por Marisol López
fotos Javier Rasetti
Cuando sea grande voy a ser una señora petisita mirando el atardecer desde la galería de alguna casa con ventanales y olor a madera, acompañada de perros, nietos y un Javi rezongón y apasionado, a la que le va a encantar repetir entre sus historias favoritas que una vez, hace ya mucho tiempo, pedaleó entre glaciares para llegar al mar.
Era el 5to cruce y el más alto. Luego de bajar de Pircas Negras decidimos parar unos días antes de salir hacia San Juan. Javi no lo sentía tanto pero a mí particularmente la falta de descanso entre los pasos me había empezado a afectar. Necesitaba caminar, correr, nadar, lo que sea que no tuviera nada que ver con estar arriba de una bici, sólo por algunos días.
La primer tarde en la que justamente podía utilizar mi tiempo libre en hacer absolutamente cualquier cosa que quisiera, me levanté de la siesta, prendí la computadora, abrí google y escribí: Agua Negra. La pantalla frente a mí se llenó de imágenes, y así como la fuerza de la gravedad me mantiene en tierra, aquellas fotos comenzaron a ejercer unas energías invisibles e incontrolables que levantaron mi cuerpo del asiento donde estaba para dejarme parada y sonriendo sola en medio del comedor. Ya estaba lista para salir.
A partir de esa tarde el cansancio desapareció, los dos pudimos enfocarnos en lo que venía, ocupando el tiempo en lo importante: comer 1 kilo de helado todas las noches sin excepción, y organizarnos para el próximo cruce. Era un proceso en el que ya casi no pensábamos, una rutina que de tanto repetirla se había vuelto tan mecánico y habitual como lavarse los dientes a la mañana. Mientras Javi se ocupaba del mantenimiento de las bicis, yo desplegaba la comida por el suelo dividiéndola en los días que habíamos calculado nos llevaría el paso, con sus respectivos desayunos, almuerzos, meriendas y cenas. También era el momento en donde los dueños de las casas en donde estábamos podían llegar a arrepentirse de habernos invitado, porque sea cual fuera el tamaño del lugar en que el que nos encontráramos, todo a nuestro alrededor se volvía un caos de ropa, paquetes, frutas, herramientas y etcéteras…Pero por suerte, porque aún nadie se había animado o porque las personas que nos recibían siempre eran tan maravillosas como pacientes, todavía no habíamos sufrido ningún tipo de desalojo.
Sobre Agua Negra sabíamos poco: que era un paso que subía hasta los 4780 msnm con partes de asfalto y ripio y que era una ruta bastante transitada en esa época del año, por turismo argentino que cruzaba a vacacionar a La Serena. Ese dato por un lado nos daba la tranquilidad de poder contar con vehículos que nos puedan brindar agua en caso de necesitarla, pero a la vez nos hacía tener la obligación de pedalear muy atentos al tránsito y su acostumbrada irresponsabilidad. Si nos poníamos a sacar conclusiones, la balanza siempre nos llevaba a buscar lugares cada vez más aislados e intransitables. Autos y camionetas pasándonos cerca, fuerte y dejándonos entre una nube de humo vrs tener que cargar mucho peso en agua pero en completa paz y silencio. Para nosotros ya estaba más que claro qué era lo que estábamos buscando en los viajes.
Arrancamos con el cruce desde Rodeo y su famoso embalse Cuesta del Viento, el paraíso para todo el que practica Kite Surf o Windsurf, ya que los vientos en este punto en particular son constantes e intensos, lo que genera las condiciones perfectas para esos dos deportes. Qué contradicción, pensé, cuando ellos más lo disfrutan, nosotros más lo estamos sufriendo. Como no va a ser cierto eso de que todo depende de la perspectiva con la que lo mires. La diversidad y sus infinitas posibilidades! Si alguna vez la humanidad entera se vuelve un montón de gente con lo mismos gustos, costumbres y pensamientos, estamos perdidos.
Por suerte el día en que salimos fue un fracaso para el Kite Surf y un alivio para nosotros. Acompañados de una leve brisa refrescante llegamos a Las Flores, cargamos nafta en el msr y seguimos hacia el puesto de frontera argentino que estaba apenas a 1km. Mientras hacíamos la fila para los trámites, una chica entró a la oficina con el casco puesto. Era Caro, una cordobesa de 23 años que también iba hacia el paso Agua Negra en bici. Nunca había estado en altura, hacia varios meses que no pedaleaba, viajaba sola y con el poco equipo que había podido conseguir, pero estaba decidida a cruzar por el paso más alto de la cordillera y llegar hasta el mar.
Ella nos miraba a nosotros como dos ciclistas de la NASA y nosotros a ella sin terminar de deducir si admirarla o preocuparnos por las condiciones con las que tenía pensado subir hasta los 4780 metros de altura. Sólo fue cuestión de tiempo y ruta compartida para que los tres termináramos mirando hacia el mismo lado.
La ruta de asfalto comenzaba larga, infinita, para finalmente perderse en un paredón enorme de montañas nevadas. Javi lo señalaba entusiasmado y con los ojos bien abiertos me decía:- «Por ahí vamos a cruzar Sol, por ahí arriba!». Yo lo miraba a él, volvía a mirar las montañas y quizás por simple engaño psicológico o porque aún no terminaba de asimilar que en algún momento me había convertido en una mujer que sube montañas en bici, le restaba importancia, me parecía imposible, ilógico. Nosotros acá, tan chiquitos y ellas ahí arriba, inmensas con sus hielos y nieves eternas.»Mejor no pensarlo, pedaleá y dejá que el camino te sorprenda».
Aquel primer día llegamos hasta el puesto de control argentino a unos 60 km de migraciones y paramos a tomar unos mates y a comer algo. Era temprano, 16 km más arriba había un paraje, podíamos seguir. Pero como siempre, la charla con los gendarmes se extendió más de lo conveniente, la tarde empezó a caer, los chicos nos invitaron a quedarnos en el puesto y los planes se modificaron. Esa noche fue de ping-pong, cena de arroz con vegetales y televisión.
Al otro día, para no perder la costumbre, nos despertamos temprano pero salimos tarde. La idea era llegar hasta la Quebrada de San Lorenzo donde comienza la construcción del túnel Agua Negra que se encontraba a 4300 msnm y por lo que habíamos averiguado podíamos acampar refugiados del viento. Las subidas comenzaron largas y tranquilas y así continuaron. A medida que subíamos el paisaje empezó a cambiar, las montañas nevadas que durante la tarde anterior parecían lejanas e inalcanzables ahora nos rodeaban para hacernos levantar la vista, reafirmar el pie sobre el pedal y respirar profundo. Manteníamos un ritmo lento y disfrutable pero íbamos pendientes del camino. La lógica de la cordillera durante los pasos anteriores nos pronosticaba que en algún momento nos tenía que empezar a costar. Para nosotros la idea de cruzar por el paso más alto de Los Andes sin esfuerzo no era una opción posible.
Subimos varios zigzag, la ruta de asfalto se convirtió en ripio, un grupo de trabajadores de vialidad nos invito a comer pollo con arroz, recolectamos agua de deshielo y el camino nunca, pero nunca, se puso difícil. Para cuando llegamos a la Quebrada de San Lorenzo estábamos contentos y algo desconcertados. Habíamos subido hasta los 4300 msnm sin ninguna dificultad ni esfuerzo. :-«Qué raro», pensamos,:-«Tan raro que asusta». Aún nos quedaban unos 400 mts de desnivel hasta llegar al límite Internacional que se encontraba a solamente unos 22 km de donde estábamos. Parecía demasiado sencillo para ser cierto. Lo que venía adelante tenía que ser duro, no había alternativa.
Esa noche el frío y el viento helado nos hicieron dormir a los tres acurrucados en una carpa para dos. Caro viajaba sin equipo y eso incluía una carpa totalmente agujereada y una frazadita de peluche como aislante. Nos despertamos temprano, convencidos de que teníamos un difícil y largo día por delante, pero lo raro era que no estábamos nerviosos ni preocupados, porque lo único que en verdad nos importaba era que por fin íbamos a poder pedalear entre glaciares y el entusiasmo nos hacia desayunar rápido, con la sonrisa ansiosa de un niño.
Cuando sea grande, durante las tardes cuando el sol empiece a caer y el cielo se vuelva de colores inexplicables, en una la galería de una casa con ventanales y olor a madera nos vamos sentar con Javi , nuestros perros y nietos a contar historias como estas:
…»después de algunas curvas, el camino se abrió y pudimos verlo entero, frente a nosotros se levantaba un cordón gigante de montañas con hermosos glaciares. Paramos las bicis y miramos hacia arriba con el cuello muy estirado, el camino subía, daba vueltas y volvía a subir. Del otro lado nos esperaba el Océano Pacífico, sus olas pegando en la playa, la arena tibia en los pies. Pero aún teníamos un hermoso e infinito paredón de hielo y piedras por cruzar. Su abuelo ya lo estaba disfrutando, tenía la sonrisa pícara y la respiración ansiosa de los desafíos, se subió rápido a la bici porque ya no podía esperar, porque si había algo que lo hacía despertarse cada día de su vida con el entusiasmo ridículo de un niño de la edad de ustedes, eran las innumerables cimas de paredones con montañas nevadas y hermosas que le quedaban por descubrir.
Lo vi alejarse hasta hacerse un pequeño y diminuto punto en lo inmenso de aquel paisaje. No era la primera vez que guardaba esa imagen y la alegría que me cosquilleaba la panza me confirmaba que aún faltaban muchas más para que sea la última.
Subíamos con la vista clavada en los glaciares que esperaban arriba y para cuando nos dábamos cuenta y volvíamos la mirada hacia el camino, nos sorprendíamos por lo alto que ya habíamos llegado. Su abuelo me gritó:-«Mirá las nubes!!» y lo primero que hice fue mirar sobre mi cabeza, pero él volvió a gritarme señalando hacia adelante «¡¡Las nubes, Sol!!», cuando bajé la vista ya estaba pedaleando entre vapores blancos y esponjosos. Porque se puede pedalear entre las nubes, pero ustedes nunca quieren creerme.
Finalmente doblamos una nueva curva y aparecieron. Inmediatamente me puse a cantar una canción sobre penitentes que no rimaba en lo absoluto, porque las grandes alegrías siempre tienen esas respuestas inesperadas.
Estaban a unos pocos metros de distancia, eran grandes, puntiagudos, bellísimos. Dejamos las bicis a un costado, nos acercamos despacio y apoyamos la mano en el hielo. El frío nos recorrió todo el cuerpo, la espalda, el pecho, las tripas. Había sonido a gotas y el aire helado nos erizaba la piel. Estábamos felices, en ese estado de felicidad única e intransferible, porque era ese momento exacto en el que por primera vez llegábamos pedaleando juntos hasta un glaciar por encima de las nubes en nuestro 5to cruce de cordillera y sabíamos perfectamente que no iba a volver. Así que bailamos entre penitentes para alargar la alegría y hacerla eterna, bailamos despreocupados con movimientos torpes y absurdos para que dure un poco más, para que la cordura se sienta rara y ajena y nosotros, unos locos felices»….
El paso de Agua Negra es uno de los pasos internacionales más altos del mundo, pero contradictoriamente a lo que esperábamos fue uno de los más fáciles y disfrutables que nos tocó recorrer. Llegamos hasta el límite con viento en contra, festejamos rápido y empezamos a bajar. No quedaban muchas horas de luz y la idea era intentar dormir lo más bajo posible para escaparle a las alturas, sus vientos y fríos nocturnos.
La bajada con un atardecer increíble fue el cierre de un día perfecto. Encontramos una quebrada con arroyito incluido y los tres frenamos al mismo tiempo. Esa noche la luna también quiso ser parte del festejo y salió llena, brillante y hermosa para demostrarlo.
Nos quedaban algunos kilómetros de ripio con subidas y bajadas constantes hasta el puesto de migración chilena y un embalse turquesa que invitaba a tirar las bicis y zambullirnos a nadar en agua helada y transparente. Después, la ruta se volvió asfalto y bajada.
…»atravesamos el Valle del Elqui y los árboles de higo nos provocaron retrasos imposibles de evitar. Pedaleamos apurados y ansiosos, podíamos sentir el olor a la sal, las olas rompiendo en la playa. Después de 5 días finalmente llegamos al Pacífico. Su abuelo se bajó de la bici, se quitó la ropa y corrió por la playa hasta el mar sin detenerse. Cualquiera que lo haya visto ese día, saliendo del agua y revoleando los pelos mojados sin dejar de sonreír, seguramente no pueda recordarlo. Pero por suerte yo estaba ahí, para llevarme cada segundo conmigo para siempre.
INFO ÚTIL
*Distancia Total: entre Rodeo (Argentina) y La Serena (Chile). 330 km
*Terreno: ruta de asfalto y ripio.
*Tránsito: es un paso muy transitado por turismo que cruza a vacacionar a La Serena. Se recomienda ir atento porque es normal cruzar vehículos que circulan a gran velocidad sin reparar en curvas, ripio y aún menos en ciclistas.
*Agua: hay varios puntos en donde se puede conseguir agua al costado de la ruta. La reposición de agua en este paso no es un problema.
*Época: la mejor época del año para cruzar es entre septiembre y diciembre. Se puede hacer en otros meses averiguando con anterioridad si el paso está abierto. Es necesario tener mayor cuidado en época estival (enero-febrero) con las tormentas eléctricas y aludes y en invierno (mayo-agosto) con las nevadas y bajas temperaturas.
*Viento: comúnmente comienza a partir del mediodía desde el oeste. En el límite internacional, donde se encuentra el punto más alto del paso. Los vientos se sienten con mayor intensidad y no hay lugar para repararse.
*Otros Datos: del lado Chileno el camino se divide en dos. Por uno descienden los vehículos que se dirigen desde Argentina a Chile, y por el otro ascienden los vehículos que vienen de Chile a Argentina.