familias, que lo que más se necesita es voluntad para lograr lo que queremos.
Agradecimientos.
Queremos agradecer primero y antes que nada a Ignacio Amalvy Degreef, amante y caminante de la península, pionero del documental Latitud 55º Sur, quien sin esperar recompensa alguna, siempre estuvo a disposición para sacarnos las dudas en tan poco tiempo. A Sergio Anselmino, quien nos incentivó enseguida a descubrir los rincones menos visitados de estas tierras.
A la Familia Ercole Zapana, nuestros Anfitriones y colaboradores en una Ushuaia que se hizo hogar. A Daniel de MDA Ootdoor, que con sus consejos, mates y descuentos, nos dio el empuje para poder ir equipados de la mejor manera. A nuestras familias que tanta paciencia nos tienen.
Tareas de Cada Integrante
Matías, nadador de rescate y técnico en emergencias médicas, encargado de las tablas de mareas y ser el primero en cruzar los ríos.
Germán, encargado de la Planificación por imágenes satelitales de los recorridos y del itinerario. Durante la expedición, el Chef Oficial.
Marcos, el que más experiencia tenía en larga distancia por haber hecho a los 20 años 900 km del camino de Santiago en invierno en solitario, y haber vivido en un Paraje de la Puna a 3500 msnm caminando mucho los cerros. Fue quien en general guiaba y manejaba la marcha.