Adaptación Andar Extremo, fuente Víctor Rodríguez
Al final, todo se reduce a números: 155 las personas que volvieron a nacer aquella tarde, 7 las únicas palabras que Chesley Burnett Sullenberger III pronunció con cuanta serenidad le daban 20.000 horas de vuelo: «This is the captain. Brace for impact (Les habla el capitán. Prepárense en posición de impacto)”, 208 los segundos que pasaron desde que a los motores del Airbus A-320 que acababa de despegar de Nueva York le dejaran de funcionar las turbinas hasta que aterrizó de emergencia en el río Hudson.
Luego de seis años y medio de una de las mayores hazañas de la aviación civil, el 15 de enero de 2009, el vuelo 1549 de US Airways partía del aeropuerto de La Guardia de Nueva York hacia Charlotte (Carolina del Norte). No habían pasado dos minutos cuando una bandada de barnaclas canadienses se cruzó en su trayectoria. El impacto inutilizó los dos motores, el avión empezó a caer y el capitán hizo descender sus 70 toneladas planeando para amerizar sobre las aguas que separan Nueva York de Nueva Jersey en menos de tres minutos y medio.
Capitán tranquilo
«Esos 208 segundos representan la transformación de las vidas de cuantos íbamos en aquel vuelo», afirmó con cierta solemnidad Sullenberger, más conocido como capitán Sully, el héroe de Hudson o, desde aquel 15 de enero de 2009, como “capitán Tranquilo” –sobrenombre que le dio Michael Bloomberg, alcalde de Nueva York–. «En 40 años y más de 20.000 horas de vuelo, nunca sabés si vas a estar preparado para un desafío así. Un día te lo encuentras y tienes 208 segundos para solventarlo».
Vestido de traje gris oscuro, canoso en pelo y bigote, Sully de 66 años se deja cumplimentar en medio del ajetreo de una feria. Por su porte, modales, forma de hablar, y si uno no supiera a qué se dedica, diría que es piloto de líneas aéreas. En realidad dejó de volar en el 2010, después de la maniobra del Hudson, y se convirtió en conferenciante y consultor en temas de aviación, desde el 2012.
Por encima de la tranquilidad que le atribuyeron los pasajeros del vuelo 1549 y la prensa, lo que transmite Sully es un arraigado sentido del deber. «Nunca había afrontado el fallo de un motor en vuelo», explicó, «llevaba 40 años volando, 30 de ellos como piloto comercial. En ese tiempo hacés cursos para saber reaccionar, planificás, tratás de prever emergencias y de pronto los motores dejan de funcionar. Estás entrenado para que pase, pero cuando pasa es un shock. Te toca echar mano de tus conocimientos de una manera completamente nueva y sin tiempo que perder, y eso hice».
Las 15.25 horas
Todo empezó como cualquier otro día, Sully a una semana y un día de cumplir 58 años encaraba la última jornada del ciclo de cuatro consecutivas que le habían programado en la línea Nueva York-Charlotte. Había conocido al copiloto Jeff Skiles, de 49 años, el primero de esos cuatro días. Nunca antes habían volado juntos, algo no extraño en una aerolínea del tamaño de US Airways (31.000 empleados, 3.000 vuelos diarios). Su reloj marcaba las 3.25 pm cuando el avión llegaba al principio de la pista de despegue.
Como en una biblioteca
El A-320 tenía pista y empezó a levantar velocidad. Elevó la parte delantera, despegó y comenzó a ganar altura, todo iba transcurriendo con normalidad hasta que de repente, una formación de pájaros se interpuso en su rumbo.
«Los vi dos segundos antes de que los motores dejaran de funcionar», relata Sully, «habían pasado 90 segundos desde el despegue, estábamos a unos 900 metros de altitud y viajábamos a unos 100 metros por segundo (360 km/h). Era una bandada enorme de gansos del Canadá y era imposible esquivarlos. Golpearon por todo el avión, los motores hicieron un ruido horrible y casi al instante callaron y dejaron de funcionar. Alguien lo describió diciendo que todo se volvió tan silencioso como en una biblioteca, y fue exactamente así».
El avión empezó a perder altura muy rápido y casi de inmediato Sully entendió que no había tiempo de regresar a La Guardia o de intentar un aterrizaje de emergencia en el otro aeropuerto próximo, Teterboro, en Nueva Jersey. La única opción era amerizar en el Hudson. Apenas tuvo tiempo de hacer el citado anuncio al pasaje. Con Skiles, su primer oficial, ni siquiera habló. «No tuvimos ocasión», relata, «confiamos uno en el otro y nos las arreglamos para colaborar sin palabras».
Impacto en el agua
Sully trataba de ver por las ventanas de la cabina donde estaba el nivel del agua. Skiles le iba diciendo continuamente la velocidad y la altura. «Lo más complicado era decidir la fracción de segundo en que elevar el morro. Si lo elevaba muy pronto, el avión tomaría contacto con el agua demasiado despacio e inclinado hacia arriba con un mayor riesgo de impacto violento, y si lo elevaba muy tarde, el contacto con el agua sería demasiado fuerte»
Finalmente, el veterano piloto acertó y el avión quedó flotando semihundido. Pero hubo otra circunstancia afortunada que permitió que ninguno de los 150 pasajeros y cinco tripulantes muriera (hubo cinco heridos graves): cayó entre dos terminales portuarias, la de Nueva York y la de Nueva Jersey. Tres minutos y 35 segundos después del amerizaje, ya había un barco junto al avión. Sully fue el último en abandonar la cabina tras recorrerla dos veces para asegurarse de que no quedaba nadie.
«Una caída en el agua es aún más destructiva que un aterrizaje. Es increíble que un jet Airbus pueda acuatizar en un río sin romperse», el avión podría haber chocado el agua a una velocidad de unos 260 km/h destacó Max Vermij, un investigador de accidentes de aviación.
«El motor explotó, había fuego por todas partes y olía como a gasolina», contó a Reuters Jeff Kolodjay, de Connecticut y agregó: «la gente estaba sangrando. Chocamos con el agua muy fuerte… fue aterrador…las puertas se abrieron y vimos botes salvavidas y pudimos apenas ver a poca gente saliendo del agua. El piloto hizo un trabajo magnífico al acuatizar el avión en el río y luego al asegurarse que todos salieran, tuvo la suficiente calma para recorrer el avión dos veces luego de aterrizar para asegurarse que todos estuvieran afuera”.
La FAA dice que el impacto de aves y otros animales salvajes en aviones causa anualmente más de 600 millones de dólares en daños a la aviación civil y militar estadounidense y que más de 219 personas han muerto en el mundo como resultado de estos incidentes desde 1988.
Desde el primer momento llegaron los reconocimientos y Sully recibió, entre otros agasajos, las llaves de Nueva York y el título de oficial de la Legión de Honor francesa. El presidente saliente George W. Bush, lo llamó para felicitarlo y el entrante, Barack Obama, lo invitó a su investidura. En la SuperBowl, dos semanas más tarde, fue largamente ovacionado.
Pero no todo fue tan bueno, recuerda Sully: «Para todos los que íbamos en aquel vuelo 1549 fue un shock, sufrí estrés postraumático y los días siguientes no podía dormir. Intentaba leer un periódico y no era capaz, no me concentraba, porque las mismas imágenes me venían a la cabeza una y otra vez… eso duró meses. La hipertensión arterial también me duró meses». El héroe del Hudson no volvió a pilotear hasta el 1 de octubre, nueve meses y medio después, curiosamente en la misma ruta y con el mismo copiloto. En marzo de 2010 con 59 años, hacía aterrizar un avión de pasajeros por última vez.
Experto en seguridad
El piloto, ha seguido vinculado al mundo de la aviación. Antes del incidente había colaborado con el Panel Nacional para la Seguridad en el Transporte y desde entonces, se ha establecido como consultor y conferenciante. La cadena de televisión CBS lo fichó como experto en temas de aviación.
También ha escrito dos libros: unas memorias que entraron en la lista de más vendidos del New York Times, y uno sobre liderazgo, y el Partido Republicano le ofreció ser candidato al Congreso a finales de 2009.
Hoy, Chesley Sullenberger tiene su propio agente de relaciones públicas que lo escolta durante cada entrevista. Casado con una monitora de gimnasia que ha hecho carrera en televisión como experta en temas de salud y bienestar, y padre de dos hijas adoptivas, Sully reflexiona sobre el significado del término héroe. «Se ha usado tanto para describirme que un día mi mujer buscó la palabra en el diccionario. Una acepción decía: ‘Persona que decide ponerse en riesgo para salvar a otra’. Yo no encajo en esa definición, nosotros no elegimos nada… aquella situación nos cayó encima. Nos limitamos a hacer nuestro trabajo. En un mundo en el que no todos lo estaban haciendo (ocurrió cuatro meses después de la quiebra de Lehman Brothers) pudo parecer extraordinario, pero lo único que hicimos fue nuestro trabajo. Eso sí lo hicimos.”